Archivo de mayo, 2023

La sobriedad consumidora y los menguantes desperdicios de materia y energía como nuevo motor económico hacia 2030

Lo que aquí se cuenta es un ensayo que puede convertirse en hipótesis verificable. Hace unos días desempeñé con placer el papel de moderador en un coloquio auspiciado por l’Institut français de Zaragoza. Intervenían Valérie Guillard (Doctora en Ciencias de Gestión y Profesora en la Universidad Paris-Dauphine) y Víctor Viñuales (Sociólogo y Director de Ecodes-Fundación Ecología y Desarrollo). Se enmarcaba dentro de la iniciativa La Nuit des idées, de la red de Institutos de francés en España, que supone una invitación a descubrir el pensamiento contemporáneo, a reflexionar a escala micro sobre los grandes desafíos de nuestro tiempo visto desde lo cotidiano; casi nada podemos hacer ante las grandes cifras.

Este año el lema era: ¿Más? Del miedo a la esperanza. El cual nosotros combinamos en Zaragoza con este otro: ¿Y si la sobriedad se convirtiera en el nuevo motor de nuestra economía? Había que darle alguna vuelta a si el universal deseo de tener más cosas estuviese en el origen del miedo al futuro. Por un lado y otro se escuchan voces diciendo que los recursos son limitados y debemos construir la cultura práctica de su finitud, el aleteo amable del decrecimiento; aunque nada más sea por intereses egoístas. ¿Cómo lograrlo? De lo que allí se escuchó podemos colegir que se exige un cambio general de los estilos de vida, para consumir menos o compartir consumos, para huir de los bienes materiales almacenados en el olvido, para emplearse en que triunfe la (r)evolución de las conciencias y las vidas entrelazadas. Quienes de esto saben dicen que la nueva vía de consumir menos can más fundamento, muy comprometida, es la mejor (¿única?) esperanza de salida colectiva de las actuales incertidumbres del comportamiento. La jornada se celebró en el Centro de Documentación del Agua y Medioambiente del Ayuntamiento de Zaragoza (CDAMAZ), en el refectorio del antiguo convento de Santo Domingo, testigo de la historia medieval y renacentista, en tiempos que suponemos se viviría y comería con más sobriedad que ahora.

Valérie Guillard nos introdujo en la “sobriété”, una palabra bonita que parece que nos invita a esa (r)evolución. Es una idea/acción más contundente que la sobriedad en español. Por lo que sea, quienes poseen esta en España parece que se esconden de la corriente consumista para no ser vistos; y aún así se ganan reprimendas por no contribuir con su consumo al mantenimiento de puestos de trabajo en esta economía del dinero acumulado. En su (in)felicidad, los otros los ven frustrados. Pero el que escribe recuerda al expresidente uruguayo Mújica quien hacía una apología de la sobriedad, todo ha de tener límite en la vida y todos necesitan tiempo para hacer aquello con lo que disfrutan. También lo explicó a nuestro preguntador estrella Jordi Évole abordando la inconsciencia de la especie humana al consumir lo que en realidad no necesita y perdiendo tiempo de vida que se le fue.

El moderador invitó a leer de forma conjunta economía y ecología. Aludió a la complicación actual; nunca fue sencillo pero hoy mucho menos. Se atrevió a decir que la primera debió nacer en el Neolítico, con los primeros asentamiento humanos. El descubrimiento de la agricultura y la ganadería facilitó la vida; la población se incrementó. Con lo cual cada vez se necesitaban más alimentos, que se empezaron a guardar si sobraban por si venían años malos. Los graneros serían objeto de envidia de vecinos, con lo cual las batallas por poseerlos serían habituales. Es más, se pagaría con granos o animales los socorros bélicos; lo que es seguro es que se hacía con sumisiones y diezmos o cosas por el estilo. Desde entonces hasta ahora, podemos hacer en una atrevida simplificación de la historia concretándola al consumo y la consiguiente reducción de la ecología libre. En estos momentos necesitamos más que nunca ir mermando cosas y caprichos poco a poco, o mucho a mucho. Hemos de construir la ecología del bien vivir practicando una economía de la sobriedad.

Si revisamos algunas de las investigaciones y publicaciones de Valérie Guillard encontramos una parte de la microhistoria de las relaciones entre economía y ecología en la vida cotidiana, en la cultura ciudadana. Un ámbito principal donde buscar es en el consumo/consumismo de las personas, digamos que se ha convertido en el término que une o desune las dos partes de la ecuación. De esta práctica social, desigual y marcadamente diferenciada según el producto o servicio consumido, hay que (r)evolucionar a consumir con sobriedad en el mundo del dispendio multiincentivado. A su vez, Víctor Viñuales es el director de Ecodes (Ecología y Desarrollo). Lo que a algunos nos parecía un oxímoron. Pero no ha sido así, pues en sus acciones Ecodes ha sabido gestionar e incentivar la sobriedad propia, en otros colectivos, con muchos aciertos y con una llamada constante a la esperanza como se puede ver en su web; un espejo donde mirarse a menudo. Dirige una fundación imprescindible en España, también en Latinoamérica y Europa, por su actividad indagadora de los diferentes consumos y en la elaboración de propuestas de acción; por su acción mediadora, por su máxima alerta de que es tiempo de actuar. Por cierto, quienes apuesten por la sobriedad como metáfora de la vida futura no pueden dejar de visionar La huella de Carmela, de Evelin Navarro y La Luciérnaga fundida.

Aquel día le dimos más de una vuelta a una afirmación de Valérie compartida por los contertulios: sí, es posible tener menos y vivir mejor, en un contexto de interacción entre ecología y economía. El uruguayo Mújica hubiera precisado en el contexto de las personas/países ricos o medio ricos. Pero generalizar esta idea que, podría convertirse en ideal de vida, ha estado (está cada día más) muy presionada por muchos grupos de presión económicos y mediáticos en la vida cotidiana, en cada espacio vital, y continuamente. Se habló de la victoria de la esperanza contra el miedo para tratar de convertir a los consumidores compulsivos en ciudadanos globales que hacen de la responsabilidad personal un valor social. Lo cual exige un diálogo permanente entre medioambiente y sentido común; un necesario debate en nuestra generación, como también propone Mújica, para repensar la salud personal o colectiva y la del planeta. Los contertulios demostraron con evidencias que son necesarios cambios estructurales y personales. Para lograrlos nunca se debería perder de vista una encomienda común, global, que se llama justicia social. Sin duda habrá que separar necesidades y deseos a la hora de consumir con sobriedad.

Para lograrlo hay que pensar La historia de vida de las cosas como nos explica Annie Leonard. Pero en este contexto de buscar esperanzas no nos deja solos; nos habla de las soluciones con destreza sin igual. Aquí quedaría explícita la necesidad de menguar los grandes desperdicios de materia y energía, de “no malgastar” que diríamos por aquí y que es la intención de conocidas iniciativas globales como Ma petite planete, Eco Friendly, Waste Zero Europe. En Le gaspillage perçu des objets: une analyse par les théories de la distance psychologique et des niveaux de représentation, Valérie realiza una distinción de los residuos basada en la pérdida de utilidad (alimentarios o no alimentarios, naturales, financieros, temporales, etc.) y los sitúa en diversas investigaciones académicas. Habla de distintas razones para no desperdiciar sea una motivación para el comportamiento responsable; otra la posibilidad de reutilización. Pero nos quedamos con la visión de la distancia psicológica (espaciales, temporales, hipotéticas o sociales) entre el consumidor y la entidad promotora de la acción reductora para aproximarnos al desperdicio percibido.  Cómo lograrlo: la distancia psicológica se reduciría si las entidades de gestión comunicasen la utilidad futura de los objetos (la distancia social); las campañas de comunicación sobre el despilfarro cuestionasen a los consumidores el futuro de los objetos que acumulan en sus armarios, desvanes, etc. Además, cuentan mucho las tipologías de consumidores según el desperdicio percibido de objetos. Hay que tener en cuenta criterios sociodemográficos (edad, ingresos, lugar de residencia rural o urbano). Y particularmente, las emociones experimentadas durante las diferentes etapas del proceso de consumo (compra–no uso–despojo) y su potencial influencia en el derroche.

Todo lo cual, a modo de resumen incompleto de lo hablado en esa jornada, se apunto que se necesitan cambios disruptivos importantes: encontrar un motivo a la vida fuera del consumo, realizar actos gratuitos que conducen a la vida buena, compartir para crear un vínculo que sea útil. Víctor añadía que nunca debe faltar una ruptura de la crisis de esperanza, remontada con la voluntad, para (r)evolucionar valores y hábitos. Para lograrlo cobra valor la tarea activa con los demás, reconectarse con el mundo mediante la acción, y un redescubrimiento del buen uso del tiempo, apuntaba Valérie. Porque, añadía el moderador que casi siempre el consumismo promete algo que no puede cumplir: la felicidad universal. Y pretende resolver el problema de la libertad reduciéndolo a la libertad de consumidor (Zygmunt Bauman 2007, en Vida de consumo). Todos hablaban de sentir la sobriedad de verdad y evitar el “greenwashing”, el lavado verde. La Unión Europea ha visto la masiva utilización que las empresas hacen de este ecopostureo, así como otros polos económicos o focos administrativos y pretende ponerles freno.

Quien redacta este resumen quiere recordar un artículo de Neus Tomás que titulaba hay que evitar que el mundo se deshaga. Incluía una cita de Albert Camus que en su recepción del Nobel en 1960, decía en su definición del papel del escritor:

Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea más grande: consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir

¡Han pasado desde entonces tantos años y parece que habla de hoy! Impedir que el mundo se deshaga necesita ideas convertidas en ideales colectivos. Hace más importante que nunca una sobriedad consumidora y unos menguantes desperdicios de materia y energía, que quienes mandan nos deben incentivar o quizás se deberían penalizar acciones contrarias, como sugirió más de una persona en el posterior coloquio.

NOTA: La presente entrada excede en extensión a lo habitual. Pero esa invitación de La Nuit des idées , a la valoración de la sobriedad consumidora y los menguantes desperdicios de materia y energía como nuevo motor económico hacia 2030 no se pudo transmitir en directo ni grabar por circunstancias diversas. Este testimonio escrito, lógicamente parcial, es una síntesis de lo hablado en la sesión destinado a las muchas personas interesadas que no pudieron asistir. Personas que todavía viven a expensas de la gestión de su tiempo y se esfuerzan en alcanzar la sobriedad consumidora propia; también de incentivar la de los demás, a pesar de la dificultad que entraña. Va para ellas y para las organizaciones que les dan soporte, representadas en esta sesión por Ecodes.