La comodidad consumista tiene un alto precio para el clima y más cosas

La comodidad es un escenario mental y físico. Otra gente lo llama estado de confort. En cualquier caso tiene que ver con un periodo eventual o semipermanente en el que el individuo experimenta satisfacción con aquello que le rodea. Coincide con lo que se desea en ese momento; varía con el tiempo. Esta situación de agrado percibido depende de factores personales –sentimientos placenteros y entornos familiares/laborables confortables- y ambientales- condiciones meteorológicas principalmente y otras variables que acarician o incomodan a lo que se percibe mediante los sentidos-. La razón anda por ahí sin mucho protagonismo; se da por supuesta.

Pero la comodidad también se ve condicionada por otros parámetros que podíamos llamar ideas personales y sociales, incluso no visibles con frecuencia. Entre ellas estarían el sexo, la edad, las características físicas y biológicas. Además de la salud física o mental y el estado de ánimo. Claro que todas estas están tamizadas por la experiencia previa o la relación que se lleva a cabo entre deseos y satisfacciones. Dicho todo en plan resumido. Porque la sociedad de acogida temporal –la vida social cambia en lo accesorio pero también en lo fundamental- es una variable determinante. La sociedad frente/con el individuo son proyectos de vida. Y aquí nos introducimos en un complejo escenario. La ausencia de confort, parcial o permanente, es un regulador personal y social. Lo perverso es que el confort no es divisible para ser repartido de forma más o menos igualitaria en el universo social pleno de desigualdades. El consumo per cápita es una mentira relevante. Más todavía si se ensancha el territorio social. Recordemos que frecuentemente se compara 2023 con el año 2030, ese en el que cada cual, cada país, debe presentar sus rendimientos éticos y ambientales. El cambio climático ha venido a complicarnos el estado de confort.

Se dice que para llegar a esa comodidad o sensación de confort necesitamos cosas y atenciones. Sucede desde nuestra primera infancia. Suelen ser personales. Para lograrlo se acude al consumo de objetos o relaciones, a las situaciones percibidas -según cómo y con quién- que nos procuran felicidades varias.  Pero a medida que se nos da la posibilidad de elegir se plantean apetencias y divergencias con lo que también desean los demás. Se van consolidando una serie de códigos personales que coinciden o se oponen a lo que es una corriente social. En este trayecto aparecen el consumo y el consumismo. En pocos años nos hemos visto implicados en la orgía consumista. Esas señales, en términos globales, las emiten la adquisición de aparataje individual electrónico, el llenado de la compra de precocinados, la socialización de la moda, el repetido renovado interior de las viviendas, la compra de grandes coches sin necesidades personales o laborales, el viaje vacacional, etc. Cada vez es más grande el porcentaje de la sociedad que quiere vivir a lo grande, o vivir sin contratiempos lúdicos. Pero ¿qué pasará si el consumo global limita la disposición de materiales, suelo, alimentos y servicios tan importantes como la sanidad y la educación? ¿Cómo funcionará el clima que condiciona todo?

El consumismo es una tendencia antigua, como se puede ver es este enlace, pero muy sobredimensionada en la actualidad. Si relacionamos comodidad con consumismo nos encontramos en una situación perversa. Si las apetencias consumistas nos fallan nos agobia la incomodidad. Porque aquí entran en juego necesidades idealizadas que impregnan a muchas personas en todo el mundo. Las más visibles y deseadas, las que originan su búsqueda permanente, podrían ser las comodidades físicas, las certezas no pensadas, el placer o el lujo; todas ellas tiene sus variadas dimensiones-. Sobrevolando todo esto aparece el mercado. Este busca enriquecerse a sí mismo; a la vez puede empobrece a millones de personas. Ese que, digámoslo claramente, genera pobreza y miseria en el mundo entero –pongamos como ejemplo las camisetas de los ídolos deportivos-.

Compras de Navidad en Londres (Andy Rain / EFE / Archivo)

El crecimiento económico es casi una religión porque se asegura que produce comodidad y satisfacción de los deseos. Como la felicidad se erige en un imaginario colectivo pleno de éxitos modelados y de riquezas, las personas menos afortunadas sienten que han fracasado si no logran lo deseado. Aquí tiene bastante que ver aquello que manifestaba B. Rusell en El elogio de la duda: gran parte de las dificultades por las que el mundo se ve tan sacudido es debido a que los ignorantes se creen completamente seguros y los inteligentes no superan sus dudas cuando interpretan lo que está sucediendo. ¿Acaso hay alguien que todavía no ve la relación entre consumo y cambio climático?

Lo peor de hoy es que la gente que sí ve la relación entre el consumismo y el clima desde dos extremos: todo se relaciona o nada tiene que ver. Un ejemplo podría ser la intrincada marcha de la paquetería, que hace felices a quienes buscan la compra rápida moviendo un dedo y si no lo consiguen se sienten molestos. Pero esta práctica tiene un precio: unos tremendos impactos sobre el clima global y la salud personal o colectiva. Casi nadie duda que estamos captados por el consumismo. Pasamos en pocas décadas de los colmaditos para proveernos de lo necesario a los megacomercios con las estanterías llenas de productos presentados de forma atractiva, pero muchos no necesarios. Hay que reflexionar sobre el consumo consciente si queremos llegar en condiciones saludables a La Cima 2030.

Además de la expandida red que todo te lo trae empaquetado. Y esto tiene un alto coste ambiental –producción, transporte, distribución, desechos, etc.), social (necesidades sepultadas por caprichos consumistas, para la salud -entre otros contaminación del suelo, el aire y el agua-; tóxicos en ropa, alimentos, recipientes), etc. Ecodes lo dimensiona a la perfección porque alude al precio de la comodidad, que no solo tiene un coste económico sino que es un contravalor social, aunque personalmente nos congratule. A la vez, o lo que es todavía peor, las redes han convertido a la gente joven en la gran consumidora y publicista de ese sistema de colmar felicidades, como demuestra en esta entrada el Injuve (Instituto de la Juventud) sobre la colonización consumista de los adolescentes. Para reflexionar cada cual, para hablarlo en grupo. Acaso para ayudar a resolver/despejar estos enigmas del comportamiento, demasiadas veces ignorados,  Fuhem recomienda El fin de la sociedad del despilfarro. Ya va siendo hora de pensarlo en serio.

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  1. Como inmobiliaria consciente de las implicaciones del consumismo en el ambiente y la sociedad, queremos reflexionar sobre la comodidad y su relación con el cambio climático. La búsqueda del confort ha evolucionado desde necesidades básicas hasta deseos de lujo, y con ello, el impacto ambiental ha crecido exponencialmente. La satisfacción instantánea, que a menudo llega a través de la última tecnología o la moda pasajera, conlleva un coste oculto para nuestro planeta. Es esencial adoptar un enfoque de consumo consciente y sostenibilidad en nuestras vidas diarias. En Finques La Romànica, apoyamos y fomentamos la reflexión sobre nuestras elecciones y su impacto más allá de lo inmediato, mirando hacia un futuro en el que todos podamos disfrutar de un entorno saludable y equitativo.

    05 noviembre 2023 | 9:57 pm

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