El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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¿Top Chef o Chef Chof?

stockimages (freedigitalphotos.net)

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Los programas de cocina me suelen gustar, no así los realities. Así pues un reality de cocina me deja con el corazón partío ¿qué parte pesa más, la culinaria o la de reality; qué hago lo veo o no lo veo? Depende.

Pues depende del programa. En el caso de MasterChef, por ejemplo, lo tuve claro en poco tiempo, el peso de la parte de reality era tal y la escasez de verdadera utilidad culinaria tan manifiesta que alcancé a ver un programa entero (el primero) y los veinte primeros minutos del segundo… fue suficiente, abandoné. Sin embargo, el caso de Top Chef es diferente, no es que me fascine, eso es cierto, pero a saltos logra captar mi atención. Y también me gusta como lo hace Alberto Chicote, para qué voy a decir lo contrario.

Ahora bien, esa atención es tanto positiva, con las que aprendes algo, se muestra un detalle, una anécdota interesante, etcétera; como en ocasiones negativa en aquellos casos en los que el programa capta mi atención por un detalle feo o poco acertado. Entre los detalles que sin lugar a dudas más me han gustado figura el aprovechar el programa para hacer una especie de homenaje a las madres a través de la cocina… o a la cocina a través de las madres. Algo que pudimos ver en el programa número 8 (ya sabes que para mí este aspecto es importante, puedes ver un ejemplo en esta entrada). Sin embargo, en sentido contrario algunas de las cuestiones negativas son en principio inimaginables en unos participantes que se suponen la crème de la crème (recordemos su nombre “Top Chef”) en el mundillo de la restauración profesional (en la vida real todos los participantes de Top Chef son cocineros en un restaurante de verdad).

Usa cuchara, chupa cuchara, usa cuchara. ¡¿Qué?!

Entre los detalles más estridentes en un programa de televisión con una cierta pretensión de mostrar al público el cotidiano (y sano) quehacer de una cocina destaca el tema del uso de los utensilios de cocina para probar o catar cómo va la receta. Lo más frecuente es el caso de la cuchara para probar la salsita de turno, el punto de sal del sofrito o la textura de la reducción de Pedro Ximenez… por decir algo. En no pocas ocasiones se ve ante la cámara como el participante en cuestión prueba o da a probar una muestra de lo que está elaborando con la cuchara que está utilizando para dar vueltas a la receta. Eso no es malo. Lo malo es que esa cuchara, después de utilizada para probar (de llevársela a la boca) vuelva a la receta en elaboración sin haberse lavado. Otra solución después de haber probado sería seguir con otra cuchara limpia.

Digo esto por dos motivos. El primero es la cuestión del flagrante incumplimiento de las más elementales normas de lo que se denominan Buenas Prácticas de Higiene Alimentaria, unas buenas prácticas que son, aunque no lo parezca por el nombre, de obligado cumplimiento según lo establecido en los programas de Análisis de Peligros y Puntos de Control Crítico (también conocidos como APPCC). Lo segundo porque… ya lo siento por la incertidumbre generada… si esto es lo que se hace con cámaras delante, imaginémonos lo que puede haber en una cocina cuando nadie “observa”.

Algún día dedicaré un post al somero entendimiento de los APPCC, baste decir por el momento que son protocolos estandarizados que tienen que cumplir de forma obligatoria todo establecimiento en el que haya una elaboración, manipulación, almacenamiento, transporte, distribución o venta de alimentos con el fin de asegurar unas mínimas garantías en el terreno de la seguridad e higiene alimentarias.

Cuestiones estrictamente culinarias

Ya he adelantado que no he seguido todos los capítulos de Top Chef, pero en aquellos que sí, he visto detalles que para mi incipiente cultura gastronómico-culinaria me han sorprendido sobremanera. Citaré solo dos.

Por un lado está el tema del Steak tartar que un equipo de concursantes se planteó presentar como alternativa dentro de la carta de un restaurante de estilo rotundamente clásico como lo es Lhardy. De veras que estoy receptivo a todo tipo de sugerencias, pero a mi entender un Steak tartar clásico, según mandan los cánones, se elabora delante del cliente. Se pica la carne a cuchillo delante de él, o cuando menos, se sazona en su presencia y para ello se suele utilizar una especie de carro o de mesa específicamente empleados para ello. Además, según mi experiencia es norma obligada el preguntarle al comensal después de que lo haya probado si quiere más de una cosa o de otra (pimienta, sal, salsa Wocestershire, etcétera). Sin embargo, en Top Chef el Steak tartar en cuestión se elaboró al completo con antelación al inicio del servicio en la cocina, se sirvió emplatado procedente de la cocina y no se vio ofrecimiento alguno del personal de sala hacia el cliente sobre su preferencia de utilizar más o menos especias. A mí me resultó chocante, que queréis que os diga. Más aun si entre alguno de los apuntes negativos que recibió el Steak tartar en cuestión  era que sabía a “que le había dado el aire”, a oxidado… decisivo defecto en este plato tan delicado.

Y luego está el tema de los espagueti a la carbonara. En una prueba destinada a dos concursantes ya eliminados (en El almacén de Top Chef) se les indicó que tenían que hacer por separado la mencionada receta de pasta. Y va, y los dos Topchefs-peromenos, elaboran la salsa carbonara con nata. Increíble (la auténtica receta, la original, aunque no lo creas, no lleva nata). En esta ocasión la dirección estuvo al tanto y rectificó a los cocineros. Es más, la prueba en sí, estoy convencido estaba ideada con toda la intención de hacer caer a los dos ex concursantes en la trampa, habida cuenta de lo extendido de la creencia que los spaghetti alla carbonara se elaboran con nata (o solo con las yemas de los huevos en vez de con el huevo crudo y entero)

A mí me parece de cajón y me sorprendió que unos cocineros con experiencia cayeran en una trampa tan burda o de principiante. Si siguieran este blog y, en especial me hubieran hecho caso cuando recomendé ese recetario esencial de la cocina italiana que es “Cuchara de plata” lo hubiera tenido chupado.

Aquí te dejo una foto de los carbonara que nos calzamos el otro día en familia. Sin nata, por supuesto (#slurpslurp).

Carbonara

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La sonrisa cítrica: sobre mandarinas, naranjas, clementinas y demás

NaranjaMandarinas, naranjas, clementinas, pomelos, etcétera, volvemos a estar de enhorabuena con esto de la temporalidad… ya sabes unas cosas se marchan (pero volverán) y otras llegan; y ahora empieza el momento de los cítricos (entre muchos otros alimentos propios del otoño y del invierno)

Para los que disfrutan de una buena mesa no conozco pregunta más absurda que aquellas del tipo cuál es tu plato preferido y, en este caso, tu fruta preferida. A mí al menos me pasa, que soy incapaz de dar una, ni tan siquiera una docena… en su punto de sazón, todas las frutas me parecen exquisitas. Pero también es cierto que por las naranjas y cítricos en general tengo una particular predilección, creo que me gusta todo lo que sepa o huela a naranja, limón, etcétera. Me gustan las colonias de inspiración cítrica, mis hijas tienen un bonito cuento titulado “la bella mandarina” y disfruto como un enano de postres y recetas que bien a lo bruto o bien de forma más elaborada incorporan este tipo de elementos (chocolate negro con naranja, mermelada amarga de naranjas cachorreñas, ensaladas con naranja o mandarina, lomo al horno con naranja, etcétera).

 

Zumo vs fruta. No hay color

Una de las preguntas más recurrentes con respecto a estas cosas de los alimentos es la de si un zumo equivale a una ración de fruta, en especial cuando se trata de naranjas que es la típica fruta “del zumo”. Y la respuesta ha de ser clara: NO. Veamos el porqué:

Cuando te haces un zumo empleas cerca de tres naranjas (ya lo sé, depende) y te bebes en medio minuto las calorías de esas tres naranjas al tiempo que dejas gran parte de la fibra en el exprimidor. Sin embargo, cuando comes naranja, comes una, con todas sus calorías pero tampoco más, tardas más tiempo en hacerlo que el hecho de beberse un vaso, lo que favorece el aumento de la saciedad y además te metes toda todita su fibra con todos sus beneficios. Así pues, el zumo, aunque sea “natural” y se elabore a base de fruta, no es fruta. Para más razones sobre si un zumo de fruta equivale a una ración de fruta, te sugiero que le eches un vistazo a este documento de posicionamiento del GREP-AEDN. Y ya que estamos que contrastes en este enlace (¡Y una fruta mierda!) la utilidad de esos preparados que se venden especialmente para niños y que supuestamente equivalen a una ración de fruta.

 

Vitamina C y resfriados

Otra idea bastante bien instalada entre la población general es el hecho de que las frutas cítricas previenen o minimizan los procesos gripales y catarrales, gracias a su aporte de vitamina C.

Con este nutriente como centro de atención y el tema de los enfriamientos y de las gripes se han publicado infinidad de estudios científicos en los que la gran mayoría no observan estos beneficios preventivos y, unos pocos, parece que sí. Afortunadamente en la base de datos Cochrane se cuenta con un reciente metaanálisis sobre esta cuestión (Vitamin C for preventing and treating the common cold) cuyas conclusiones son las siguientes:

El fracaso de los suplementos de vitamina C para reducir la incidencia de resfriados en la población normal indica que la profilaxis con mega-dosis de esta vitamina no justifica racionalmente su uso en la población general. Sin embargo, la evidencia también muestra que su uso podría justificarse en las personas expuestas a una actividad física intensa en ambientes fríos durante breves periodos de tiempo. […] Aquellos estudios en los que se utilizó la vitamina C el inicio de los resfriados como una posible terapia no mostraron ningún beneficio en dosis de hasta 4 gramos al día [de vitamina C]. No obstante, en un gran estudio en el que se utilizaron dosis terapéuticas de hasta 8 gramos, mostró resultados positivos pero controvertidos sobre esta posible utilización al inicio de los síntomas

Nota 1: Para que te hagas una idea de cuanto por encima están 4 y 8 gramos de las recomendaciones de ingesta para la población general en cuanto a la vitamina C, baste decir que esas recomendaciones están concretadas en 75 y 90 mg/día.

Nota 2: En cualquier caso, tanto si estás resfriado como si no, sigue siendo más conveniente que te tomes una naranja (o una manzana o un persimón o…) que, por ejemplo, un bollo suizo.

En resumen

No hace ninguna falta promocionar el consumo de frutas utilizando  para ello el reclamo de sus nutrientes aislados, que no dejaría de ser una expresión más del consabido nutricionismo.

Los beneficios de incluir una adecuada proporción de fruta en nuestra dieta diaria están más que contrastados hasta el punto de que, por ejemplo, la OMS cifra en 1,7 millones las muertes en el mundo directamente atribuibles a un bajo consumo de frutas y hortalizas.

Mi consejo es que para alcanzar ese adecuado consumo, que recurras a los productos de temporada, y las razones son claras: estos productos son más baratos que en otras épocas del año, reúnen todas sus óptimas cualidades sensoriales (están más ricos) y se aprende a seguir una sana variedad sin caer en el aburrimiento.

Para des-estresar un poco con tanta cifra de muertes y demás, te dejo con un desternillante monólogo de Luis Piedrahíta (como todos los suyos) en el que empieza preguntándose si las naranjas se llaman así por su color, o si el color “naranja” se llama así por el color de las naranjas, y termina desvariando sobre la piel de las mandarinas. Una especie de qué fue antes si el huevo o la gallina pero de un color naranja-hilarante.

Si quieres, antes de darle al “play” te sugiero que vayas a por unas mandarinas, o a por una naranja, y que disfrutes el doble mientras lo ves.

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Imagen: Theeradech Sanin vía freedigitalphotos.net

Útil herramienta para comprar y preparar pescados y mariscos

PescaderíaMi padre, que se toma muy en serio eso de ayudar a su hijo a la hora de aportar contenidos interesantes a este blog (y a veces lo consigue) me ha hecho llegar un enlace francamente práctico a la hora de abordar la compra y el cocinado de pescados y mariscos. En estas páginas que te comento se nos presentan la mayor parte de todos los productos que nos podemos encontrar en una pescadería, sus características, su temporada particular, las zonas habituales de extracción, el modo de limpiarlo y cocinarlo, y algunas recetas básicas

En esta iniciativa de «Pescaderías Coruñesas» se pueden encontrar divesas utilidades prácticas. Por ejemplo, en este enlace puedes ver las imágenes de los pescados y mariscos, identificándolos de forma visual.

Este otro enlace es especialmente interesante ya que nos muestra con fotografías como se limpia cada especie, cómo se le quita la piel, se obtienen lomos o rodajas, se desespinan, se sacan las cocochas a una merluza… o cómo se abren los distintos moluscos vivos y las herramientas necesarias. Especialmente interesante es el tema de la cocción del marisco. Importante lo del agua con sal (mucha sal, cerca de 70g por litro empleado) y los tiempos que varían de forma importante entre un producto y otro.

Y por último, en este enlace se llega a los fogones y se ofrecen las recetas típicas y básicas para los distintos productos, y también recetas especializadas, o “de autor”.

Nota: no he visitado todos los productos, pero sí una buena parte y me ha llamado la atención el tiempo de cocción de los bígaros, para mi excesivo (sugiere 5 minutos después de que vuelva a hervir el agua) ya que en mi casa los dejamos cociendo no más de 2 minutos y salen exquisitos.

En cualquier caso, me ha parecido una información para todos que, siendo o no foodies, nos interesan estas cuestiones o necesitamos una guía rápida.

Hala, ya solo queda tener ganas y una buena mano en la cocina… y a disfrutar #slurpslurp

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Imagen: stephanemartin vía Flickr Creative Commons

Ser “foodie” está de moda

Foodie 2Por definición, mi carácter es refractario a ciertas etiquetas, en especial aquellas de origen anglófono. Esta que al parecer está cobrando cierta presencia en nuestro entorno no es una excepción. Se trata de aquellas personas que son o se consideran foodies.

¿Qué es ser «foodie»?

Como casi siempre en estos casos no vamos a encontrar en ningún lado una definición oficial. En resumen, se trataría más o menos de aquellas personas que tienen una especial predilección y conocimiento por todo lo que se refiere al ámbito culinario, desde el conciso conocimiento de la temporalidad de los alimentos, sus diversos orígenes, características organolépticas, hasta los procesos de obtención, las diversas técnicas culinarias, las recetas, la utilidad del variado menaje de cocina, etcétera. Si hacemos el esfuerzo de encontrar un equivalente autóctono, hay quien ha propuesto que estos foodies pueden equipararse a los cocinillas de toda la vida o a aquellas personas con la consideración de gourmet o sibarita más allá de su vinculación con la hostelería.

¿Será mi madre una «foodie», lo seré yo? No.

Sabiendo esto, cuando tuve conocimiento de este término me pregunté a continuación si mi madre o las madres de mi generación podrían acceder también al estatus de foodie. La respuesta a mi modo de ver es clara: ni de coña. A pesar de cumplir fehacientemente con las características mencionadas del buen foodie y de tener una cierta vis gourmet, mi madre no encaja en la definición. Y la razón es clara, su desempeño cotidiano en la cocina no es “por amor al arte”, no se vanagloria especialmente de hacer lo que hace, ni se permite el lujo de aleccionar a nadie dando recetas de no importa qué producto o proponiendo curiosas técnicas culinarias. Si acaso, esas madres educan y transmiten calladamente unos conocimientos difíciles de encontrar en una universidad. Nuestras madres lo hacían, con mayor o menor éxito, porque lo tenían que hacer. Y para hacerlo bien tenían que aprender, informarse, ensayar… todo aquello que el foodie hace pero sin la presión del “tener que hacerlo”. De igual modo, esas madres tampoco entran en el molde de ser unas cocinillas. Con todos mis respetos opino que la condición de foodie o cocinillas implica una cierta perspectiva apijotada de la cuestión culinaria.

No deja de ser curioso que al mismo tiempo que florecen este tipo de figuras, el promedio del tiempo y dedicación que se brinda a la cocina en los hogares españoles ha descendido estrepitosamente. Por lo general nos desenvolvemos en la cocina mucho peor de lo que lo hacía la generación anterior, le dedicamos menos tiempo, comemos más veces fuera de casa y, en resumen, cocinamos menos y peor. Quizá por eso quienes en nuestro tiempo se han preocupado por mantener unas ciertas dotes culinarias destaquen frente al resto. Pero es indispensable tomar en consideración que los que ponen en práctica día a día estos conocimientos y alimentan de esta forma a su familia, a sus hijos, etcétera pasan olímpicamente de estas cuestiones de etiquetas, y por supuesto de que le tilden de “cocinillas”, estatus al que solo se suele acceder cuando el acercamiento a los fogones es más anecdótico que cotidiano.

Por mi parte no puedo sino animarte a que conozcas más el mundo de la cocina, que aprendas y al mismo tiempo transmitas una cultura que nos es propia y que a golpe de anglicismos, bien por la terminología y bien por el estilo de vida, estamos perdiendo a la chita callando y a pasos de gigante.

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Imagen: stockimages vía freedigitalphotos.net

Generalizar con el aceite de oliva no es correcto

Aceite de olivaCualquier generalización suele ser inexacta. O al menos imprecisa y, cuando se usa se suele cometer el error de meter en un mismo saco, el saco de la excelencia en este caso, a productos mediocres que poco o nada tienen que ver con los mejores elementos de ese mismo saco. Tal y como se refleja en el título hoy, me refiero en concreto al aceite de oliva con cuestiones como por ejemplo: “el aceite de oliva es bueno o mejor o más sabroso que otras alternativas” o “vete por favor al supermercado y compra aceite de oliva (sin más referencias) para la mayonesa.

Estas premisas sirven tanto para las cuestiones de la salud: no todos los aceites de oliva son iguales en su composición; como para las cuestiones organolépticas: no todos los aceites de oliva tienen porque saber igual (y de hecho no saben igual). Seguro que me entiendes si utilizamos cualquier otro alimento, por ejemplo: no todo el vino es igual entre sí, tampoco todo el jamón, ni las croquetas, ni la tortilla de patatas, ni los espárragos, ni los chuletones, ni el chocolate etc.

Pero no sé muy bien por que regla de tres popularmente asumida, el caso del aceite de oliva es diferente. Cuando se habla de aceite de oliva, casi todo el mundo, al menos en nuestro entorno, cae rendido ante él y le dedica alabanzas, sin antes aclarar su origen, variedad, tipo, etcétera.

Pues no, o mal. En aquello que conocemos como aceite de oliva hay calidades bien diferentes. Al respecto de ellas te sugiero que leas este post (“El resbaladizo mundo de la virginidad del aceite de oliva”) en el que a colación de un posible fraude en el etiquetado del mismo aclaré cuáles son esas diferentes calidades.

Más allá de la calidad, está el origen de la oliva, no es lo mismo un aceite de oliva de una determinada variedad de aceitunas que de otra (empeltre, arbequina, picual, cornicabra, picudo, hojiblanca, etcétera). A su vez, variables como el grado de madurez, la forma de obtención del propio aceite, etcétera. son características que terminarán por  influir para que, siendo todos aceites de oliva, nada o poco tengan que ver unos con otros.

Por ejemplo en mi casa, como norma habitual tenemos tres aceites de oliva con características organolépticas bien diferentes, todos virgen extra eso sí. Por un lado para la cocina como tal, frituras y demás, usamos un aceite de la variedad empeltre, de color amarillo intenso, limpio, de aroma tenue y que una vez en la sartén se “estira” como pocos. Para el uso en crudo solemos usar un aceite de la variedad arbequina, mucho más verde, de sabor más intenso y penetrante, ligeramente afrutado. Y por último, para ocasiones especiales contamos con una botellita de un aceite excepcional, de la variedad picual, cuyo precio me da vergüenza reconocer. En nuestro descargo diré que este último aceite nos dura (1 litro) más de un año… Los dos primeros suelen ser de Aragón y el segundo es de Jaen.

Todo esto viene a colación de una iniciativa del MAGRAMA, junto a las empresas del sector (La Interprofesional del Aceite de Oliva de Español) y de la Unión Europea para dar a conocer el “apellido” de Los Aceites de Oliva. Basta ya pues de hablar de forma general “del aceite de oliva” y hablemos con propiedad nombrando a cada aceite según su calidad y origen.

recordatorio aceite de oliva

Esta nueva campaña, “Experiencia Los Aceites de Oliva” pretende dar a conocer al consumidor la diversidad de los aceites de oliva, así como los beneficios de su conocimiento y utilización y que se presentará el próximo 7 de noviembre a las 12:30 en una carpa instalada en la Plaza de Callao (Madrid). Entre otros actos, se dará el pistoletazo de salida a 50 carritos que recorrerán toda España, para que el público «moje pan» en nuestros los distintos aceites de oliva y aprenda a distinguirlos.

Así pues, a conocer, reconocer y disfrutar de las distintas variedades de aceite de oliva.

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Nota: además de tanta promoción y demás, que está muy bien, estaría fenomenal que la mencionada Interprofesional del aceite de oliva y el MAGRAMA mediaran en el precio del aceite de oliva virgen extra… el otro día en el súper me sorprendió la, a mi parecer, abusiva subida de precios que este tipo de aceites ha sufrido en fechas recientes. Encontrar un AOVE por debajo de los 4€/litro es ya misión imposible y no es de recibo. Este dato junto a los aspectos mencionados en este otro post, creo que es algo como para hacérselo mirar.

Imagen facilitada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente

¿Cuántos pimientos has comprado, papá? Sobre la excelencia del producto autóctono

LugoTal y como comenté, la semana pasada anduve por cuestiones de trabajo por tierras gallegas, más en concreto en Lugo.

Aunque la programación suele ser “intensa” en este tipo de encuentros siempre trato de encontrar un hueco para hacer turismo por la ciudad en la que me halle, pero más en concreto para aprovechar y hacer una compra de productos autóctonos a poder ser en el mercado, en este caso en el mercado de la calle Quiroga Ballesteros junto a la plaza de Santo Domingo.

Así, mí maleta de vuelta pesaba considerablemente más que a la ida, en esta ocasión no me importó demasiado ya que me desplacé en coche y eso siempre facilita el hecho del aprovisionamiento. De esta forma volví con unos cuantos kilos de patatas, media vuelta de chorizos ahumados, una buena maza de lacón con grelos, diversos quesos (Tetilla, Arzúa-Ulloa…), el obligado membrillo casero, un estupendo manojo de nabizas recién recolectadas (aun no es tiempo de grelos) una buena bolsa de pimientos de Herbón -A Coruña- (para que me entiendas, los mal llamados de Padrón) y un par de hogazas de un pan absolutamente soberbio (una de centeno y la otra de trigo entero).

Ayer, las niñas andaban dando cuenta a la hora de comer (día de colegio) de estos pimientos cuando llegué yo a casa. De primero habían comido ensalada de patata con tomate (aun quedan del pueblo), encurtidos y mayonesa, y de segundo solomillo de cerdo a la plancha con los consabidos pimientos… Les pregunté a ver que tal la comida y como toda respuesta de ambas, al unísono, recibí una espléndida y sonriente mirada al tiempo que “bizcaban” los ojos en una expresiva mueca de absoluto deleite. Y luego su pregunta… ¿cuántos pimientos trajiste, papá, cuántos quedan; porqué ésta patata es tan rica, cómo la has hecho? (la patata además del aceite de oliva «de siempre» estaba cocida y punto).

Ya en mi plato he de reconocer que pocas veces tengo la ocasión de probar una patata como la gallega cuando la compro en Galicia (y no, no es una redundancia). Su textura y sabor son francamente genuinos y difícilmente reproducibles en otras patatas. Sí, ya sé que en la mayor parte de  capitales de provincia se puede comprar patata Gallaga… pero yo la verdad es que nunca he dado con aquella como la que uno mismo se trae obteniéndola en origen. Será mala suerte, no lo dudo, pero así es…

Pan Lugo (640x480)

En cuanto al pan, puedo decir sin temor a equivocarme que es el mejor pan que he probado en mi vida. De corteza dura y gruesa, la miga compacta, prieta, con un intenso aroma a levadura y a genuina fermentación. Un pan que de lo duradero que es casi parece eterno, ideal para comer tal cual, y excepcional si se tuesta. Una delicia con la que distraer el resto de manjares.

Sea como fuere y hablando con mi mujer con el plato delante sobre cuál sería la región en la que nos gustaría quedarnos a vivir considerando solo la suculencia de sus productos más autóctonos, terminamos por coincidir que una de esas regiones candidatas sería sin lugar a duda Galicia… por sus carnes y derivados más genuinos, por sus pescados y mariscos excepcionales, sin olvidarse de la patata y el pan (ya sabes que en mi casa hay un especial culto al pan) y sus magníficas verduras, en especial las de las familias de las crucíferas (berzas, coles variadas, grelos, nabizas…) etc. Pero no se puede tener de todo… otras verduras absolutamente deliciosas no son el fuerte de Galicia, ni tampoco el tema de las frutas.

Lo cierto es que a lo largo y ancho de España tenemos unos productos absolutamente maravillosos y que opino debiéramos explotar más en detrimento, claro está, de los platos y productos preparados… pero para eso hay que tener un mínimo interés por la cocina.

En fin, haz si quieres en los comentarios una defensa a ultranza de tu región preferida en este sentido y dinos en base a qué suculentos productos realizas tu elección.

Son croquetas caseras porque lo pone en la caja

Cada vez comemos más veces fuera de casa, bien sea obligados por las circunstancias o bien por que ese día no nos apetece cocinar. El caso es que las ocasiones en las que terminamos por recurrir a restaurantes, comidas para llevar, a domicilio o preparadas es muy superior en número si las comparamos con lo que se hacía décadas atrás.

A pesar de ello con nuestros actos y preferencias manifestamos un especial apego a la comida casera. Es decir, comemos fuera de casa pero queremos hacerlo como en ella. Tal es así que en muchas de esas ocasiones en las que cambiamos una receta o plato hecho en casa por otras opciones (ya sea con los alimentos preparados o en la restauración colectiva) los reclamos del estilo: “cocina o comida casera”, “estilo tradicional”, “de la abuela”, etcétera tienen entre nosotros una especial acogida.

Sin criticar ni mucho menos a los restaurantes que realmente practican esta cocina, me gustaría llamar la atención sobre dos circunstancias. La de aquellos otros establecimientos que utilizan la expresión “cocina casera” solo como un reclamo, y también la de todos esos productos que podemos encontrar en el súper que tienen una publicidad en la línea de la ya mencionada. Imagínate: “Caldo casero” comercializado en un tetra brik; o “croquetas caseras” congeladas en el arcón del súper de debajo de tu casa… un auténtico oxímoron gastronómico.

Seguro que te suena esto de lo que te estoy hablando hoy, no obstante te traigo dos ejemplos. Uno de ellos real como la vida misma (o del reality mismo) extraído del programa ‘Pesadilla en la cocina’ de La Sexta. En él, el cocinero Alberto Chicote comprueba que la responsable de un restaurante nombra así a un producto de la carta, las “croquetas caseras”, porque lo pone en la caja. Con un par. Lo puedes ver aquí.

El segundo ejemplo que te traigo es en tono de humor, un tanto procaz y soez todo hay que decirlo, de la mano del ya fallecido cómico norteamericano George Carlin. En este monólogo Carlin arremete contra este tipo de expresiones de tipo “tradicional”, “estilo casero”… y además contra otras sobre las que tampoco le falta razón al hacerlo cuando las encontramos en productos enlatados o envasados (“sabroso”, “suculento”…) y sin olvidarse por supuesto de la reina de todas estas alegaciones: “natural”. Te lo dejo para que lo disfrutes (esta subtitulado).

Si de verdad te gusta, te interesa y te apetece comer comida casera te sugiero, una vez más, que pongas de tu parte la voluntad de hacerlo más o mejor. No recurras solo a ese otro tipo de soluciones más o menos industriales que verdaderamente tienen poco de caseras, por mucho que lo ponga en el envase. Tu paladar notará la diferencia, y probablemente tu salud también.

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Nota: En la entrada de hoy quiero agradecer las aportaciones de dos compañeros twitteros: @Midietacojea y @centinel5051

Cocinar en el lavavajillas, libro sobre una idea original

cocinar-con-el-lavavajillasSí, ya lo sé, estás mirando la pantalla del ordenador con cara rara. A mí también me pasó cuando el otro día en Twitter @gloleab me puso al corriente de esta excentricidad originalidad. La filosofía es sencilla: aprovechar el calor que se genera en el lavado para, dentro de recipientes herméticos, cocinar lo que en ellos introduzcas. El otro día salió en las noticias de TVE

Sé que así, a botepronto, parece una excentricidad (por ser suaves) pero si lo pensamos una segunda vez la cosa tiene su enjundia. Antes de que te aceleres, no se trata de poner el lavavajillas para cocinar, ni tampoco de cocinar todo en este electrodoméstico. No. Se trata de, si queda espacio en el lavavajillas y te encaja “preparar algo”, que sepas que se pueden aprovechar las condiciones de tiempo y temperatura que se van a generar en cada ciclo de lavado. Míralo si quieres como una idea feliz para ahorrar en tu factura de la luz.

El caso es que tanto la noticia en sí como esta entrada parten del reciente lanzamiento de un libro de recetas que se llama tal cual: Cocinar en el lavavajillas. En él se ponen de relieve todas las posibilidades y ventajas de este sistema. Las cuestiones higiénicas, antes de que pongas el grito en el cielo, también se han contemplado y así, sobre el papel, no hay mayor problema siempre que se recurra a envases convenientemente herméticos.

Para mí el mayor inconveniente radica en el planteamiento. No sé hasta que punto se puede lograr un cocinado suficiente en un tiempo aproximado de 2 horas a una temperatura de 65ºC (que es, por ejemplo, la temperatura máxima que alcanzan muchos de estos electrodomésticos). Supongo que el número de recetas, más allá de las incluidas en el libro será relativamente limitado. Otro problemilla es que hasta que se le coja el tranquillo a este sistema no se puede ver cómo avanza la cocción, es decir, si te pasas o si te quedas corto. Bueno, supongo que el quedarse corto no es mayor problema porque se podría seguir con la cocción una vez fuera del lavavajillas y al estilo tradicional.

Estoy pensando que igual hay que comprarse el libro en cuestión. Está escrito por Lisa Casali, blogera y cocinera, y en la actualidad lo presentan como un éxito de ventas en Italia, Francia y Alemania. Puedes ver su ficha técnica en este enlace y hojear algunas páginas en este otro. Yo desde luego le pienso echar un vistazo la próxima vez que me deje caer por una librería, aunque solo sea por curiosidad. Ya de paso también miraré en la sección de libros de cocina a ver si hay algo sobre lavadoras XD.

 

Y tú, ¿eres un cocinero “coñazo”?

Cocinero enfadado 2

Te lo pregunto porque yo sí lo soy. Aunque me pese. Para entender a qué me refiero en concreto con lo de cocinero “coñazo” o pelmazo, no se me ocurre mejor ejemplo que el de su análogo, el conductor «coñazo», figura que la mayor parte de personas no dudan en saber reconocer. Ese conductor al que me refiero (y que seguro tú conoces) es el que cuando viaja de acompañante, en cualquiera de las plazas del vehículo, está constante, insistente y cansinamente dando consejos a quien en ese momento conduce. O más directamente diciéndole cómo tiene que conducir:

cambia de carril…

cuidado con el coche rojo de la derecha…

arranca ya que el semáforo lleva verde dos minutos…

acelera… o frena, etcétera.

¿Ya tienes claro quién es un conductor “coñazo”? Pues el cocinero ídem igual:

espera a que el aceite esté más caliente…

saca ya la pasta del agua que se va a “pasar”…

es mejor cortar la patata así y no asá….

es mejor que a la hora de rebozar en el huevo batido pongas un poco de agua (o de leche)…

el horno no tan fuerte (o más fuerte), etcétera.

Imagino que es en este momento, cuando mi santa esposa lea estas líneas, cuando le esté empezando a gotear el colmillo, mientras se relame con lo que me va a decir cuando me vea. La razón es sencilla de entender, ella es la persona sobre la que suelo descargar mis comentarios más pelmas cuando es ella la que cocina. Que conste que yo suelo cocinar más que ella (aunque es probable que ella discrepe de esta valoración) Ya he reconocido que soy un cocinero “coñazo”. Mea culpa. Pero es que no lo puedo evitar.

Que se me haga tan difícil el reprimirme también es fácil de comprender. Volvamos al tema del conductor. No tengo problemas en reconocer que yo también lo era antes, pero en esto he cambiado, ni dirijo consejos a la persona que conduce y ni tan siquiera los pienso (salvo que sea algo flagrante). No sé por qué he cambiado en este terreno, a lo mejor porque suelo coincidir como pasajero con conductores más o menos hábiles o bien porque, de perdidos al río, ante un posible accidente tengo una suficiente (quizá excesiva) confianza en todos los sistemas de seguridad que hoy por hoy llevan casi todos los coches. Imprudencias aparte. Esas sí que no las tolero.

Que este mismo cambio no se haya producido en mi persona en el marco de una cocina quizá dependa de que ante un plato mal cocinado no hay mecanismos de seguridad que valgan, es lo que hay y te lo tienes que comer. Y como me gusta comer bien (cada uno verá qué considera por comer bien) y en casa nos cuesta mucho tirar algo de comer pues de ahí, quizá, que me cueste refrenarme cuando veo que algo en la cocina va a acabar en un resultado alejado del óptimo.

A quien tengo verdaderamente frita con esto de ser un coñazo en la cocina es a una mujer extranjera que realiza algunas labores domésticas en casa de mis suegros. Entre esas labores figura el cocinar. Pero es que no es para menos. Te cuento, y si quieres puedes reírte como normalmente sucede cuando cuento esta anécdota.

Un buen día (de los primeros en entrar en la casa esta mujer) tenía que preparar unos filetes de ternera empanados que eran enormes, es decir, la pieza  de carne de la que habían loncheado los filetes era muy grande y por tanto los filetes eran larguísimos. Para hacerlos contaba con: aceite, huevo, pan rallado y una sartén de unos 22 cm de diámetro. En estas que en plena faena entro yo en la cocina y me veo a la mujer con medio filete dentro de la sartén con el aceite y la otra mitad, la que sobresalía, sujetándola, en el aire y fuera de la sartén, con un tenedor. Un poco enfadado (no era su primera tropelía culinaria), le digo que no, no y no… que lo que hay que hacer es “cortar” los filetes para que quepan en la sartén (¿sencillo, no?). Creyendo que mis explicaciones serían suficientes como para que entendiera, me fui. Craso error. Al volver a la cocina me encuentro con filetes redondos… precisamente del diámetro de la sartén. Y además con un montón de recortes fruto del redondeo de los filetes XD.

En fin, tengo el consuelo de que ser un cocinero “coñazo” implica al menos ser un tipo de cocinero, es decir, dedicarle un tiempo a la cocina y todo lo que ello implica en el perfil de los menús cotidianos, la transmisión de ese conocimiento a tus hijos, etcétera. Así que, a menos que sea del tipo “malo” te animo a que se pueda decir de ti que eres un/a cocinero/a (“coñazo” o no, de momento eso es lo de menos) y a que dediques más tiempo a estas cuestiones culinarias.

Por cierto, si tienes algún tipo de anécdota culinaria que contarnos, seguro que nos divierte y enriquece. Los comentarios están a tu entera disposición.

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Foto: imagerymajestic vía FreeDigitalPhotos.net

¿Qué hay para comer mamá?

Que hay para comer mamáIba a empezar diciendo que gran parte de mi infancia la recuerdo con mi madre en la cocina. Pero no sería del todo cierto.

Toda la vida que viví con mis padres la recuerdo con mi madre en la cocina. Así es mucho más preciso. Incluso ahora que hace más de 12 años que “volamos del nido”, mi madre sigue pasando una gran parte de su tiempo en ella, lo sé porque me consta. Hablamos a menudo, casi a diario. La vida en torno a una cocina. Y todo lo que lleva aparejado, comprar, preparar, guardar, conservar, cocinar, servir, recoger, etcétera. Y sin estudios de cocina, ni de dietética, ni de nutrición… nada de eso. Sin embargo, nadie se quejó. Ni se queja. Más al contrario, mi madre cocina como los ángeles, y el menú siempre fue y es lo que hoy podríamos llamar “los que sabemos” como equilibrado. De veras que recuerdo como si fuera hoy el más o menos largo camino del colegio a casa con una pregunta entre los dientes amartillada para sin casi decir un qué tal estás o un simple hola, soltarla a bocajarro, con más hambre que malicia. Eso seguro, malicia ninguna, quizá poca consideración… y mucho hambre. ¿Qué hay para comer mamá?

Como decía, la minuta diaria era variada y suculenta. Las especialidades muchas, aunque recuerdo con filial añoranza sus alubias rojas, su ensaladilla rusa (mis amigos de adolescencia “se pegaban” para venir a mi casa a comer esa ensaladilla), su gratén de patatas con pimientos rojos (plato sencillo pero pesado de preparar), su fricandó (ay, ay, ay ese fricandó), aquellos chipirones (los de verdad, ni calamares, ni gaitas) en su tinta con arroz, sus celestiales pochas (aun me recuerdan mis padres como me debí de poner a base de pochas con la tierna edad de un año), su sopa de arroz (capaz de resucitar a un muerto), aquel gazpacho ligero, muy ligero en consistencia pero de sabor contundente (no he vuelto a probar un gazpacho que se le parezca ni de lejos) y qué decir de su menestra (de las de verdad, claro), sus pimientos rellenos, su chicharro al horno, etcétera. Y todo ello por no hablar de mi plato estrella, bueno, en realidad el plato estrella de mi madre, ese que a día de hoy me sigue preparando para el día de mi cumpleaños (a pesar del asco que le da el hacerlo): los riñones al jerez con arroz. Mis mejores y mayores halagos delante de un plato los he proferido delante de los riñones al jerez con arroz de mi madre.

No se puede olvidar que de casta le vino al parecer a la “galga”. Su madre, mi abuela, era parecida… qué se podría decir de aquella carne rellena con huevo duro y aceitunas (y qué salsa, por Dios qué salsa) que preparaba mi abuela, sus sopas de ajo, sus albóndigas (del diámetro de una moneda de euro) aquella vinagreta que preparaba para acompañar una humilde ensalada de patata y remolacha, ¿puede tener algún “misterio” una vinagreta? Está claro que sí. Recuerdo también con especial delectación el helado de limón que preparaba mi abuela en verano. Ya ves.

Volviendo a la santa de mi madre, a esas madres en general me refiero, y a aquellas abuelas. El momento de la comida era uno más entre tantos otros en los que había que alimentar las hambrientas bocas de mis hermanos y mía… y de mi padre, claro. El desayuno, preparar el almuerzo para el colegio siempre bocatas, sin tonterías de galletas en envases monodosis ni zumitos. Bocata de embutido, bocata de mantequilla con miel o de mantequilla con azúcar, de fiambre y hasta bocatas de sardinas. Luego la merienda, más bocata, vasos de leche y algunos yogures o algo de fruta. Y más tarde la cena, también de cuchara; purés de verduras, de lentejas, coliflor al horno, berza, purrusalda, merluza a la romana, anchoas fritas, huevo pasado por agua, etcétera. Los postres, siempre fruta fresca y evidentemente de temporada. Entonces en los supermercados y mercados no había fruta que no fuera de temporada. Hoy sí, parece un contrasentido, pero la hay. A pesar de ello en casa de mis padres (y en la nuestra) la fruta sigue siendo de temporada. De la temporada buena, de la de aquí, me refiero.

Ya ves, y sin estudios de Nutrición Humana y Dietética y sin pasar por el Basque Culinary Center ni por un curso de tecnificación en el Bulli.

La condena de mi madre “a cocinas” (por “a galeras”) tiene sus claroscuros. Tiene que ser muy duro estar entregado en cuerpo y alma a estas cuestiones (además de a otras labores domésticas). La parte buena, que la tiene, es que nuestra satisfacción ha sido siempre lo suficientemente patente como para saberse recompensada por la inversión realizada. Hoy me pregunto si suficientemente recompensada. No, nunca creo que se pueda obtener una recompensa por tanto. Y digo tanto porque en todos esas recetas y bocatas había algo más que una simple buena planificación y cocinado. Había eso que queda cuando el mero cumplimiento de los compromisos se volatiliza. Había y hay amor, cariño, interés, preocupación… eso que solo unos padres, y no digamos una madre, puede añadir a un guiso o a un simple bocadillo.

Hoy, en general cocinamos menos y comemos peor. Tenemos menos recursos domésticos y por supuesto culinarios. Bebemos leches con omega tres, potajes  “de la abuela” enlatados y pizzas “caseras” termoselladas… sabemos más y sin embargo la comida nos sabe menos.

Pues te voy a decir una cosa más mamá. Hay otra cosa más de la que puedes sentirte satisfecha y orgullosa. Y mucho. Esa dedicación y buen hacer ha propiciado que hoy en nuestra casa, en la de tus nietas, se cocine más de lo que estoy seguro se cocina en la media de hogares similares al nuestro. Las razones que así se haga son básicamente dos. Puedes pensar que tu imagen me ha inspirado o bien que el temor de llegar a perder lo que una vez tuve me ha empujado a “tener” que cocinar. Posiblemente todo haya influido, pero tú mejor que nadie sabes que si se cocina por ese tipo de obligación las cosas no terminan sabiendo igual. El caso es que me gusta cocinar. Y me gusta responder a tus nietas cuando hoy son ellas las que me preguntan que qué hay para comer mientras les gotea el colmillo.

Por cierto, hemos de quedar y me tienes que poner al día con muchos de esos secretos que a menudo tanto te consulto por teléfono cuando me enfrento a una nueva receta de las tuyas, de las de casa, de las de siempre.

Gracias mamá. Muchas, pero que muchas gracias.