Archivo de agosto, 2023

Ecocuento. Greguerías eléctricas que echan chispas y contaminan

Si Watt lo hubiera sabido…

Kilovatio es una de esas palabras/ideas trampa. Suena a algo que no existe de forma material, no se puede tocar, aunque sí sentir y pagar por él. Nadie que se cruzase por la calle a don Kilovatio tendría idea de que es él. Lo cierto es que en 2022 y 2023 estaba en boca de todos. Desde el súbdito más escondido de Europa hasta la Ministra de la cosa medioambiental vibraban, por los calambres que les producía el susodicho.

Da más garrampas el hambre, porque sabe contar las horas

Con los kilovatios desbocados, a los rusos se les ocurrió en febrero de 2023 invadir Ucrania. ¡Hala, porque sí! Las cosas se pusieron tan feas que casi nos apagamos todos. Tanto que la electricidad doméstica se utilizaba durante aquellos tiempos como limosna de trueque. A los indigentes que pedían por las esquinas, iban en aumento a pesar del frío gélido, ya no se les daba dinero, sino unos bonos que se compraban en los estancos. Cualquiera que sintiera un poco de lástima o afecto, no era infrecuente este estadio emocional, podría comprarlos y donarlos. Equivalían a 20 kWh, 50 kWh, 100 kWh, y hasta los había de 500 kWh. Estos pocas personas los conocían. Si los indigentes eléctricos disponían de bonos podían pagar las facturas a la compañía eléctrica suministradora y se evitaban que les cortaran la corriente (esta en kW). Los bonos alcanzaron tal difusión que, si sobraban, se podían intercambiar por productos de primera necesidad –mayormente alimentos- en los grandes almacenes, los cuales vieron aumentar considerablemente su clientela; además allí se estaba. El pequeño comercio, que evitaba tener la calefacción siempre puesta, se vio excluido de este sistema de trueque, lo cual originó protestas de sus asociaciones minoristas.

Los ayuntamientos iluminados lanzan cables a los pobres

Ciertos ayuntamientos democráticos de España de entonces habían prohibido cortar la luz a los pobres muy pobres. Otros consistorios habían sustituido los bancos de alimentos por baterías de electricidad. Los más pobres entre los pobres -no importaba su origen, sexo o religión- acudían a las oficinas municipales y tras una minuciosa investigación para demostrar su falta de recursos, se les entregaba una “Cartilla de racionamiento de pobre energético”; en la portada traía un dibujo alusivo de Forges. Esta libretita, numerada claro, les permitía recoger cada semana una batería cargada hasta los topes –de una tensión de 12 voltios para evitar accidentes-. Así las familias de escasos recursos energéticos podían conectar a la red de su domicilio, preparada al efecto por unos voluntarios de la ONG “Chispas sin fronteras”. En esos domicilios no todo era felicidad energética. Cuando querían lavar la ropa o calentarse, cosa hasta aquellos años normal en los hogares, se quedaban sin energía, pues la batería solamente suministraba electricidad de ese bajo voltaje que antes hemos dicho. La sensibilidad social lo supo, y cuando algo se sabe en España corre como el viento de poniente. Algunos particulares sensibles, algo más ricos que los pobres más pobres, organizaron una cruzada laica, ayudados por las ONG. Se pusieron cables a la obra e instalaron paneles solares en sus casas, en las propias queremos decir, no en las de los necesitados energéticos. Seis ayuntamientos dispusieron lavanderías gratuitas a disposición de los pobres más pobres.

Los colegios e institutos de todo el país quisieron contribuir. Incluso celebraron la “Semana de la electricidad autoproducida”. Se unieron en una Asociación de productores de energía para autoabastecerse (APEA). Quisieron liberar parte de la energía sobrante a la red para que sirviera a los más pobres. Las compañías eléctricas se opusieron. El Tribunal de la Competencia Energética dio la razón a las comercializadoras: los particulares eran incompetentes para engancharse a la red eléctrica, por razones de seguridad. En aquellos momentos, un ministerio en la sombra del partido de la oposición –que tumbaba todas leyes energéticas de interés social-  declaró la guerra al autoconsumo eléctrico solidario, en realidad a todo tipo de producción individualizada de energía. Se rumoreaba que las grandes distribuidoras energéticas estaban detrás de su negativa. La pobreza energética, “acceso complicado a la energía como derecho humano se le llamaba en los papeles oficiales”, no dejaba de aumentar.

Ojo con la envidia, es hereditaria y provoca calambres

La opinión pública, bueno unos pocos ciudadanos de las asociaciones de consumidores y toda la ONG “Chispitas sin fronteras”, se indignaron. Protestaron porque el precio de la energía de consumo doméstico subía sin control. ¿Tendrían toda la culpa los rusos? Las compañías eléctricas contraatacaron enseguida. Publicaron anuncios en los periódicos en los que se demostraba que la energía era barata y sería permanentemente adecuada para los usuarios. Añadían que la culpa de su precio la tenían los impuestos del Gobierno y los rusos. Los cortes “casuales” y la caída de torres de conducción eran provocados por bandadas de grullas migratorias. Sea como fuere, el precio del kilovatio hora que pagaban los hogares hispanos era casi el más caro de toda Europa. Todos los diarios, hasta los impresos, recogieron esta noticia un día de febrero, fue muy duro.

La energía regulada casi siempre es energía reculada

El pueblo llano, el que pagaba, entró en una especie de “catarsis kilovática”, de la cual no lo salvó ni la ONG “Chispitas para nada” ni las denuncias de change.org*. Menos mal que los grandes almacenes dejaban cargas móviles y ordenadores a cambio de un simple vale de 5 €, repartido gratuitamente por la ONG. Además vino una ministra que se inventó aquello de la “excepción ibérica”, por estar la península fuera de todos circuitos energéticos europeos. El precio de la energía fue cayendo, poco a poco y a veces de golpe. Las energéticas se inventaron lo de “la tarifa regulada”, distinta a la otra. Cambios y más cambios entre los usuarios. Al final se quedó en tarifa reculada. Tan complicada estaba la cosa que el Gobierno se comprometió a publicar cada día las horas de mayor y menor precio del kWh. No hizo falta que la Asociación de Personas Mayores, muy perjudicadas y a la vez devotas, autoeditase el librito “Novena ibérica a san Electricio” que querían distribuir en las iglesias de todas las confesiones.

Saber mucho conduce a poco, todo lo más a entretener a los intelectuales con pequeños chispazos de agudeza.

Mientras todo esto pasaba, una cadena de televisión privada de la península Ibérica, creo recordar que el canal 55, tuvo gran éxito con el programa diario “Electrocútame de luxe” en el que se relataban los conflictos personales de los hogares celtibéricos para gestionar el uso de la energía.

Sépase una buena acción de las compañías energéticas. Se habían unido para reeditar Don kilovatio, el cómic de los años 60 patrocinado por Hidroeléctrica Española S.A. que había tenido gran éxito. Los distribuyeron gratis a todos los hogares que gastasen más de 50 € mensuales, convencidos de que el humor hace las descargas más llevaderas. Pero ahí no entraban los pobres más pobres, Don Kilovatio trajo especiales tan interesantes como: Contra el imperio de las sombras, Tarzán y King Kong, Contra el mago del fuego, Contra el derroche de la energía, El circo de las calorías, Peligro en Mercurio y otros. En sus apenas 12 páginas, cada ejemplar presentaba unas aventuras estrambóticas y a la vez reales. Todo un hito en la educación de los consumidores.

Portada de un tebeo promocional de la empresa Hidroeléctrica Española en 1970.

El tiempo eléctrico deshora los contadores, aunque ya cuenten por minutos diurnos y nocturnos

Se daban pasos adelante para rebajar el recibo eléctrico. En un Consejo de Ministros secreto celebrado por la noche en la sede de la patronal de las eléctricas. Así se despistaba a los periodistas. Además la electricidad era más barata de 3 a 4 horas de la mañana, En él se aprobó que la medición del consumo se realizaría por horas. Cada hora la electricidad cambiaría de precio. No se dijo nada si era cada hora de cada día o se repetían los precios, si se alternarían en el coste pares e impares. Se instalaron nuevos contadores en los domicilios que, por desgracia o por suerte, no funcionaron. En realidad se tragaban lo que medían en lugar de enviarlo a la compañía suministradora. Hubo también un chasco nacional. Muchos hogares habían comprado unos “radiodespertadores váticos” que avisaban con música clásica cuando convenía consumir -el precio era bajo- y emitían “heavy metal” cuando el precio era alto. Alguna televisión grabó el trajín de luces a lo largo de las noches en la parte de las cocinas de la barriada pobre de una capital poco importante.

La honradez provoca descargas en el corazón, por ahora de bajo voltaje

Los altos cargos celtibéricos de las energéticas, que casualmente habían sido antes ministros de los gobiernos pasados, también se pusieron en marcha. Destinaron el 0,7% de su sueldo para los más necesitados, con la condición de que esa ayuda desgravase el doble al hacer la anual Declaración de la Renta de impuestos y de Sociedades. Así lavaban un poco su imagen, pues las malas lenguas decían que los jefazos de los kW–casi todos hombres- cobraban de las eléctricas unas 35 veces el salario mínimo interprofesional. Esto lo decía el diario que se editaba solamente online; tenía enfilado a los del Gobierno.

(AP Photo/Matt Rourke)

NOTA CASI FINAL: Al leer esto último me quedé electrocutado, o desenchufado, que tanto carga lo uno como lo otro. Es una forma de decir adiós y hasta siempre al cargo que tenía en el Ministerio de Industria y Energía, en donde redacté todo lo anterior por encargo de la Jefa de Comunicación Interior. Por cierto, quisiera saber qué fue de don Kilovatio Nuevo –se prodigaba mucho en Twitter- , quién era exactamente. También si se quedó con todos los bonos, si estos siguen empleándose y para qué. La ciudadanía debe mirar, por  si acaso, en los cables de las calles de su ciudad. No sea que deambule por allí.

Si James Watt lo hubiera sabido seguro que se hubiese aplicado en desarrollar la electricidad, por lo de los kilovatios lo decimos. No  se quedaría solamente con su invención de la máquina de vapor (1765 o 1774). La inicial de su apellido forma parte, y con mayúscula, de la unidad de medida de potencia eléctrica W –en español vatio- en el sistema internacional. Lo de kW se entiende. El kWh es, por tanto, la energía producida o consumida por una instalación de potencia 1 kW, trabajando durante una hora. Démosle gracias aunque no se ocupase de las chispas.

NOTA FINAL, DE VERDAD: Este cuentecillo con símiles de greguerías quiere ser un pequeño homenaje a Ramón Gómez de la Serna y Jules Renard, que con sus frases agudas inventaron lo que cien años después se llamó “lo viral”. Por cierto, me encantó “Pelo de zanahoria” del francés. Es más, no me resisto a recoger aquí, viene a cuento, aquello tan emotivo que dijo: las luciérnagas son una gota de luna sobre la hierba.

Ecocuento. Confieso mi culpa: acabé con una especie de dinosaurios

“Podrás tener todo el dinero del mundo,
pero hay algo que jamás podrás comprar…un dinosaurio”

Homer Simpson

Me encontraba en el barranco levantino de Mortero. Se llamaba así porque se sacaba la tierra para la argamasa de las casas que empezamos a construir cuando los neolíticos nos hicimos sedentarios. ¡Qué alivio! Por fin abandonamos las inseguras chozas que nos cobijaban cuando practicábamos el nomadismo. Cuando no nos las destrozaba el viento, que por aquí sopla sin descanso, el agua se filtraba por el techo. Los parásitos animales campaban a sus anchas por el suelo y las paredes. ¡Cómo picaban los canallas! Entraba una luz por la mañana que no se podía dormir. Mi casa era la más bonita, con terraza hacia el barranco. Me la habían levantado gratis los constructores. Los amenacé con desatar la ira de los dioses y cargarme los centenares de casas que construían por todos lados. Desde que se descubrió el barro como argamasa se había desatado una fiebre inmobiliaria desconocida hasta ese momento. Se le llamó la “fiebre del adobe del Neolítico”, y se extendió por todo el mediterráneo y el creciente fértil.

Aquel infausto día vagaba por la hendidura geológica localizando cuevas para plasmar mis figuraciones artísticas. Un escalofrío me recorrió el espinazo. ¿Qué era aquello? Estaba casi sepultado por la tierra roja. Me acerqué hambriento de percepción, sigiloso. Poco a poco percibí la real realidad. Me sirvió esa potencia aguda con la que me conducía cuando era el brujo de la tribu.

Más o menos era del color del suelo, quizás un poco más pálido que el rojo terroso del barranco, tirando a rosa camuflado con ocre. Me acerqué un poco más, desconfiado porque aquel día me había tomado doble dosis de impulsor vital. Identifiqué su cabeza, los ojos me habían parecido al principio unas pelotillas como las que fabrican los escarabajos. Me pareció que apenas respiraba, no levantaba ni una brizna de polvo. Le tiré una piedrecilla. Nada. Otra más gorda, tampoco. Lo iba a intentar con otra más todavía más gorda. No conseguía despegarla del suelo a pesar de que tiraba con fuerza con las dos manos.

Hacía unos días que había llovido y la tierra estaba apelmazada. Insistí hasta con patadas. Me costó darme cuenta. Era una escama dorsal del lagarto. Entonces pareció que se atrevía a abrir el legañoso ojo. Esperé. Escuché algo así como un suspiro melancólico. Vuelta al silencio. Empecé a cantar el ritual de los resucitados. Ese que empleo después de las muertes masivas de los animales que pretendemos domesticar. Me salía algo ronco. Una segunda repetición del ritual. Antes me tomé otro lingotazo de poción. El aumento de voz y el cambio de ritmo provocó que abriera los ojos. Los giró hacia mí. ¡Estaba vivo!

Nos miramos, parpadeó con esos raros párpados que tienen. Noté que se me arrugaba la frente y se me movían las orejas. Me pasa en los momentos de tensión acumulada. Al tiempo, conseguimos entendernos. Me explicó que era el nieto de los nietos de los biznietos de los tataranietos de tres dinosaurios que se había librado de una extinción masiva. Mis poderes mágicos me decían que hubo una hace unos 60 millones de años. Relataba, quise apreciar con nostalgia que ocurrió hace mucho tiempo. Entonces una gran nube de polvo surgió de repente y los mató. Así se lo habían transmitido de forma oral sus antepasados generación tras generación. Me dijo proceder de no muy lejos, de los pantanos que hay cerca de las tierras altas. Había vivido tanto tiempo que no se podía contar. A los chamanes no nos merece la pena anotar el tránsito día/noche. Además, como se dedicaba a la vida contemplativa, como yo, apenas gastaba energía. Esta estrategia le dilataba la existencia cual si estuviese en una hibernación permanente. Por otra parte, en el fondo del barranco estaba a resguardo y siempre caía algo de comer. Agua no le faltaba. Me reconoció que estaba bastante deprimido. Normal, era el único de su clase que quedaba.

Le expliqué que la vida era bella. Le susurré que merecía la pena esforzarse. Le conté que había visto otros lagartos como él. En realidad eran mucho más pequeños. Pero eso me lo callé. Lo animé a salir de su escondite. Le aseguré que en las tierras de mis antepasados, que se parecían bastante a las de los suyos, debía haber otros lagartos como él. Como si nada, pero al final me creyó. En realidad parecía algo ignorante, o no quería abandonar su retiro.

Se empezó a levantar. Le costaba. Cada esfuerzo iba seguido de un eructo. Sin duda le hacía perder energía, pero lo relajaría. Supuse en aquellos momentos. No pude ayudarle, me hubiera aplastado si se caía. Pasó el tiempo, por la tarde ya se había puesto de pie. Entoné uno de los cantos rituales de alegría. En realidad era el de las cosechas, que no pegaba mucho pero el lagarto no lo sabía. Se fue animando. Zancada tras zancada consiguió remontar el barranco, despacio, extremadamente lento. No conté el número de eructos pero pasaría de 100. Aliviado, por el próximo logro pero también por evitarme la halitosis del lagarto gigante, entoné el canto de la victoria en guerras. Este sí pegaba para la ocasión. Al acceder a la cornisa, la maldita luz del Sol lo cegó. Se tambaleó una y otra vez. Al final cayó rodando por el precipicio y se descalabró. No dijo nada, ni un gritito lastimero, ni siquiera un eructo póstumo. Hubiera supuesto un final acorde con el empeño.

Lo dejo todo escrito en ideogramas, rayas, palos y cosas similares. El caracolillo de abajo es la firma. Me ha quedado bien. Pero me ha costado tres días y tres noches. Yo soy el brujo-artista de los neolíticos. Me pinto aquí encima: el de la figura estilizada que no lleva arcos ni flechas, el que tiene unas ramas en la mano. Quien descifre estos jeroglíficos conocerá mi historia. Si nadie es tan listo, no pasa nada. No sé si se conservarán bien o alguien los rayará adrede. Los hijos del jefe me tienen inquina. Nunca que han perdonado que bendijera con lluvia la unión carnal de su padre con una concubina. ¡Me tienen frito los ortodoxos de la poligamia!

Fue involuntario. Lo induje a la muerte pero fue él el que se mató. Solamente quería darle ánimos para que se fuese. Así me dejaría pintar en paz en un abrigo que había encontrado con las paredes perfectas.

No me busquen para castigarme. Yo también me pienso extinguir. Por cierto, ¡qué pena la de este dinosaurio! No dejará huellas ni restos de huesos como los que dice mi abuelo que hay en la tierra de donde él vino.

Estado actual del dinosaurio peliculero sin utilizar porque Spielberg no quiso repoblar el mundo rural. (Fotografía: Fernando González Seral)

NECROLÓGICA DOBLE. Érase una vez un país maravilloso llamado Turolisia. Se regía por una especie de constitución titulada “Mitos y leyendas. Tratado moral de los extintos dinosaurios y nacientes neolíticos para el regocijo de los amantes que vivirán en 2030”. Estaba escrita en un grabado lítico que, algo deteriorado, llegó hasta nosotros y se conserva en un museo de París. Tuvo más suerte que el país, que desapareció y se llevó con él su reglamento moral completo.

COTILLEO LEGENDARIO. Quedó recogida en la tradición oral de su pueblo que hubo una vez un chamán estrafalario. Enloqueció y murió despeñado. Había permanecido en un barranco todo un mes de un febrero con hielo permanente recitando un poema corto. Aseguraba que había visto un dinosaurio. Nadie lo creía porque estaba cargado de hierbas siempre. La gente cotilleaba que se trataría de un lagarto. En otra pared escribió con ideogramas: no me hubiera importado vivir en tiempos de los dinosaurios para estudiar el influjo de sus eructos en el efecto invernadero.

OTRA COSA. El alcalde del pueblo le envió varias cartas a Steven Spielberg invitándolo a que rodase por allí un nuevo Parque Jurásico, mezclando dinosaurios y neolíticos aunque era sabedor de que no coexistieron. Pero todo servía si se detenía el abandono del mundo rural. No obtuvo respuesta. Hasta habían construido una estatua de dinosaurio. Es la de la foto. Muy mermada su imagen por la acción de los meteoros atmosféricos. Otro tanto le pasa a la Esfinge de Giza.

Ecocuento: las camisetas inundan el mundo y enmascaran el paisaje ecosocial

«Todos los cerebros del mundo son impotentes
contra cualquier estupidez que esté de moda».

Jean de La Fontaine (1621-1695)

 

Hablo desde mi posición de flor/fruto, pero al tiempo de ser semilla algodonosa tuve una obsesión: ser camiseta. Pero no una vulgar, sino alguna con un diseño glamuroso. Me imaginaba ya hilada, junto con otras hebras, en los talleres de modistos como Armani o Galliano, apilada con otras exclusivas en las cajas fuertes en donde guardan sus tesoros y joyas. Me veía triunfando en las pasarelas de París y Milán arropando con mi suave hechura a esculturales modelos: ellas y ellos. El mundo mundial pendiente de mí; las revistas de moda plagadas de instantáneas conmigo en primer plano.

No estaba loca. No me pregunten la razón de mi visión, quizás lo llevaba en los genes. No me extrañaría, la semilla que me originó había sido fabricada en el Laboratorio de Genética Vegetal Moderna del Estado de Oregón europeo, un lánder independiente ubicado en la Red, sin localización física conocida. Después de múltiples peripecias recalé en la India, el país de las fábulas, ¿o era Pakistán?, o por ahí. Le gente tenía la piel casi negra y tenía manos delicadas; había muchas vacas por la calle.

Cerca del pueblo me plantaron en la tierra, me cultivaron con mimo, aunque aquella primavera el tiempo había sido malo, caluroso y seco. Escuché que por un asunto grave llamado cambio climático. Unas oscuras tiernas manos de mujer recogieron mi flor. Belleza sin par, blancura desparramada en finas hebras. Blanco y negro mezclados compensándose emocionalmente. Me transportaron en trenes, amontonada; poca delicadeza, pero todo lo daba por bien empleado. El fin justifica los medios, me dije a mí misma. Estaba segura de que conseguiría mi sueño. Otras muchas manos pequeñas, quizás demasiado jóvenes, hilaron mis hebras y las de quienes me acompañaron como tejido. Todas nosotras blancas en un lugar un lugar triste, ruidoso, con negrura que se pegaba al cuerpo, y mucho sudor en las gentes que nos manipulaban. Pero de las máquinas salíamos todas bellas, coloridas, con logotipos. Las mejores entrábamos en las cajas de “Made in”. Por supuesto que yo fui una de ellas; por los pelos, por los hilos, pero entré. Las defectuosas o no bellas eran trituradas en ruidosas máquinas infernales, por llamarlas de alguna manera.

Nuevo viaje, largo tiempo en reposo, como olvidada. Me sacaron de la caja “Made in”, pero ya no me encontraba en ese país que me vio nacer de una semilla y crecer como planta, donde llegué a ser algodón luminoso y camiseta bella. Las pulsiones emocionales, sobre todo la calidad del aire, me decían que estaba en un lugar muy diferente.

De pronto se hizo la luz. ¡Al fin! Cuando me colocaron en la estantería, ¡qué decepción! Encontrarse con muchas iguales a mí, en un amontonamiento ordenado de un lugar tan lúgubre como el que me vio nacer confeccionada. Si al menos hubiese acabado en una tienda de Zara o Mango, aunque no tuviese pasarela. Nuevo viaje. Me miro y casi no sé quién soy: esta o la de allí, quizás la que asoma detrás de la bolsa. Me encuentro ahora en una estancia luminosa. Nuevos ojos que me miran; otras manos que me apilan, me cogen, me dejan, me prueban, me hablan. Mucha gente diversa que viste igual, como si quisiera camuflarse. Bueno, no está tal mal la cosa; la gente que me compra me debe apreciar. Sonríe, pero me corroe por dentro el adiós a las pasarelas.

Pagan por mí con un plástico. Entiendo un poco de números, a fuerza de oírlos y de llevarlos pegados en unas etiquetas con las que me han catalogado. Si mal no recuerdo, empecé cotizando a dos céntimos allá en La India, Pakistán o en Bangladesh, ya no lo recuerdo bien. Ahora se me llevan de la mano por 80 euros, que parece que es muchísimo más. Reconforta semejante valoración. Ahora sí que me siento importante.

Se me olvidaba. Me pusieron nombre con letras grandes y un número en el dorso. En este momento la felicidad me visita de nuevo; casi se diría que me adoran cuando veo que coincidimos miles en el mismo lugar. Vestían a gente que rugía; nada reconfortante para mi ilusión maltrecha. Las llevaban también quienes corrían mucho más abajo del lugar que yo ocupaba. Mi sueño de pasarela se había convertido en un vulgar partido de fútbol. ¡Vaya decepción!

El aprecio anterior se esfuma: me sudan, me olorizan, me lavan, me tienden, me planchan. Una vez tras otra hasta que otra camiseta más estilosa me suplanta y viste el cuerpo que dejé yo. Pero, ¿dónde va ese malvado que me tira al cubo metálico grande?

Acabé en un fardo, con un montón de ropa de segunda mano. Un viaje largo hasta que fui vendida en un mercado de Yaundé, de esto sí me acuerdo. Quien me compró solía jugar al futbol en un descampado, junto con otros niños descalzos. Se me empezaron a hacer agujeros, perdí color. El niño tardó en deshacerse de mí. Al menos alguien me quiso de verdad. Siempre es un consuelo no ser de pasarela pero hacer feliz a alguien de África.

Me queda un alivio póstumo: aunque fui pieza de cambio, y muchas como yo estuvimos de moda, nunca me dejé sobornar.

(GETTY)

NOTA DEL RECOPILADOR: todo esto lo pude saber porque la camiseta portaba un chip que nadie se ocupó en quitar o desactivar. Me llegó en una reparación de mi teléfono móvil. Quizás formaba parte de una investigación de universidades de todo el mundo bajo el manto de la ONU; se citaba en otro archivo. En él se criticaba la maniobra de los países ricos de lucha contra la desigualdad del mundo regalando camisetas similares a las de futbolistas famosos a las escuelas de los países más pobres. También que las camisetas de algodón devoran agua (unos 2.000 litros cada una) y energía. Por cierto, acabo de leer en Hello Magazine que en África hubo un pionero desfile de moda de la firma Chanel en Dakar. ¿Ganarán glamur allí las camisetas del sureste de Asia?

Ecocuento: la epopeya apícola inconclusa, ¿llegará al 2030?

«Si la abeja desapareciera de la superficie del globo,
el hombre no tendría más que cuatro años para vivir.
No más polinización, no más hierba, no más flores,
No más animales, no más hombres».
Albert Einstein (se dice)

Arengaba la reina Apis, la Campeadora, ante todas las jefas de los batallones:
a las que conmigo vuelen nuestra musa Melpómene les dé buen pago.
Porque no se puede morir, una historia milenaria contempla nuestro pasado.
El saber vivir tan juntas, aun siendo tantas, es lo que nos ha salvado.
Hemos soportado sequías, y luchado contra gigantes, dioses y humanos.
Pero nuestra tragedia se escribe porque virus y hongos nos diezmaron,
o quizás han sido los insecticidas que los hombres han usado,
y en los continuos paseos florales en nuestros cuerpos entraron.
Bellacos humanos, nosotras siempre viandas les hemos procurado:
fragancias y colores de frutas que de la muerte los salvaron.
Solo nos queda morir o volar hacia donde nos protejan los hados.
A todos países, incluso al inframundo, allí donde nada está sentado.

Mielifa habló para ofrecerse como siempre para estar a su lado:
“Mi reina, aunque el mundo no sea el mismo, nosotras no hemos cambiado.
Con vos iremos todas a una por bosques, por yermos y despoblados,
hasta que al final encontremos el reposo que los hombres nos han quitado”
Aprobación general dieron con batir de alas a lo por Mielifa parlado.
Mucho agradece Apis el apoyo que todas le han mostrado.

NOTA EDITORIAL: Composición adaptada, por lo tanto con fallos de concordancia y desvíos conceptuales, de un poema incompleto encontrado en un palimpsesto medieval, anónimo. Aunque podría ser de un autor cercano a quien escribió el Cantar del Mío Cid. Es posible que fuese un árabe viajero que quedó impresionado por las pinturas rupestres de la Cueva de la Araña y otras de la región levantina donde aparecía la miel como protagonista.

La adaptación de lo que en su poema dejó escrito fue realizada ex profeso por una reconocida lingüista melífera para el Informe Los ODS en España en 2030. Debía estar incluido en “Mitos y leyendas de la Iberia medieval. Los mensajes de la Mía Apis Campeadora y otras criaturas insignes afectadas en la actualidad por la multiplaga que puede generar el fin del mundo (hipótesis)”, editada, en papel FSC y con tapas recicladas. De paso servía para conmemorar el setenta y cinco aniversario de la publicación de Viaje a la Alcarria, que habla de un territorio de expansión libre de millones de abejas, obra del Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela. Puede que fuese por eso que el Instituto Cervantes le haya dado tanta importancia en su estudio Tras la senda de la miel. La Unión Europea por su parte ha encargado a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), el proyecto MUST-B con el objetivo de desarrollar un método holístico para evaluar el riesgo de múltiples factores estresantes en las abejas melíferas. Ya era hora.

Ambos asuntos fueron aprovechados por Greenpeace, que lleva un montón de años empeñado en salvar a las abejas de la extinción masiva. Siguen en ello. Han colgado en las Web de todo el mundo, al menos de muchos periódicos online, un anuncio que lo recuerda. Allí llaman a todos los insectos a una rebelión masiva. Muchos no podrán ir pues han desaparecido.

Como aquellos que se dice eran nombrados, junto a un hortelano, en un poema incompleto de Miguel Hernández. Fue escrito en una hoja de papel de estraza. Se encontró dentro del informe de la lingüista aludida; si bien se duda de su autoría. Se dijo por el año 2020, más o menos, que una versión del poema del pastor iba a figurar en unas placas del cementerio de La Almudena en Madrid, pero se rompieron no se sabe cómo. Nosotros interpretamos este fragmento como un epitafio a la desaparición apícola y de los insectos en general. Pues habla mucho de la polinización de almendros y rosales. Pero su significado debía ser más amplio, quién sabe si aludía a las personas que poeman la vida con sus pensamientos. Decía (adaptación libre) más o menos así:

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

¡Bien que lo lamentan los árboles frutales y el resto del reino vegetal! También los compañeros del compañero autor, imaginamos que cercanos a su pensamiento ecosocial; además de quienes aman la poesía.

Una de las resistentes. Nunca se sabrá si llegó a 2030, tampoco si era una de las del poema de Miguel Hernández. (Foto: Fernando González Seral)

Misivas socioecológicas entre grandes músicos comprometidos

«Vers le sauvage»… un jardín llamado Tierra…

Anónimo hispano-francés

 

Todo empezó de una forma casual. Pero lo que sucedió a continuación fue una experiencia irrepetible. Lo contaba nuestra corresponsal anónima de la Europia ecosocial en un podcast. Decía así:

Se encontraban en una pausa de la grabación de su penúltimo disco, cerca de Amiens, justo detrás de la maravillosa catedral. Pusieron la televisión para relajarse, no importaba el canal. Ver la imagen de otros, escuchar sus voces, ayuda a olvidarse de uno mismo. Hasta los anuncios tienen su terapia, excepto los que engañan mucho. Algunos son tan malos que provocan una inspiración no buscada. Era una emisión de la Tf2. Se sentaron para escuchar la entrevista a un señor algo mayor. No tenía pelos en la lengua, como se suele decir de quien habla claro. Sin embargo deslizaba las frases e ideas con dulzura. ¡Qué difícil resulta hablar bien sin dañar los oídos de los demás! ¡Cuánto cuesta escuchar sin juzgar! Por eso los psicoterapeutas recomiendan platicar en positivo. Pensaron en enviarle una postal para felicitarlo. ¿A dónde? El manager lo buscaría. Mejor no. ¡Vaya cursilada! Vuelta a la pesada grabación.

Pasaron unos días, ni pocos ni muchos, solamente unos. En una reunión de trabajo con la agente discográfica salió el tema, de manera casual, en una de esas conversaciones intrascendentes que liberan tensiones. Son como descansos discursivos, como quien no quiere la cosa. El intermedio es vital; regula las vidas. Dio la casualidad buscada que las agentes de ambos se conociesen. Incluso habían mantenido una corta relación. Ese intermedio resultó ser casi una estancia en el paraíso. Se animó la intención relacional, se notaba en todas caras sonrientes. Pensado y hecho: varias llamadas y se consiguió el wasap del cantautor francés.

Ella dio el primer paso. Envió un wasap. No estaban seguros de recibir respuesta. Pasaron varios días.  Sucedió durante la grabación definitiva del último disco en unos estudios de Londres. En otro intermedio/descanso. Escribiendo esto me doy cuenta de lo importantes que son las pausas.

A wasapear pues.

A- Il y’avait un jardin qu´on apellait la terre ; Hacia lo salvaje
(Sorpresa mayúscula: a los tres minutos saltó el tono. Respuesta en español.)

G.M.-  Una pequeña parte del mundo.
(No se atrevían a responder. Pasaron dos días. Esta vez él comenzó.)

G.M.-  Queda el silencio

A.- Volverá la suerte.

G.M.- Mañana.

A- Mi libertad.

G.M. – Hacia lo salvaje.

A- La vida en el futuro.

G.M.- El mundo al revés.

A- El extranjero.

G.M.- Alerta.

A- La sombra.

G.M.- Las puertas del infierno.

A- El pequeño testamento.

G.M.- El blues de la generación perdida.

A- Mañana.

G.M.- Cuando suba la marea.

A- Para ir no importa dónde.

G.M.- Es demasiado tarde.

A- En el Mediterráneo.

G.M.- Esta madrugada.

A- Muy tarde es ya.

G.M.- Llegará la tormenta.

A- Réquiem por cualquiera.

G.M.- De la noche a la mañana.

A- El hombre del corazón herido.

G.M.- Sin ti no soy nada.

A- …

G.M.- Nada de nada.

A- Mi soledad.

G.M.- (emoticonos sin expresión)

A- … (emoticonos tristes)

G.M.- …

A- … (emoticonos, no daba tiempo para más)

G.M. – … (sin emoticonos, vacío)

Pasaron cinco días sumidos en un silencio atronador de mentes. No hubo respuesta a dos mail diarios. Al principio no le dieron importancia, había sucedido otras veces. Pasa a la gente que tiene muchos compromisos, como estos que tan preocupados estaban por el cambio climático como se deduce de sus wasap cruzados. De pronto, la televisión golpeó su ilusión. Repetía varias veces la noticia: ¡ha muerto el gran cantautor egipciofrancés! Sería por mayo de 2013, 45 años después de aquel histórico mayo francés. Al día siguiente, necrológicas en todos los periódicos. Cogieron el primer avión a París. No podían despedirlo desde la lejanía. El sepelio en el cementerio “Père Lachaise” fue intimista. Ravel y él mismo pusieron la música. El ciudadano del mundo, el inmigrante mestizo, admirado en todo lugar se había ido. Pero había dejado su compromiso universal por las gentes olvidadas, por la sociedad ignorada. Alguna lágrima surgió de muchos ojos; en todo el globo terrestre. Dejaron al lado de su tumba una copia de los wasap, por si alguien más se animaba a seguir su camino.

Así lució el cielo de los Monegros el día del “hasta siempre” del francés (23-5-2013). La sabina marcaba el posible cruce de sentimientos entre él y los de los dos de A. Alguien -se comenta que estos fueron hasta allí a entonarle una despedida- colgó un cartel que decía “Il y avait un jardin qu’on apellait la Terre”, “Hacia lo salvaje”. Se perdió. (Foto: Fernando González Seral)

ESTRAMBOTE PROSÁICO:

¿Ya han adivinado quiénes son esos personajes? ¿De qué hablan en esas frases aparentemente inconexas?, pero sustancialmente provocadoras en los títulos de sus canciones. ¿Se han pasado por Youtube? Si no es así, imaginen que se trata de cantores comprometidos con el presente, y muy preocupados por el futuro. Algo así como vigías que denuncian el despiste social mundial y europeo que provoca grandes atropellos socioambientales.

¿Aún no? Escríbanos y le enviaremos la solución. Por cierto, está en un libro que el Gobierno europeo de Bruselas, en asociación con el socialdemócrata de Celtiberia junto con el centrista de la antigua Galia –por eso del egipcio francés que tanto lustre dio a la música comprometida- coeditaron con la ocasión. “Mitos y leyendas. Buenas canciones que fueron éxito en Europia Unida sin decir nada, o mucho, del cercano 2030”.  O mejor, identifíquenlos con algún cantante actual en quien aprecien esos valores, valdría Manu Chao por eso de que es francés y un poco español y porque denuncia atropellos ecosociales. Por cierto, el libro fue presentado en un vagón de tren en Hendaya, junto con el álbum Salto al color del dúo A.; diez años después de la muerte del francés. Lograron que todos cantasen su Lluvia, que algo nos recordaba a “Les eaux de mars” del francés. Se intuía que detrás de las preocupaciones de ambos estaba el cambio climático. No viene a cuento pero a unos metros de aquel encuentro del 23 de octubre de 1940 donde hablaron Hitler y Franco del “juego macabro”, para ellos, de la II Guerra mundial.

Entre estos y otros cantantes -podríamos citar a Cecilia y su Un millón de sueños, objeto de censura represiva de la dictadura de Franco en 1973- nos cantaron pesares y esperanzas. Nos enseñaron a hacer de la vida musicada -en el último tercio del siglo XX y en el primero del XXI- un compromiso global, una rebelión ante las injusticias del mundo. Canten y canten, que los males espanten y derriben dictaduras.

No busquen el podscat, se borró en un descuido “no intencionado”.