Por J. I. Bravo
No sé si le pasa a alguien más, pero a mí me pasa todos los días que monto en algún tren de Metro de Madrid. Que será muy moderno, muy rápido, que vuela, y todo lo que se diga, pero que es también muy ruidoso; sobre todo en algo que se puede evitar fácilmente como es ese desagradable pitido previo a cerrar las puertas.
A mí me deja los oídos silbando durante un buen rato. No sé donde meterme, busco algún agujero donde esconderme porque es realmente molesto, exagerado e inadecuado, y esto se puede ver en los rostros de algunos viajeros.
¿No puede la compañía del metro copiar el claxon mucho más suave, agradable y armonioso, y no por ello menos audible, de los trenes de cercanías de Renfe en Madrid, o el mucho más suave zumbador del metro de Nueva York?
Nuestro terrible silbido del metro madrileño más bien parece más adecuado para dirigir ovejas y cabras por el campo y las serranías que para avisar a ciudadanos de una gran capital. Pero como es de esperar nadie tomará cartas en el asunto y mañana, todos sordos.