La Biblia, en el Génesis, dice algo así: ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste sacado. Cada vez que lo releo me viene a la memoria la contundente imagen del infierno de El jardín de las delicias de El Bosco; esa obra moralizadora y algo o bastante pesimista. En más de una ocasión he tratado de entender la imagen global, presente o supuesta. En el panel de la izquierda aparecen en primer plano Eva y Adán con Dios en medio. Curiosa representación del paraíso, que van a perder. En el plano medio del mismo lado el Bosco “incluye en el centro la fuente de los cuatro ríos del Paraíso, a la izquierda el drago -un árbol mágico que se asocia con el árbol de la vida-, y a la derecha el árbol de la ciencia del bien y del mal, con la serpiente enrollada en el tronco”, copio textualmente la explicación del Museo del Prado, donde se guarda esta joya. Lo curioso es que en aquella frase del Génesis (con la que hemos abierto esta entrada) unida a este castigo eterno venía aquello de “la tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres”.
En el panel central el artista querría representar una vida sin tope, pero –siguiendo con la explicación que nos da el Museo del Prado– se alude con ello a la fragilidad de la vida y placeres, al carácter efímero de las delicias que gozan los seres humanos que pueblan este jardín. La dialéctica de los árboles del paraíso nos llama una y otra vez. La tabla de la derecha representa el infierno de creencias y placeres, que nos avisa de que muchas veces se vuelven contra de la felicidad.
Lejos de mí la intención de ser moralizante religioso, allá cada cual con lo suyo. Prefiero mirarlo desde la posición personal del consumo ético y sostenible. Prefiero insistir sobre la fragilidad de la vida en este mundo en el que las delicias nunca son permanentes. Pero tengo dudas, como aquellas que Victoria Camps desmenuza en El elogio de la duda. Más que nada por decir tantas cosas que van en dirección contraria a la mayoría. Por eso intento aproximarme con cautela a cómo vamos en el asunto del consumo –estadio principal en el que los occidentales nos vemos retratados en la tabla central del cuadro-, que lleva camino de rozar lo epigenético; subrayar que el drago pintado allí se encuentra muchas veces en contradicción con el árbol de la ciencia del bien y del mal, porque las complejidades comerciales del momento hacen que mucha gente pase hambre, circunstancia que la acerca a la muerte –escenario que impera ahora en Gaza, y en otros muchos lugares-. Lejos de mí pensar que en Gaza son todos pecadores que merecen estar en la tabla derecha del tríptico. Pero muchos gazatíes se enfrentan al infierno que pinta la posibilidad de morir de hambre, como denuncia la ONU.
El WPF (Programa Mundial de Alimentos) se pregunta por qué pasa hambre más gente que nunca. Lo concreta sobre todo en el Corredor Seco Centroamericano y Haití, a través del Sahel, la República Centroafricana, Sudán del Sur y luego hacia el este hasta el Cuerno de África, Siria, Yemen y por todo el camino hasta Afganistán.
A lo largo de esta semana hemos encontrado a gente voluntaria del Banco de Alimentos que nos invitaba a ejercer nuestra solidaridad y compromiso, que no caridad, de dar un poco de lo que nos sobra a quienes mucho les falta; otra vez aparece aquí Victoria Camps, que nos recuerda el valor de la ética aplicada. Sería algo así como intercambiar escenas del cuadro de El Bosco. Pero en esta iniciativa solidaria hay implicadas muchas personas e instituciones que buscan paliar del desigualdades humanas. En algunos sectores sociales de nuestras ciudades, en todo el mundo, se viven carencias humanitarias algo parecidas a Gaza, a veces sin guerras. El alto coste de ciertos productos básicos de alimentación sume a demasiadas familias en posiciones de cierta indigencia. Las progresivas crisis climáticas originan desastres sociales. Urge un nuevo sistema alimentario para una era de crisis múltiples.
Acongoja la noticia que nos acerca la ONU de mayo de este año: El hambre aumenta por cuarto año consecutivo y azota ya a más de 250 millones de personas. El hambre en España se podría llamar inseguridad alimentaria. Cruz Roja nos avisa de dos caras de la inseguridad alimentaria: una de cada nueve personas pasa hambre. Una de cada ocho es obesa. Un asunto para dedicarle muchos plenos en el parlamento español y en los de las CC.AA. Pero por ahora nuestros representantes están muy ocupados en ver quién suelta la mayor ocurrencia, o insulto maledicente, al que no es de su partido, que no tendría que ser contrario sino complementario. Se olvidan de que los parlamentos son lugares de encuentro para buscar lo que mejor le vaya a toda la ciudadanía. No me extraña que en última encuesta del CIS los parlamentos fuesen tan poco valorados.

Ashraf y varios de sus hijosen Gaza. (EFE/Anas Baba)
Vi el tríptico cerrado y lo vi todo negro en grisalla, como la vida en Gaza en donde las mujeres y los recién nacidos son los más afectados, en este noviembre indigno en la llamada comunidad internacional. Por allí no hay ningún rincón que se pueda llamar el jardín de las delicias. Mirémonos en el espejo del Black Friday de allí, seguro que provocará algún rasguño, o colapsos graves, en lo más íntimo del sentimiento global que el género humano debería cultivar y compartir. No sé por qué me vino a buscar aquella frase de Bertrand Russell: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”. Por cierto, detrás de la mínima tregua la guerra se recrudece en Gaza, hasta en el sur. Así lo cuenta la BBC.
¡Qué termine la guerra, para que entre la ayuda humanitaria y, en parte, se pueda paliar el hambre! Porque comer cada día con seguridad alimentaria es para muchos gazatíes un lujo del cual no tienen recuerdo; hasta el espíritu está desnutrido.