Todo el mundo me dice que he engordado poco. Según cómo se mire, el comentario puede entenderse como un piropo. Pero lo bueno del caso es cuando una mujer-madre-pero-ahora-no-embarazada le suelta a otra embarazada una frase del estilo:
-¡Qué poco te has engordado! ¿Y de cuánto me has dicho que estás? Yo estaba de siete meses y ya me había engordado veinte kilos y bla, bla, bla…
En ese justo momento sabes que la frase no era un elogio sino una acusación.
Te miran y te hacen sentir como si fueras una mala mujer, y estuvieras todo el embarazo a dieta preocupada únicamente por tu línea sin pensar ni por un momento que tu hijo tiene que crecer y crecer, y para ello tienes que comer y comer.
Yo les respondo:
-Pues será mi naturaleza. No hago nada especial y el bebé tiene el tamaño que le toca. Pero noto que no me creen.
Las mejores aliadas, en este caso, son las mujeres-madres-pero-ahora-no-embarazadas que también engordaron poco. Y te dicen: ¡Qué bien! Te pasa como a mí.
Mi sufridor señor Q. sabe que hablar de kilos siempre es un tema delicado. Conoce de primera mano las manías que compartimos la mayoría de mujeres – y las mías sobradamente. Él lo tiene claro:
-Si estás embarazada y hay una personita ahí dentro es normal que peses más, ¿no? Y si comes como siempre lo normal es que sólo se engorde el niño y tú no, ¿verdad?
Vivir con un hombre tan sensato hace la vida más fácil y los kilos -muchos o pocos- se llevan mejor.