Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de noviembre, 2010

Como perro que tumbó la olla

Pisé un chicle sin darme cuenta . Un extremo quedó pegado al suelo mientras que el otro se adhirió a mi zapatilla. Seguí caminando. Quedaban dos cuadras para llegar al departamento —sólo restaba doblar a la esquina— y estando a unos metros del edificio comenzó a pesarme la pierna derecha. Al mirar hacia abajo veo un pegajoso chicle de frutilla pegado a la suela de mi zapatilla. El chicle había sido estirado, calculo yo, unos 170 metros. Resultaba increíble la tensión ejercida por ese asqueroso pedazo de goma masticado. No tuve mejor idea que hacer palanca con una rama. Al lograr despegarlo, el extremo del chicle, deseoso de volver a su estado original, salió disparado con fuerza hacia su lugar de origen. Lo vi doblar la esquina, sentí un fuerte golpe y luego el estallido de un vidrio. Silbando y con las manos en el bolsillo me metí en el edificio.

Las cinco piernas del Rey

El valiente Rey, hábil en la batalla, fue herido por uno de los soldados enemigos. El hachazo cayó sobre su pierna amputándole unos sesenta centímetros de extremidad. A duras penas logró sobrevivir, rescatado por un grupo de soldados de su ejército que entre flechazos y espadazos fueron alejándolo del campo. Finalmente, tras ganar la batalla regresó a su castillo y aunque dolido por la pérdida, se las ideó para superar la desgracia. A los doctores del reino les ordenó unir lo que quedaba de su fémur con el lomo de un animal, y su fiel perro de caza fue el elegido para completar el espacio faltante entre el suelo y el extremo de su pierna. El sabueso español se unió a su dueño y desde aquel día, cuatro pasos son del perro y un paso es el del Rey. Así avanzan, encabezando la batalla, dirigiendo el ejército a la victoria.

Dusher y los pechos carbonizados

Por fin alguien que lo amaba, lo mimaba y acompañaba sin interesarse por su fortuna, su mansión y sus autos. Ella lo trataba tan bien que incluso algunas veces le llevaba una copa de vino a su despacho antes de acostarse. Aquella noche el cabernet sauvignon tenía un sabor agrio pero no se molestó en emitir ninguna queja. La prioridad era otra. Allí venían aquellos labios que tanto ansiaba.
Los dos corazones explotaron segundos después de que ella lo besara. Pareció ser el beso más placentero de sus vidas y fue lógicamente poético que también haya sido el último.
—Sin dudas los corazones estallaron en llamas —afirmó el Detective Dusher mientras observaba los pechos carbonizados de ambos cuerpos —Seguramente la mujer no tuvo en cuenta la efectividad del veneno, de lo contrario no se hubiese atrevido a besarlo sabiendo que corría el riesgo de entrar en contacto con el líquido.

El plan de la serpiente

El campamento estaba armado desde hacía algunos días atrás. Era la cuarta noche en el bosque y en ningún momento se había percatado del peligro. El hombre estaba siendo observado. Relajado se quedó dormido fuera de la carpa, disfrutando de la tranquilidad que le brindaba el hermoso paisaje. Miraba hacia un costado y una gota de baba chorreaba sobre su mejilla cuando la pequeña serpiente llegó arrastrándose por el césped. Sigilosa, procurando no despertarlo fue metiéndose lentamente dentro de la boca de su nuevo vecino. La fina, alargada y delicada estructura física de aquel ser que goza de tanta fama bíblica, le permitió escabullirse por la garganta, la faringe y el esófago de su víctima sin siquiera molestarlo. No hubo arcadas ni estornudos y después de un laborioso trabajo, la serpiente se instaló en el estómago del hombre y con admirable paciencia se dedicó a esperar. Pronto llegaría la comida.

De frontera a frontera

Vendió su casa y sus pertenencias, compró una carpa, una bolsa de dormir y guardó el dinero en un banco. Despojado armó la mochila y nómada se dispuso a caminar los continentes. Con un gran esfuerzo logró llegar al extremo norte del país, pero al intentar seguir hacia adelante, no lo dejaron avanzar. Decepcionado viajó luego hacia el oeste donde nuevamente se vio imposibilitado a cruzar la frontera. Restaba probar con el este y el sur, pero los límites de estos puntos cardinales estaban completamente rodeados por el mar. Supo entonces que simplemente por pertenecer a un único lugar, el hombre no es libre de viajar a su antojo. El haber nacido en un territorio le imposibilitaba el acceso a otras tierras, otras culturas, otros paisajes. Está condenado a morir en el lugar donde ha sido criado, que aunque vasto en kilómetros cuadrados, no deja de ser una inmensa cárcel.

Las mal llamadas falsificaciones

Benicio es capaz de pintar un original idéntico a un original existente. Reconoce a duras penas que la más insignificante modificación puede convertir un segundo original en una imitación. Contrario a lo que se piensa, él cree que quienes son capaces de lograr una obra idéntica a otra, más que perseguidos deberían ser premiados. El talento puede apreciarse tanto en las pinturas originales como en las mal llamadas falsificaciones, y Benicio está convencido de que crear algo idéntico a lo ya existente, es mucho más complejo que crear algo nuevo. Reconocido por nadie y odiado muchos, Benicio se esconde detrás de sus originales de originales, regalándole a los especialistas una ínfima pincelada de más. Ya son varias las pinturas idénticas que varían en los más mínimos detalles y la confusión es tal, que resulta imposible descifrar cuál de las obras es la primera. Sólo el segundo autor tiene la respuesta.

Un ángel perdido en la noche

De vez en cuando a los ángeles les gusta pasarse de copas, embriagarse y olvidar todo lazo con su existencia celestial. Son esos los momentos en que las noches se tornan peligrosas y las desgracias que en ellas se gestan, nacen en ausencia de aquellos guardianes que cansados de agitar las alas, dan por finalizada la jornada laboral. Mordiendo rosas y bailando tangos, lujurioso se pierde Rafael en los confines escarlata del piringundín. Se empapa de pecados y sale borracho a la calle con sus plumas salpicadas de malbec. En su mejilla perdura la marca de unos labios carnosos que evidencian el buen trato recibido. Deambula perdido cual gallina sin cogote, estrujando fuertemente el cuello de una botella vacía. Sin ser dueño de sus propios pasos se interna en un lóbrego callejón, cayendo sobre una montaña de bolsas de basura, desmayándose junto al cuerpo ya sin vida que debía proteger.

Demanda de tormentas

Cazar tormentas es un arte. Años de práctica son necesarios para dominar un oficio tan riesgoso. Pero Omar siempre fue un apasionado y en su casa pueden verse docenas de frascos de vidrio que albergan todo tipo de fenómenos meteorológicos. Sus mayores orgullos son un tornado que aún se encuentra en plena actividad dentro del recipiente, y una tormenta eléctrica que suele iluminar la casa con sus rayos. Armado con una cámara fotográfica, una filmadora, un frasco de vidrio y un mediomundo gigante, sale en busca de sus presas para atraparlas y luego venderlas. Pero no todos son logros y muchas veces la cámara, la filmadora y el mediomundo, sólo consiguen capturar un día como cualquier otro. Omar regresa decepcionado a su casa, destapa el frasco y vierte el azul del cielo sobre el fregadero de la cocina. Los cielos despejados carecen de sensacionalismo. ¿Quién va a querer comprar uno?

El revelador sabor del vino

Mientras más feliz soy, peor me siento. No entiendo la extraña paradoja hasta darme cuenta de que estoy soñando. Fantaseando, para ser más preciso. Gusto de imaginar utopías en las que tengo éxito con las conquistas. Utopías en las que tengo éxito con Usted, mi querida Griselda. No sé por qué estoy contándole esto. Tal vez para sincerarme. Suelo meterme en este mundo todas las noches antes de acostarme a dormir. Toco la puerta de esta casa como lo hice hace unos minutos atrás y Usted me ofrece este vino blanco que ahora estoy disfrutando. Un exquisito sauvignon blanc. «Aunque con un sabor demasiado perfecto como para ser verdad», pienso, y en ese preciso instante de reflexión, entristezco. Esta situación no es real. Su aroma a jazmín no es real. Nada de lo que estamos viviendo en este momento puede llegar a ser real y aún así, la sigo imaginando.

Las palabras del ajeno – Tercer entrega

Tercer y última entrega de «Las palabras del ajeno».
Leer la primera entrega.
Leer la segunda entrega.

Casi sin quererlo me enteré de un sangriento asesinato, pero a diferencia del párroco, yo no tengo la obligación de guardar silencio. Pude ver cada una de las palabras del asesino que hablaba sobre el confesionario, relatando todo el evento con lujo de detalles, narrando incluso la sensación de volver en sí y observar sus temblorosas manos bañadas en sangre. También dijo que estaba arrepentido, que la sangre era pegajosa y tibia, que prefería morir a tener que volver a la cárcel. El párroco perdona, pero yo no tengo por qué perdonar. Lo lógico hubiese sido ir a la estación de policía más cercana, denunciar el asesinato y señalara al asesino con el dedo. Pero el hombre fue explícito en su petición. Ahora sólo resta esperar a que salga de la iglesia para seguirlo, arrinconarlo en un callejón y concederle el deseo de no volver a estar tras las rejas.