‘El francotirador’, ¿héroe, asesino o simplemente un profesional?

¿El venezolano Simón Bolívar era un libertador o un dictador? ¿El conquistador extremeño Hernán Cortés era el ejemplo de un conquistador o un carnicero del siglo XVI en el imperio azteca? Cara y cruz. Blanco o negro. Naturalmente, las comparaciones con estas figuras históricas le quedan demasiado grandes a Chris Kyle, un navy SEAL, integrante de las fuerzas de combate de élite del ejército norteamericano con el reconocimiento de haber sido el francotirador estadounidense más certero y mortífero. El Pentágono le reconoce 160 muertes en terreno de Irak (ello significa con un testigo fiable dando fe de ello), mientras que Kyle se atribuía más de 250. Sus propios compañeros se referían a él como “la leyenda”. Libró su particular combate en dos frentes, en casa y en tierra hostil, en una guerra controvertida en busca de las armas de destrucción masiva de Al-Qaeda en tiempos del post 11-S, y en su mismo hogar con su esposa cuestionándole su sistema de valores y prioridades.

Se le ha criticado a El francotirador (American Sniper) su tono patriótico o el glorificar a un personaje que podría ser un asesino, matando a ciudadanos en su mismo territorio invadido (mujeres y niños incluidos, en decisiones que realmente ponen en un aprieto, en un conflicto interior hacia su deber, a su protagonista). Kyle era un asesino.

En el campo de batalla que se convirtieron ciudades como Ramadi, Anwar, Bagdad, Nasiriya o Faluya, Kyle era una garantía. Resguardado estratégicamente entre tejados, terrazas o detrás de una ventana esperando durante horas, observando a través de su mira telescópica por si aparecía algún objetivo, un “salvaje” (es el término que él mismo utiliza en su libro autobiográfico), al que era capaz de abatir a más de 2 kilómetros de distancia. Un ángel de la guarda que velaba por los marines norteamericanos. Reunía, mejor que nadie, las cualidades de un buen tirador: paciencia, puntería y rapidez. Kyle era un héroe.

Bradley Cooper (Warner Bros.)

Para el “enemigo”, en cambio, era «El demonio de Ramadi» (Al Shaitan Ramadi). Pusieron precio a su cabeza, aunque se dice que al colocar los carteles con su nombre se equivocaron y pusieran el rostro de otro compañero. En ese ir y venir a Irak se va topando con otros soldados, incluso su propio hermano, cuestionándose la necesidad de ese conflicto.

Chris Kyle ( Youtube.com )

Como principal antagonista, o el reverso de la misma moneda, un francotirador sirio (Sammy Sheik) casi también infalible, que se nos muestra (brevemente) con su esposa e hijos, viviendo entre esas ruinas en las que se ha convertido ese país. También hace su trabajo por una causa y una nación. Mientras, en territorio ajeno, Kyle era un asesino.

En casa, en Estados Unidos, mantenía otra lucha. Allí se encontraba desplazado, convencido de que su lugar estaba en ese destino iraquí, intentando salvaguardar la vida de sus compañeros. Su otro frente de guerra abierto era la esposa reclamándole más tiempo para con ella y sus deberes conyugales y de padre. Sin darse cuenta, había reemplazado su familia (esposa e hijo) por otra (soldados y Patria). Pero allí, en Irak, podía seguir salvando muchas vidas de sus compatriotas haciendo lo mejor que sabía hacer. Kyle, multicondecorado, era un héroe.

Pero, mi posición idealista diría que el problema no es El francotirador o Kyle sino las guerras en sí mismas, la necesidad de poder y los fanatismos. La realidad me golpea y hace darme cuenta de que las guerras y todo tipo de tropelías han sido lamentablemente el motor de gran parte de la historia humana, y lo siguen siendo. Demasiado actuales. Si yo fuera uno de esos marines… (imposible ya por edad o porque fui objetor de conciencia en su momento), pero, si fuera uno de esos soldados de a pie me gustaría tener a un Kyle cubriéndome las espaldas.

Él era un cowboy vocacional marcado desde pequeño con una simplona y maniquea filosofía impuesta por su padre, en la que las personas se dividen en tres grupos, corderos, lobos y perros pastores (los que cuidan del rebaño de los ataques de los lobos malos). Sin embargo, el destino le había reservado una cruel ironía, el de su final y en su propio país, ayudando a ex combatientes y víctima del TEPT (trastorno por estrés postraumático) de un compañero.

La película dirigida por Clint Eastwood está muy correctamente realizada, aunque me dejó bastante frío (y le hubiera recortado unos cuantos minutos). En tierra hostil tenía un punto más original, y definitivamente no hay todavía película sobre la temática que supere Enemigo a las puertas. Su protagonista, y coproductor, Bradley Cooper (en una notable interpretación) engordó algunos kilos para parecerse al personaje real, y su mujer (en la ficción) Sienna Miller está subyugante en su primera secuencia.

Con El francotirador, Eastwood a sus nada menos que 84 años iguala en calidad cinematográfica a Banderas de nuestros padres, pero por supuesto es inferior a Sin perdón, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima (que forma un díptico con Banderas de nuestros padres), Gran Torino o Million Dollar Baby.

Acostumbrada a la imagen del Eastwood actor, el de westerns, el de tipo duro, el de Harry el sucio, tosco y viril, la crítica en los 80 y 90 se sorprendió con su faceta como director, humanista y sensible, en la jazzística Bird o la no menos estupenda Los puentes de Madison. Un director lacónico calificado hace años como “el último gran clásico vivo”. Con títulos como Sin perdón o Poder absoluto se empezó además a destacar que sentía admiración por el auténtico profesional, por la persona que realizaba su oficio de manera eficiente: impecable y entregado. Y esa es la parte de Kyle que, creo, a Eastwood también le atrae (no la de si era un héroe o un villano), sino la de alguien que cumple con su trabajo. Aunque esto no le ha evitado un buen patinazo, porque lo del bebé de juguete… Clint, a veces hay que tener un poco de paciencia.

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