Un cuento corriente Un cuento corriente

Se llama a la Economía (más aún en estos tiempos de crisis) la "ciencia lúgubre". Aquí trato de mostrar que además es una de nuestras mejores herramientas para lograr un mundo mejor

Las polémicas de Piketty y Rogoff & Reinhart y cómo la red ha ‘democratizado’ los debates

Cualquiera que haya estado pendiente de la actualidad económica durante este último año ha oído hablar de Thomas Piketty, economista francés autor del fenómeno editorial y académico del año (El Capital en el Siglo XXI). La tesis de esta investigación, que ha vendido casi 100.000 ejemplares en EE UU y más de 50.000 en Francia (aún no se ha traducido al español) es que la riqueza se está concentrando a lo largo del mundo cada vez en menos manos debido a que la tasa de retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento.

Resumidamente y a lo bruto: La búsqueda constante de un máximo rendimiento por parte del capital (dividendos, intereses, beneficios, rentas…) supera la media de crecimiento de la economía, lo que a la larga produce una concentración progresiva de la riqueza. El autor concluye así que esta anomalía del capitalismo solo puede ser contrarrestada por medio de una acción decidida de los gobiernos. Por ello, propone una tasa para las transacciones financieras del 2% e impuestos de la renta mucho más progresivos, que alcancen incluso el 80% para las rentas más altas. Si sabes inglés, este vídeo es un resumen muy interesante:

El libro, procediendo de un investigador tan respetado y alumbrando sobre una cuestión tan ideológica (la desigualdad inherente al sistema capitalista) ha despertado admiración y odios a partes iguales. Y como ataca dogmas del actual paradigma académico, ha provocado que muchos economistas de prestigio se hayan lanzado a responder.

En este contexto llegó la bomba. El pasado mes de mayo, The Financial Times publicaba un duro artículo de su editor Chris Giles en el que se rebatían las metodologías y las conclusiones de Le Capital au XXIe Siècle. Lo explica mucho más detalladamente Pablo R. Suanzes en su blog: «Con todo sumado, las conclusiones de Piketty, y valga la redundancia, no se sostienen: No hay una tendencia creciente obvia. La conclusión [del libro] no parece estar sustentada por sus propias fuentes». Todo un mazazo para un fenómeno editorial e investigador como el francés.

La polémica, a la que se han sumado todo tipo de especialistas, periodistas, académicos y curiosos en general (una muestra en esta estupenda recopilación de Bruegel) recuerda mucho a la vivida el pasado año en relación al célebre libro de Rogoff y Reinhart, autores de This time is different, el libro que concluía que el crecimiento económico de los países se veía comprometido con niveles de deuda pública a partir del 90% del PIB. Entonces, se montó una polémica similar porque otros investigadores les acusaron de haber utilizado una metodología incorrecta y de haber seleccionado solo aquellos datos que favorecían su teoría. Lo cierto es que el manual parece haber dejado de ser una obra de referencia para la troika desde entonces.

¿Por qué cuento todo esto? Porque los que nos interesamos por la economía y el debate económico estamos de enhorabuena. La generalización de las redes sociales y la democratización del conocimiento están posibilitando apasionantes debates en vivo y en directo como los que han girado en torno a Piketty, Rogoff y Reinhart. Las profundas discusiones que antes solo ocurrían dentro de las universidades y las academias ahora están abiertas a todos. No es, obviamente —y tal y como me recuerda el tuitero Kamal Romero— comparable a un debate académico al uso y formal, ya que este está revestido de unos protocolos y unos procedimientos estandarizados que a los no iniciados les resulta por completo excluyentes, pero desde luego que es una manera de enriquecer el debate de ideas.

Cualquiera puede replicar un estudio y colgar sus resultados, poniendo a prueba los dogmas y exponiéndose a la crítica también. Los blogs y los medios digitales están (estamos) yendo de la mano en la difusión del conocimiento científico y económico (no exentos de errores, sensacionalismos u otros errores, por supuesto) lo que siempre redundará en una mejor información de la ciudadanía. Muchas veces he apostado por un fomento de la educación financiera en España. Pues bien, al margen de lo que puedan aportar las administraciones, en la red ya hay una inmensa fuente de conocimiento y debate. Que dure…

1 comentario

  1. «Ando leyendo, con los años justos de retraso, El fin del trabajo de Jeremy Rifkin. El título y su subtítulo original (El declive de la fuerza de trabajo global y el amanecer de la era posmercado) son 100% descriptivos y no encierran ninguna metáfora, así que me voy a ahorrar la sinopsis. Sí explicaré que el libro fue editado por primera vez en 1995 y que su vigencia a marzo de 2014 es total y absoluta. Y eso que en la década de los noventa el entusiasmo frente a las nuevas tecnologías era ya un dogma de fe del que muy pocos abjuraban. Y eso que por aquel entonces nada hacía presagiar la crisis financiera que apenas una docena de años más tarde iba a exterminar la clase media. Y eso que durante aquellos años la gente aún redactaba ¡e incluso diseñaba! su currículo con la esperanza de que sirviera para algo más que alimentar el fragor de las trituradoras de papel.

    La tesis del libro de Rifkin es sencilla: el trabajo tal y como lo conocían las generaciones precedentes ha muerto. Para no resucitar, por supuesto. Milagros a Roma. Y lo que es aún peor: sin que haya aparecido ninguna alternativa válida en el horizonte. Incluso el pronóstico más aventurado de Rifkin en El fin del trabajo se ha cumplido a rajatabla. La de que el mundo se dividirá en unos pocos años en dos grupos sociales muy diferenciados. Por un lado, una elite escasa que controlará la economía global de la alta tecnología. Línea y seguimos para bingo. Por el otro, una inmensa masa de trabajadores, muchos de ellos educados a conciencia en universidades de prestigio para formar parte de una clase dominante que solo conocerán por TV, condenados al paro y a la economía de subsistencia durante toda su vida. Bingo.

    Al menos en países como Portugal o Grecia saben cómo vivir la pobreza con dignidad porque lo han hecho toda su vida. Hay pobres en Viana do Castelo y Folegandros con los jardines de sus casas más pulcros y mejor cultivados que cualquier parque público de cualquier barrio bien de cualquier ciudad española. En España las nuevas generaciones ni siquiera han tenido esa suerte, la de haber vivido la pobreza, y de ahí esa sensación colectiva de derrota con la que se vive la crisis. Le acabaremos encontrando el qué a la decadencia. ¡Si al menos fuera una decadencia lánguida y trágicamente bella, como la de la aristocracia! Pero no: es abrupta, fiera y deforme como una gráfica financiera.

    Les recomiendo un paseo por cualquier espacio de coworking de las ciudades de Barcelona y Madrid. De esos repletos hasta las trancas de hijos de la vieja clase media. Ociosos a la fuerza. Antiguos trabajadores de la antigua economía reconvertidos en freelance, es decir en parados con título a los que el Gobierno entretiene con la banalidad de turno (¡la recuperación!) y que fingen trabajar a cambio de una pequeña parte de las migajas que caen de las fauces de la economía financiera global. Y ahí entenderán de qué está hablando Rifkin. La tarta ha encogido y la cola de los que esperan para recibir su porción da ya la vuelta a la manzana.

    Rifkin recomienda el reparto del trabajo, la disminución de la jornada de trabajo y las semanas laborales de tres o cuatro días. Ahí no andó muy fino el hombre: estamos en ese punto en el que ni trabajar 40 o 50 horas a la semana te garantiza un sueldo que te permita salir de la pobreza. Imaginen lo que ocurriría si reducimos la jornada a 20 o 30 horas. Tiene gracia este nuevo fenómeno, del que ya habrán leído por ahí: el de los pobres con trabajo y contrato indefinido. Qué raro que ningún coolhunter lo viera venir hace años.

    Tres ejemplos estúpidos (aunque no tanto como el del coolhunting, el paradigma de trabajo inútil-exiguo-cortoplacista-y-esperpéntico propio de los nuevos tiempos).

    El primero: cuelguen, entre un millón de aplicaciones más, una APP de diseño propio en la APP Store de Apple. Sabrán entonces cómo se siente una sardina flotando en medio del océano Pacífico mientras intenta llamar la atención de un satélite de la NASA.

    El segundo: cuelguen su piso en una página web de alquileres turísticos. Sentirán envidia de la sardina.

    El tercero: cuelguen su currículum en una bolsa de trabajo digital cualquiera. La sardina se convertirá en Dios Padre Nuestro Señor.

    Observen que en los tres ejemplos mencionados el éxito de su empresa depende de Internet. No de la calidad del servicio o del producto sino de la habilidad del postulante a la hora de posicionarse de acuerdo a unas reglas digitales incompatibles y contradictorias con respecto a las del mundo real y que conducen de forma natural a la formación fulgurante de monopolios.

    Se lo pongo en plata: no hay un solo billete de veinte euros navegando al pairo en el océano de la economía global que no ande rodeado de miles de personas atizándose hostias como panes con el objetivo de hacerse con él. No es competencia, no es competitividad, no es adaptación, no es agilidad, no es precio, no es pereza, no es falta de iniciativa, no es el signo de los tiempos, no es una nueva economía. Es un cambio de paradigma. Hemos pasado de un mundo productivo a un mundo financiero. Es decir de un mundo en el que se pagaba a cambio del ejercicio de habilidades concretas a un mundo en el que esas habilidades son secundarias cuando no directamente intrascendentes y en el que solo importa la habilidad para mover dinero del punto A al punto B a cambio de una comisión por el viaje. Estamos enseñando a los adolescentes a ganar dinero como si todavía fuera 1973 cuando deberíamos enseñarles a buscarlo. El dinero ya no se gana: se captura.

    Dice Rifkin: “El valor de mercado de la mano de obra disminuye y seguirá haciéndolo. Después de siglos de definir el valor del ser humano en términos estrictamente productivos, la completa sustitución del trabajo humano por máquinas deja a los trabajadores sin autodefinición válida o función social”.

    “Sin función social”. Piensen dos segundos en la frase y átense los machos porque se avecinan curvas».

    por CRISTIAN CAMPOS
    zoomnews.es LA CAOSFERA | 16 DE MARZO DE 2014

    10 junio 2014 | 18:27

Los comentarios están cerrados.