Le debemos muchas cosas al genio creador de Tim Burton, desde Eduardo Manostijeras hasta Frankenweenie, pasando por Batman y La novia cadáver (amén de unas cuantas inspiradas en obras de Roald Dahl).
El legado de Burton fue enseñar al gran público, ese ávido de material comercial y figuritas de márketing, que había vida más allá de Disney, y que el cine infantiil podía rezumar arte y denuncia social, más allá de los príncipes azules y las princesas necesariamente rosas. Y, entre ellas, yo creo que Pesadilla antes de Navidad fue la pionera, la primera ampliamente conocida y de la que aún hoy, 28 años después, todo el mundo puede hablar.
Es probable que sepáis que, a pesar de que en el imaginario popular esta película es de Tim Burton, en realidad la película no es suya. Es decir: él puso mucho, eso es innegable, pero la película la dirigió Henry Selick, otro genial cineasta responsable también de Los mundos de Coraline, James y el melocotón gigante y la recién estrenada Wendell & Wild (la tenéis desde el pasado viernes en Netflix). Burton fue productor de la cinta, pero en todo el proceso de producción de la película, que duró tres años, solo se personó en el set en cinco ocasiones, para discutir diferencias creativas.
¿Qué hizo, pues, Tim Burton?
Burton es el responsable del ideario: él escribió, en los años ’80 y mientras era animador en la Disney, un largo poema inspirado en un escaparate que vio un día, por casualidad, cuando estaban quitando la decoración de Halloween y poniendo la de Navidad y, por un breve período de tiempo, calabazas, esqueletos y brujas convivieron con elfos, regalos y Papá Noel.
Cuando Disney lanzó en 2008 la edición especial para DVD y Blu-Ray, incluyó un cortometraje de animación donde el magistral Christopher Lee narraba el poema original.
Un poema absolutamente precioso narrado por una voz inigualable. Una maravilla, un regalo de Halloween 🙂
Hoy, como curiosidad y para celebrar este día que, como sabéis, tanto me gusta, me he tomado la libertad y el tiempo de traducirlo al castellano, respetando en lo posible la métrica y la rima y conservando su contenido.
Espero que lo disfrutéis 🙂
Era tarde, un otoño, en Halloweenland.
y el aire congelado se sentía.
Contra la luna, un esqueleto cansado
se sentó solo en una colina.
Alto, delgado, pajarita de murciélago.
Skellington de apellido, su nombre era Jack.
En Halloweenland se aburría,
allí donde todo siempre era igual.
«Estoy cansado del miedo, del terror, de atemorizar.
Cansado de ser algo que se mueve en la oscuridad.
Cansado de observarte mientras me quedo muy quieto,
me duelen los pies de mis danzas de esqueleto.
No me gustan los cementerios ni los lugares sin luz.
Ha de haber algo más que vivir gritando ‘¡Boo!’».
Entonces desde una tumba, con un salto espectacular,
se acercó gimoteando una niebla espectral.
Era un perrito fantasma, apenas sabía ladrar,
con una naricita roja que brillaba en la oscuridad.
Era Zero, el perro de Jack, sin duda su mejor amigo,
aunque Jack no lo oyó llegar, y Zero quedó entristecido.
Toda la noche y el día entero
Jack caminó con desaliento.
Y en la profundidad del bosque
Jack tuvo una visión
justo antes de la noche:
En unos árboles, muy cerca,
había tres puertas talladas;
ante un Jack asombrado
las tres se levantaban
pero había una de ellas
que parecía que lo llamaba.
Emocionado abrió la puerta
y lo atrapó una fuerte nevada.
Jack no lo sabía, ¡pero había ido a parar
al centro de un lugar llamado Navidad!
Sumergido en las luces se llenó de alegría:
Al fin había encontrado el sentimiento que quería.
Y para que sus amigos no lo acusaran de mentir
cogió calcetines llenos de caramelos y regaliz.
Una foto de Santa con todos sus elfos.
Regalos junto al fuego, juguetes por el suelo,
Cogió muñecas, coches, trenes.
Luces, decoraciones, la estrella del árbol…
Y hasta del letrero de “Navidad”
se llevó la letra ene.
Cogió todo lo que pudiera relucir o brillar,
incluso cogió un puñado de nieve.
Lo robó todo y a escondidas, sin más,
lo llevó todo consigo a Halloweenland.
Al llegar sus seguidores admiraron los souvenirs,
pero nadie estaba preparado para lo que estaba por venir.
Muchos se entusiasmaron, algunos se asustaron:
Jack estaba dispuesto a cambiar Halloween.
En los días siguientes, bajo truenos y relámpagos,
Jack se sentó solo, totalmente obsesionado.
«¿Por qué a ellos les han dado la risa y la alegría
y a nosotros los cementerios y el miedo en la noche sombría?
¡Yo podría ser Santa! ¡Repartir regalos!
¿Por qué él puede hacerlo año tras año?»
Indignado por la injusticia, Jack pensó y pensó.
Y se le ocurrió una idea… «Sí… Sí… ¿Por qué no?»
En Navidad, Santa estaba en sus faenas
cuando escuchó un susurro a través de la puerta.
Y al abrir, consternado,
vio tres horrendas criaturas, tres pequeños disfrazados,
que abrieron sus sacos
y gritaron: «¡TRUCO O TRATO!».
Santa fue capturado y llevado ante Jack
que en aquel secuestro era la mente criminal.
Todo el mundo se reunió en Halloweenland
para por primera vez ver a Santa Claus.
Y mientras miraban con recelo al extraño viejo,
Jack relató a Santa su magnífico plan maestro:
«Mi querido señor Claus, ¡creo que es un crimen
que tengas que ser Santa todo el rato!
Ahora yo sembraré alegría y entregaré regalos.
Cambiaremos de lugar.
Yo seré Santa este año.
¡Seré yo quien te diga: “¡Feliz Navidad!”.
Tú puedes descansar, puedes ir a mi ataúd.
Puedes rechinar puertas, hacer ruidos, gritar “¡Boo!”.
Y, por favor, no pienses mal de mi propuesta.
Prometo hacer de Santa todo lo bien que pueda».
Y aunque Jack y sus amigos creyeron hacer un buen trabajo
su plan de Navidad resultó un tanto macabro.
Durante Nochebuena prepararon los regalos
y Jack unió los renos a un ataúd por las riendas,
pero cuando todo estaba a punto de empezar
sobre Halloweenland cayó una densa niebla.
Jack dijo: «¡No podemos despegar!
¡Es demasiado gruesa!
No podrá haber Navidad.
No seré San Nicolás…»
Entonces una lucecita roja atravesó la oscuridad.
¿Qué podría ser? ¡Era Zero! ¡El perro de Jack!
Jack dijo: «Zero, amigo mío,
necesito de tu luz.
¿Vendrás esta noche conmigo
guiando mi ataúd?»
Ser tan necesitado era el gran sueño de Zero,
así que felizmente se puso al frente del vuelo.
Y mientras el ataúd cargado empezó su vuelo fantasmal,
Jack rio y gritó: «¡Buenas noches a todos! ¡Y Feliz Navidad!».
Era la pesadilla antes de Navidad, y en toda mansión
nadie estaba en paz, ni siquiera un ratón.
Los calcetines decoraban la chimenea con gusto.
¡Cuando amaneciera todos se llevarían un buen susto!
Los niños, acurrucados en sus pequeñas camitas,
con monstruos y calaveras tendrían pesadillas.
La luna, colgando sobre la nieve recién caída
lanzó un manto misterioso a la ciudad maldecida.
Y ahora sonaba como un quejido la risa de Santa.
Y sonaban como huesos parloteando las campanas.
Y lo que apareció ante sus ojos fue un trineo
con forma de ataúd, tirado por esqueletos de ciervos,
y un conductor, esquelético y feo, haciéndolos volar.
Y supieron, al momento, que no podía ser San Nicolás.
Con verdadera alegría, de tejado en tejado
Jack repartió felizmente cada juguete y regalo.
Saltó y se deslizó de una azotea a la siguiente,
con regalos que parecían traídos desde la muerte.
Jack, con gentileza, hizo su trabajo…
Sin percatarse de que el mundo estaba aterrorizado.
Visitó la casa de David y Susan;
les dejó dos cachorros sacados de una tumba.
Después en el hogar del pequeño Pablo
dejó una muñeca poseída por el mismísimo Diablo.
Un osito vampiro con dientes afilados.
Un tren con tentáculos.
Una marioneta con un hacha.
Una planta carnívora
disfrazada de guirnalda.
Hubo gritos de terror, pero Jack no los oía.
La Navidad lo había invadido de alegría.
Jack al fin, desde la estrellada noche, miró hacia abajo
y vio la conmoción, el ruido y la luz bajo los tejados.
«¡Lo están celebrando! ¡Parece muy divertido!
Seguro que se sienten muy agradecidos».
Pero lo que él creyó que eran fuegos artificiales
eran en realidad proyectiles que pretendían ser mortales.
Jack azuzó a Zero: ¡tenían que subir!
Y volaron tan lejos como pudieron,
hasta que, de pronto, los alcanzó un misil.
Y mientras caían al cementerio, ocultos en la oscuridad,
se escuchó una voz de nuevo: «¡Buenas noches a todos! ¡Y Feliz Navidad!».
Jack se encaramó en una gran cruz de piedra,
y desde ahí revisó su increíble pérdida.
«Pensé que podría ser Santa, de verdad que lo creía».
Estaba tan confuso que hasta el alma le dolía.
Sin saber dónde acudir, miró hacia el cielo sin más.
Se dejó caer en la tumba y empezó a llorar.
Y cuando Zero y Jack yacían juntos y arrugados
escucharon una voz, muy familiar, a su lado.
«Mi querido Jack —dijo Santa—, aplaudo tu gesto.
Sé que no pretendías causar todo esto
y por eso ahora estás triste y destrozado,
pero robar la Navidad… Nunca debió haber pasado.
Espero que sepas que Halloween es donde debes estar.
Hay mucho más, Jack, que me gustaría contar.
Pero ahora debo irme, porque casi es Navidad».
Jack de vuelta a casa se puso triste, pero, como en un sueño, al fin
Santa llevó la Navidad a la ciudad de Halloween.