Por Cecilia Felguera Sánchez
Recientemente se han cumplido 31 años de la Ley de Integración Social del Minusválido (LISMI). 31 años que han pasado pero aún seguimos marginando a la diversidad funcional: entradas de segunda categoría en edificios nuevos —como si no fuesen dignos de entrar por la puerta principal—, lavabos especiales que los dejan fuera de la división «femenino/masculino» y muchas barreras arquitectónicas que llevan muchos años entre nosotros y todavía no han desaparecido. Por no hablar del difícil acceso que tienen estas personas, aun teniendo estudios, a determinados puestos de trabajo, donde no se ve más allá de su discapacidad o de su silla de ruedas.
Han pasado 31 años pero hay cosas que permanecen. Es hora de un cambio de mentalidad y de empezar a incluir a todos por igual, pues todos somos personas (no objetos) con los mismos derechos.