Cerco a los microplásticos, que sí contaminan, no solo la acción política

En muchas ocasiones las investigaciones científicas son ninguneadas por la preocupación social. No es algo nuevo pero ahora se ha incrementado como resultado del estilo de vida que ha sobredimensionado el número de productos que usamos. Hay que informarse de lo que sucede fuera de nuestra casa.

Si repasamos las desgracias ambientales tenemos ejemplos de gravísimas contaminaciones. No voy a detenerme en las tragedias de Bhopal –la fuga de gases tóxicos en un tanque de la compañía india de pesticidas Union Carbide India Limited (UCIL) causó la catástrofe industrial más grande de la historia- o Seveso (Lombardía) que liberó las dioxinas que tanto dolor causaron. Tampoco diré casi nada de lo que fue y dejó de ser, aun siendo, el desastre nuclear de Chernobil, que sembró Ucrania de contaminación para muchos años; ni de la mancha contaminante del naufragio del Exxon Valdez, o de la explosión de la plataforma petrolífera de BP en el Golfo de México ni del consiguiente desastre ecológico marino que supuso. Permítaseme que cite la barbarie norteamericana de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Sri Lanka nunca olvidará en año 2019, cuando 1.680 toneladas de pellets cayeron al mar desde el cargo X-Press Pearl e inundaron sus costas. La lista de sucesos sería interminable, casi tanto como la de los olvidos. La  Organización Marítima Internacional (OMI), dependiente de la ONU, no termina de aconsejar medidas contundentes.

Todas estas catástrofes han tenido en común básicamente un par de consecuencias: algo cambiaron las normas de seguridad y demasiado poco lo hicieron porque el tiempo eliminó los cuidados intensivos que cualquier actividad industrial química debiera generar. Es que el aire no tiene fronteras, los océanos tampoco. Mirando lo que tenemos más cerca, no me detendré en la contaminación por amianto que muchos españoles todavía padecen, ni en el desastre para la biodiversidad de la rotura de la presa de Aznalcóllar, ni al lindano que mató la vida total del Gállego en Aragón, y continúa bajo sospecha. Otra cosa más hay que resaltar: los responsables de los desastres o desatinos ambientales, ya sean industrias o políticos que gobernaban entonces se marcharon casi siempre libres de culpa. Las industrias cerraron o se largaron; los políticos se escondieron; la ciudadanía no afectada directamente no solicitó la rendición de cuentas y calló para siempre.

Pasa esto porque los administradores no se empeñan en gestionar al potencial riesgo por el principio de precaución. Pero es que además minimizan los posibles efectos de cualquier desastre; no lo quieren entender y lo ocultan todo lo que pueden. Así, cuando se acometen acciones reparadoras siempre llegan tarde y mal. Ocurrió con el Prestige en Galicia. Aquellos hilillos poco continuados que veían las autoridades se convirtieron en un desastre de colosales dimensiones para las costas gallegas y otras más alejadas. Se llegó tarde y mal, y se ocultó lo que estaba sucediendo a ver si el mar se lo llevaba para otro sitio.

Cerca de la costa gallega, a unos 20 km más o menos, pasa la autopista marítima de los grandes barcos que transportan mercancías peligrosas, desde o hacia Europa. Hemos leído recientemente que en estos últimos 20 años más de 250.000 buques de estas características, unos 35 al día, circulan frente a Fisterra. Es más, decía otro periódico que por Finisterre pasa el 70 % del transporte marítimo europeo (más de 764.000 buques en los últimos 20 años), de los que uno de cada tres va cargado hasta los topes de combustibles y sustancias peligrosas. ¿No sería motivo suficiente para extremar las medidas para que nada irreparable ocurra? Puede que haya que consensuar una “nautopista” más alejada, vigilar el tipo de mercancías transportadas en condiciones de seguridad o establecer unos protocolos de acción e intervención rápida caso de que un episodio suceda. El principio de precaución es…, lo que ahora no es.

Voluntarios recogen pélets coordinados con Protección Civil en la playa de San Lorenzo, Gijón, bajo la lluvia. (EFE/Paco Paredes)

El actual vertido de pélets –granza plástica fundida, una mezcla de 88-90 % de polietileno y un 12-10 % del aditivo denominado UV 622- que contamina nuestros mares y playas del Atlántico y Cantábrico es una repetición de manual sobre lo que no hay que hacer: ocultar información de lo que no se sabe, minimizar los riesgos de lo que puede ocurrir y acudir tarde y mal a la actuación. Es más ahora se pelean los políticos sobre quién tiene más culpa de lo que aparentemente nada peligroso era. Ocultar información es una manera de mentir. Por lo que se ve no han leído lo que España firmó en el Convenio de Aarhus, que obliga a “la difusión de amplia información ambiental, como es por ejemplo información sobre la legislación, sobre el estado del medio ambiente, sobre proyectos, planes y programas  o sobre decisiones que se adopten que pueden afectar al medio ambiente.” (MTERD). Viene al caso recordar aquí aquello de los microplásticos exfoliantes de los productos de cosmética. Se hablo mucho del asunto en 2018.

Pues bien, los pélets que se negaban –la Xunta que no sabía nada reconoce ahora que sí sabía algo desde el 24 de diciembre-, después se veían en pequeñas cantidades de bolitas para no actuar, más tarde fueron unos materiales de riesgo nulo o desconocido –inocuos dijo la Xunta de Galicia, enseguida contradicha por la UE como recogió 20minutos-, … se convirtieron en una marea que ya llega a Cantabria.

¿Pero inocuos para quién? Si solo se piensa en las personas, se avisa que no se los coman; ahora ya se dice que no los manipulen sin guantes ni mascarillas. Cuando los lugareños los van recogiendo con coladores: una imagen extraordinaria de compromiso personal y a la vez patética en el contexto social; además de nada segura de restitución del enclave si no se hace adecuadamente. Greenpeace nos lo cuenta en un vídeo y en texto.

Pero es que esas bolitas que se dice son inocuas –hasta las botellas de agua mineral las llevan -se argumentaba para quitarles el riesgo, no lo son, se sabe que las botellas desprenden algo dañino o tóxico que nos bebemos, están aglutinadas con unos compuestos químicos que se desprenden de ellas con facilidad. Otro riesgo de los políticos que no preguntan a la ciencia; solo preocupados por reñir con el contrario. Desde aquí les recomendamos leer este artículo publicado en ISGlobal. Por cierto, una investigadora española que se ocupa de mirar pélets ha puesto el grito en el cielo ante tamaño desatino, más bien se ha llevado las manos a la cabeza decía la noticia. Mal espectáculo para avanzar en la Educación Ambiental y para la Sostenibilidad, asunto clave para prevenir y no tener que lamentar.

El problema es importante e irá a más. Los medios de comunicación ya han abierto pestañas sobre el asunto como esta de 20minutos.es. Lo cual nos lleva a pensar que la desidia puede convertir el accidente de la caída de los contenedores en tragedia: cada vez se ven más de los que cayeron al mar desde el barco de bandera liberiana, con domicilio en las Islas Caimán o algo así. Pensamos que quizás ocurra como con los otros responsables de catástrofes en España y en el mundo; que les salga gratis el despiste. Por eso, el ignorante que esto escribe se pregunta si no se podrían trasportarse los pélets en sacos irrompibles.

La legislación europea empieza a preocuparse pero todo va lento. Menos que la Fiscalía española ya ha iniciado una investigación; a ver en qué queda. Se sabe a ciencia cierta que muchos de los animales marinos llevan en sus tubos digestivos diferentes tipos de plásticos. ¿Y si algunos se rompiesen en partículas microscópicas? Pocas administraciones y empresas se preguntan si los vertidos afectan a los animales filtradores del agua marina. ¿Se notará algo en los inquilinos de las bateas gallegas? En Galicia ya cunde el eslogan “o mismo, de novo”, que sucede al “Nunca mais” tras el Prestige. Aquí, vistos los descuidos que hemos mencionado hubiéramos pronosticado “cuál será el siguiente”, seguido de un “¿nos enteraremos de que los descuidos pueden convertirse en catástrofes?”. Porque eso de perder algo no es excepcional en los grandes cargueros de contenedores (En 2022, 661 contenedores de barcos cargueros terminaron a la deriva en el mar, según el recuento anual del Consejo Mundial de Transporte Marítimo (WSC, por sus siglas en inglés); basado en las encuestas que hacen a las empresas navieras que lo conforman.

En síntesis, el desprecio a la ciencia en la acción política tiene enormes costes en salud y en el mantenimiento de los ecosistemas dentro de unos límites admisibles. El cerco a los microplásticos no debe acabar si se consigue eliminar el potencial contaminante de los pélets vertidos ahora. Están esparcidos en muchos productos que consumimos, no sólo en los “maravillosos” exfoliantes.

¡Cada vez “semos” menos nadie!, decía el filósofo monegrino de Valdeparadas.

 

 

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Elena Anadón Santafé

    Gracias, una vez más, por todo lo que aportas, Carmelo!!!
    Un saludo y feliz año!!!

    22 enero 2024 | 1:13 am

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