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"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Ser “foodie” está de moda

Foodie 2Por definición, mi carácter es refractario a ciertas etiquetas, en especial aquellas de origen anglófono. Esta que al parecer está cobrando cierta presencia en nuestro entorno no es una excepción. Se trata de aquellas personas que son o se consideran foodies.

¿Qué es ser «foodie»?

Como casi siempre en estos casos no vamos a encontrar en ningún lado una definición oficial. En resumen, se trataría más o menos de aquellas personas que tienen una especial predilección y conocimiento por todo lo que se refiere al ámbito culinario, desde el conciso conocimiento de la temporalidad de los alimentos, sus diversos orígenes, características organolépticas, hasta los procesos de obtención, las diversas técnicas culinarias, las recetas, la utilidad del variado menaje de cocina, etcétera. Si hacemos el esfuerzo de encontrar un equivalente autóctono, hay quien ha propuesto que estos foodies pueden equipararse a los cocinillas de toda la vida o a aquellas personas con la consideración de gourmet o sibarita más allá de su vinculación con la hostelería.

¿Será mi madre una «foodie», lo seré yo? No.

Sabiendo esto, cuando tuve conocimiento de este término me pregunté a continuación si mi madre o las madres de mi generación podrían acceder también al estatus de foodie. La respuesta a mi modo de ver es clara: ni de coña. A pesar de cumplir fehacientemente con las características mencionadas del buen foodie y de tener una cierta vis gourmet, mi madre no encaja en la definición. Y la razón es clara, su desempeño cotidiano en la cocina no es “por amor al arte”, no se vanagloria especialmente de hacer lo que hace, ni se permite el lujo de aleccionar a nadie dando recetas de no importa qué producto o proponiendo curiosas técnicas culinarias. Si acaso, esas madres educan y transmiten calladamente unos conocimientos difíciles de encontrar en una universidad. Nuestras madres lo hacían, con mayor o menor éxito, porque lo tenían que hacer. Y para hacerlo bien tenían que aprender, informarse, ensayar… todo aquello que el foodie hace pero sin la presión del “tener que hacerlo”. De igual modo, esas madres tampoco entran en el molde de ser unas cocinillas. Con todos mis respetos opino que la condición de foodie o cocinillas implica una cierta perspectiva apijotada de la cuestión culinaria.

No deja de ser curioso que al mismo tiempo que florecen este tipo de figuras, el promedio del tiempo y dedicación que se brinda a la cocina en los hogares españoles ha descendido estrepitosamente. Por lo general nos desenvolvemos en la cocina mucho peor de lo que lo hacía la generación anterior, le dedicamos menos tiempo, comemos más veces fuera de casa y, en resumen, cocinamos menos y peor. Quizá por eso quienes en nuestro tiempo se han preocupado por mantener unas ciertas dotes culinarias destaquen frente al resto. Pero es indispensable tomar en consideración que los que ponen en práctica día a día estos conocimientos y alimentan de esta forma a su familia, a sus hijos, etcétera pasan olímpicamente de estas cuestiones de etiquetas, y por supuesto de que le tilden de “cocinillas”, estatus al que solo se suele acceder cuando el acercamiento a los fogones es más anecdótico que cotidiano.

Por mi parte no puedo sino animarte a que conozcas más el mundo de la cocina, que aprendas y al mismo tiempo transmitas una cultura que nos es propia y que a golpe de anglicismos, bien por la terminología y bien por el estilo de vida, estamos perdiendo a la chita callando y a pasos de gigante.

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Imagen: stockimages vía freedigitalphotos.net