Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

¿Cómo se originó el ‘boom’ del correr?

Era una mañana de Septiembre estadounidense de 1972 cuando las cadenas de todo el mundo conectaban la señal internacional de los juegos Olímpicos de Munich. Un estudiante de la universidad de Florida llamado Frank Shorter, veinticuatro años de edad, había ganado la carrera más mítica de los juegos. El maratón, los laureles heredados del mito de Filípides desde que se redescubriera en 1896, se habían puesto en juego en un tranquilo esquinazo del sur de Alemania. Unas vueltas a la ciudad y el parque olímpico que rodeaba las instalaciones de los juegos, entre árboles y praderas surgidas del «soziale Marktwirtschaft«, el desarrollo económico con un toque humano. Un parque en el que se había pintado la personalísima línea discontinua de todos los maratones, que dibujaba por todo Munich la silueta de Waldi, la mascota de los Juegos.

En los márgenes y aceras de Munich, espectadores de mediodía, con pantalones de campana y gafas con montura de metal, cuadrangular, amables gentes de un estado social. Frank Shorter iba despertando los noticiarios de todo su país, seis horas por delante de la hora de la costa Este estadounidense de una tarde templada de la Alemania Federal. Se había distanciado de sus inmediatos perseguidores, un grupo con nombres de relieve como el efectivo fondista belga Karel Lismont o el australiano Derek Clayton, el primer hombre que bajó de 2h10 minutos (en Fukuoka, 1967).

Estados Unidos buscaba los interruptores de las cafeteras y las tostadoras. ¡Cristo! Este Domingo comienza bien. Muchos ajenos al deporte se engancharían a la ABC y verían que se hablaba de tipos con resistencia infinita. De Mamo Wolde, un africano que había vencido en las dos pruebas de larga distancia de los Juegos de México 1968, donde el aire es quebradizo y los alveolos pulmonares de los humanos ardían como teas.

Maldita sea, pensarían, estos alemanes siempre en la televisión.

Munich había enseñado al mundo una carrera con doble y triple fila de espectadores que también acudían a la ceremonia de clausura de los juegos. El maratón siempre ha supuesto la última prueba del calendario de los mismos.

Diablos, un chico de Florida. ¡Eh, despertad! Tenemos un chaval que ha vuelto a patear el culo de alguien en Alemania.

La ciudad preciosista de la feria de la cerveza y de las chaquetillas bávaras era un túnel a través del que Shorter discurría con una zancada suave. La zancada de un atleta que entrenaba veinte millas diarias con un brazo izquierdo siempre algo pegado al cuerpo. El ritmo de aquel muchacho de la FU era impresionante y se convertiría en una de las victorias más trascendentales del deporte en el mundo.

Derrotados, desconocidos tipos en camiseta de tirante y estética seventies. El público americano no tenía la menor idea de que estaba imponiéndose a monstruos como Ron Hill, otro mito del maratón mundial, otro tipo que había roto la barrera de las 2h10, velocidades inhumanas que se conseguían con tendones de acero, montados sobre plataformas duras que hoy nos destrozarían los pies y las rodillas. La tecnología del calzado deportivo al que estaban acostumbrados los cracks de los años 70 eran poco más que las zapatillas de loneta. Pero todo el mundo estaba entusiasmado.

Los televisores de muchas casas empezaron a prender la señal. Uno tras otro, asomando a una especie de desayuno global, de matinal sacada del tiempo. De nuevo Alemania en la televisión. Los bosques y las avenidas coronadas por monumentos de carácter neoclásico de nuevo en las pantallas. Y es que todo era relativamente reciente. Apenas veintisiete años antes se celebraba en el cercano Nüremberg el cierre teatral de la Segunda Guerra Mundial y del régimen nazi. Los padres y los abuelos sentían que aquellas imágenes les enganchaban. Probablemente atraídos por el absurdo encanto de un ser humano en pleno y natural movimiento. Corriendo a todo trapo.

Reconozcamos que la mayoría de los americanos no tenía idea de qué era el maratón. Sabían algo de una distancia estúpida, veintiséis millas y cuarto, de que en Boston se celebraba una desde 1896. Pero pocos se veían empujados a correr por sí mismos. Pero la victoria de Shorter encendió la mecha del llamado «running boom«.

Después de aquello, millones de norteamericanos empezaron a trotar y correr por parques, calles, campos de golf, por todo el país. Jane Fonda corría. El presidente Carter corría. En 1977 Jim Fixx escribía «The Complete of Running» y se convertía en un best-seller inmediato.

La victoria de Shorter supuso algo más que la gloria olímpica. En los años del amateurismo aniquilado, todo un movimiento mercantil surgió del sudor del chico de Florida. El país cuyas referencias deportivas eran Muhammad Ali, Jack Niklaus o los primeros Lakers, de repente encontraba algo en lo que se podía actuar: calzarse unas zapatillas era, de repente, sencillo.

El resto es historia.

7 comentarios

  1. Dice ser cabesc

    Que buena entrada hoy muchacho. Me llega la historia del correr. Para otro día acompaña los 800m de Dave Wottle juntando unas letras que tan bien se te da.

    14 mayo 2013 | 08:35

  2. Dice ser AreaEstudiantis

    Genial historia!! Me ha encantado esta entrada!!

    http://areaestudiantis.com

    14 mayo 2013 | 09:03

  3. Dice ser manuel

    La verdad es que no fue así. Estos comportamientos los inventó un lepero, que venía con su burrito cargado de higos, pimientos y guindillas desde Lepe hasta Sevilla, una fría mañana de invierno, en enero, en unos tiempos remotos en los que aún no existían ni bicis, ni coches, ni motos, y al vuelo de una perdiz se le asombró y desbocó el noble bruto, que corría como un burro, así que el hombre corrió detrás del animal, y sólo pudo darle alcance (gracias a que se frotó el culo con una de aquellas guindillas peleonas de las que iban cayendo de los serones), casi a las mismas puertas de la capital andaluza. Bueno, aquello le gustó, se sintió mucho más ágil (había perdido 15 kilos, el mechero de yesca, y una navajita plateada de albacete, preciosa) y la vuelta la hizo de la misma forma… ahí nació el footing, jogging… o como quieran llamarlo estos extranjeros que se apoderan siempre de todos los grandes inventos hispanos, como nos pasó con el submarino, el helicóptero… ¿para qué seguir?…

    14 mayo 2013 | 11:10

  4. Dice ser Rafa

    Fácil, llegó cuando con esta puta crisis no podemos permitirnos nada más que unas simples zapatillas XD

    14 mayo 2013 | 11:11

  5. Dice ser Elcharlie

    No os perdais este libro de Murakami: De qué hablo cuando hablo de correr.

    14 mayo 2013 | 16:33

  6. Dice ser Xosé M

    «velocidades inhumanas que se conseguían con tendones de acero, montados sobre plataformas duras que hoy nos destrozarían los pies y las rodillas. La tecnología del calzado deportivo al que estaban acostumbrados los cracks de los años 70 eran poco más que las zapatillas de loneta. »

    iba bien el artículo, realidad novelada, pero el extracto que cito me parece ridículo. Ridículo por afirmar que «hoy nos destrozarían los pies y las rodillas».

    Por qué? De verdad, por qué? Muchos corremos con esa «tecnología» desfasada y tenemos los pies y las rodillas en mucho mejor estado que cuando corríamos con la «nueva tecnología».

    Ya no pude seguir leyendo tu película con la misma actitud. Lo siento.

    15 mayo 2013 | 07:41

  7. Dice ser Alex

    A mi me ha gustado esta historia… la compartimos entre nuestros lectores.

    15 mayo 2013 | 09:40

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