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Feliz año, y que me perdone Herodes

Llevado por mi indignación contra Netanyahu, cometí el error (imperdonable) de comparar al primer ministro israelí con Herodes, el rey de los judíos a quien los cristianos atribuyen la matanza (inventada) de niños inocentes. Fue una comparación precipitada entre realidad y ficción (Dios nos libre de los dioses, pues no existen) y me disculpo por ello. No quiero contribuir a perpetuar las fake news de los cristianos que tanto dolor han causado a los judíos. Para mis amigos judíos, Herodes, aunque sometido por Roma, fue un gran rey. No lo dudo. Fue vilipendiado por San Mateo. Netanyahu, en cambio, es un genocida confirmado como asesino de niños inocentes. Ayer me traicionó el subconsciente. Tengo grabado a fuego un villancico sobre Herodes que mi madre (Isabel Soler, con apellido de origen judío) nos cantaba cada Navidad. Aunque me gustaría, ya que no soy antisemita, no lo puedo borrar de mi memoria de infancia.

Netanyahu, asesino de miles de niños palestinos inocentes.

El villancico de mi madre empieza así:

«A Belén van caminando
huyendo del rey Herodes
y por el camino pasan
hambres, fríos y calores.
Al Niño lo llevan
con mucho cuidado
porque el rey Herodes
quiere degollarlo.»

«… y llevan al niño porque el rey Herodes quiere degollarlo». Pobre Herodes. Los cristianos se han ensañado con él. Herodes aparece en el Evangelio de Mateo (Mateo 2:1-23).

Mateo describe un suceso conocido como la Matanza de los Inocentes que, seguramente, nunca existió. En cambio, a Netanyahu los cristianos le siguen dando armas para matar a niños palestinos inocentes.

Lo dicho:

¡Feliz año nuevo! y que me perdone el buen rey Herodes (y mis amigos judíos) por compararle, sin razón, con Netanyahu, confirmado ya (éste sí) como asesino de niños inocentes en Gaza.

¡Feliz año 2024!

En la Universidad de Harvard (1976-1977) me confundieron con un rabino… por mi pinta, con barba, y por llamarme Soler. Lo cuento en un capítulo de mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» que os recomiendo (aunque quedan pocos) como regalo de Reyes para abuelos, que se lo saben, y para nietos, que no saben lo que fue vivir sin libertad bajo la tiranía del general Franco. La libertad, como el oxígeno, la valoras más cuando te falta.

Pag. 332 de «La prensa libre no fue un regalo»

Pag. 333 de «La prensa libre no fue un regalo»

Pag. 334 de «La prensa libre no fue un regalo»

Pag. 335 de «La prensa libre no fue un regalo»

Portada de mi libro publicado por Marcial Pons

 

Carmen de Burgos, en la Lotería Nacional

¡Qué buena sorpresa! Carmen de Burgos triunfa hoy en el sorteo de la Lotería Nacional. No en el del Gordo de Navidad. Hoy sale en el que corresponde por ser jueves y  por ser ella un personaje relevante de la generación del 98.

Retrato de Colombine, cedido por la Biblioteca Nacional a la Lotería.

Llevo un décimo con su fecha de nacimiento, regalo que nos hizo Roberto Cermeño, presidente de la Agrupación Carmen de Burgos del Ateneo de Madrid, el día de su homenaje por el 155 aniversario de su nacimiento y el 90 de su muerte.

Décimo de Lotería dedicado hoy a Carmen de Burgos con el número de su año de nacimiento.

Aunque no me toque, este décimo es digno de ampliar y enmarcar. O quizás, de tallar en madera, como hice con un sello de mi paisano Nicolás Salmerón, presidente de la I República, en un taco de nogal.

Mi talla del sello de mi paisano Nicolás Salmerón, presidente de la I República.

Naturalmente, el diario La Voz de Almería informa hoy del sorteo de la Lotería Nacional dedicado a a nuestra paisana Carmen de Burgos.

Carmen de Burgos, en la Voz de Almería de hoy.

También llevo algunos décimos del sorteo del Gordo de Navidad con sus números terminados en 78, el año que se votó y aprobó la Constitución más larga y provechosa de la historia de España.

Décimos del sorteo del Gordo terminados en 78

La tradición continúa. Claro que no soy supersticioso porque trae mala suerte.

Acaba de empezar el sorteo del Gordo. Adiós. Cruzo los dedos.

Ángel Viñas, primer premio Albert Camus

Con emoción contenida, asistí ayer a la entrega del primer premio Albert Camus (de la Asociación Arte y Memoria) al historiador Ángel Viñas y a la Asociación de ex presos y represaliados políticos anti franquistas. Me emocionó el acto en el auditorio de la Academia de Cine (pared con pared con la sede del PP), sobre todo, porque estuvo repleto de jóvenes.

Con el historiador Ángel Viñas, tras recoger su premio Albert Camus.

Fui a abrazar a mi amigo Viñas y me topé, de pronto, con el relevo de una nueva generación que proclama los valores de republicanos de libertad y justicia a través del cine y otros formatos digitales. Los cortos premiados por la Asociación Arte y Memoria expresaban «el deber de la memoria» (no olvidar el Holocausto, la resistencia francesa, la guerra civil española, los refugiados y emigrantes, Ucrania, el hambre, la pobreza, los olvidados, el sinsentido de los totalitarismos…). Hubo menciones a Fahrenheit 451 («la temperatura a la que se inflama y arde el papel») en favor del memoria como «un acto de resistencia».

Ángel Viñas recibe el primer premio Albert Camus de la Asociación Arte y Memoria.

Viñas comparte el primer premio Albert Camus con la Asociación de ex presos y represaliados antifranquistas.

Representantes de la Asociación de Ex presos y Represaliados Anti franquistas reciben el premio Albert Camus.

El Festival Internacional de Cine por la Memoria Democrática (FESCIMED) reunió ayer a un buen grupo de jóvenes artistas cinematográficos. Como premio, recibieron la escultura de un taco de árbol, con las anillas de la memoria, coronado por una piedra de los campos de Brunete, donde murieron 30.000 españoles en una batalla inolvidable de dos semanas. Las piedras de la memoria…

Los jóvenes premiados en el FESCIMED. Sentado, en primera fila, con corbata, Fernando Martinez, secretario de Estado de Memoria Democrática. A la izquierda, Ángel Viñas, con su inseparable pajarita.

El profesor Viñas, el historiador que ha descubierto las vergüenzas corruptas del «millonetis» Francisco Franco, hizo un espléndido discurso de gracias. Anunció su próximo libro sobre la República Española y la URSS en tiempos de Stalin y pregonó su tesis, compartida por nuestro gran amigo Gabriel Jackson, de que  «la guerra civil no fue inevitable».

Con Ángel Viñas y Gabriel Jackson, reunidos tras la muerte del dictador.

Ángel Viñas, Gabriel Jackson y un servidor (con barba) tras la muere del dictador.

Viñas nos descubrió la cita real y tremenda de Albert Camus sobre la guerra civil española, publicada en 1945: «Es posible tener razón y ser vencido». Los vencedores no tenían la razón, según Unamuno, solo la fuerza. Y esa fuerza les vino de Hitler y Mussolini… «y de los monárquicos alfonsinos, los falangistas y carlistas, los financiadores del Golpe como Juan March y una parte del Ejército». Ángel Viñas («no hay historia definitiva, no hay historiadores definitivos») nos ofreció también otro de sus hallazgos. La Italia de Mussolini firmó con Sanz Rodríguez contratos de suministro de armas, aviones, etc., para los futuros golpistas, ¡el 1 de julio de 1936! es decir, 18 días antes del golpe de Estado de Franco. Estaba claro que si fracasaba el Golpe, los golpistas tenían prevista la guerra civil con la ayuda infame de Hitler y Mussolini. Gracias a historiadores como Viñas vamos descubriendo la memoria de aquella infamia inolvidable, pese a los medios franquistas que, durante décadas, pretendieron borrar la memoria sin éxito. Uno de los premiados citó al argentino Eduardo Galiano: «Nos mean y los medios dicen llueve».

Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, no descansa en su campaña de divulgación pedagógica de su Ley de Memoria Democrática.

La Ley que Fernando Martínez promovió, desde el ministerio de Félix Bolaños, «pone en el centro a las víctimas». Nos recordó su lema: «Verdad, Justicia y Reparación» para que no vuelva a ocurrir jamás. Según el secretario de Estado, «el deber de la memoria (memoria intergeneracional) es una garantía de no repetición de la barbarie».

Una de las premiadas me impresionó con su breve discurso («mujer joven y libre me siento») y otra cerró su discurso de gracias con un grito, ya clásico: «Honor y gloria a las víctimas de la barbarie».

Seguramente sin querer, y sin citarlo, Willy Meyer, ex eurodiputado con Izquierda Unida, hizo propaganda de mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Me gustó. Dijo que «la libertad nunca ha sido un regalo sino una conquista… y las conquistas no son definitivas».  Gracias, Willy. Te recomiendo mi libro. Buen regalo de Navidad para los amantes de la libertad. No digo más.

 

El miedo habitaba entre nosotros

Hoy publica La Voz de Almería mi tercer artículo de recuerdos de infancia y adolescencia. Esta semana me han ascendido… ¡al domingo!

Mi artículo 3º de la serie «Almería, quién te viera…» publicado hoy el el diario La Voz de Almería

Pero no me hago ilusiones. La lotería de Navidad afectó a la paginación del diario. Por eso salí en domingo. Para quienes no puedan leer la letra pequeña del PDF (como es mi caso), copio y pego el mismo texto en Word (con cuerpo apto para jubilados) y algunas fotos más de mi tío Antonio, de Grimau y de mi madre Julia, en mi blog «Se nos vio el plumero» de 20minutos.es.

Almería, quién te viera… (3)

El miedo habitaba entre nosotros

 J. A. Martínez Soler

Mis dos abuelos murieron antes de que yo naciera. Uno murió alcohólico, y el otro, por la gripe del 18, que hizo tantos estragos como el actual coronavirus. Así es que me crie sin abuelos. Tuve, en cambio, la fortuna inusual de tener tres abuelas: la madre de mi padre, la madre de mi madre, y la madre Julia, que amamantó a mi madre con la leche sobrante de su hijo Antonio, el miliciano.

Mis padres, con la madre Julia y mi primo Jesús, en la puerta de mi casa en la calle Juan del Olmo, Almería.

De niño, pasé muchas vacaciones en Nacimiento (Almería). Nunca dormí en casa de mi abuela Isabel, la madre de mi madre. Allí dormían mis primos. Yo dormía en un colchón de farfolla (las hojas secas de la panocha) que la madre Julia, mi tercera abuela, echaba al suelo en el desván de su casa. Aquel desván, que me dio pie a tantas fantasías infantiles, parecía sacado de un museo agrícola medieval.

Tengo recuerdos muy entrañables de mi infancia con la madre Julia y el padre Juan.  Eran la sal de la tierra, lo que antes se conocía como <<bellísimas personas>>. Y no puedo reprimir cierto rencor, una basurilla en mi corazón, contra quienes les torturaron y maltrataron públicamente (pelados al cero, limpiando las calles y las cuadras del pueblo) por haber tenido un hijo rojo, mi tío Antonio.

Julia Franco, mi tercera abuela, madre de mi tío Antonio.

Mi tío <<de leche>>, miembro del Partido Comunista, salió huyendo de España al terminar la guerra y jugó un papel importante en mi vida. Con dieciséis años cumplidos, pude conocerle personalmente en su refugio de Francia. Él fue quien me abrió los ojos a la política, desde otro ángulo, y a una parte relevante de la historia de mi familia. Gracias a él pude recomponer las piezas del puzle familiar a las que no tuve acceso en mi casa.

Mis padres procuraban no hablar de política delante de los niños. Temían que pudiéramos decir por ahí afuera alguna inconveniencia oída en casa. Mi madre solía responder a nuestras preguntas tapándose los labios con su dedo índice, al tiempo que daba su orden de silencio: <<Chisss>>.  En voz baja, añadía, como un latiguillo de miedo, mil veces repetido: <<Las paredes oyen>>. El miedo habitaba entre nosotros.

Si insistíamos en hacer preguntas sobre cuestiones políticas, que ella consideraba comprometidas, recurría a un gesto mucho más claro y expresivo: se pillaba sus labios con los dedos pulgar e índice. Sus dedos hacían de pinza.

Luego decía: <<En boca cerrada no entran moscas>>.

 Mi tío Antonio, el miliciano

 Con 16 años, llegué a la estación de Nimes con la maleta rota. La lluvia que le cayó por las calles de Lyon había deshecho gran parte del cartón. Cuando la bajé del tren no tenía remedio. La mochila, en cambio, aguantó bastante bien todo el viaje por Alemania y Francia.

Mi tío Antonio me recogió y me llevó a su casa en Saint Jean du Pin, departamento de Gard, a unos 40 kilómetros de Nimes. Atravesamos un valle tan verde, tan verde, y con tanta agua, que me impresionó. Sobre todo, por su contraste con el desierto de Almería. Llegamos a su pueblo, de unos 700 habitantes que parecían conocerse de toda la vida.

Mi tío era saludado cariñosamente por los vecinos, y él correspondía a sus saludos. Algunas veces en español. <<Ese es de Gérgal>>, me decía. <<Y aquel también es de Nacimiento, como yo y como tu madre>>. Me pareció que la mayoría de los vecinos habían emigrado en racimos. Unos tiraban de otros.

 Su casa, de dos plantas, tenía un jardín precioso y una pequeña huerta. Garaje para dos plazas: un Mercedes y una furgoneta.

 El tío Antonio me hablaba en un español trufado de palabras francesas o castellanas afrancesadas. << ¿Te gusta la vuatura nueva?>>, me preguntaba presumiendo del Mercedes, su coche recién estrenado.

En un par de días, yo era un miembro más de la familia Torres. En el verano de 1963, mi primo Michel, de 18 años, dos más que yo, me presentó a todos sus amigos y amigas de Saint Jean du Pin. Me chocaba el trato fresco y natural entre chicos y chicas. Se besaban, se tocaban, se acariciaban… <<Se daban el lote de lo lindo>>, diríamos en Almería con envidia.

Antes del amanecer, acompañaba a mi tío y a mi primo a llenar su furgoneta en el mercado central de Alés. Luego íbamos a los mercadillos locales de aquel precioso valle para vender las frutas y hortalizas. Me encantaba practicar mi pobre francés y también escuchar a quienes nos compraban en español.

<<Franco assassin>>

Carteles de «Franco asesino» en las paredes de Francia tras la ejecución de Julián Grimau al entrar en España.

En varios pueblos vi pintadas algo desgastadas de <<Franco, asesino>>. En francés y en español. La primera vez me llevé un gran susto. Miré alrededor por si había policías. En Francia podías pintar en las paredes cosas contra Franco, y besar a las chicas por la calle, sin que te pasara nada malo. En uno de los muros vi un viejo cartel con una foto muy esquemática de alguien que no había visto en mi vida. Y la misma pintada repetida: <<Franco, asesino>>.

Pasamos muchas horas juntos. Tantas que, a los pocos días, me pareció que mi tío hablaba mejor español que cuando llegué. Después de 24 años de exiliado, sin pisar su tierra, le gustaba mucho hablar de Nacimiento y de España. Y de su madre, a cuyo entierro no pudo acudir.

– << ¿Por qué no vuelves, tío?>>, le pregunté un día de sopetón. Iba conduciendo la furgoneta. Me miró un instante. Suficiente para ver un cierto color rojizo en sus ojos y unas lágrimas a punto de saltar. <<No volveré mientras haya Dictadura en España>>, respondió secamente.

Ese fue el principio de mi primera conversación política con un adulto de la familia que hablaba a calzón quitado, sin miedo a ser escuchado por alguien inconveniente. Claro que estábamos en Francia, <<un país democrático>>, me dijo. <<Aquí no encarcelan ni torturan ni fusilan a quienes piensan de forma distinta que el Gobierno de turno>>.

Entonces me contó la historia de Julián Grimau, un miembro de su partido, el Partido Comunista de España, que había sido detenido al entrar en España y fusilado por orden de Franco, apenas hacía tres meses, en abril de ese mismo año. <<Esos carteles que ves en algunas paredes, medio deshechos, llevan la foto de Julián>>. Pronto me señaló uno de ellos.

Julián Grimau, ejecutado por Franco en Madrid, el 20 de abril de 1963, por ser miembro del Partido Comunista.

Protestas por toda Europa pidiendo la libertad de Julián Grimau.