Las crónicas del desencanto de «Doc» Sportello (‘Puro vicio / Inherent Vice’)

La narradora, y voz en off, de Sortilège inicia su relato. Descriptivo, poético. ¿Realidad o ensoñación? Estamos en Gordita Beach, una población ficticia de California, en 1970. “Doc” Sportello es un hippie que se gana la vida como detective privado y que se pasa el día, y la noche, colgado de marihuana hasta las cejas. En su cabeza el único recuerdo que parece insuflarle algo de sangre a sus venas es el de la mujer que más ha amado, Shasta.

Ella, Shasta, femme fatale, se presenta repentinamente en su casa para solicitarle ayuda. Ahora es la amante de un magnate de la construcción y está envuelta en las intrigas de la esposa de éste y su amante playboy para encerrarlo en un manicomio y quedarse con el dinero. Le solicita a «Doc» que contacte con su amante actual, una asistente del fiscal del distrito, por si puede intervenir. En un abrir y cerrar de ojos, y antes de saber cómo o porqué, “Doc” irá conectando varios casos hasta verse inmerso en una paranoica trama que le supera, avanzando de manera tan imprevisible como acelerada.

“Doc” es un Joaquin Phoenix sensacional, como siempre (y siempre que a uno le guste Joaquin Phoenix como actor, claro). Se hace inevitable ver a su personaje y no asociarlo con El Nota (Jeff Bridges) de El gran Lebowski. La fiscal es Reese Whiterspoon (recordando esos buenos tiempos pasados con Phoenix, cuando Reese ganó el Oscar por En la cuerda floja). El millonario Mickey Wolfmann, un Eric Roberts que protagoniza una única y breve escena, pero contundente; y Serena Scott Thomas su maquiavélica esposa. Sin embargo, el gran descubrimiento es Shasta interpretada por Katherine Waterston con aspecto dulce, joven y (casi) virginal, cuando precozmente ya ha pasado por la cama de demasiados tipos.

Inherent Vice

(Warner Bros.)

El director Paul Thomas Anderson adapta una de esas novelas imposibles, Inherent Vice (traducida aquí como Vicio propio, y rebautizada Puro vicio para la película) de Thomas Pynchon, que es como Cosmopolis de Don DeLillo, por su dificultad de adaptarla a la escritura cinematográfica, que realizó Cronenberg hace un par de años. Puro vicio más que una película es una sensación. Un sentimiento sobre la idealización del pasado o de lo que podría ser un futuro prometedor, pero que se topa con la cruda realidad, con lo que hay. Un estado entre la belleza de la melancolía de un tiempo pasado que creemos mejor, y la decepción o el dolor del presente. Y todo ello no se refiere a “Doc” Sportello sino más bien a un país, Estados Unidos, y el llamado “fin del sueño americano”.

La trama y los personajes, una pura excusa para pasearse por esa Norteamérica de a finales de los 60 e inicios de los 70, alborotada, desquiciada, alucinógena. La filosofía y estilo de vida hippie, la revolución de las flores, paz y amor y el recuerdo de Woodstock conviviendo con tiempos de confusión y corrupción, con los crímenes de la “familia” Manson, motoristas nazis que ejercen de guardaespaldas, veleros fantasmagóricos que encubren carteles de heroína, prostitución, drogas, protestas, Vietnam, Nixon (el presidente quizá más odiado de la historia de Norteamérica, y al que Oliver Stone quiso redimir en parte)… y un desconcierto para aquel espectador que busque una historia lineal con respuestas. El hilo del argumento se enreda, pero a uno se la va impregnando esa desazón de la Norteamérica de la inocencia rota, la imagen que representa el personaje de Shasta.

La gran mayoría de sus personajes, y escenas, de Puro vicio esconden perlas. Sortilège, la narradora, es una astróloga hippie etérea que va ofreciendo una especie de ayuda espiritual a “Doc”, utiliza su delicado lirismo e insufla belleza a la narración; y la guinda es que la interpreta la cantautora indie Joanna Newsom (en la banda sonora original de Jonny Greenwood interpreta 2 canciones). Luego está Clancy Charlock, la hermana de un motorista nazi asesinado; aparece en una sola secuencia, entrevistándose en el cuartucho que le sirve de despacho a “Doc”. Charlock está caracterizada como una rotunda ninfa setentera y a la que, en una insólita intervención, encarna Michelle Sinclair, más conocida por su apodo de Belladonna de su época como actriz y productora de videos porno (se retiró en 2012).

Entre otros, Martin Short es un dentista muy salido y con presuntas conexiones con el contrabando de heroína; Owen Wilson un saxofonista de una banda de surf-rock reconvertido en confidente de la policía; Jena Marlone la esposa de éste (su relato de cómo conoció a su esposo,  escatológico, delirante); Benicio Del Toro un abogado y Hong Chau una prostituta china que confía en “Doc”.

Inherent Vice 2014

(Warner Bros.)

Al detective de la policía Christian “Bigfoot” Bjornsen hay que echarle de comer a parte. Pasado de tuercas, impasible y con estallidos de ira. Siente aversión a los hippies, pero colabora, en una relación de amistad y odio, con “Doc”. Su trabajo le da tiempo para compaginarlo como actor secundario (muy secundario) en el serial policíaco de moda, Adam-12, y le encanta saborear helados de banana recubiertos con chocolate como si estuviera simulando otro tipo de actividad, mucho más lujuriosa. En su dieta alimenticia, adora las bananas heladas, y los panqueques. “Bigfoot”, encarnado por Josh Brolin, es como un personaje de dibujos animados, absolutamente “desfasado”. Merecería un spin-off propio.

Unos y otros, buenos y malos, con sus vicios. En todo este abanico de personajes y tramas, Paul Thomas Anderson cambia suspense por absurdidad y estupefacción, exhibiendo su habitual obsesión por las rarezas y lo inescrutable de la condición humana. Sobrevuelan en el relato títulos como El sueño eterno, Chinatown o Un largo adiós; y el magnífico director de fotografía Robert Elwitt (Nightcrawler) ejerce como aliado perfecto recreando una luminosidad de colores pastel vivos, estridentes y psicodélicos, vinculados al contenido de esa ensoñación del pasado.

Pero, lo que prevalece es ese sentimiento de pérdida o de que nada podrá ser cómo antes, o cómo queríamos. El desencanto. Puede referirse a uno mismo, a la sociedad, a un país. Ante tal perspectiva, Sortilège tendrá unas palabras de alivio poético, “Bigfoot” pedirá a gritos otro pancake a un camarero chino como si le fuera la vida en ello, Shasta tal vez nos regale otra escena de sexo intensa (la suya con “Doc”, hacia el final, es una de las más potentes de la temporada), y “Doc” le dará otra calada a su porro soñando, quizá, que ese futuro perfecto con Shasta es posible.

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