A partir de la segunda década del siglo XX, la industria norteamericana dio forma a un entramado empresarial entorno a Hollywood que trataba de acaparar todo el negocio del cine. Nacía el sistema de estudios.
Este sistema, que duró algo más de tres décadas, comenzó en 1913 con Thomas H. Ince y su empresa Inceville. En pocos años fueron apareciendo todas las grandes productoras: Paramount, Fox, Warner, RKO, Metro-Goldwyn-Mayer, United Artist, Columbia o Universal, que ya desde los años veinte controlaban más de la mitad de la taquilla de los Estados Unidos.
Estos estudios eran realmente oligopolios pues controlaban todo el proceso cinematográfico, que era la producción, la distribución y la exhibición en las salas. Rodaban una gran cantidad de películas en los estudios, adaptando de manera rápida los gustos de los espectadores, logrando fórmulas de éxito como las temáticas o las estrellas.
Un buen ejemplo de ello es la Paramount, que en 1912 se creó mediante la fusión de la productora de Adolph Zukkor y una cadena de salas de cine. Zukor, además, creó las categorías de las películas según sus costes (A, B o C), logrando un sistema que copaba todo el mercado y los gustos y necesidades de los espectadores (os recomiendo ‘El nacimiento de las películas de serie B‘).
En sus mejores tiempos, solo cinco de estos estudios (Paramount, Metro, RKO, Warner Bros y 20th Century Fox) producían cerca del 75% de las películas. Aún era mayor su control sobre la distribución, que en algunos momentos llegó a ser del 95%, lo que les reportaba unos ingresos del 90% de lo recaudado, dejando muy poco margen a las empresas independientes que tuvieran salas de exhibición.
Tras más de tres décadas de éxito, en los años 50 llegó la decadencia de este sistema que obligó a los estudios a cambiar su modelo de negocio. El primer factor fue la pérdida de espectadores, motivada por la aparición de su gran rival, la televisión, que hacía que mucha gente prefiriera quedarse en casa. Pero fueron los temas legales lo que motivaron su final.
El sistema de estudios tenía un problema de raíz, y es que iba contra la legislación norteamericana que trataba de evitar la creación de monopolios donde empresas, o grupos de ellas, pudieran controlar un mercado. Eran las leyes antitrust, cuyo origen se remontaba a la Ley Sherman de 1890 y que ya habían actuado como en la sentencia de 1917 contra la MPPC de Edison y su control sobre las patentes (podéis leer sobre ello en ‘Edison, genial inventor… y empresario sin escrúpulos‘).
El sistema de estudios era un modelo de monopolio que controlaba todo el negocio del cine: producción, distribución y exhibición
Los pleitos comenzaron poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y se reactivaron en 1944. Cuatro años más tarde el Tribunal Supremo dictó la sentencia que obligaba a los estudios a separar su negocio, no pudiendo ser parte de la producción y la exhibición al mismo tiempo, por lo que tuvieron que deshacerse de su entramado de salas.
Algunas de estas empresas decidieron invertir en licencias para la televisión aunque de nuevo el Tribunal Supremo actuó y cortó de raíz esta expansión, teniendo que dedicarse exclusivamente la creación de películas, aunque muchas de ellas ya adaptadas para la televisión.
Con el notable descenso de espectadores y las barreras legales, los estudios tuvieron que reinventarse y aplicar nuevas fórmulas. Tratando de atraer al público que habían perdido, llegaron innovaciones de formato, como el panorámico o el cinemascope; de color, con la llegada del technicolor que dejaba atrás el coloreado artesanal fotograma a fotograma, o de sonido tratando de ofrecer una experiencia real en la salas con el sistema estéreo de cuatro y seis pistas. Otro modelo exitoso fue la creación de los autocines, que nació en los años 30 como un «teatro al aire libre» y que gozó de una enorme difusión en Estados Unidos durante los años 50.
Una de las principales y exitosas estrategias fue la creación de llamativas campañas de publicidad en prensa con las grandes estrellas del momento. Poco a poco fue surgiendo el llamado star system, donde los grandes atractivos eran los actores y actrices en lugar de la productora. Mary Pickford, la «novia de América», Claudette Colbert o Greta Garbo son algunos de los primeros ejemplos. Con este nuevo sistema de estrellas, los protagonistas eran famosos dentro y fuera de las pantallas, se transformaron en iconos para el gran público, que veía en ellos una salida a su rutina diaria. Era el comienzo del fenómeno fan.