Agroganadería: en entredicho hacia 2030

Tiene razón la gente del campo al expresar su descontento con el presente futuro. Detrás de sus protestas se encuentran los bajos precios –al asunto viene de lejos- a los que venden sus productos a las grandes cadenas de distribución frente a los desmesuradamente altos que cuestan en cualquier supermercado. Por otra parte, denuncian el aumento de costes que han experimentado todo lo necesario para cultivar o criar (abonos, combustibles, piensos, etc.) y maquinarias necesarias para desarrollar su trabajo diario, más todavía desde la invasión de Ucrania por los rusos. Visto así, su llamada de atención debería concretarse en el aumento de lo que perciben por los alimentos que generan. Eso sí, sin que las grandes comercializadoras aprovechen para castigar el coste de la cesta de la compra de la ciudadanía. La trazabilidad alimentaria completa –vieja demanda de las asociaciones de consumidores- se quedó en el olvido, ahora se limita casi al lugar de procedencia del producto y su modo de producción.

Al margen de los métodos empleados para hacer valer sus demandas, sin entrar en responsabilidades políticas en la batalla agrícola, que la gente valorará de formas diversas, sí que queremos abordar todo lo escuchado estos días desde distintos focos. Primero para desligar una parte del complejo dilema rural. Mantener los pueblos y evitar su desaparición no consiste solamente en la necesaria compensación por la valía social de lo que producen. En los pueblos, que envejecen sin remedio, viven otras personas que desempeñan un papel fundamental en la custodia del territorio. Guardan el tesoro rural para que los urbanitas lo disfrutemos. Solo por eso merecerían compensaciones, tributarias o de otro tipo, para seguir siendo habitantes de los pueblos.

El campo/pueblo se muere no solo por los costes/beneficios de la agroganadería, sino también porque son pequeños y por eso los servicios públicos no les llegan. Dentro de poco aumentarán los que se quedaron sin escuelas, sanitarios, farmacias, transporte público, tiendas de lo mínimo y bares, que desempeñan la función social de agrupar a la gente rural, aunque nada más sea para tomar un café. Por no hablar de la falta de viviendas si alguien quiere ser repoblador rural, incluso cuando lleva actividad económica consigo. Quizás tras las protestas de estos días se esconda también el miedo de dejar de vivir en su pueblo, allá donde tienen sus raíces, porque ya no pueden llevar una vida económica y social compensatoria de su estancia. El que esto escribe nació en uno, allí mantiene su casa y tiene un contacto permanente con sus habitantes. Pero debió salir de él en su juventud en busca de unos estudios que paliaran la oscura perspectiva de la estepa aragonesa. Así otros muchos hombres y mujeres. Reducir la vida rural a las dificultades del sector primario es un engaño pues nos impide apreciar la multiperspectiva de la problemática rural. Hace unas décadas, durante varios años, mi pueblo y los que formaban la Mancomunidad de Monegros, que habían conseguido que el agua llegase a los domicilios por unas tuberías y no tuvieran que sacarla de balsas –hablamos de bien entrados los años 70 del pasado siglo-, se vieron privados del consumo para beberla y cocinar por su alta conductividad. La toma del freático del río Gállego se encontraba más abajo de incontables vertidos agroganaderos.

El Torzal de la Cobeta en Los Monegros. (rmanzanosgarcia / iStock)

Pero queremos plantear ese entredicho porque en muchos discursos nos ha parecido apreciar que todos los problemas venían por las normas medioambientales de la UE. También por las trabas que ponía la Política Agraria Común (PAC). Ambas cizañas han sido sembradas masivamente por algunos partidos. Hay que tratar de entender el complejo sistema de la agroganadería en relación con el medioambiente, la cadena alimentaria y el incierto futuro si se relajan ciertas normas de protección.

Vayamos primeramente con los vertidos tóxicos de ciertas actividades agroganaderas. Recordamos que hace un par de años se comentó sobradamente que la Unión Europea había abierto expediente a España con resultado de juicio próximo por el vertido neto –nitrógeno añadido menos capturado por cultivos o volatilizado-  anual de unas 800.000 toneladas de fertilizantes nitrogenados, lo cual empeoraba peligrosamente la calidad de las aguas, algunas empleadas para regar y otras para beber. El asunto llegó al Tribunal de Justicia Europeo. Además, en el informe de la Comisión al Gobierno y Parlamento europeos había una completa justificación de las razones que aconsejaban una actuación rápida.

Lo cierto es que España paga un peaje de contaminación de agua y aire. Nuestro país era en 2021 la mayor granja porcina de Europa, la tercera del mundo detrás de China y EE.UU. La verdad es que el aumento en la producción había coincidido con una disminución del número de explotaciones. Las macrogranjas detentaban un estilo de producción industrial que disminuye el número de empleos de la gente rural, a la vez que aumenta la cantidad y toxicidad de desechos de difícil gestión. A la vez consumen una enorme cantidad de agua y ocasionan una disminución de su calidad según el informe del Ministerio de Transición Ecológica. En 2020, la agricultura y la ganadería supusieron el 14% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de España. Recuerdo haber leído un informe de Ecologistas en Acción que enfrentaba los datos de población del INE con los censos ganaderos de las comunidades autónomas de Castilla y León, Aragón, Castilla-La Mancha, Catalunya, Comunidad Valenciana, Galicia y la Región de Murcia (las mayores productoras cárnicas) y concluía que “la ganadería industrial no solo no frena la despoblación sino que impulsa el abandono rural”.

La mala gestión del agua provoca que esta salga por el grifo de más de 200.000 personas –la mayoría del mundo rural- con tóxicos contaminantes procedentes de la agroganadería. Los peores valores se encuentran en las demarcaciones hidrográficas de las Cuencas Internas de Catalunya (27%), el Júcar (24%) y el Segura (22%), según los datos obtenidos del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. ¡Qué gran sentido podría tener el empeño conjunto!

Varios cerdos se amontonan en una porqueriza en una granja intensiva en Segovia. (Jorge París)

La agroganadería quiere aumentar el consumo de agua en un momento continuado de escasez y en una previsible disminución de precipitaciones. Lo cual se ha traducido ya en restricciones de diversos territorios. ¿Quién entiende que se exijan mayores demandas mientras disminuyen las disponibilidades? Algunos carteles mostrados estos días proponían acabar con el ecologismo radical de la UE (sic) y así favorecer a los regantes tradicionales o expectantes.  El asunto viene de lejos. En medio de las protestas se han colado los productos de varias fábricas de bulos medioambientales. Como ese que propone anular las medidas propuestas por la UE para paliar la desertificación y así agrandar las hectáreas en cultivo. ¿Pero no estamos con restricciones ya porque no se pueden atender las crecientes demandas agrícolas y poblacionales (elevadísimas en periodos vacacionales)?

Todo embarrado dentro de una PAC que parece ser el origen de todos los males, cuando ha supuesto el socorro para bastantes dolencias del mundo agrario: en tiempos se pagaba a los agricultores por no cultivar. De hecho, las ayudas para estos sectores suponen un tercio del presupuesto comunitario. España figura en un lugar privilegiado en las percepciones junto con Francia, Alemania e Italia. Bien es cierto que la PAC debe salir de los despachos y pasearse por los campos y la zona rural, seguro que así sería más equitativa. También analizar las variables territoriales (norte-sur) para ciertas exigencias; y de paso simplificar su tramitación y acelerar sus resoluciones.

La balanza política actual de Europa se aprovecha de todo que les moleste a algunos grupos, incluso si va contra el interés general. Ya no merece la pena ni demostrarles su error. Allá cada cual cómo gestiona el presente futuro y el de sus nietos. Como muestra lo del ayuntamiento de Huesca donde se ha presentado recientemente una iniciativa contra el Pacto Verde Europeo; lo que dicen de apoyar el campo está por ver. Tan desenfocada está la cosa que la aprobación de una ley que busca la restauración de la naturaleza en el Parlamento Europeo ha estado pendiente de unos pocos votos. Dejar atrás la norma que marcaba Bruselas hubiera supuesto la anulación de la lucha contra la desertificación, cuyo penoso efecto avanza rápidamente en España. ¿Qué vendrá después? Necesidad de más agua, más fertilizantes y más ayudas de la UE. Pero, ¿será posible?

¿Llevar a cabo una transición agroganadera con los supuestos económicos actuales? Misión imposible. Si bien hay que reconocer que el malestar europeo del campo no es un invento. ¿Acaso no evidencia algunas de las incoherencias del neoliberalismo verde?, adornado pero escasamente estructural y socializador. Tanto es así que algunos altos mandatarios de la UE, entre ellos alguno relevante del PPE, ya dicen que votarán en contra de la presunta directiva sobre las emisiones ganaderas.

Protestas con tractores en Bruselas.

En fin, para no dilatar la entrada. Gracias a la agroganadería por despertar a la UE y los parlamentos nacionales del letargo. Por evidenciar que las cosas no se están haciendo bien; pero han obviado la bioacumulación de tóxicos en sus pancartas y tractoradas, al contrario que las demandas de más agua aunque no llueva. Dialoguen en los parlamentos de todas administraciones regionales, estatales y de la UE. Planteen una revisión estricta de la cadena alimentaria, eviten la toxicidad de las aguas, protejan a la ciudadanía, hagan rentable el trabajo de quienes nos alimentan pero a la vez vigilen el cómo, etc. Llévennos a una transición justa, que siempre perjudicará a alguien pero beneficiará al conjunto. ¡Ah!, y no defiendan simplezas como que el río Ebro tira al mar no sé cuántos millones de hm3 de agua.

Se trata de llegar lo mejor posible al año 2030 y rellenar con bondades sus Agendas (alguien todavía mira con cariño aquella quimera), para no lamentar después lo que parecía evidente. Si hay diálogos permanentes con todos los sectores implicados será posible; la custodia del territorio puede ayudar. Hay que entender la vida de hoy como un macro sistema ecosocial que ya marca el futuro, que no será si dejan que mueran los ríos. Por cierto, lo de considerar a la UE patrona del ecologismo radical, leído en un periódico y dicho por algún representante de agricultores y grupos políticos, es un bulo como el mayor estadio futbolero de la UE. No tardará en llegar una rebaja de los requisitos por el uso de pesticidas y el mantenimiento de tierras en barbecho, además de cierto relajamiento burocrático, como demandan los ministros de Agricultura tras las protestas de los agricultores.

Aun con todo lo dicho, solo me queda agradecer a los hombres y mujeres del olvidado sector primario que nos dan cada día de comer. Me gustaría homenajear a los y las protagonistas del “El campo es nuestro”, un programa de la Televisión de Aragón.

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