Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de abril, 2011

Sin dejar de escribir

Narrando su biografía, después de cientos de páginas el autor se encuentra escribiendo su presente en primera persona: «…y ahora que estoy bosquejando estas palabras de despedida y llegando al final del libro que ha narrado las historias y reflexiones más trascendentes de mi vida, me invade esta extraña sensación que jamás he vivido. Puedo sentir, en el rincón más oscuro de mi mente, cómo se gesta, crece y se ramifica por todo mi cuerpo el miedo a la muerte. Y aunque el carácter desquiciado de la siguiente declaración me pinte cierto rubor en las mejillas —nunca antes he sido un supersticioso—, debo confesar que me es físicamente imposible alejar mis dedos del teclado. Temo, por más ilógico que suene, que al dejar de escribir mi vida, sobrevenga mi muerte. Sin lugar a dudas sería un buen final para el final de mis historias, pero prefiero seguir viviéndolas, continuar escribiéndolas».

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Nota del autor:
La noticia con la que está relacionado el microrrelato de hoy, tiene como fecha el 7 de abril del año pasado, día en el que comencé a escribir en 20minutos.es. En un momento había pensado en hacer un poco más de ruido y anunciar algunos días antes la llegada de este suceso, pero finalmente preferí tomar por sorpresa a los lectores de 150xdía: contando el microrrelato de hoy, he logrado narrar los 365 microrrelatos a los que me había propuesto llegar.

La ocasión amerita un exceso de palabras.
«Terminé», dije al momento exacto de contar la cantidad de palabras del microrrelato de hoy e instantáneamente fui a la cocina y me preparé un fernet con coca para festejar.

Me sentí, nuevamente, como me sentí con los primeros 365 textos. Incluso mejor porque en esta segunda etapa, el desafío fue más complejo. El público era mayor, muchísimo más exigente, las reglas dificultaban la propuesta —microrrelatos inspirados en una noticia de la actualidad—, y los compromisos eran mayores. Fallar ante tanta gente, fallar en el segundo medio español más leído del mundo, me daba un miedo espantoso. Felizmente salió mejor de lo esperado.

A razón de 1 historia por día, fueron 365 las historias escritas en este blog. Y sin lugar a dudas hay otros centenares de historias si contamos los comentarios microrrelatados que los usuarios más fieles de 150xdía narraron a lo largo del año. Se siente sinceramente bien que la gente lea y aporte tantas cosas a los textos. Mi más sincero agradecimiento a todos ellos, así como también a los lectores inactivos que coronaron este blog con un promedio de 100.000 usuarios únicos mensuales.

Gracias a todos por hacer este proyecto posible: 1 año sin descanso, escribiendo 1 microrrelato por día y cada uno de ellos con 150 palabras, ni una más, ni una menos.

Ahora se viene un merecido descanso y calculo que en un mes regresan las 150 diarias con imagen renovada y varias novedades.

Abrazos para todos.

La segunda extinción

Al morir de viejo el último panda que quedaba sobre el planeta, se logró conseguir, mediante un polémico debate internacional, una aprobación que permitía la clonación de tan bello animal extinto. De esta forma, la especie que había desaparecido, no solo reapareció sino que además aumentó significativamente en número. Finalmente, lo que fue una gran cantidad de ejemplares —exentos de peligro de extinción y bajo protección internacional— no tardó en convertirse en un exceso. La anomalía en el proceso reproductivo de la especie, producto de una modificación genética llevada a cabo para aumentar la población en el menor tiempo posible, tuvo sus obvias consecuencias. El oso panda terminó por convertirse en una gran epidemia y por supuesto, para mantener el equilibrio del ecosistema, se necesitaron medidas drásticas: la caza furtiva hizo lo que mejor sabe hacer. No pasó mucho tiempo hasta la solicitación de una segunda aprobación para la clonación.

El encargue de la cigüeña

Tocaron timbre y la futura madre corrió ansiosa hacia la entrada para abrir la puerta.
—Hola, traigo un encargue su familia. ¿Me firma estos papeles por favor? —consultó la cigüeña.
Mirta asintió, firmó la entrega y recibió un pequeño paquete envuelto en tela blanca.
—¡Juan José! ¡Juan José! ¡Llegó nuestro hijo! —gritó Mirta a su marido y juntos, entusiasmados como pocas veces lo habían estado, desenvolvieron la tela y abrieron la cajita donde viajaba su bebé.
—Es hermoso, ¿no? —preguntó Mirta no tan convencida. —Creo que tiene tus ojos —dijo dudando mientras miraba a su marido, quien trataba de encontrar alguna similitud.
—¿No es verdoso? —preguntó Juan José mientras especulaba sobre una equivocación de la cigüeña, pero el posible origen extraterrestre del niño poco importó cuando el pequeño, recién llegado a casa, emitió sus primeras palabras.
—Mamá, papá —dijo en perfecto castellano, y a sus padres no les quedaron dudas.

El hombre en la botella

Caminaba por la playa cuando encontró una botella semienterrada en la arena. Tantas cosas buenas vienen dentro de una botella que se decidió a desenterrarla. Ni bien sacó el corcho, sintió que alguien gritaba desde adentro de la botella. Al limpiar la arena adherida al vidrio, se encontró con un pequeño hombrecito que pedía a los gritos ser rescatado mientras golpeaba su cárcel de vidrio. Su cuerpecito era un poco más grande que el orificio de salida, así que mientras sacaba su mano por el agujero, él lo sostuvo con sus dedos y tiró hacia fuera hasta liberarlo.
—Muchas gracias buen hombre. Déjeme recompensarlo. ¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó el hombrecito.
—Quiero ser millonario —deseo entusiasmado el buen hombre.
—Discúlpeme Señor, pero como está el país, tal cosa me resulta imposible. Para mí que usted leyó muchos cuentos de hadas —justificó el hombrecito y se retiró caminando, dándole la espalda.

La verdadera identidad de mi esposa

Mi esposa llegó a casa agitada, llena de moretones y con la nariz sangrando. Yo le pregunté qué le pasó y ella me contestó que me amaba, que no me enojara, que era espía y que acababa de cumplir su objetivo. Me aseguró que ahora conocían su identidad, que había logrado escapar y que no iban a tardar en encontrarla. No le creía, principalmente cuando dijo que había saltado de un auto en movimiento y se había internado en el bosque para ocultarse de sus secuestradores. Mientras me seguía contando, como ya les expliqué mil veces, unas granadas de humo rompieron los ventanales de casa y entraron ustedes pateando la puerta y apuntándonos a la cabeza. Después me encapucharon, me secuestraron y me arrastraron hasta este salón para preguntarme mil veces la misma cosa. Ya les dije que yo no conozco a mi esposa. Ya ni siquiera sé quién es.

Las leyes de la física

Tenía una obsesión con los objetos viejos. Por más que reflexionara y comprendiera la innecesidad de conservarlos y atesorarlos en el ático, no podía desprenderse de ellos. Durante toda su vida guardó trastos, cachivaches, chirimbolos, cascajos y todo tipo de porquerías rotas, inútiles e inservibles hasta que cierto día —culpa de las molestas leyes de la física— se quedó sin espacio. Subió al ático para guardar un armatoste inservible y se vio casi obligado a seleccionar algunos objetos para deshacerse de ellos. Mientras buscaba entre los más rotosos, se encontró con un baúl cúbico de madera que ni siquiera recordaba haberlo tenido. Las caras del baúl medían cerca de un metro por un metro pero al abrir la tapa, el contenido parecía infinitamente más amplio y extrañamente profundo. Al instante se le vino a la cabeza su tatarabuelo que, de joven, ejercía de mago. Nunca más tuvo problemas de espacio.