Rescatando a Carmen de Burgos

Anoche rescatamos la memoria de la descomunal figura de Carmen de Burgos en el venerable Ateneo de Madrid. Con tres ilustres colegas (Antonio Sevillano, Asunción Valdés y Mar Abad) y el presidente de la Agrupación Carmen de Burgos (Roberto Cermeño), me tocó defender su vida y su obra, borrada sin éxito por el tirano Francisco Franco. Como Carmen de Burgos, yo también soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano. Fue un acto emocionante.

Participantes en el homenaje de ayer a VCarmen de Burgos en el Ateneo de Madrid

Participantes en el homenaje de ayer a Carmen de Burgos en el Ateneo de Madrid

Copio y pego aquí mi intervención:

Carmen de Burgos, la mujer más odiada o temida por Franco

J. A. Martínez Soler

Buenas tardes. Muchas gracias al Ateneo y a Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, por invitarme a este homenaje a Carmen de Burgos.

Como Carmen de Burgos, yo también soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano.

De joven, descubrí la figura de esta paisana mía por puro azar. Con 21 años, recibí una auténtica beca de Televisión Española para investigar y documentar el programa “España, Siglo XX”, lo que me permitió pasar varios años, como rata de hemeroteca, hurgando en la prensa española, desde el desastre del 98 hasta el golpe de Estado del general Franco.

Mis pre guiones eran firmados por un tal José María Pemán, el poeta de la ominosa Dictadura. Así me convertí en el “negro” de Pemán. Luego supe que José María Pemán, para quien yo había trabajado, era uno de los quemadores de libros del franquismo entre los que destacaban los de Carmen de Burgos. Pemán acusó a los escritores disidentes de ser «envenenadores del alma popular, primero, y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo».

Gracias a TVE me convertí, también, en el único español vivo que ha visto la colección completa de el segundo diario El Sol, el de Ortega y Gasset, página a página. El primer Sol lo fundó Ríos Rosas y el tercero lo fundé yo. Fue uno de mis grandes fracasos. También pude repasar en la hemeroteca varias revistas y diarios del primer tercio del siglo XX como el Heraldo de Madrid, el Diario Universal, El Globo o el Nuevo Mundo.

Y allí se me apareció, por primera vez, con sus “Notas femeninas”, Carmen de Burgos, colando con disimulo sus ideas europeas y modernas en una sociedad atrasada, intolerante, anclada en el pasado. Ella quería “adelantar la civilización en España”, el sueño de Azaña.

En 1903, Augusto Figueroa la fichó como redactora del Universal, la primera periodista en nómina de nuestra historia, y le sugirió que firmara como Colombine su columna diaria “Lecturas para la mujer”. Ahí le perdí la pista, pues, al dejar el programa España siglo XX de Televisión Española, me dediqué, como ella, a fundar revistas y diarios y a recorrer medio mundo como corresponsal de prensa.

El segundo flash de Colombine le recibí cuando, hace 13 años, mis colegas almerienses Miguel Naveros y Federico Utrera (coautor de “La voz silenciada. Memorias de Colombine”) y la escritora Marijé Orbegozo me llevaron un día al Cementerio Civil de Madrid. Fue en octubre de 2009. Asistí allí a un emotivo homenaje, con música de Bach y Casals, con poemas de José Hierro, Pablo Neruda y Miguel Hernández, con flores tricolor y discursos de María Soriano y Concha Núñez, ante la tumba recién restaurada de Carmen de Burgos. Estaba muy cerca del mausoleo de don Nicolás Salmerón, un almeriense como ella que fue presidente de la Primera República y cuyo retrato cuelga de estas paredes venerables del Ateneo como colgará mañana, por fin, el retrato de nuestra Colombine.

Aquella conmemoración íntima del aniversario de la muerte de Carmen de Burgos en 1932 (hace ahora 90 años) despertó definitivamente mi interés por rescatar la memoria, verdaderamente democrática, de mi paisana. Muy pronto, al conocer parte de su obra (La rampa, Puñal de claveles, El arte de ser mujer, etc.) la fui descubriendo como una “figura descomunal y universal”, tal como como la define Concha Núñez, su gran biógrafa. (Por cierto, publicó su “Puñal de Claveles” en 1931, un año antes de que Federico García Lorca publicara su “Bodas de sangre” sobre el mismo crimen de Níjar (Almería). Carmen había crecido en Rodalquilar, muy cerca del lugar del trágico suceso y Federico había vivido en Almería donde conoció los hechos que relató la prensa).

Desde que empecé a conocer su obra, pregono, sin mucho éxito, las excelencias de Carmen de Burgos (Colombine): primera redactora fija de España, primera corresponsal de guerra, progresista, autora de mas de 250 obras (100 novelas cortas, 12 largas, 40 traducciones y más de 10.000 artículos de prensa), activista incansable, vanguardista, defensora de los derechos de la mujer y del niño, de los marginados y desfavorecidos, del voto femenino y del divorcio, contraria a la pena de muerte… Ella fundó la Alianza Hispano Israelí en favor de la comunidad sefardita. Fue maestra de ciegos y sordomudos, profesora de arte en La Palma y contertulia de los intelectuales y artistas más prominentes de su época. Triunfó en La Sorbona y en otras universidades extranjeras. Como pionera, se anticipaba a sus colegas. De ella dice Wikipedia que “defendía la liberad y el goce de vivir”. La dulzura de vivir… ¿Cómo no admirarla y, por tanto, quererla?   Lástima que hasta que recuperamos la libertad en España haya sido tan desconocida para nosotros.

¿Por qué, durante la larga Dictadura franquista, casi nadie en España sabía quien era Carmen de Burgos? Sencillamente, por haber tenido el dudoso honor de haber sido la mujer más odiada y/o temida por el dictador Francisco Franco y toda su clerigalla. Sufrió un asesinato biográfico, no solo de su carácter sino también de su obra literaria y periodística. Desde el golpe de Estado militar de 1936, su nombre fue extirpado de la historia de España y sus obras quemadas.

En su primer número, el 1 de agosto de 1936, el diario falangista Arriba, del que yo fui redactor, incitaba a la destrucción de libros: «Camarada, tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas».

 El 2 de mayo de 1939, el mismo diario Arriba publicó un comentario, titulado “Letras de humo”, en el que se decía:

“Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo, a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos. En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”.

Siguieron la línea, tan española, del inquisidor Torquemada quien, en el siglo XV, mandó quemar todos los libros no cristianos. Antes de que los nazis y Franco le dieran la razón, el poeta alemán Heine, del siglo XIX, lo tuvo muy claro:

– “Allí donde queman libros, acaban quemando personas”.

En el índice de los condenados a arder estaban, entre otros, libros de Rousseau, Marx, Voltaire, Lamartine, Gorki, Freud, el Heraldo de Madrid y, con el número 9 de la lista de los prohibidos, aparece la primera mujer: Carmen de Burgos. La segunda mujer perseguida fue otra ateneísta: Emilia Pardo Bazán por su excelente obra “Los Pazos de Ulloa”.

El diario Ya escribió en su crónica que «las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo» y que «la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al Sol».

La Ley de Prensa regularizó la censura en 1938, obligando a retirar libros, revistas, publicaciones, grabados e impresos con «ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y todo cuanto signifique una falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso Ejército, atentados a la unidad de la Patria, menosprecio de la religión católica y de cuanto se oponga al significado y fines de nuestra Cruzada Nacional».

Franco aplicó a Carmen de Burgos la “damnatio memoriae”, un latinajo que significa ‘condena de la memoria’. En la antigua Roma, condenaban el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba la “damnatio memoriae”, se eliminaba todo recuerdo del condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre.

En la Unión SoviéticaStalin aplicó la “damnatio memoriae” contra sus enemigos políticos. Prohibía toda mención de sus nombres y los eliminó de la prensa, libros, registros históricos y documentos de archivo.

En la película 300, dirigida por Zack Snyder, Jerjes amenaza a Leónidas:

“Borraré incluso la memoria de Esparta de las historias. Cada pedazo de pergamino griego será quemado. A cada historiador griego y a cada escriba se les arrancarán los ojos y se les cortará la lengua mientras que honrar el nombre de Esparta o de Leónidas será castigado con la muerte. El mundo ni siquiera sabrá que ustedes existieron.”

 Franco no llegó a tanto, pero casi…

Gracias a la Biblioteca Nacional, que salvó de la hoguera algunas de sus obras, y a Concha Núñez, que resucitó su figura «descomunal y universal», y ahora a Asunción Valdés, flamante biógrafa de Colombine, quienes sobrevivimos a la censura del tirano hemos podido conocer a la grandísima feminista y progresista que fue Carmen de Burgos.

Franco fracasó en su felonía contra Colombine. Y ahora, el Gobierno legítimo de España y el Ateneo de Madrid ponen su grano de arena en la recuperación de su memoria con este merecido acto de homenaje, en el 90 aniversario de su muerte en Madrid y en el 155 aniversario de su nacimiento en la Plaza Vieja de Almería. También con la colocación, mañana, de su retrato entre los personajes más ilustres de la historia de nuestro Ateneo. Más vale tarde que nunca. No olvidemos que Carmen de Burgos fue la tercera mujer socia del Ateneo, después de Blanca de los Ríos y la insigne condesa de Pardo Bazán, la dueña del Pazo de Meirás que usurpó el dictador para sus vacaciones. El cuadro de la doña Emilia, pícara sutil y genial escritora, cuelga en nuestra galería no muy lejos del de su amante, don Benito Pérez Galdós.

¿Por qué se ensañó tanto el dictador con nuestra paisana? ¿Por qué concentró contra ella toda la carga explosiva de su odio? ¿Tanto miedo le daba su vida como su obra? Se me ocurre un abanico de motivos. Periodista, corresponsal en Europa y Norte de África, librepensadora, divorciada, laica, maestra y educadora, regeneracionista, no revolucionaria, activista defensora de los derechos humanos, especialmente los de la igualdad de la mujer, progresista, republicana, culta, atractiva, amancebada con un escritor ambicioso muchos años más joven que ella, una mujer valiente, que decía lo que pensaba, primero con disimulo y luego sin pelos en la lengua, que gozaba de la libertad de pensar y escribir y, por encima de todo, Carmen de Burgos era masona, algo insoportable, no sabemos por qué, para el dictador fascista. Bueno, quizás sí sabemos por qué. Franco pidió el ingreso en una logia masónica, pero nunca le admitieron. Cristóbal de Lora, también militar, hizo un informe muy negativo contra el ingreso de Franco en la masonería. Una de las razones aportadas en dicho informe fue que su biografía estaba “muy lejos de los principios humanistas de la masonería”

En la cobertura informativa crítica que Carmen de Burgos, primera mujer corresponsal de guerra, hizo de los fracasos del Ejército español en el Norte de África podemos encontrar otras claves de la persecución que sufrió después de muerta. Fue a Melilla en 1909 para hablar con los soldados y contar lo que descubría. Entre aquellos desastres del norte de Marruecos, como el del Barranco del Lobo en 1909 o el de Anual en 1921, forjó el “tenientillo” Francisco Franco su carrera militar tan meteórica. Los militares “africanistas”, que en 1936 apoyaron el golpe de Estado de Franco contra la II República, conocían y detestaban las crónicas de Carmen de Burgos sobre la guerra de África. Ella escribía lo que veía y lo que veía era insoportable para los futuros golpistas. Como había sufrido mucho desde muy joven, niña enferma y con un marido borracho y maltratador, Carmen veía cosas que otros no veían. Y las contaba en su periódico. Sus crónicas me recuerdan, a veces, al pícaro de Tormes: “He sido lazarillo de un ciego y por eso veo cosas que otros no ven”.

Colombine, como diría Machado, era una de esas personas «universales del corazón». Carmen luchó toda su vida contra la injusticia y la ignorancia. Por eso, quienes creemos en la igualdad entre el hombre y la mujer, la tenemos como modelo ético y profesional y compartimos sus ideales democráticos estamos en deuda con ella. Con actos como este, queremos hacer justicia, rescatar la memoria democrática de esta creadora genial, cuya vida y obra nos reconcilia con la condición humana.

“Lleva quien deja y vive el que ha vivido”, escribió don Antonio Machado. Carmen de Burgos viajó y vivió apasionada e intensamente, hizo muchas preguntas para conocer lo diferente y, con sus obras salvadas de la hoguera por sus admiradores, nos ha dejado mucho. Por eso, ni siquiera Franco, con todo su poder y su odio, consiguió borrarla del mapa. Carmen de Burgos resucita cada día en nuestra memoria. Así sea.

Muchas gracias.

Entre Asunción Valdés y Mar Abad, doble lujo.

Cena (a escote) con Fernando Martínez, secretario de Estado de memoria Democrática.

 

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