Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Soñando en sueños

Religiosamente me acostaba a dormir la siesta. Con media hora después de almorzar me alcanzaba para recuperar energías y regresar a la oficina. Y cuando yo no podía hacerle caso al despertador, mi mujer me despertaba. ¡Cómo la extraño! A mi querida Marta le falló el corazón y desde que ella falleció, hará dos años, comencé a estirar las siestas. Soñar con Marta era la única forma de sentirla a mi lado, y mientras más dormía, más tiempo pasaba con ella. Comencé a dormir sin parar con tal de encontrarla en sueños, e incluso continuaba durmiendo en las siestas mientras ella intentaba despertarme para que yo pudiera regresar al trabajo. Durante un tiempo, soñando, encontré la felicidad que en la realidad me faltaba hasta que cierta noche, Marta volvió a sufrir un paro cardíaco y nunca más regresó a mis sueños. Se me fue dos veces en una misma vida.

La insistencia involuntaria

Parece —por momentos, aunque sea durante unos pocos segundos— que estoy por alcanzarte. Cuando la fuerza de las olas me empujan hacia la orilla, siento que puedo llegar a tocarte. Pero luego el impulso se debilita, las olas pierden su energía y me freno a unos escasos centímetros de tus dedos. Por más esfuerzo que haga, no puedo evitar alejarme y retrocedo todo lo avanzado, apartándome sin siquiera haberte rozado. Luego el destino juega con mis sentimientos, me ilusiona nuevamente y emprendo otro viaje con las olas, únicamente para estar a punto de acariciarte, fracasar en el intento y volver mi recorrido. Me alejo forzosamente mientras la espuma se ríe de mi desgracia y la arena se ahoga a carcajadas. Las esperanzas vuelven a encenderse una y otra vez, y la cantidad de intentos son proporcionales a las desilusiones. Maldita suerte la mía, al saber que el mar nunca descansa.

Malas noticias

La gran cantidad de malas y desgraciadas noticias hacen que las personas se acostumbren a las malas y desgraciadas noticias. El proceso es lento y metódico. De a una cosa por vez el destino le va inyectando desdichas y adversidades a la población mundial; tantas desdichas y adversidades que hacen que todos vayamos acostumbrándonos a que las cosas malas, suceden. Y suceden cada vez con más frecuencia. Y son cada vez más catastróficas y trágicas y fatales. También son ineludibles. Nadie pudo, ni puede ni podrá frenar la ira de la mano del dios que nos azotó, azota y azotará cada vez con más fuerza hasta que el planeta quede reducido a una gran masa amorfa de dolor y lágrimas, de tristeza y lamentos a los que nadie le dará mayor importancia puesto que el dolor, las lágrimas, la tristeza y los lamentos, serán el pan nuestro de cada día.

Serie Comentarios Microrrelatados

Los más asiduos lectores de 150xdía continúan inspirándose en los microrrelatos del blog para escribir sus propias historias, con sus propios escenarios, con sus propios personajes, con sus propios desenlaces. Sean bienvenidos a la Serie «Comentarios Microrrelatados» del mes de junio, donde se recopilan las más destacadas historias desarrolladas por los lectores de las 150 diarias.

Comentario publicado en la entrada «Desenmascarando sueños».
Mis sueños suelen ir por otros caminos. Mucha gente, no nos conocemos, hay malentendidos, acabo entre los brazos, y a veces entre las piernas, de alguien que cada cinco minutos cambia de rostro, de sexo, de raza, de intenciones y me dejo llevar sabiendo que soy yo la que lleva las riendas.

Autora: Carla.

Comentario publicado en la entrada «Desenmascarando sueños».
Cuando no era una cosa era otra, pero la situación se estaba poniendo fea.
Todo comenzó con lo que comienza todo. Un día se sueñan cosas felices, o eso creemos, hasta que dejan de serlo y comienzan las pesadillas. ¿Qué culpa tengo yo de que cosas cotidianas me terminen afectando?
La consecuencia de todo esto fue que mis pesadillas comenzaron a tomar cuerpo a cualquier hora, tanto dormido como despierto, por tanto tomé la determinación de acudir a un experto. Al oír mis historias, quedó tan involucrado en mis problemas, que decidió aventurarse a mandar una expedición directamente a mi cerebro. Necesitaba recoger de primera mano todos los restos y muestras posibles a fin de dejar limpios mis sueños de todo tipo de malestar.
Ya en el primer viaje le costó llegar, pero según se iban haciendo rutinarias las expediciones, mi confianza y sus ansiolíticos lograron mi descanso con rotundidad.

Autor: Enmascarado.

Comentario publicado en la entrada «La ancianidad temprana».
No es la adversidad fortuita,
la que sin advertencia llega.
La que de improviso azota,
la que con ojos vendado,
va dejando en el camino
aquel, que se la ha tropezando,
que sin méritos ni desméritos,
tiene que cargar con su yugo.
Al que desde muy pequeñitos
tiene que trabajar ya duro
para ganarse el sustento.
El trabajo en la niñez
a nadie convierte en adulto,
ya que el niño que trabaja
sigue siendo solo un niño,
al que convierten en esclavo,
sin dejar de ser niño.
Al que roban la niñez,
sin darle nada de nada a cambio.
Ya que la poca comida
es para que continúe con vida,
y que a la mañana siguiente,
pueda seguir trabajando.
Que poco importa la escuela,
ni la formación escolar,
mucho menos la académica
y de la universitarios
de esa ya mejor ni hablar.
¿De cuántos millones uno,
prospera en estas condiciones?
¿Si de la mediocridad el salir,
es cosa arto difícil?
De la miseria es bien sabido
que el salir, es imposible.
En estas penosas condiciones
de niño se llaga a viejo,
unos antes otros luego.
Y cuando a viejo se llega,
aunque solo con diez años,
las espaldas que se encorvan,
se llenan de arrugas la piel,
entonces ya todo pesa tanto,
que un lápiz entre los dedos
cuesta mucho el sostener.

Autor: Al Sur de Gomaranto.

Comentario publicado en la entrada «La novela de la tarde».
Nunca me ha parecido más oportuno ese disparar la manguera a la jeta de alguien como cuando mi hijo lo hizo.
Después de 20 días en la incubadora que se pasó, con visitas de todo la parentela, cierto que a su ladito, en la número 8 estaba su hermana, que vino a casa 10 días después. Pero mi suegro nunca se dignó ir ver a sus nietos recién nacidos ¡Qué va!, el Don Rodrigo en la horca (como le llamaba mi madre) estaba por encima de ello. Cuando le dieron el alta a mi nene, con 2 kg 800 grms, vinimos a casa de mis suegros y tumbamos al niño en el sofá, mi suegra, que dicho sea de paso no dejó de ir a ver a sus nietos, le quitó el pañal, mi suegro, después de 20 días todo altivo el capullo, se acerca, se agacha y…… Olé mi nene, le dio con todo el chorro en su cara dura de impresentable. Me reí como se suele decir a “mandíbula batiente”, y le dije “chúpate esa, tu nieto te ha calado” (yo tenía 22 recién cumplidos), lo sigo recordando y haciéndolo recordar por su significado.

Autora: Marisa.

Comentario publicado en la entrada «Desde la terraza».
Me lancé al vacío y planeé con los brazos abiertos, evitando antenas y enormes anuncios de bebidas que invadían los tejados. La sensación era de un inmenso placer, con el viento en la cara y la ingravidez. Pero entonces me di cuenta de que los pájaros volaban a mi alrededor y parecían molestos por mi presencia. Yo les hablé como a hermanos, pero ellos graznaron, piaron y gritaron que no me querían allí en el aire, porque era un humano y no debía volar. Amenazado por la presencia de muchos pájaros que me expulsaban de sus dominios, aterricé en una plaza con buena visibilidad. Allí me esperaba una multitud de humanos, semejantes a mí, pero de los que no podían volar. Me señalaron con el dedo y me miraron como a un monstruo. Lo cierto es que ni yo mismo sabía lo que era. No era un gran pájaro ni tampoco un humano. No sabía qué hacer ni a donde ir, y en mi angustia desperté, cubierto de sudor. A mi lado, en pie y observándome estaban mi psiquiatra y una enfermera, diciéndome algo así como que había sufrido un episodio de delirios, no entendí muy bien la terminología. Me alegré de no hallarme en aquella plaza, rechazado por pájaros y humanos y les sonreí.
– Doctor, he decidido que ya no quiero volar más. He elegido ser humano.¿Puede cortarme las alas, por favor?.- Le dije, y ellos me sonrieron.

Autora: Metamorfosis.

Comentario publicado en la entrada «Después del Bip».
Cuando me enterraron nadie sabía que tenía un teléfono móvil en el bolsillo. Debí decírselo a Patricia, porque ahora estará muy asustada y no se cree que la llame desde el otro mundo, ella ignora eso de que me podía haber muerto letárgicamente, lo mejor que puedo hacer antes de que me quedes sin batería es que llame al teléfono de emergencias y les cuente mi problema. Debo darme prisa pues ya llevo al menos tres días sin comer y lo malo es que no recuerdo el número de emergencias.

Autor: Antonio Larrosa.

Comentario publicado en la entrada «La repentina ausencia».
Inmediatamente, el extraño suceso, alertó a entomólogos, biólogos, ecologistas, que comenzaron a buscar las causas, a estudiar posibles cambios en el suelo, el aire, el agua, ascensos o descensos en la temperatura, contaminantes, superpoblación de depredadores… Los resultados sorprendieron a algunos, aunque muchos ya lo sospechaban, la gente, se había quedado sin sangre en las venas…

Autora: Penélope G.

«La tienda del alfarero» Por Víctor Lorenzo

No recuerdo cuándo comencé a leer «Realidades para Lelos», pero ese detalle carece de importancia comparado al «por qué». De todas las virtudes que Víctor tiene como microrrelatista, la que más disfruto es su indudable capacidad de síntesis a la hora del desenlace de sus historias.

Su atractivo estilo se nota claramente en «Hipotecas» y «Cumpleaños», dos microrrelatos que me quedaron grabados y que suelo recomendar como ejemplos de un excelente uso del género.

En esta segunda entrega de la serie «Inspiraciones Ajenas», un espacio creado para disfrutar de escritores y blogueros que leo desde hace tiempo, Víctor Lorenzo Cinca nos escribe en 150 palabras.

La tienda del alfarero
Mientras curioseo las muchas piezas fabricadas en serie -made in China- el viejo y tembloroso alfarero me cuenta que sus hijos no quieren seguir con el oficio, prefieren comprar a mayoristas y no ensuciarse las manos. Cojo una pequeña figura de terracota, antropomórfica, y le soplo el polvo de encima. El alfarero, emocionado, me explica que es la última pieza que pudo modelar. Y la única que conserva, tras setenta años frente al torno. Todo lo demás, lo vendió. Pero de esa pieza jamás pudo desprenderse. Me dice el precio, una fortuna, y la figura me resbala de las manos. La recojo del suelo y afortunadamente sigue intacta. Se la muestro al alfarero, para tranquilizarlo, y veo cómo una grieta va avanzando, poco a poco, por su frente. Le pago la pieza, sin regatear, y mientras me marcho se escucha en el interior un crujir de loza, unos cascotes desplomándose.

La mitad de la mitad de un mordisco

Además de ser alérgico, también era adicto. Y las únicas dos debilidades del emperador, eran las que le impedían ser completamente feliz. De pequeño, el consumo levemente exagerado de tan exquisito producto le producía al emperador severas convulsiones que muchas veces lo habían dejado al borde de la muerte, pero con el tiempo aprendió a controlarlo. Supo que para disfrutar del chocolate durante toda la vida, era imperioso, ante todo, mantenerse vivo. «La mitad de la mitad de un mordisco por día», se prometió, y su perseverancia fue intachable durante décadas hasta que finalmente cayó su imperio. En medio de la inmensa desesperación causada por la pérdida, la ingesta de una docena de barras de chocolate en apenas unos pocos minutos, tuvo una única finalidad. Pero el emperador, sin siquiera saberlo, durante años había entrenado su inmunidad y en el momento de mayor tristeza, conoció por fin la felicidad completa.

Mirando las estrellas

«Aquella de allá, la más brillante de todas», apuntaba mi madre para señalarme a mi padre. Yo le pregunté cuándo se había marchado, por qué nos había dejado sin despedirse, por qué se había ido tan lejos. Nunca supo responderme. Le echaba la culpa a las diferencias que había entre él y nosotros, pero a mí no me engañan; sus diferencias no tenían nada que ver conmigo. Aquel día, mientras mi madre había regresado a la cocina para preparar la cena, yo continué mirando a mi padre que brillaba a lo lejos, deseando con todas mis fuerzas que regresara. Nunca lo hizo. Mamá vino a buscarme nuevamente al patio para avisarme que la comida estaba servida y me encontró lagrimeando. «Tenés sus mismos ojos», me dijo, y me dio un fuerte abrazo. —¿Y cómo se llama la estrella, mamá? —le pregunté mientras me abrazaba. —Él la llamaba tierra —me respondió.

Máquina contra hombre

Se disputa la final del torneo de ajedrez “Máquina contra Hombre”. Asiste al evento un estadio completo que observa a los representantes de cada equipo sobre el cuadrilátero. La figura antropomórfica de un androide representa los miles de gigas de memoria que van a competir contra los entrenados músculos de la brillante mente humana. Millones de televidentes siguen el evento. Avanzado el partido, el hombre, jugando con las piezas blancas, hace su movimiento, saca un cuchillo desde su cinturón y se lo coloca en la garganta a su oponente. El jugador de las piezas negras, frío como el acero, se anticipa a la clásica ansiedad de su adversario y con la tranquilidad que sólo puede manejar una máquina, mueve la torre, desenfunda un revolver y apunta a la cabeza del ser humano. Dispara sin dudar. Un pequeño corte se marca sobre la piel artificial que cubre el cuello del vencedor.

Las últimas lágrimas

Estoy por largarme a llorar. A unos minutos de mi muerte y voy a desperdiciarlos llorando. En vez de reír por todo lo que he reído o festejar por todo lo festejado, estoy por malgastar mis últimos minutos llorando. No me lo puedo permitir. Tengo que enfrentarme a este momento como siempre dije que iba a enfrentarlo: con una sonrisa y con la frente en alto. La muerte es inevitable, siempre lo he sabido; por qué llorar entonces. Por qué llorar si ni siquiera recuerdo la última vez que he llorado. Viví la vida tal como quise, me di los gustos que quise y procuré no herir ni perjudicar a nadie. Por qué lamentarme, entonces. Por qué largar el llanto y pedir misericordia si no tengo nada por lo que arrepentirme. Si voy a morir, voy a morir orgulloso de mi vida y mis decisiones. Llorando, pero llorando de felicidad.

Ancianidad intolerante

El miércoles 29 de junio, Juan Carlos Arro, de 78 años de edad, sale a la terraza de su edificio, apunta a un transeúnte con una carabina calibre 22 y le dispara a la cabeza. Son las 10:15 de la mañana cuando comienzan los gritos y las sirenas de la ambulancia y los patrulleros invaden el lugar. Nadie ha visto al asesino. Al día siguiente, mientras los diarios muestran en la portada una mancha de sangre sobre la acera, Juan Carlos Arro, incapaz de poder dormir debido al molesto ruido de la calle, sube nuevamente a la terraza de su edificio. Son las 10:37 de la mañana cuando un segundo transeúnte cae muerto a unos pocos metros del primer desdichado. Resurge el concierto de gritos y sirenas. Al día siguiente, viernes 1 de julio, nadie osa transitar por esa vereda. Finalmente, Juan Carlos Arro aprovecha para dormir hasta el mediodía.