Archivo de julio, 2023

Cuentos de verano apócrifos de unos documentos 2030. La hormiga que siempre quiso ser libre

“Es admirable todo lo que hacen las hormigas
para perder el tiempo”

José Bergamín.

 

Debo reconocer que era una hormiga especial. Le gustaba saber; así, sin más, y eso siempre es un mérito, independientemente del individuo de que se trate en cualquier especie viva. Además tenía otra rareza excepcional: sabía descifrar códigos. Esa mutación solo se daba en una de cada cien mil millones de hormigas, pero por azares del destino se dio en Celtiberia. A pesar de su inteligencia, no descuidaba el trabajo. No quería levantar sospechas. Pero por las noches se deslizaba hasta la “Formigoteca” secreta, nivel X. Le costó muchos sobornos conocer la clave secreta de entrada, pero al final logró excretar unos olores mágicos que desencallaban el cierre. Allí se dirigió a escondidas. Tanto mirar un día tras otro, con el tiempo aprendió a leer en varios idiomas. Debo hacer notar que allí, en aquel recóndito escondite, se guardaban muchos legajos, grandes y pequeños -adaptados al tamaño de las hormigas se entiende- todos escritos en hojas de papiro con cagaditas pequeñas; era lo que se llevaba en aquel mundo subterráneo.

Un día, por azar buscado, cayó en sus manos uno de los legajos proscritos por apócrifos; de esos que solo debían manejar las élites, como en El nombre de la rosa. Se reconocían porque estaban señalados con un tinte rojo elaborado con los élitros de las mariquitas, que las hormigas capturaban para sus necesidades culinarias. El espectacular ejemplar que se desplegó ante sus ojos compuestos trataba de la Revolución Francesa. Lo firmaba un tal Denis Didérot. Le gustaba el nombre de Denis; por eso empezó a leerlo. De todo el texto, se quedó con un resumen incompleto en el que destacaban tres palabras escritas muchas veces: liberté, égalite, fraternité. Debían ser mágicas, y sí que lo fueron, pero de esto poco supo la hormiga, constreñida hasta entonces a un territorio limitado.

Se veían a escondidas, daba la impresión de que se habían enamorado. ¡Qué barbaridad! ¿Quién? Dos hormigas, se supone. Aunque, ¿puede desencadenarse el amor en un hormiguero con alguien que no sea la Reina? Allí no existen individuos, la colonia manda. Es la única unidad, la compendiadora y compleja, lo que da sentido a las vidas de todos los números que la forman. En muchos descansos se miraron, hasta que las antenas chocaron y se hizo el milagro: las hormigas expresaron sus afectos en forma de toquiteos anteniles y feromonas químicas, tacto y olfato.

Un día, nuestra letrada protagonista se atrevió a sacar de la biblioteca un ejemplar facsímil, diminuto a escala hormiga y por eso lo pudo esconder. Al azar, que nada organiza en un hormiguero, eligió “Mitos y leyendas. El disgusto de las naturalezas brutas del Mediterráneo occidental aledaño a Celtiberia por un colapso fórmico”, donde hablaba de una rebelión de hormigas en las Islas Pitiusas que llegó hasta Sicilia, pero de nula repercusión en el mundo fenicio. Sintió miedo al leerlo por vez primera, porque se adentraba en asuntos oscuros que no entendía y por su aviso de que se castigaría a quienes siguiese con el texto. Digo yo que al estilo de Jumanji, pero ella tampoco lo sabían. Contaba el texto que, alertados por los humanos, los dioses habían provocado una llamarada que chamuscó a todas las revoltosas mediterráneas; algo así como un Fahrenheit 451 rápido, como el que nos contaba François Truffaut, pero en este caso aprovechando el rayo de una tormenta. Aquella misma noche ella lo devolvió a la biblioteca. Le daba telele. Nada le costó a su amigo.

La atracción entre ambos, hembra y macho de hormiga común crecía en sus diminutos cuerpos, sería porque ya tenían algo que las unía, como a las parejas de otras especies: un deseo bien o mal hilvanado.

– Estoy hasta las antenas de esta dictadura himenóptera – gritaba XA-12.649 en una grieta escondida del hormiguero, a la que solamente tenían acceso las hormigas que se orientaban excelentemente.

– ¡No hables tan fuerte! – respondía YB-3.145, mucho más miedica y no tan reflexivo.

Más de una vez se escondieron de la trifulca organizada por el ente “hormiguil” que dominaba su colonia; “Formicator” se llamaba. Decidió atacar a la colonia vecina. Ambas dos, ella y él, estaban hartas de los sanguinarios conflictos entre vecinas de la misma especie y otros invertebrados, y eso que no habían visto la película Hormigaz, que tiene lo suyo. Se decían a ellas mismas que los conflictos solo servían para sembrar el campo de cadáveres. Eran más partidarias del diálogo. Pero temían pensar. No lo podían decir en voz alta. Por todos los lados había espías, inalámbricos por supuesto.

Le contó ella a él –este no tenía la mutación que le permitiese interpretar signos- que había encontrado otro legajo, también con marca roja, pero muy roja y muy grande. El manuscrito traducido hablaba de un tal Orwell, de segundo nombre. El primero estaba tachado con rojo, muy rojo. El documento hablaba de muchas cosas raras, pero una se repetía: los peligros de las dictaduras. Alguien, ¿quién?, lo habría copiado con unas letras pequeñísimas, como de hormiga.

Algunas noches, cuando no había luna, daban paseos. Ocurrió que un día se había celebrado en el hormiguero la fiesta final de la recolección de la cosecha de verano y muchas hormigas soldado se habían descompuesto por la ingestión masiva de hongos fermentados; nadie vigilaba los agujeros de salida de la colonia. La abandonaron temerosos, casi se podía decir que andaban a dos patas. Sería por eso que quedaron indecisos largo rato, pero poco a poco una melodía los atrajo más y más lejos; como si la gaita del flautista de Hamelin hubiera sonado, pero claro a este no lo conocían. Sin saberlo, se encontraron en un camping. La música procedía de una parcela ocupada por unos franceses. A XA-12.649. Le atraía el francés, sabía interpretarlo. Allí, un grupo de gente escuchaba una y otra vez a dos individuos. Ella supo que se trataba de Georges Moustaki y Edith Piaf, lo ponía en unos papeles cuadrados en forma de carpeta. Escucharon recitar una canción que ella no tardó en entender: Ma liberté. Los humanos que por ahí había –todos con el pelo blanco- estaban medio dormidos, supongamos que por la ingesta de hongos. La hormiga hembra le explicó a su compañero de huída la letra, más bien lo que escondía. De paso, sin pensarlo, le confesó su amor. Le dijo que le gustaría que ella y YB-3.145 fuesen como el rey y la reina de los que hablaba la canción. Se quedaron bastante rato medio atontolinados. Los humanos seguían tumbados. El día casi clareaba. Volvieron al hormiguero. Se acercaron con cautela. Ninguna vigilancia a la entrada; los vapores de los hongos fermentados seguían haciendo su efecto.

Tenían un escondite secreto en el hormiguero, un criadero de hongos abandonado por un derrumbe parcial. Allí, más de una vez cantaron al unísono “Non, je ne regrette rien” en francés. La habían escuchado muchas veces en la parcela del camping, al cual volvieron todos los días de fiesta; la excursión nocturna se convirtió en un rito. Se la habían aprendido tan bien que si Édith Piaf la hubiera escuchado las habría felicitado. Sería su canción el día que abandonasen el hormiguero. Se decían que no había nada más maravilloso que cuando una quiere ser una y el otro se ve otro. Tanto leer ella, habían aprendido a filosofar. Sabía pensar. Se miraron a la cara. Tan tiernos se pusieron que decidieron llamarse algo. Ella cambiaba su XA-12.649 por “Elle”, en honor de la voz rasgada de la mujer que cantaba; él dejaba de ser YB-3.145 para convertirse en Georges.

Pasaron unos días llenos de silencios continuados y alborozos momentáneos, de esperanzas y angustias. Al final se fue sola “en busca de la libertad, la igualdad y la fraternidad”, sin imaginar con qué se encontraría. Por la foto que ha llegado hasta nosotros nada bueno, pero había disfrutado de la libertad, cosa rara en las hormigas. Él dejó de sentirse Georges. Prefirió la seguridad del hormiguero. Se dijo a sí mismo: el orden siempre debe imperar; rebeliones ninguna, aunque sean en 1984, por decir una fecha. Pero la narradora, no se identifica en este legajo apócrifo, calcula que igual pudo haber sido en 2023 en Europia. ¿Quién puede asegurar que no fue Elle, que derrotó al bicho de la fotografía? Una y otra vez la narradora afirmó que el valor de la libertad no tiene precio. Sonaba continuamente en el subsuelo “Non, je ne regrette rien”.

Ante la deriva de Europia hacia regímenes autoritarios quiero hacer constar que dada mi profesión de periodista independiente soy simplemente transcriptor; no tengo que ver nada es esto. Además no sé francés.

El desenlace de un encuentro siempre está sujeto a conjeturas (Foto: Fernando González Seral, https://fgseral.blogspot.com/)

Derrota sin paliativos. Posible exterminio de los gorriones en unos años

«A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre».

Pablo Neruda

Lo esencial es sobrevivir; lo dice la genética de la especie.

Al principio volaba despreocupada. Casi aprendí a cantar como los canarios, pero lo sonoro no es lo mío.

Me sentía bella con mi traje, por más que no tuviese los colores llamativos de las migratorias.

Hay que adaptarse. Pero me temo que sea casi imposible.

Apenas llueve. El calor del verano es sofocante ya en primavera.

Poco a poco van cayendo mis sustentos. Todos dejan de ser, desde pequeñas hierbas (con semillas menguantes) a invertebrados.

Da la impresión de que una no vive en la realidad que cree, o no cree la realidad que sobrevive en el tiempo. Ni el baño en tierra me tranquiliza.

A veces me siento como apátrida; no me veo reflejada en otros pájaros.

Queda la sombra, cada vez más oscura; como el porvenir.

Voy a perecer en los suburbios del tiempo. Además los humanos ya no nos echan en falta en sus casas y ciudades.

Una ruina, porque el más allá de la especie está lleno de miserias, como hacer las casas humanas sin agujeros donde anidar.

Me sabe mal morir, no haberme adaptado. Solo quedará mi testamento óseo.

Voy perdiendo la conciencia de mi cuerpo pues la mente se me desordena.

Ya no me sitúo en el espacio de las cosas que son; los recuerdos me nublan el futuro.

Me puede la nostalgia. Siempre tuve añoranzas de lo que J.M. Serrat me cantó, que bien podría ser mi epitafio. Seguro que lo llevará a la ONU cuando desaparezcamos del todo; si se llega a ese momento.

Intentando asegurar un futuro velado, mimetizados con el tejado lleno de líquenes para evitar la captura de las rapaces (Fot: Fernando González Seral, https://fgseral.blogspot.com/)

NOTA SOBRE ESTA ENTREGA DE CUENTOS DE VERANO APÓCRIFOS DE UN DOCUMENTO 2030: Algo me contó un eremita que vivía por allí con tres gorriones desparejados. Con parte de lo que dijo y algo inventado dejo este escrito a mano en la tapa que cierra el legajo. Era de un tamaño grande. Lo encontré en una caseta de monte de la sierra de mi pueblo, medio tapado por la paja ya castigada por los artrópodos. El legajo mostraba notables deterioros; seguro que había servido de sustento a pequeños invertebrados y algún ratoncillo. Apenas conservaba las dos tapas, de cartón fuerte y las primeras hojas. Se trataba de Mitos y leyendas de la extinta Celtiberia. Primeras conclusiones de la incidencia de las transgresiones climáticas y la agricultura extensiva en la población de volátiles asociados en tiempos pasados a la vida de las poblaciones sedentarias humanas. Tomo I.». Incluía una especie de apéndice escrito por otras manos sobre la masacre maoísta de los gorriones en China. Decía que el iluminado autor de su famoso cuello de camisa consideraba a los gorriones como animales del capitalismo, pues se comían el grano que debería servir para que sus súbditos no muriesen de hambre. Por eso había decretado su exterminio.

SEGUNDA NOTA: Esta ya es cosecha del anónimo trascriptor. El Diccionario de la Real Academia (RAE) describe a los gorriones como muy abundantes en España. Les escribiremos para que lo cambien por “en peligro de extinción”.

 

Una lata | Cuentos apócrifos de unos documentos 2030

«La belleza es ese misterio hermoso
que no lo descifran
ni la psicología ni la retórica».
Jorge L. Borges

Durante el verano publicaré unos textos más ligeros, sin autoría reconocida, que hacen referencia a como España (más bien Celtiberia) se encamina(ba) hacia la Cima 2030.

Alegoría de cansancio,
sin la prestancia de un cofre pero mucho más hermética.
Resistente,
fuerte como un metal y a la vez humilde como un trasto.
Belleza a primera vista,
en cualquiera de las formas de presentación.
Compacta en su conjunto,
pero abierta nada más un rendija se accede a nuevos universos de percepción.
Viejos ropajes oxidables mutados en nuevos vestidos de aluminio inerme.
Tenía glamur cuando éramos pocas y guardábamos salazones diversos,
aunque nos menospreciasen algo y nos apelasen laterío;
ahora somos demasiadas y nos meten de todo.
Tan numerosas como los pájaros y,
a mi pesar,
sin nadie que me susurre ahora un afecto en la cultura universal,
desde que Warhol me llenó de sopa de tomate y me vistió de Campbells rojos,
o desde que Miguel Hernández, el insigne poeta cabrero, dijo que los ángeles con hojas de lata tocan a misa.
¡Qué tiempos en los que mi belleza triunfaba!;
en una época remota fui una de las reinas de la tienda de ultramarinos.
Ahora quienes tanto me necesitarían
me cambian por otros contenedores plastificados,
me tiran porque lo nuevo sepulta rápido a lo tradicional,
incluso me emplean como moneda para acallar a los demás.
Sin embargo, ¿quién no pone a diario algo de lata en su vida?

Fragmento de un poema manuscrito, a la vista está que escasamente rítmico y rimado. Estaba escrito en un papel grasiento –de estraza para más INRI y bastante descolorido- que fue encontrado por el personal de limpieza en una estantería de los grandes almacenes Megaceltiberys anglos, durante un inventario general decretado por la nueva dirección –un fondo buitre localizado en las islas Caimán-. Hubiera merecido ser recogido en la serie documental de la televisión pública Mitos y Leyendas de la Celtiberia lanzada al año 2030, la rápidamente incorporada a los tiempos nuevos pero se conoció con la edición ya cerrada.

Bodegón tecnología y naturaleza hacia 2030 (Fernando González Seral – https://fgseral.blogspot.com/)