La historia de un embarazo o cómo la espera de un bebé pone a prueba una relación de pareja

Archivo de febrero, 2008

¿Dónde pondremos el moisés?

Imaginaos Q. y yo en el sofá de casa mirándonos a los ojos como dos bobos asumiendo, entre risitas tontas, que seremos padres. Un embarazo deseado siempre es una buena noticia y me imagino que esta escena es la misma que habrán protagonizado centenares de parejas. La mía es especial para nosotros, y para nadie más.

¿Por qué cuándo vives un momento así el tiempo (y los teléfonos) no se paran aunque solo sea por respeto, para conseguir alargar un pelín más ese instante lleno de ilusión e inconsciencia?

Ya intuyes (porque te lo han dicho, porque lo has visto, porque ya tenemos una edad y no somos ilusos del todo) que tener un hijo es un gran responsabilidad. Pero hay un momento clave, al principio de la carrera, que te quieres recrear pensando solo en la parte buena de la experiencia.

Pues bien, estábamos en este estado de irrealidad cuando sonó el teléfono. Era mi madre. Ahora ya no llama para saber cómo estamos. Su principal motivación es saber cómo está su futuro nieto y la madre de éste (con qué facilidad pasamos a un segundo plano, ¿no?). Y así, como si nada, va y me suelta:

-Por cierto ¿habéis pensado dónde pondréis el moisés? Piensa que los primeres meses el niño tiene que dormir con vosotros y, claro, la habitación es tan estrecha… bla, bla, bla.

Miro a Q. Sigue con la misma risita tonta. No le fastidiaré el momento. Ya nos preocuparemos del moisés cuándo se separen los mares; ya tendré tiempo de escribirle una carta al arquitecto para agradecerle que diseñara una habitación únicamente para dos.

Vivir con un padre que no es el tuyo

Todas las mujeres de mi edad que son madres me dicen: verás cómo te cambia la vida cuando tengas hijos. Y yo les respondo: me lo imagino. (Pero la verdad, viendo cómo me miran estoy convencida de que creen que no puedo ni imaginármelo).

Yo no digo nada. Me limito a escucharlas -hay más mujeres que hombres que me explican sus intimidades- confiando en que cuando me llegue el momento habré aprendido algo de estas conversaciones.

Los comentarios más comunes son:

-El más obvio: no es lo mismo ser dos que ser dos + uno (o dos + dos depende de si vienen mellizos o más)

Olvídate de ir al cine, como mínimo los primeros meses.

-Los padres son distintos a nosotras; el bebé te necesita mucho más a ti y es imposible equilibrar responsabilidades por mucho que lo intentes.

-Vas a descubrir lo que es pasar sueño de verdad.

-El sexo, claro, durmiendo poco, ¿cuándo vas a practicar sexo?

-… pero tener hijos es muy bonito ¡es lo mejor que te puede pasar! (qué suerte, me digo para mis adentros).

Bien, pues, queridos lectores y lectoras, en pocos mesos descubriré qué es eso de ser madre y cómo se vive con un padre al lado que, por primera vez, no es el tuyo. Mi relación de pareja está a punto de transformarse, un proceso de transformación que, como mi cuerpo, también vivirá este blog. Ya os iré contando.

Dos extraños

¿Conocemos realmente a nuestras parejas? Sí, sabes cosas banales de ella: su horario de trabajo, su serie favorita, el postre que más le gusta, sus costumbres… pero en el fondo, en el fondo, ¿quién es él o ella?

Puede que el parloteo sobre las pequeñas cosas se convierta en el único tema de conversación. La rutina, los hábitos, las cosas que hay que hacer, los silencios durante la cena.

Una amiga me cuenta que su pareja se ha convertido en un extraño. Me costó creerlo al principio. Llevan muchos años bajo el mismo techo y yo siempre había pensado que se llevaban bien. Me explica que las cosas pasan sin querer, sin voluntad. Hace tiempo que no hablan de deseos, de sueños, de miedos, de dudas…sólo de falta fruta; hoy llevas tú los niños a la escuela; ¿has bajado la basura?; ha llamado tu madre; la factura del gas se ha disparado. Son frases normales, habituales en la mayoría de casas pero -me dice- está claro que no deberían ser las únicas.

Mientras pienso en ello miro a Q. a los ojos y le pregunto:

Hola. ¿Cómo estás?

-Bien. ¿Y tú?

-También. ¿Eres feliz?

-… No puedo quejarme. ¿A qué viene esa pregunta? Creía que me pedirías si cenamos ya…

No, hoy no tengo hambre. Hoy, la cena puede esperar.

Al traste con el glamour

He seguido con expectación el estudio antropométrico sobre las mujeres españolas que ha realizado el Ministerio de Sanidad con la intención de ofrecer tallas de ropa acordes con el cuerpo de la mayoría de mujeres. Sin duda, aplaudo la idea.

Pero el otro día al leer que básicamente las mujeres se dividen en tres grandes grupos en función de sus medidas -cilindro, diábolo y campana- corrí a mirarme al espejo para encasillarme en un modelo y me sentí peor que si me hubieran dicho en una tienda que no hay pantalones de mi talla.

Un diábolo es una especie de juguete formado por dos conos unidos por el vértice (seguro que habéis visto jóvenes habilidosos por las calles con ese trasto). Un cilindro me suena a pieza mecánica recta y circular, y una campana a la joya que aún toca las horas en los campanarios de algunas iglesias.

Si uno de los objetivos de esta medida es atender la diversidad de formas femeninas, no creo que ponerle nombre de piezas mecánicas a los cuerpos de mujeres haya sido una buena idea por muy científica que sea.

Me pareció que lo más sensato era echar mano de Q. Y le pregunté:

-¿Qué forma crees que tiene mi cuerpo?

No lo sé, pero a mi lo que me pierden son tus curvas…

Y yo pienso: si los preservativos más pequeñitos son de talla Grande para no herir sensibilidades y todas las mujeres quieren marcar cinturita, ¿qué os parecería que los modelos se dividieran en mujeres con Curvas (cilindro), Supercurvas (diábolo), y Curvas XXL (campana)?

Maquillarse al volante

La noticia que una ciudad del norte de México multará a quienes se maquillen o se afeiten mientras conduzcan con el objetivo de reducir el número de accidentes ha despertado más de una risita en nuestro país. Y, la verdad, no sé porqué.

Supongo que muchos creen que viven en un lugar tan civilizado que esas cosas sólo pueden pasar en México. Nuestras carreteras están llenas de escenas peligrosísimas que protagonizamos con una alegría infantil espeluznante.

Q se pasa dos horas al día al voltante y me cuenta que ha visto de todo. Un ejemplo. En plena retención a las 7.50 de la mañana coincidió con un conductor en el carril de al lado cortándose los pelos de la nariz con una tijeritas. ¡Suerte que el de atrás frenó a tiempo! No quiero ni imaginarme lo que habría podido pasar.

Otro ejemplo. Desde que el manos libres se ha puesto de moda es habitual encontrarse a personas gesticulando y gritando solas dentro de sus vehículos. Discuten acaloradamente con un interlocutor invisible. ¡Vaya estampa de medio locos o locos del todo!

Ayer me picó la curiosidad. Mientras Q conducía, y en plena carretera de curvas, intenté ponerme rimmel. No os explico el resultado. La prueba de la Epilady la dejo para otro día. O pensándolo mejor, quizás no lo intento.

Levantémonos más tarde

El domingo es el mejor día de la semana, y sería aún mejor si no fuese el preámbulo del lunes. Su posición lo estropea todo. La mayoría de mortales vivimos con la sensación que el tiempo libre escasea y reservamos para el fin de semana lo mejor de nosotros mismos.

Pero tengo la impresión que fracasamos, que no siempre estamos seguros de haber invertido el tiempo en hacer lo que más nos place. Miradme a mí, es domingo por la tarde y aquí estoy escribiendo este post. ¿Cuántas cosas podría haber hecho hoy, primer domingo de febrero del 2008, que, quizás, no haré jamás? No tengo ni idea.

Busco en un libro de Jaime Gil de Biedma un poema medio olvidado. Su título, “Canción de aniversario”. Trata sobre una pareja que hace seis años que están juntos. Os transcribo un fragmento:

(…)

Y luego levantémonos más tarde,

como domingo. Que la mañana plena

se nos vaya en hacer otra vez el amor,

pero mejor: de otra manera

que la noche no puede imaginarse,

mientras el cuarto se nos puebla

de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,

y de historia serena.

¡Feliz semana!