Archivo de marzo, 2024

Riesgos climáticos, verdades escondidas, horizontes oscuros

El cambio climático, por nombrado, acabará siendo olvidado. La gente evita creer en aquello que le puede perjudicar. El clima nos sobrepasa. Unas veces por la dificultad de manejar a la vez bastantes variables que lo condicionan; en otras ocasiones porque se parte de una cultura climática mal hilvanada desde la escuela. Finalmente, porque las fuentes de información que generan negacionismo, retardismo o pasotismo ambiental las manipulan personas cuyo fin principal es dar desinformación con mensajes cortos, que apenas dicen nada. La pedagogía del fogonazo ciega el pensamiento crítico; no interesa que la gente esté bien informada y asumir que tendrá que sobrellevar ciertos riesgos en la vida. Si los TikTok (Douyin en su China natal) u otras redes aseguran, que no hay sequía aunque haga un año que no ha llovido los creyentes lo ven así, y viceversa.

Naturalmente nuestra vida no es eso; o quizás sí porque demasiada gente en el mundo entero se convierte en deudora de lo que viaja por los mensajes cortos, por los vídeos especulativos. No solamente por esta carretera de lo increíble anteriormente citada; hay otras redes con sentido parecido. Entre los mensajes de unas y otras nos entretienen, a la vez que nos evitan pensar si vivimos en un limbo en el que apenas pasa nada en lo que se refiere a la cuestión climática u otras variables importantes de la vida. Si tal o cual situación es riesgosa será porque hay gente interesada en amargarnos la existencia; aducen los inculpados. Las verdades escondidas de la ciencia todavía no son pensamiento común.

Bien mirada, nuestra vida es algo más que lo que dicen las plataformas online. Frente a esas tertulias de los mensajes, hay otros informes emitidos por instancias públicas o privadas que nos avisan de algo no va bien, o puede ir peor. Nos han dicho cientos de veces que posicionarnos ante el objetivo común de llegar de la mejor manera posible al año 2030 – una fecha casi fetiche elegida con argumentos inestables sin tener en cuenta excesivas incertidumbres- es imposible. Se nos antoja que cada vez es menos probable que se cumplan los deseos de los más optimistas en el asunto del desarrollo sostenible. Entre los dubitativos se encuentra quien gestiona esta Cima 2030. ¿De verdad somos tan débiles ante un seguro, muy probable para algunos si se quiere, cambio del clima con sus incertezas anexas?

Utilicemos como fuente de información la EEA (Agencia Europea del Medio Ambiente). Aquí van unas cuantas alertas emitidas recientemente en su informe Evaluación Europea de Riesgos Climáticos (EUCRA):

  • El cambio climático inducido por el hombre está afectando al planeta. Globalmente, 2023 fue el año más cálido registrado, y la temperatura media mundial en el periodo de 12 meses comprendido entre febrero de 2023 y enero de 2024 superó en 1,5 °C los niveles preindustriales.
  • Europa es el continente que más rápido se calienta del mundo. El calor extremo, antes relativamente raro, es cada vez más frecuente, mientras que las precipitaciones disminuyen. Sin embargo, los aguaceros y otras precipitaciones extremas aumentan. En los últimos años se han producido inundaciones catastróficas en varias regiones. Al mismo tiempo, el sur de Europa puede esperar una disminución considerable de las precipitaciones globales y sequías más graves que las conocidas hasta ahora.
  • Estos fenómenos, combinados con los factores de riesgo sociales, plantean grandes retos en toda Europa. En concreto comprometen la seguridad alimentaria e hídrica, la seguridad energética y la estabilidad financiera, así como la salud de la población en general y de los trabajadores al aire libre. A su vez, esto afecta a la cohesión y la estabilidad sociales. Paralelamente, el cambio climático está afectando a los ecosistemas terrestres, marinos y de agua dulce.
  • El cambio climático es un multiplicador de las incertidumbres que puede exacerbar los riesgos y las crisis existentes. Los riesgos climáticos pueden propagarse en cascada de un sistema o región a otra, incluso de fuera de Europa; pueden provocar problemas, en todo el interrelacionado sistema, que afecten a sociedades enteras, castigando especialmente a los grupos sociales más vulnerables. Por ejemplo las megasequías que provocan inseguridad hídrica y alimentaria, las perturbaciones de infraestructuras críticas, así como las amenazas a la estabilidad y los mercados financieros.
  • Si se aplican las escalas de gravedad utilizadas en la evaluación europea de los riesgos climáticos, varios de ellos ya han alcanzado niveles críticos. Tal es así que si no se toman medidas decisivas ahora, la mayoría de los riesgos climáticos identificados podrían alcanzar niveles críticos o catastróficos a finales de este siglo. Cientos de miles de personas morirían a causa de las olas de calor. Además, las pérdidas económicas, sólo por inundaciones costeras, supondrían unos gastos de reposición que podrían alcanzar el billón de euros al año.

Resumiendo:

  • Los riesgos climáticos para los ecosistemas, las personas y la economía dependen de factores de riesgo no climáticos, a la vez que de los propios peligros climáticos. Por tanto, unas políticas y medidas eficaces a escala y nacionales pueden contribuir a reducir estos apuros de manera importante. La reducción de los daños dependerá en gran medida de la rapidez con que podamos reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Así como la rapidez y eficacia con que podamos preparar a nuestras sociedades y adaptarnos a los impactos inevitables del cambio climático.
  • La UE y sus Estados miembros han avanzado considerablemente en comprender los riesgos climáticos a los que se enfrentan y prepararse para ellos. Las evaluaciones nacionales de los riesgos climáticos se utilizan cada vez más para las políticas de adaptación. Sin embargo, lo mismo la preparación de la sociedad como la aplicación de las políticas va muy a la zaga del rápido aumento de los niveles de riesgo. Por lo que se requieren medidas adicionales urgentes y coordinadas a todos los niveles de gobernanza.
  • La mayoría de las políticas y medidas para reforzar la resistencia de Europa al cambio climático se adoptan a largo plazo, y algunas acciones tienen periodos muy dilatados para su ejecución. Es necesario actuar con urgencia para evitar decisiones rígidas que no sean adecuadas para el futuro en un entorno cambiante, como en la planificación del uso del suelo y las infraestructuras de larga duración.
  • Las políticas de adaptación pueden tanto apoyar como entrar en conflicto con otros objetivos políticos medioambientales, sociales y económicos. Por ello, es obligado actuar en el contexto de una política integrada, que tenga en cuenta múltiples objetivos para garantizar una adaptación eficaz.

Lo peor de todo, es que esa probable explosión climática lo condiciona todo, ayudada por la especulación de los poderes económicos, y cierta relajación de la normativa europea por las presiones de sectores energéticos o de otro tipo de producción o consumo. Como puede ser el asunto de las consecuencias de las revueltas agroganaderas actuales. De modo que si ha de ser así lo mejor será estar bien informados –evitando la cuantiosa y permanente lluvia turbia perturbadora de las redes sociales- para ver algo de claridad en los horizontes oscuros.

 

Agroganadería: en entredicho hacia 2030

Tiene razón la gente del campo al expresar su descontento con el presente futuro. Detrás de sus protestas se encuentran los bajos precios –al asunto viene de lejos- a los que venden sus productos a las grandes cadenas de distribución frente a los desmesuradamente altos que cuestan en cualquier supermercado. Por otra parte, denuncian el aumento de costes que han experimentado todo lo necesario para cultivar o criar (abonos, combustibles, piensos, etc.) y maquinarias necesarias para desarrollar su trabajo diario, más todavía desde la invasión de Ucrania por los rusos. Visto así, su llamada de atención debería concretarse en el aumento de lo que perciben por los alimentos que generan. Eso sí, sin que las grandes comercializadoras aprovechen para castigar el coste de la cesta de la compra de la ciudadanía. La trazabilidad alimentaria completa –vieja demanda de las asociaciones de consumidores- se quedó en el olvido, ahora se limita casi al lugar de procedencia del producto y su modo de producción.

Al margen de los métodos empleados para hacer valer sus demandas, sin entrar en responsabilidades políticas en la batalla agrícola, que la gente valorará de formas diversas, sí que queremos abordar todo lo escuchado estos días desde distintos focos. Primero para desligar una parte del complejo dilema rural. Mantener los pueblos y evitar su desaparición no consiste solamente en la necesaria compensación por la valía social de lo que producen. En los pueblos, que envejecen sin remedio, viven otras personas que desempeñan un papel fundamental en la custodia del territorio. Guardan el tesoro rural para que los urbanitas lo disfrutemos. Solo por eso merecerían compensaciones, tributarias o de otro tipo, para seguir siendo habitantes de los pueblos.

El campo/pueblo se muere no solo por los costes/beneficios de la agroganadería, sino también porque son pequeños y por eso los servicios públicos no les llegan. Dentro de poco aumentarán los que se quedaron sin escuelas, sanitarios, farmacias, transporte público, tiendas de lo mínimo y bares, que desempeñan la función social de agrupar a la gente rural, aunque nada más sea para tomar un café. Por no hablar de la falta de viviendas si alguien quiere ser repoblador rural, incluso cuando lleva actividad económica consigo. Quizás tras las protestas de estos días se esconda también el miedo de dejar de vivir en su pueblo, allá donde tienen sus raíces, porque ya no pueden llevar una vida económica y social compensatoria de su estancia. El que esto escribe nació en uno, allí mantiene su casa y tiene un contacto permanente con sus habitantes. Pero debió salir de él en su juventud en busca de unos estudios que paliaran la oscura perspectiva de la estepa aragonesa. Así otros muchos hombres y mujeres. Reducir la vida rural a las dificultades del sector primario es un engaño pues nos impide apreciar la multiperspectiva de la problemática rural. Hace unas décadas, durante varios años, mi pueblo y los que formaban la Mancomunidad de Monegros, que habían conseguido que el agua llegase a los domicilios por unas tuberías y no tuvieran que sacarla de balsas –hablamos de bien entrados los años 70 del pasado siglo-, se vieron privados del consumo para beberla y cocinar por su alta conductividad. La toma del freático del río Gállego se encontraba más abajo de incontables vertidos agroganaderos.

El Torzal de la Cobeta en Los Monegros. (rmanzanosgarcia / iStock)

Pero queremos plantear ese entredicho porque en muchos discursos nos ha parecido apreciar que todos los problemas venían por las normas medioambientales de la UE. También por las trabas que ponía la Política Agraria Común (PAC). Ambas cizañas han sido sembradas masivamente por algunos partidos. Hay que tratar de entender el complejo sistema de la agroganadería en relación con el medioambiente, la cadena alimentaria y el incierto futuro si se relajan ciertas normas de protección.

Vayamos primeramente con los vertidos tóxicos de ciertas actividades agroganaderas. Recordamos que hace un par de años se comentó sobradamente que la Unión Europea había abierto expediente a España con resultado de juicio próximo por el vertido neto –nitrógeno añadido menos capturado por cultivos o volatilizado-  anual de unas 800.000 toneladas de fertilizantes nitrogenados, lo cual empeoraba peligrosamente la calidad de las aguas, algunas empleadas para regar y otras para beber. El asunto llegó al Tribunal de Justicia Europeo. Además, en el informe de la Comisión al Gobierno y Parlamento europeos había una completa justificación de las razones que aconsejaban una actuación rápida.

Lo cierto es que España paga un peaje de contaminación de agua y aire. Nuestro país era en 2021 la mayor granja porcina de Europa, la tercera del mundo detrás de China y EE.UU. La verdad es que el aumento en la producción había coincidido con una disminución del número de explotaciones. Las macrogranjas detentaban un estilo de producción industrial que disminuye el número de empleos de la gente rural, a la vez que aumenta la cantidad y toxicidad de desechos de difícil gestión. A la vez consumen una enorme cantidad de agua y ocasionan una disminución de su calidad según el informe del Ministerio de Transición Ecológica. En 2020, la agricultura y la ganadería supusieron el 14% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de España. Recuerdo haber leído un informe de Ecologistas en Acción que enfrentaba los datos de población del INE con los censos ganaderos de las comunidades autónomas de Castilla y León, Aragón, Castilla-La Mancha, Catalunya, Comunidad Valenciana, Galicia y la Región de Murcia (las mayores productoras cárnicas) y concluía que “la ganadería industrial no solo no frena la despoblación sino que impulsa el abandono rural”.

La mala gestión del agua provoca que esta salga por el grifo de más de 200.000 personas –la mayoría del mundo rural- con tóxicos contaminantes procedentes de la agroganadería. Los peores valores se encuentran en las demarcaciones hidrográficas de las Cuencas Internas de Catalunya (27%), el Júcar (24%) y el Segura (22%), según los datos obtenidos del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. ¡Qué gran sentido podría tener el empeño conjunto!

Varios cerdos se amontonan en una porqueriza en una granja intensiva en Segovia. (Jorge París)

La agroganadería quiere aumentar el consumo de agua en un momento continuado de escasez y en una previsible disminución de precipitaciones. Lo cual se ha traducido ya en restricciones de diversos territorios. ¿Quién entiende que se exijan mayores demandas mientras disminuyen las disponibilidades? Algunos carteles mostrados estos días proponían acabar con el ecologismo radical de la UE (sic) y así favorecer a los regantes tradicionales o expectantes.  El asunto viene de lejos. En medio de las protestas se han colado los productos de varias fábricas de bulos medioambientales. Como ese que propone anular las medidas propuestas por la UE para paliar la desertificación y así agrandar las hectáreas en cultivo. ¿Pero no estamos con restricciones ya porque no se pueden atender las crecientes demandas agrícolas y poblacionales (elevadísimas en periodos vacacionales)?

Todo embarrado dentro de una PAC que parece ser el origen de todos los males, cuando ha supuesto el socorro para bastantes dolencias del mundo agrario: en tiempos se pagaba a los agricultores por no cultivar. De hecho, las ayudas para estos sectores suponen un tercio del presupuesto comunitario. España figura en un lugar privilegiado en las percepciones junto con Francia, Alemania e Italia. Bien es cierto que la PAC debe salir de los despachos y pasearse por los campos y la zona rural, seguro que así sería más equitativa. También analizar las variables territoriales (norte-sur) para ciertas exigencias; y de paso simplificar su tramitación y acelerar sus resoluciones.

La balanza política actual de Europa se aprovecha de todo que les moleste a algunos grupos, incluso si va contra el interés general. Ya no merece la pena ni demostrarles su error. Allá cada cual cómo gestiona el presente futuro y el de sus nietos. Como muestra lo del ayuntamiento de Huesca donde se ha presentado recientemente una iniciativa contra el Pacto Verde Europeo; lo que dicen de apoyar el campo está por ver. Tan desenfocada está la cosa que la aprobación de una ley que busca la restauración de la naturaleza en el Parlamento Europeo ha estado pendiente de unos pocos votos. Dejar atrás la norma que marcaba Bruselas hubiera supuesto la anulación de la lucha contra la desertificación, cuyo penoso efecto avanza rápidamente en España. ¿Qué vendrá después? Necesidad de más agua, más fertilizantes y más ayudas de la UE. Pero, ¿será posible?

¿Llevar a cabo una transición agroganadera con los supuestos económicos actuales? Misión imposible. Si bien hay que reconocer que el malestar europeo del campo no es un invento. ¿Acaso no evidencia algunas de las incoherencias del neoliberalismo verde?, adornado pero escasamente estructural y socializador. Tanto es así que algunos altos mandatarios de la UE, entre ellos alguno relevante del PPE, ya dicen que votarán en contra de la presunta directiva sobre las emisiones ganaderas.

Protestas con tractores en Bruselas.

En fin, para no dilatar la entrada. Gracias a la agroganadería por despertar a la UE y los parlamentos nacionales del letargo. Por evidenciar que las cosas no se están haciendo bien; pero han obviado la bioacumulación de tóxicos en sus pancartas y tractoradas, al contrario que las demandas de más agua aunque no llueva. Dialoguen en los parlamentos de todas administraciones regionales, estatales y de la UE. Planteen una revisión estricta de la cadena alimentaria, eviten la toxicidad de las aguas, protejan a la ciudadanía, hagan rentable el trabajo de quienes nos alimentan pero a la vez vigilen el cómo, etc. Llévennos a una transición justa, que siempre perjudicará a alguien pero beneficiará al conjunto. ¡Ah!, y no defiendan simplezas como que el río Ebro tira al mar no sé cuántos millones de hm3 de agua.

Se trata de llegar lo mejor posible al año 2030 y rellenar con bondades sus Agendas (alguien todavía mira con cariño aquella quimera), para no lamentar después lo que parecía evidente. Si hay diálogos permanentes con todos los sectores implicados será posible; la custodia del territorio puede ayudar. Hay que entender la vida de hoy como un macro sistema ecosocial que ya marca el futuro, que no será si dejan que mueran los ríos. Por cierto, lo de considerar a la UE patrona del ecologismo radical, leído en un periódico y dicho por algún representante de agricultores y grupos políticos, es un bulo como el mayor estadio futbolero de la UE. No tardará en llegar una rebaja de los requisitos por el uso de pesticidas y el mantenimiento de tierras en barbecho, además de cierto relajamiento burocrático, como demandan los ministros de Agricultura tras las protestas de los agricultores.

Aun con todo lo dicho, solo me queda agradecer a los hombres y mujeres del olvidado sector primario que nos dan cada día de comer. Me gustaría homenajear a los y las protagonistas del “El campo es nuestro”, un programa de la Televisión de Aragón.

Incumplimientos contaminantes, ¿sin fecha de caducidad?

En este blog nos empeñamos en decir que hay muchas metas ecosociales que debían cumplirse en el año 2030. Cuanto menos avancemos más vulnerables seremos. Cada vez lo decimos más alto, porque tanto los oídos gubernamentales y empresariales, como los de la ciudadanía parece que han sucumbido a la sordera crítica. Esta no tiene que ver con la capacidad auditiva sino con la cerrazón mental o la huida hacia no se sabe dónde. La mayoría de la gente ha restringido su campo de mirada. También lo ha materializado añadiéndole magnitudes más o menos visibles: cantidades de dinero, de bienestar, de felicidad, de trabajo, de amistades, de casas más o menos lujosas y chalets, del coche más avanzado… y así un largo etcétera.

Tanto es así que se puede decir que lo que no se ve, no golpea fuerte y en un momento no existe. Quizás se piense que el tiempo (días, años o nunca) lo resolverá. Un lugar especial de este ninguneo, trágico donde los haya, es no responder ante el hecho innegable de que el aire que respiramos no es bueno. ¿Cuánto y cómo? Cada día más y a peor. Lo que antes eran síntomas se están convirtiendo en estados permanentes. Me encantó leer algo de lo que dice Corine Pelluchon, la filósofa francesa de la que se dijo en un periódico que se podía llamar “la pensadora de lo vulnerable”. No se queda en la defensa de las vulnerables mujeres ni en los ignorados animales, sino que los problemas los mira desde el objetivo de nuestra propia finitud. Pelluchon, en Ética de la consideración, señala cómo imprescindible remontar nuestras dificultades para cambiar un estilo de vida propio de un modelo de desarrollo -mayoritario y potenciado por quienes nos conducen socialmente como consumidores- que nos aboca a la enfermedad, o incluso a la destrucción de una parte de nuestra especie.

¡Cuántas veces se nos escapan detalles de vida útil por no darnos cuenta de que no somos invulnerables! La contaminación del aire serviría como ejemplo de eso que parece que no se ve pero está actuando un día tras otro y afecta al colectivo pero también a nuestra singular salud. Entones uno se pregunta ¿qué queda de invulnerable? No acierta a encontrar la respuesta. Estudiamos en la escuela la composición del aire troposférico. ¿Qué permanece de aquellas proporciones? ¿Acaso el porcentaje de oxígeno es el mismo y ese 1 % que quedaba tras restarle nitrógeno y oxígeno también? Alguien llamó a esta visión del aire una idea escolar fija que es tremendamente transitoria. Mis alumnos lo escuchaban más de una vez. Incluso aludiendo a la composición del aire del aula antes y después de la clase cerrada, o cuando llegábamos a otro espacio masivamente ocupado y con las ventanas cerradas. Así que no me molesta que me tachen de exagerado cuando digo que el aire es uno de los nichos de los vulnerables –no concretados en un colectivo- despreocupados.

Contaminación

Contaminación en Barcelona (ALEJANDRO GARCÍA / EFE)

Creíamos, ilusos somos y por esas veredas insistimos en caminar, que todos nos habíamos dado cuenta de que el aire enferma, particularmente en las ciudades, y nosotros con él por respirarlo. Bastantes políticos, regidores municipales, desoyen las advertencias del IS Global de Barcelona y del Instituto de Salud Carlos III de Madrid. Aun así sueñan con hacer de sus ciudades NetZeroCities.

Nos acabamos de enterar de que ninguna de las 20 grandes ciudades españolas cumple en este momento los límites de contaminación del aire que manda (impone) la Unión Europea en el caso de la partícula finas. Solamente cuatro —Las Palmas, Alicante, Vitoria y Elche—se encuentran dentro del tope que marca la UE para el año 2030. Es más, según el informe que Ecologistas en Acción realiza sobre la calidad del aire en España las cosas van mal, no se han hecho los deberes.  Por lo que respecta a las ZBE (Zonas de Bajas Emisiones), que las ciudades de más de 50.000 habitantes deberían haber puesto en marcha el 1 de enero de 2023, en estas fechas solo 7 de las 20 ciudades más pobladas de España tienen en vigencia su ZEB, según los datos del Ministerio para la Transición Ecológica expresados en un mapa bien bonito que tenemos al alcance.

¡Cómo sea cierto lo de sin fecha de caducidad! Mientras esto sucede, toda la conversación política gira sobre las corrupciones en la compra de mascarillas, que al paso que vamos van a ser obligatorias sine die en ciertas calles. Bien está que se denuncie la mala praxis pero habrá que dejar hueco para armonizar esfuerzos que respondan a una pregunta sencilla: ¿Qué calidad tiene el aire que se respira en las ciudades? ¿Qué repercusiones puede tener en la salud ciudadana? Ya veo unos grandes semáforos que avisen si se entra en zonas urbanas de mascarilla obligatoria. Una parte de la ciudadanía protestará: prefiere sentarse a tomar algo en una terraza al lado de la parada de varios buses urbanos. ¿Tendrá este desatino fecha de caducidad?

Imagen de tráfico en París con una alerta por la contaminación del aire. (EFE/ARCHIVO)