La historia de un embarazo o cómo la espera de un bebé pone a prueba una relación de pareja

Archivo de enero, 2008

El frío no es sexy

¿Por qué hay mujeres que visten con ropa ligera todo el año a pesar de pelarse de frío? Es una pregunta que me planteo cada invierno cuando, escondida bajo mi abrigo y mi bufanda, veo pasar el mundo.

Pienso en ello en un bar mientras caliento mis manos con una taza de té humeante y escucho la conversación de una pareja sentada en la mesa de al lado. Ella no para de quejarse que el termostato del local no funciona; que hace mucho frío, mientras él, arremangado, dice que se encuentra fenomenal.

Previsión del tiempo de «20 minutos» para el 1 de febrero de 2008

Analizo cómo visten. Ella vaqueros bajos, tanga insinuante, camisa ligera ceñida al cuerpo y ruidosos zapatos de tacón. Él vaqueros, deportivas con calcetines, camiseta color teja y chaqueta de lana.

Doy un sorbo a mi taza. Sin querer ¡huy! me quemo la lengua. Me imagino la pareja en su casa; después en su cama. Él sudando debajo de un plumón comprado en Carrefour. Ella perdida en un pijama polar y diciéndole “No me toques con esas manos frías…”. Con toda certeza, una imagen muy poco sexy.

El invierno es duro para muchas parejas. Suerte que la primavera está a la vuelta de la esquina y el termómetro descompensado entre hombres calurosos y mujeres frioleras hallará su término medio. Mientras tanto, paciencia y ¡más madera!

Como una perra

Mientras me cepillo los dientes escucho por la radio la siguiente noticia: polémica en Londres porque un conductor de autobús prohíbe a una pareja de estética gótica subirse al transporte público ya que el chico llevaba a su compañera atada del cuello con un collar de perro. Por poco me atraganto con el cepillo.

¿Qué interés puede tener la chica en ir por la calle con una correa? ¿Quizás el novio la obliga? ¿Hasta qué punto es reprobable si ella ha decidido libremente pasearse como una perrita faldera por la ciudad?

Busco más información y me encuentro con esto. Resulta que la idea es de la chica, que había propuesto a sus anteriores novios que le pusieran la correa pero que ellos se habían negado. Su compañero actual cuenta que llevarla atada es un símbolo de confianza y que en casa es él el que limpia, cocina y prepara la ropa.

Está claro que mi sentido de la confianza y del amor va por otros derroteros. Y, a pesar de que me cuesta entenderlo, no puedo dejar de pensar en todas las parejas que pasean con ataduras invisibles, tal vez con collares de perlas que embellecen episodios de humillación mucho peores.

La suegra

Mi abuela siempre decía “Quien quiere la flor, quiere la hoja de alrededor”. ¡Y qué razón tenía! La suegra es una figura ridiculizada y maltratada, diana de críticas y chistes malos.

Recuerdo a mi abuela repetir dicha frase como una letanía una tarde de verano de hace muchísimos años. Estábamos en casa de una amiga suya, de visita, y la señora le contaba a mi abuela las malas relaciones que tenía con su nuera. Yo no entendía gran cosa pero escuchaba con atención mientras comía galletas y bebía la Cocacola que en casa no me dejaban ni probar.

Esta semana pensé en esa escena. Lunes. Diez de la noche. A punto de cenar. Suena el teléfono. ¿Por qué suena el teléfono justo en el momento del día en que has cerrado la puerta y te has despedido del mundo exterior? Q descuelga. Es su madre. Escucho media conversación. Básicamente monosílabos del tipo: “sí”, “ya”, “no sé…”.

Me mira y me pregunta en voz alta: “Que si vamos el domingo a comer a casa de mis padres…”. Noto que he de tomar una decisión ¡ya! Y la he de tomar yo.

Pienso rápido. Hoy sólo es lunes, falta mucho para el domingo… Miro a Q y le digo: «¡Y yo qué sé qué haremos el domingo!”. Le responde: “Sí, sí, ahí estaremos”.

Suspiro.

-¡Qué razón tenía mi abuela!

-¿Qué dices?

Nada, pensaba que hace muchos días que no compro flores.

Segunda juventud

Una amiga me dice que hable en mi blog del fenómeno de la segunda juventud. Me dice que sí, que es un tema que interesa. Le digo que vale, pero que yo escribo sobre las relaciones de pareja. Pactamos que le cedo mi pluma. Allá voy. Habla mi amiga:

Tú no lo sabes porque aún no te ha pasado. Es cuando llegas a los 40, has tenido varias parejas pero ninguna ha funcionado como te esperabas. Luego te quedas sola y no sabes si prefieres buscar otra y arriesgarte a fracasar de nuevo, o huir de los compromisos y tener rollos.

Pero claro, eso no es tan fácil. Te sientes con energía para comerte el mundo, pero hay una vocecita que te advierte que estás a un paso del ridículo; que esa vida ya la viviste a los 18, que a los 40 toca otra cosa.

Los amigos de siempre, no sabes porqué, parece que han salido más airosos que tú en ese terreno. Tienen familia, hijos y sus preocupaciones van por otros derroteros. Es domingo por la mañana, tienes una resaca impresionante, y todo el día libre por delante.

(Espero haber cumplido con el deseo de mi amiga. Personalmente, no creo en segundas ni en terceras juventudes. Todos somos buscadores natos. La zanahoria siempre va por delante. Y si nos hemos comido la primera continuamos corriendo para alcanzar la segunda).

Placer cotidiano

Las tres y media de la tarde. Llego a casa hambrienta, cansada. Con el deseo de abandonar bolso y chaqueta; de abandonarme en el sofá y cerrar los ojos. Abro la puerta. Hay alguien en casa.

Entro en el comedor. Mesa preparada, cubiertos para dos y un aroma de comida de verdad se escapa por debajo de la puerta de la cocina y corre a recibirme. Entro con cuidado. Me regalan una amplia sonrisa:

-¡Hola! Hoy ya no vuelvo al trabajo y, ya ves, me he liado en la cocina. Quería sorprenderte ¿Lo he conseguido?

Hay días que empiezan mal pero que pueden mejorar. Toca no pensar en nada. Sentarse a la mesa y… dejarse querer.

Me llamo ESP

Para mi ayuntamiento yo soy ESP. Así, con esas tres iniciales, es como consto en los impresos de los impuestos municipales que pago religiosamente cada año. Descubrí mi apodo por casualidad. Fui a la oficina de recaudación para liquidar la tasa de basuras con tan mala fortuna que me había dejado olvidado el aviso oficial en casa.

La chica que me atiende me dice que no pasa nada, que con el nombre y el DNI es suficiente. Me identifico pero en el ordenador no aparezco. Me pide ni dirección, y lo mismo. Sin rastro. Con sarcasmo le digo a la funcionaria: “si no consto, quiere decir que no tengo casa y, por lo tanto, tampoco no tengo ninguna obligación de pagar, ¿no?”.

La funcionaria me mira y me dice, como habiendo descubierto de un sopetón el enigma: “Ya sé lo que ha pasado. ¿Estás casada? ¿Vives con alguien? Dime su nombre”. Se lo suelto y, como por arte de magia, me canta la cantidad exacta de euros que debo. ¿Cómo puede ser que nos tengan tan controlados para algunas cosas y tan poco para otras?. No hay respuesta.

La chica me cuenta que podría haber sido peor, «en lugar de ESP podías aparecer como OTROS”. (Suerte que no aparezco como LA OTRA, pienso para mis adentros).

¿Qué es mejor, ser ESP o ser OTROS? Ninguno de los dos nombres me complace. Yo me llamo Anna, como el protagonista de la famosa sitcom que proclama “Me llamo Earl”. Camino recordando la serie. Earl decide limpiar su karma e intentar subsanar todos los errores que cometió en el pasado, y lo hace mostrando una visión irónica y divertida sobre la vida y sus convencionalismos. ¡Como anillo al dedo!

Solteras y casadas

Una conversación real entre dos amigas de la infancia a la raya de los cuarenta con estados civiles distintos.

Ser soltera está de puta madre. Hago lo que quiero, me acuesto cuando sale el sol, no paro. Ahora sí que me divierto, no como cuando estaba con Alfredo, que sólo ibamos a cenar, al cine y a echar un polvo de compromiso los fines de semana.

-Me alegro mucho que estés tan bién, de verdad.

-¿Y a ti? ¿Cómo te va? Hacía mucho que no nos veíamos…

Muy bien. Como siempre. Sin cambios. Con Felipe y los dos niños, uno de 7 y el otro a punto de hacer 2 años. Poco cine, pocas cenas… pero contenta.

-Pues yo me enrollé este fin de semana con uno de 18. Qué fuerte. ¡Pensaba que esto no me pasaría en la vida!

-¡Caramba, eres una «asalta cunas»! Aprovecha ahora que puedes.

¡Eh! Que yo lo hago por las circunstancias. No lo hago porqué quiero sino porqué no tengo pareja. ¿Qué prefieres, que me ponga el hábito y me quede en casa?

-No, no… si me parece estupendo que te diviertas tanto.

-Te llamo un día.

-De acuerdo.

Besos y adiós.

¡Sepárense ya!

Muchas parejas deciden separarse un día cualquiera, tan bueno o tan malo como el que decidieron lo contrario. Eso le ha pasado a una pareja muy amiga mía. Sólo bastaba mirarles andar para ver que estaban hechos uno para el otro. Las curvas de sus cuerpos se habían amoldado como las piezas de un puzzle. Estaban tan acostumbrados a caminar juntos que se agarraban de las manos y se soltaban con una armonía sorprendente.

Una separación no es un drama por el simple hecho de que dos personas decidan tomar caminos distintos. Lo es por el dolor que conlleva. Frustración, rencor, pesadumbre por pensar en los errores cometidos. Como dirían los psicólogos, también es una gran oportunidad de recomenzar, de renacer y de emprender nuevos retos.

Lamento la separación de mis amigos, pero lo prefiero a las centenares de parejas que hace tiempo que están separadas y aún no lo saben, a las que no se atreven a tomar la iniciativa. Sin duda, requiere demasiada energía poner patas arriba tu vida.

Una amiga me explica con vergüenza ajena lo mal que lo pasó hace un par de días cuando fue de visita a casa de unos conocidos. A la pregunta de cortesía: «¿Qué tal? ¿Cómo estáis?» La mujer le responde: “Ya ves. Ese hombre que hay ahí no es el hombre con quien me casé. Ya no le quiero. No me gusta para nada”.

Mi amiga se miró al hombre en cuestión, que sentado en un sillón leyendo un libro le dedicó una leve sonrisa y ni se inmutó. Volvió a clavar los ojos en la página y los segundos continuaron pasando.

Tiempo precioso para malgastarlo.

¿Tener hijos? ¿Para quién?

He empezado el 2008 atragantada con las uvas de las doce campanadas. Todo iba viento en popa. Una cena espléndida, compañía inmejorable. Y justo en el momento que nacía el nuevo año, mi pareja, Q, me abraza de sopetón, me zarandea y me suelta:

-Quiero tener un hijo. ¡Seamos padres!

Jamás me había reclamado con tanta claridad su deseo de procrear, de tener una familia. Creía que le encantaba tener tiempo para entrenar tres días a la semana, para dedicarse al trabajo, para mirar sus pelis preferidas, para invertir en lo que más le place. Vaya, lo mismo que hago yo.

Estaba convencida de que disfrutaba viviendo sin ataduras horarias, sin problemas de plazas escolares y alejado de debates del estilo teta o biberón, abuela/abuelo o canguro, medicina convencional o homeopática, natación o ballet.

Me coge mis manos entre las suyas y antes de que continúe le pregunto:

-¿Para qué quieres un hijo?

-Para llevarle al parque, para hacerle fotos, para enseñarle a nadar, para dejar en este mundo alguna cosa de mí… Y tú ¿no quieres tener un hijo, un hijo nuestro?

-…Sí. Pero si tú quieres llevarle al parque y todo eso ¿me quieres decir quién le dará la comida, le limpiará el culito, se levantará por la noche cuando no pueda dormir, irá a urgencias cuando berree desconsoladamente sin saber porqué y le cuidará si los dos trabajamos de 8 a 8?

-¿…mi madre?

-Si tú crees que ha de ser ella ¿por qué no la llamas y le preguntas qué planes tiene para el 2008?