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Facebook, ¿qué más quieres que te cuente?

Espero, no sin miedo, a que llegue ese día en el que una de nuestras queridas redes sociales nos interpele de forma espontáneo-premeditada con un correo electrónico o incluso con un pop-up mientras navegamos. «Estoy convencido/a de que te has tomado un café con churros, como sueles hacer los domingos, ¿quieres subir AHORA la foto de tu desayuno?». Llegará. Veréis.

Ya se sabe. Uno le da la mano a alguien y enseguida el brazo se convierte en el siguiente elemento codiciado. Sobre todo si están en juego una comunidad de usuarios y un monto de dinero sustancioso. La pelea por retener perfiles es evidente; aunque también es normal. Y nosotros nos dejamos querer, o bien, huimos horrorizados hacia otro entorno si es que nos vemos acorralados o no creemos manejar lo que puede ocurrir con nuestro contenido.

¿Qué me pasa? Que Facebook me ha hablado hoy. Y no sé qué más contarle, vaya. La famosa caja en la que escribimos nuestro «estado» ha empezado a alternar diferentes preguntas (mirad, mirad) más allá del ‘qué haces’ o ‘qué piensas’ y claro, el efecto bloqueo ha sido inmediato. ¿Que cómo me siento? No me tires de la lengua. La agresividad sube medio punto. Imaginemos un repertorio mayor de cuestiones concretas: «Veo que tienes una relación complicada, ¿y eso?». Ay.

 

 

Exagero, aunque con una risa nerviosa de fondo. Como las diferencias entre ricos y pobres, el abismo entre los expuestos y los escondidos crecerá. Unos acabarán midiendo sus palabras hasta en las cartas a Papá Noel (ver política de privacidad); otros explotarán la vía Ed Harris, con seguimientos transmedia de sus 24 horas de vida. No me extraña que la hermana de Mark Zuckerberg se líe. No es fácil optar por el camino medio.

Resulta que colgó una foto en Facebook con su familia que, en principio, solo podían ver sus amigos. Pero etiquetó a su hermana y entonces la instantánea era también visible para los amigos de esta. ¿Qué pasó? Que alguien la tuiteó. Y Randi, la hermana de Mark, se enfadó un poco, aunque luego reconoció que la culpa había sido suya, no sin dejar de mencionar la «decencia y humana» (¿?) (aquí la secuencia completa). En casa del herrero…

 

 
No son Randi ni su hermano, el jefe, de los que hacen marketing con sus cosas. Por estos lares españoles tampoco se da esto en las altísimas instancias. O no como lo hacen Barack Obama y su equipo, con una estrategia global enfocada a enseñar del día a día presidencial, con tuits, vídeos, fotos y demás, como si de la estética se dedujera un fondo kilométrico. Se trata de enseñar sin contar mucho, de empatizar y de demostrar que uno está ahí. Y que mola.

 

 

En Pinterest o en YouTube, tanto da. Desde luego, saben cómo controlar ese aspecto y lo hacen muy bien. Decía que aquí vamos por detrás, pero me parece a mi que cualquier intento por asemejarnos a la inmaculada propaganda estadounidense va a interpretarse mal. La casa real intenta seguir esa línea y estrena canal de vídeo, web y «preguntas frecuentes». Nos parece poco, porque hay demasiadas cosas que queremos saber y que no encontramos en ninguno de esos sitios (¿en la entrevista? nah). ¿El making of del mensaje de Navidad? Eso ya es un poco más Obama.

(Aprovecho para sugerir que las fotos y vídeos que difundan casa real, Moncloa y similares instituciones tengan una licencia de dominio público o creative commons. Por comentar).

No nos atrevemos demasiado, no acabamos de verle la gracia a colgar una imagen distendida con nuestra familia sin pixelar las caras de nuestros hijos, como hizo ayer mismo el presidente del Gobierno.

 

 

Mariano Rajoy no es muy dado a exhibir su lado personal, sorpresas aparte. Salvo algunas fotos de reuniones o cumbres o visitas a tropas, por ejemplo, cualquier cosa que comparte Moncloa en redes sociales tiene un carácter muy serio, siempre de trabajo. ¿Habría que cambiar eso? ¿Nos reiríamos si de repente Presidencia difundiera una imagen de estas características? (Es de Pete Souza)

 

 
Voy terminando. Creo que hay gente que acaba confundiendo el hecho de mostrar sin enseñar con ‘les doy algo para que estén contentos y así no me dan la brasa’. Que supongo que justifica buena parte de los excesos en redes sociales de algunas caras conocidas. O igual se trata de una simple ingenuidad, fruto de una confianza ciega en el feedback bueno.

Hace no mucho, el futbolista Gerard Piqué compartió en Twitter una imagen de la ecografía de su bebé, el que va a tener con Shakira. Mi opinión personal es que eso es como enseñar unos análisis de sangre o algo que sepamos calificar sin ninguna duda con la palabra «privado». No soy especialmente remilgada con este tema, pero sí creo que la prudencia es importante. El tema de los padres que monitorizan las existencias de sus hijos en las redes sociales da para una tesis que no pienso escribir, aunque ya hay gente posicionada, muy en contra, al respecto.

Antes era patrimonio de famosos o de padres de estrellas infantiles exponer al vástago al escrutinio social masivo, aunque luego terminaban quejándose igual por el interés suscitado; ahora ya puede hacerlo cualquiera. Internet y las redes sociales son una magnífica herramienta para comunicarnos, aunque yo no le enseñaría una ecografía de mi futuro hijo a la señora del estanco. Pero hay quien sí. Las elecciones son siempre personales.

Como la de compartir con todo el universo las circunstancias de tu cena de Nochebuena, en general -ojo, Nochevieja está cerca-, o las de tu cuñado, en particular. Aunque esto va a ser una necesidad psicológica, me temo. O si no, ¿qué hacíais todos enganchados al móvil?