Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de enero, 2011

Escasez de sueños

Después de descansar, el soñar es el segundo mejor beneficio que resulta del acto de dormir. Pero para quien tiene insomnio como Pablo, estos placeres son escasos y por lo tanto, descansar y soñar es algo infinitamente apreciado. Pablo sufre de este molesto trastorno desde chico: cada vez que intenta dormir no puede conciliar el sueño y siempre que lo consigue termina despertándose. Tal es así que muy pocas veces es capaz de descansar bien y lo que es peor, muy pocas veces duerme el tiempo suficiente como para sentir la magnífica experiencia de fabricar sus propias construcciones oníricas. Desesperado, ha intentado miles de formas para tener un sueño prolongado y los fracasos han sido constantes hasta que recientemente, probó con enamorarse. Pablo descubrió que para soñar, no hace falta cerrar los ojos; simplemente basta con recostarse al lado de su amada y disfrutar del dulce aroma de sus cabellos.

Después del gatillazo

Dios me quiere mantener vivo y sinceramente no puedo comprender el por qué. Simplemente soy uno más. No hago nada que no pueda hacer otro. No tengo amigos ni mucho menos familia. No soy más que un pobre tipo que, solitario y antisociable, no se comunica con nadie. Nadie me saluda. Nadie me responde. Nadie se preocupa por mí. Estoy completamente seguro de que mi falta de presencia no afectará a la existencia de ninguna de las personas que habitan este anchuroso planeta, y es precisamente por eso que no entiendo por qué no puedo morir. Morir debería ser mi decisión. Yo tendría que tener el derecho de elegir si prefiero quedarme a vivir en este infierno de soledad, o dejar de sufrirlo. ¿Por qué vaciaron la recámara de mi pistola? ¿Acaso la bala que yo mismo había cargado tenía una misión más noble que la de calmar mi sufrimiento?

La inutilidad de las alas

Lejos de ser un don, tener alas cuando nadie más las tiene puede llegar a ser muy duro. En este mundo de seres humanos desalados desprovistos de impulsos naturales para elevarse, de nada sirve que me sobresalga desde la espalda este par de gigantescos y emplumados instrumentos de vuelo. En vez de ser algo bello y exótico, los mutantes miembros que me suministró la naturaleza me convirtieron en una especie de engendro a excluir y con suerte, a ignorar. Finalmente lo que en un momento de mi vida creí como una bendición de la evolución, terminó por convertirse en un peso inútil que me incomoda a la hora de vestirme, de bañarme, de dormir o de ir al cine. Si al menos me comprendieran, si al menos supieran lo complicado que es cargar con alas tan largas y pesadas cuando hay un mundo entero que no las necesita ni aprecia.

Una memoria bien entrenada

Desde pequeño fui entrenando mi memoria al punto de poder recordar absolutamente todo lo que creo necesario recordar. Aromas, sonidos, voces, paisajes, rostros, nombres; todo aquello que a mi juicio no debo olvidar, es meticulosamente almacenado en mi cerebro siguiendo un estricto orden lógico que me permite acceder a la información sin ningún inconveniente. Soy capaz, cual aedo, de recordar libros completos. Incluso, redoblando mis esfuerzos, puedo penetrar en los pasillos más antiguos de mi memoria y encender las luces de los cuartos donde albergo los recuerdos de mi niñez. Pero entre todos ellos hay uno en especial al que le guardo gran estima y después de años y años de entrenamiento, logré colocarlo en todas las habitaciones de mi memoria. Hoy día puedo recordar mi primer beso como si hubiese sucedido ayer: mi madre recibiéndome con los brazos extendidos, acurrucándome en su pecho, apoyando sus labios en mi frente.

Una carga en la espalda

Cada vez que me visto por la mañana siento que estoy disfrazándome de una persona que no soy. Me pongo el mismo pantalón y la misma camisa de todos los días, coloco en mi rostro una máscara que me hace ver como alguien que no quiero ser, tomo el café con leche y me voy hacia el trabajo. Subo al colectivo cargando con el peso de un disfraz que me cuesta desfilar. Bajo, camino unas cuadras, me aprieto el nudo de la corbata para que no se note la hilacha, subo a mi oficina, enciendo el ordenador y lo vuelvo a apagar ocho horas más tarde. Regreso a mi casa agotado. Se hacen las siete y pico de la tarde mientras me descalzo los zapatos, me saco el disfraz y espero a que se me vaya el dolor de espalda. Es verdaderamente increíble lo que pesa el uniforme del trabajo.

Amistad alimentada con biodiesel

Más gratificante que darle vida, fue otorgarle sentimientos. Dediqué toda mi vida a tan ardua tarea y por fin la inversión brindó sus frutos. Comencé hace años recolectando piezas en los desarmaderos de automóviles y llevándolas a mi laboratorio, lugar donde las moldeaba, soldaba y pintaba. Cuando tuve el esqueleto completo sólo restó hacer el cuerpo y rellenarlo con cables, agregarle una batería y colocarle un motor. Mi robot, al principio, no era otra cosa más que una simple máquina antropomorfa fabricada con chatarra, que poseía la facultad de moverse haciendo uso de un poco de biodiesel. Desde que dio su primer paso, lustré su cuerpo y aceité sus articulaciones todos los días durante meses hasta que mi creación, agradecida por el buen trato, me regaló su primer abrazo. Muchos podrán pensar que construí un robot capaz de articular sus extremidades. En mi opinión, logré fabricar mi primer verdadero amigo.

Nunca un agradecimiento

Soy, sin lugar a dudas, la que mantiene el orden y la limpieza en esta casa. Sin mi dedicación cotidiana, esta vivienda sería un desastre total: basura acumulada, ropa desparramada por todas las habitaciones, alfombras mugrientas, muebles cubiertos de polvo, vajillas sucias y una larga lista de etcéteras. Si no fuera por mí, nadie se acordaría de lo que tienen que comprar para la comida. Les preparo el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Despierto al señor y la señora de la casa para que vayan a trabajar, y a los niños para que vayan a la escuela. Soy una máquina de hacer tareas hogareñas y obedezco cada una de las órdenes con especial precisión. Aun así, nunca un agradecimiento, nunca un halago, nunca un «muy bien, te felicito», nunca nada. Para ser la casa inteligente que les hace la vida mucho más sencilla, bastante menospreciada me tienen.

El nombre sobre el listón

Convencido de era el amor de su vida, decidió hacerse un tatuaje con el nombre de su amada. Escogió el brazo derecho para grabarse un corazón rojo con unas esplendorosas alas extendidas. Delante del corazón, un listón donde el nombre “EUGENIA” resaltaba en letras góticas. La sensación de arrepentimiento no tardó en llegar y se dio cuenta de su error cuando ella le confesó que ya no lo amaba, que estaba enamorada de otro hombre, que no podía seguir viviendo una mentira. Desde la separación, todo lo que le recordaba a ella terminó en la basura pero aunque quisiera, no podía arrancarse el brazo. Volvió al local donde le habían realizado su tatuaje y pidió que le volvieran a pintar el listón para cubrir el nombre de Eugenia, pero aunque oculta, Eugenia siempre se quedó allí. Los recuerdos no son cosas que se puedan tapar con un poco de tinta.

El vino seductor

Destapó la botella y le dijo que el vino era ideal para acompañar con carnes blancas, frutos del mar y por supuesto, para acompañar con ella. El piropo dibujó una leve sonrisa. Él sirvió el sauvignon blanc en la copa, observó el color detrás del cristal, sintió el aroma y luego llevó el líquido a su boca. Notó la tierra, las montañas, el sol bañando la vendimia, la madera y por supuesto, el sabor de sus propias manos. —Yo también hubiese convertido el agua en vino —le dijo a su compañera y volvió a robarle una sonrisa. Don Eleuterio alcanzó absolutamente todos los objetivos que se propuso en su vida, con el único incentivo de poder brindar por ellos. Aquella noche no fue la excepción. Enamorados, chocaron las copas hasta que no les quedaba más nada por brindar, pero el vino era tan bueno que tuvieron que seguir inventando excusas.

Nota del autor:
En el cuerpo de este microrrelato de 150 palabras, encastré tres hiperbreves que fueron seleccionados en el II Certamen Internacional de Literatura Hiperbreve «El Rioja y los Cinco Sentidos», convocado con la colaboración de «Pompas de Papel».
Si bien es noticia vieja, la comento hoy porque recién ayer me llegó el libro. Desde ya, felicitaciones a los ganadores del concurso y a los participantes, y muchísimas gracias al jurado por hacerme parte de la edición de «Sorbo de Letras».
Los dejo con los hiperbreves:

Cita.
«Yo también la hubiese convertido en vino.»

Brindis.
No les quedaba más nada por brindar, pero el vino era tan bueno que tuvieron que seguir inventando excusas.

Incentivo.
Don Eleuterio alcanzó absolutamente todos los objetivos que se propuso en su vida, con el único incentivo de poder brindar por ellos.

Unas ranitas naranjas

Las personas estaban disfrutando del parque. Algunos se besaban, otros escuchaban música o leían, otros paseaban a sus mascotas y otros simplemente contemplaban el paisaje cuando de pronto, todos comenzaron a notar que el césped se movía alocadamente, como poseído por un viento que nadie sentía. Luego, desde la tierra brotó una pequeña burbuja naranja que se elevó algunos centímetros hacia el cielo y reventó, liberando así a una ranita naranja que cayó amortiguándose con sus patas en el suelo. Le siguieron miles de burbujas que al explotar, dejaban caer miles de ranitas que deambulaban por todo el parque. Parecían perdidas, sin rumbo fijo, saltando de acá para allá, de allá para acá. Todos quedaron absortos, sorprendidos ante el extraño espectáculo de las burbujas con ranas brotando desde el césped que todavía permanecía húmedo a causa de la reciente llovizna de gotas mágicas que una descuidada hada había dejado caer.