Cuando comenzamos a publicar entradas en este blog razonábamos por qué lo habíamos titulado La Cima 2030. Decíamos que porque cima era algo así como meta y a la vez representaba las dificultades de coronarla con éxito. ¿Cuándo? En el año 2030; hace tiempo que se redactaron las Agendas 2030. Tenían escritas al inicio unas pocas páginas en las cuales se analizaba el punto de partida. También había algo señalado en las últimas; una especie de rejillas para recoger, en qué cualidad y medida, si los deseos enunciados al principio se habían convertido en logros. Sin olvidar que habían de anotarse insuficiencias, las cuales debían regenerar en nuevas propuestas de acción.
Lo de las agendas ha sido un “sí pero no sé cómo” o “me apetecería pero hay muchas cosas más urgentes” para muchos países, entidades administrativas, empresas y ciudadanía en general. Los progresos, que en lugares y aspectos concretos los ha habido, se han visto sepultados por los “así no avanzaremos” con plenas garantías al año 2030. Da pena leer que “al ritmo actual de progreso ninguno de los objetivos se alcanzará en 2030”, según un informe elaborado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (SDSN, por sus siglas en inglés), una organización vinculada a la secretaria general de las Naciones Unidas. En su página se puede revisar el grado de cumplimento de la Agenda 2030, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, por país. Merece la pena echarle un vistazo, pero si el tiempo les genera demasiadas servidumbres les avisamos de que los mejores situados siguen siendo los países europeos (Finlandia, Suecia, Dinamarca, Alemania y Austria, etc.), los diez primeros lo son mientras que España se encuentra en el puesto 16. Por el contrario, también se lo imaginarán, los países peor situados en la escala son ahora Líbano, Yemen, Papúa Nueva Guinea, Venezuela y Myanmar; con cantidad de metas sin resolver o caminando directamente en la dirección equivocada.
Malos tiempos para la ética y justicia social, que se evidencian en tremendas desigualdades. En varios países europeos han accedido a los parlamentos y gobiernos partidos de extrema derecha que le tienen un inquina especial a todo que suene a medioambiente, Agenda 2030 o sostenibilidad mundial; por no hablar del entramado social de los pobres o diferentes. Mucha tarea y compleja tiene por delante Antonio Guterres -el Secretario General de la ONU- que se empeña en predicar una y otra vez que se acaba el tiempo para evitar los daños irreversibles que generan crisis climáticas y sus consecuencias. A la vez nos quiere mantener en la esperanza: se acaba el tiempo pero no es demasiado tarde en todo. Pero se lamenta de que se haya roto la confianza entre el Norte rico -gran consumidor de combustibles y materias primas- con el Sur pobre –donde falta casi de todo, incluidos derechos humanos-. Allá donde más falta la justicia climática; en aquellos países y gentes que menos han contribuido a fomentarla pero son quienes más la sufren. Guterres alerta de que se ha acabado el tiempo de hablar. “Hay que llegar a llegar a un acuerdo creíble para compensar los daños y pérdidas para los países empobrecidos”. Los ricos no se dan cuenta de que las distorsiones en la relación aire-océanos-suelos-sociedad global no solo golpeará a los pobres. Si tuvieran un mínimo de egoísmo socializado se volcarían en la ayuda de los más castigados; después pueden ir ellos. Porque según asegura la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés) es imprescindible aumentar las inversiones en energía limpia en los países emergentes o en desarrollo hasta los 1,1 billones de dólares USA en 2030 y años sucesivos.
No resulta fácil un empeño de este tipo. Por todas las redes y muchos medios de comunicación se han asomado las “minas de bulos”, climáticos por ejemplo, con la misión salvífica de hacer explotar todo que se apoye en la ciencia y no someternos a las ansiedades. Aquí va una pequeña muestra, no de “Fake news” sino de mentiras interesadas para hacer daño a la mente y al cuerpo de la gente despistada. A menudo me pregunto si el mal se limita a confundir para anular lo que dice la ciencia o va más allá; a adentrarse en el mundo de la perversión social. Por cierto, entre muchos rescataremos el anagrama de la Agenda 2030 –muy manoseado y desteñido, es verdad- y el resto de los iconos de compromisos que luchan contra las desigualdades sociales que van hacia ese cubo de basura gigante que el partido político enemigo del bien social compartido ha instalado en Madrid. Reciclaremos las ideas para que, no sabemos cuándo, se logre la justicia social universal que lamine las desigualdades. Porque es un derecho humano, si falla la arquitectura que lo sostiene puede haber muchos derrumbes, y los ricos no saldrán indemnes.
Nos resistimos a creer que haya tanta gente y países egoístas. Como decía Mafalda (Quino) algunas personas no han entendido que la Tierra gira alrededor del Sol, no de ellas. No recuerdo que la argentina hubiese conocido al detalle los fondos de inversión. Más todavía me hace pensar lo de Erwin Schrodinger, el Nobel de Física que también hablo de lo del gato, que decía que “para un animal solitario, el egoísmo es una virtud que tiende a preservar y mejorar la especie: en cualquier tipo de comunidad se convierte en un vicio destructivo”. A lo que José Saramago añadiría: El ser humano que carece de esa segunda piel que llamamos egoísmo aún no ha nacido, dura mucho más que la otra, que sangra tan fácilmente. No podría faltar aquí Irene Vallejo, la minuciosa observadora de la vida hecha literatura de emociones, cuando avisa de que “sin humildad, el yo ocupa todo el espacio disponible y solo ve al prójimo como objeto o como enemigo”.
Utilicemos estas cuatro ideas para reposicionarnos en el sistema social que vivimos. Pues eso: ¿qué tal si retomamos con espíritu no egoísta las Agendas 2030 ahora mismo? Pero de verdad, basado en alianzas comprometidas.