Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de febrero, 2011

Las duras tareas de un robot

Ser un robot mucamo en un hotel de lujo no es cosa sencilla. Acompañar a los huéspedes hasta sus habitaciones e interactuar con ellos, amerita muchísima tolerancia. Es bastante difícil soportar a toda esa gentuza presumida que se creen los dueños del mundo. Pero bueno, poner buena cara y ser simpático todo el tiempo es lo que me tocó. Transportar el equipaje de mano y hacerme cargo del servicio de habitación son otras de mis tareas. Muy pesadas, por cierto. No es que me queje de mis obligaciones, ya que para eso me hicieron, pero que mis tareas hayan sido programadas no significa que no me cueste energía hacer lo que hago. Lo hago, y eso es lo que importa. Me esfuerzo en hacerlo y el esfuerzo amerita una recompensa. Por eso mismo no puedo entender porqué la gente no me deja propina. ¿Acaso un robot no merece ser recompensado?

Abominables creaciones

Los científicos locos solían armar desfigurados monstruos haciendo un collage con distintas partes de personas y, la mayoría de las veces, lo traían a la vida haciendo uso de una fuerte descarga eléctrica. Un rayo de tormenta era el método más utilizado a la hora de hacer latir el corazón y hacer funcionar el cerebro de los pobres y deformados monstruos. Estos científicos locos que trabajaban en pos de la ciencia a mediados del siglo pasado y a los que les precedía una muy mala reputación debido a los destrozos causados por sus creaciones, dejaron de ser la atracción de las turbas violentas armadas con antorchas y horquillas. Esta gran disminución de popularidad no se debió al cese de sus experimentos, sino a una muy cuidada reserva a la hora de realizarlos. Hoy día sus prácticas científicas han mejorado estéticamente pero sus más abominables creaciones, llamadas políticos, continúan causando destrozos.

La lágrima obligada

El murmullo de la gente tratando de hablar en silencio se ha apoderado de la habitación. Son varias las personas que están llorando. Algunas lo hacen con medida reserva, tratando de ocultar la tristeza y otras lloran a moco tendido, con ataques de nervios incluidos. Algunas son sinceras; otras lo disimulan. Él no siente nada pero igualmente se ve en el compromiso de largar unas lágrimas. Piensa en perros vagabundos, en niños hambrientos y panzones, en habitaciones de hospital. Ni siquiera con esas imágenes siente la tristeza suficiente e insiste nuevamente con payasos tristes, cenas navideñas solitarias y amores no correspondidos. Nada. Recuerda entonces que tiene el corazón hambriento como los colibríes en otoño y aun así, las lágrimas son mezquinas. Observa que los recién llegados lagrimean en silencio. Presionado por la competencia hace un tercer intento. Esta vez mira dentro del cajón para inspirarse. El lagrimal apenas logra humedecerse.

Una aureola de humedad sobre el techo

La familia está de vacaciones, la casa ha quedado vacía y no hay nadie que advierta el futuro desastre. La fuerte lluvia que cae desde hace largas horas continúa acumulándose sobre la terraza y ha comenzado a filtrarse dentro de la habitación de la más pequeña. La aureola de humedad se expande sobre el techo, justo sobre la casita de muñecas de la niña y cuando es lo suficientemente grande, suelta la primer gota. Al terminar de llover y con el drenaje de la terraza tapado, el agua de lluvia acumulada continúa escabulléndose por la grieta y cayendo sobre la casita de paredes rosas. Una a una las gotas se desprenden con gran velocidad y van inundando cada una de las piecitas. Adentro, un matrimonio con su bebé golpea desesperado las paredes, puertas y ventanas, esperando a que alguien les abra para dejar salir el agua. Nadie llega a socorrerlos.

Las ladronas aladas

El anciano, jubilado desde hacía varios años, comenzaba su día bien temprano. Después de levantarse y desayunar, guardaba un puñado de trigo en el bolsillo de su gabán y se dirigía al parque para continuar con el adiestramiento de sus fieles palomas. Haciendo uso del sencillo modelo estímulo respuesta, había logrado enseñarles a las dóciles aves todo lo que necesitaban saber: la comida es abundante, si los objetos son valiosos. 15 eran los ejemplares que trabajaban para él y que —a cambio de una buena ración de trigo— le entregaban el botín capturado el día anterior. Fruto de su gran dedicación, aquello que había comenzado como un pasatiempo terminó por convertirse en una jugosa fuente de ingresos. Finalmente, ante la muerte del anciano, su ejército de ladronas aladas conservó durante algún tiempo la vieja costumbre. Por aquella época, el banco de la plaza solía amanecer rodeado de monedas y billetes.

Los lienzos en la noche

El pintor estaba preocupado por su obra. Las musas seguían acompañándolo e inspiración no le falta, pero desde hacía un tiempo sucedía algo sumamente molesto: los lienzos que trabajaba durante el día, eran boicoteados por él mismo durante la noche. Ayer le tocó el turno a un cuadro titulado “Flores en la Pradera”; la representación del paisaje primaveral amaneció oculta bajo una nueva capa de óleo. El cielo azul se transformó en una noche estrellada y las esplendorosas margaritas se apagaron bajo el sol convertido en luna. Al despertarse, observó el trágico resultado. No era una pintura mala, todo lo contrario, pero era algo que no había querido pintar. Aún así, cansado de lidiar con su sonambulismo —trastorno que lo llevaba a atentar contra todas sus obras—, decidió ponerle un punto final al asunto, verle el lado positivo y sacarle un buen provecho. Desde aquel día, trabaja mientras duerme.

La inmensa boca de la ballena

Nuestro bote no iba a resistir las olas durante mucho tiempo. La tormenta nos tomó por sorpresa, el cielo oscureció en cuestión de minutos y el mar reaccionó con violencia. De no ser por la ballena gigante, no estaríamos contando la historia. El cetáceo abrió su inmensa boca, nos tragó por completo y protegiéndonos de la tormenta, fuimos huéspedes en su estómago mientras nos alejaba del peligro. Navegamos durante un día y en el instante en que nuestra salvadora abrió su boca para darnos paso hacia un mar calmo, un arpón gigante entró sobre las costillas de la ballena. El arma se aferró a sus carnes y después de pelear durante horas contra el arponero, nuestra amiga terminó por rendirse. No volvió a abrir su boca. Ahora nos resta esperar a que corten su estómago para poder salir del cuerpo y cumplir con nuestro compromiso. Todos juramos vengar su muerte.

La muerte cotiza en bolsa

Al morir el artista, todo lo relacionado con su vida adquirió un valor mucho mayor al que ya tenía. Como si la muerte cotizara en bolsa, los fanáticos del cantante se hicieron más fanáticos y quienes ignoraban su talento y existencia, hicieron lo posible por esconder ese desconocimiento. Lloraron a lágrima tendida en su velorio, compraron todos sus discos, escucharon su música durante meses, vistieron sus remeras, colocaron posters con su cara en sus habitaciones, leyeron su biografía, se emocionaron con su película. Sin preguntarse por qué misterioso motivo, sin siquiera darse cuenta de su fanatismo precoz, siguieron a la multitud y consumieron desaforados todo lo que el mercado les colocó delante de sus narices. Por supuesto que nadie se quejaba de la fama desmedida del artista ya que la popularidad no solo era lo que él buscaba, sino también lo que se merecía. Tristemente, los laureles cayeron con retrazo.

Fama de valiente

Es una verdadera molestia tener fama de valiente. Solitario, con la única compañía de mi corcel blanco, armado con mi espada y protegido por mi escudo y armadura, vago por los reinos buscando aventuras y desafíos. Y cuando no los encuentro, los desafíos saben cómo hallarme. Mi nombre viaja por los oídos y bocas de los hombres, mujeres, ancianos y niños que relatan mis hazañas; muchas veces, no lo voy a negar, suelen exagerar. Lamentablemente mi estructura física suele decepcionar a los incrédulos y por eso es que frecuentemente me veo en la necesidad de demostrar mis habilidades y valentía. Todos creen que soy un mito y sus estúpidas mentes no pueden imaginarme cazando dragones o combatiendo ejércitos. Por lo tanto, son muchos los que me desafían a muerte y me obligan a mantener mi fama, ya que el día que la pierda, será el triste día de mi muerte.

Platos rotos

Está todo el día mirando televisión, despatarrado en el sofá, tomando cerveza. Desde que sucedió el accidente ya no es el mismo. Sus ojos, aunque abiertos, permanecen perdidos todo el tiempo. Vive deprimido, con las ventanas cerradas y no sale de casa ni para tirar la basura. La casa está hecha un desastre y por si eso fuera poco, nuestra relación va de mal en peor. Ya no me habla y ni siquiera se digna a mirarme cuando lo saludo al llegar. Me ignora. Ayer le pregunté si quería comer algo en especial. Siguió haciendo zapping, saltando de canal en canal sin pestañar. Su indiferencia me hizo perder la cabeza y comencé a revolear la vajilla por toda la cocina; sólo logré empeorar las cosas. Se fue asustado y hoy, después de pasar la noche afuera, regresó en compañía del sacerdote que está intentando librar la casa de mi presencia.