Por Luis Azorín Vera
Para ir a trabajar, cojo todos los días el tren de cercanías desde un barrio periférico de trabajadores de Madrid. Casi siempre va lleno y no es fácil entrar, aunque peor es en las siguientes estaciones, en las que algunas personas deben quedarse esperando al siguiente tren.
Allí son frecuentes las peleas, que incluso a veces acaban en insultos, entre los de dentro y los de fuera. En cambio, en esos momentos, es muy raro que a alguna persona se le ocurra señalar a los responsables de esta situación, a quienes gestionan un sistema de transportes insuficiente que ha ido empeorando en los últimos años por los sucesivos recortes.
Apostaría, que entre todas las personas que a diario nos encontramos en esa situación, una parte mínima, al menos, coge su móvil y pone una queja en la web de Cercanías o del Consorcio de Transportes.
Me interesa esta situación porque la vivo casi todos los días, pero también porque es un reflejo de la sociedad en la que vivimos y de la forma que tenemos de afrontar muchos otros problemas. Y es que al final, las peleas de pobres sólo sirven para perpetuar situaciones de injusticia.