Richard Gere, el hombre que lo conseguía todo

BCN Film Fest

Richard Gere - BCN Film Fest

( Richard Gere en el BCN Film Fest de Barcelona ©GTRES )

Richard Gere ha conseguido mantener su encanto y carisma a lo largo de cuatro décadas. Uno de los mayores sex-symbols masculinos (y es que el cine se alimenta también de sex-symbols), y el que más ha perdurado con su aureola de galán desde los 80 y los tiempos de American Gigoló (1980), el taquillazo de Oficial y caballero (1982) o Pretty Woman (1990). Las veces que ha estado en el Festival de San Sebastián la prensa siempre ha remarcado que se mostraba simpático y accesible con sus fans y con los medios, A su paso, estos días, por Barcelona tuvo una agenda repleta, estuvo en el televisivo Hora Punta de Javier Cárdenas, recibió el premio Continuará de Cultura 2017, asistió a reuniones benéficas, se encontró con numerosas personalidades del arte, la cultura y la política y contestó al bombardeo de preguntas de los periodistas (fueran inevitables sobre Julia Roberts y Pretty Woman, banales o profundas, cansinas o originales, la nueva película que venía a promocionar o sobre su vida y milagros), y sin perder la compostura. Con un porte de elegancia, de cordialidad y cercanía.

Richard Gere ha conseguido también dar impulso a un festival de cine, el Sant Jordi BCN Film Fest, el mismo día que empezaba su andadura. Lo pude constatar en la misma rueda de prensa a la que asistí. Allí estaba, 67 años, pelo blanco tirando a plateado, efecto de las canas, y manteniendo intacto su sex-appeal, su irresistible magnetismo. Hubo más de una fan, de cuarenta años, cincuenta y más, entusiasmadas ante su presencia, y pude escuchar a una joven periodista comentar que intentaría obtener un autógrafo, «para su padre»; pero aseguraría que el encanto de Gere también le llegaba a ella, y a una generación de espectadores jóvenes. Sí, «Gere sigue siendo mucho más guapo en persona».

Está el Richard Gere actor y el icono sexual, y que no tiene reparos en reconocer que su mejor experiencia cinematográfica había sido trabajar bajo las órdenes de Kurosawa (en Rapsodia en agosto, 1991). Y está el Richard Gere filántropo y humanista que ha conseguido ganarme. En tiempos como los actuales, tan revueltos y llenos de odio (solo hay que dar un vistazo por cualquiera de los foros de Internet para darse cuenta de ello), no saben cómo agradezco a alguien de su talante. No salvará al mundo ni lo hará mejor, pero al menos aportará su granito de arena. La principal causa en la que invierte sus esfuerzos y medios es la de los derechos del Tíbet. Ello le valió una pregunta de la prensa, sobre si le había perjudicado a la hora de obtener papeles en Hollywood. «Ningún efecto. No ha tenido ningún efecto», reiteró el galán. Luego añadiría que «lo que sí hay son actores chinos que tienen prohibido trabajar conmigo».

Norman, el hombre que lo conseguía todo

( Richard Gere y Lior Ashkenazi en ‘Norman, el hombre que lo conseguía todo’ ©A Contracorriente )

¿Y por qué debería perjudicarle su causa tibetana en Hollywood»? Fácil, el mercado Chino se ha convertido en el más importante para las superproducciones hollywoodienses, y más de una se ha librado de ser una ruina en taquilla gracias a las recaudaciones en el gigante asiático. Y, ya se sabe, para los ejecutivos norteamericanos, el dólar es el dólar. Poco o nada le debe importar a Gere que no cuenten con él para el reboot, remake, secuela o superproducción de turno. Más dedicado últimamente al cine independiente o de autor, le basta con las ganancias que le llegan de las reposiciones de Pretty Woman en las diversas televisiones de todo el mundo para tener más que cubiertas sus finanzas personales.

En su nueva película, Norman, el hombre que lo conseguía todo (que se estrenará el 2 de junio), dirigida por John Cedar, y que inaguró el BCN Film Fest, interpreta a Norman Oppenheimer, un hombre de negocios judío en Nueva York. Un don nadie que se gana la vida como conseguidor (término que la RAE acepta), es decir, un mediador que dice tener todo tipo de contactos e influencias de alto nivel para cerrar tratos. En realidad un charlatán y embaucador, un pobre diablo al que Gere encarna desmaquillándose de todo su glamur, con una prótesis que agranda y afea sus orejas o sin esconder una sola de sus arrugas. Su personaje inspira más ternura y compasión que rechazo. Cinematográficamente posee unos aires al cómico Jacques Tati o a ese ingenuo y analfabeto jardinero que intrerpretaba Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance (Being There, 1979).

El tal Oppenheimer llegará a establecer cierta amistad con un político, Eshel (Lior Ashkenazi), que con el paso del tiempo, tres años, llegará a convertirse en primer ministro de su país y en un líder mundial crucial para resolver uno de los grandes conflictos mundiales. Los protagonistas son judíos y se habla del rol predominante de Israel, lo que le puede valer que muchos la puedan denostar, pero es que su director es judío, israelí pero nacido en Nueva York, y recurre a lo que conoce y ha vivido para una fábula que es universal (en toda la película no se hace referencia a los palestinos, los países enfrentados a los que alude la película pueden ser cualesquiera, reforzando ese concepto de universalidad).

Norman, el hombre que lo conseguía todo

( ‘Norman, el hombre que lo conseguía todo’ ©A Contracorriente )

Norman es casi un cuento en tono amable y tragicómico (la misma música de Jun Miyake incide en estos tonos) que se fundamenta esencialmente en su guion y en las interpretaciones (a Joseph Cedar le encanta encuadrar a sus protagonistas en primerísimos planos), pero que no esconde sus dardos envenenados sobre la corrupción, el egoísmo, las obsesiones megalómanas y las ambiciones en las altas esferas sean políticas o financieras. En ese mundillo no hay lugar para Oppenheimers. Un negociante de baja estofa, el pececito que nada entre tiburones, aunque honesto y sobre todo con corazón. Lo que viene de perlas para esta película, y tantas otras. Buen cine hecho con personalidad, con sentimiento, cerebro o ideas, y sin necesidad de recurrir a un ritmo presuntamente vertiginoso y original para relatar su historia, pero destinado a ser engullido por las grandes superproducciones. La mayor parte del mejor cine que se hace hoy en día está abocado a pasar por las grandes pantallas sin pena ni gloria. Estreno tardío en unas salas limitadas y dos o tres semanas, como mucho, en cartel.

Y de este modo, Norman, el hombre que lo conseguía todo, lograba precisamente ser una especie de analogía con el tipo de películas (y casi todas tendrán distribución en nuestros cines) que se exhiben en el BCN Film Fest (o en tantos otros festivales, sin ir más lejos, el «D’A», Festival de Cine de Autor también en Barcelona, llega en nada, cuatro días). Ese cine de calidad, de mayor o menor interés, pero hecho con corazón, con alma propia y no prefabricada, por el que solo una pequeña minoría está dispuesta a pagar para verlo en pantalla grande; aunque sea mucho más interesante que la media de las películas que coparán pantallas y las listas de las más taquilleras, sea aquí, en Estados Unidos o en China.

 

Los comentarios están cerrados.