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La belleza de lo imperfecto

sombras

(Valero Rioja)

Es angustioso buscar siempre la perfección, y sin embargo nos pasamos la vida persiguiéndola, aun a sabiendas de que detrás de ella no hay nada, sólo el vacío y un eco sordo que nos deja fríos y sin motivación.

Pretendemos la excelencia a través de sacrificios, renuncias y exigencias que hacen que perdamos por el camino la belleza de lo imperfecto y lo incompleto, olvidando lo importante que es conservar la inocencia de lo que no se prepara.

En mi trabajo, por ejemplo, a veces tengo la impresión de que está todo tan editado para un resultado impecable, que no hay espacio para la improvisación o para que las cosas se rompan o caigan y así guillotinar la perfección glacial que deshumaniza. De ahí mi pasión por los programas en directo, porque lo maravilloso es casi siempre espontáneo, tiene aristas y está salpicado de errores.

Estoy convencida de que lo más especial de la vida no es perfecto y no puede controlarse, como un castillo de arena que no soporta las impredecibles olas, un beso que llega sin avisar y resulta maravillosamente torpe, un hermoso reloj parado o una taza de cerámica agrietada que cada mañana de invierno calienta el dormitorio helado.

Lo imperfecto es como beber vino en vaso ancho, y vivir ir perdiendo cosas y a personas sin las que jamás creíste poder continuar, un polvo huidizo del que nos arrepentiremos mañana, una palabra intrascendente para otro y que nos rompe, o sentir que haces lo incorrecto sólo porque otros esperaban lo contrario de ti.

Es mejor pensar en la vida así: parte milagro, parte locura. Lo perfecto es fugaz y olvidable; lo imperfecto, esa maleta a medio hacer cargada de dudas y perdones que pone los acentos a una vida y nos hace únicos.

Si nada resulta perfecto, en mis labios y en mi mente aletea un sincero… ¿y qué más da? La luna también tiene imperfecciones y a la gente le sigue fascinando.

luna

Avec tout mon amour,

AA

Espiar el móvil de tu pareja

GTRES

Hay una situación que se repite con frecuencia, ese momento en el que tu pareja se va al baño, duerme o pasea al perro y la tentación hace que te tires en plancha a “gitanear” en el móvil de tu media naranja, que puede convertirse en una triste monda encogida en espiral si hay indicios de algo feo.

Pero vulnerar el espacio de la intimidad de otro sin levantar sospechas es como comer pipas: una vez que empiezas ya no puedes parar. Y si además encuentras el rastro de algo que no cuadra, un mensaje te lleva a otro mensaje y lo más probable es acabar víctima de la locura, bien por descubrir una verdad o por malinterpretar informaciones que no deberíamos manejar.

En la cima de lo inmoral tropiezo con un amigo que esta semana me confesaba cómo hace unos meses había descubierto un programa espía en su móvil, lo cual no sólo es ilegal sino que constituye un delito y es cárcel; y ya no digamos si difunde a terceros… Su pareja durante semanas había seguido cada movimiento y conocido cada palabra y cada foto enviada a través de su smartphone. Motivos para dudar de mi amigo sí los había, pero no por ello deja de sorprenderme que sigan juntos, puesto que las relaciones en las que cabalga la duda, tarde o temprano, acaban por no sostenerse.

A otros niveles, me indigna sentir constantemente que nos vigilan, Aplicaciones como Facebook, Twitter, Whatsapp o Instagram, por ejemplo, acceden a los datos almacenados en nuestros dispositivos y da la impresión de que ninguno de nosotros le damos suficiente importancia. Permitimos el acceso de terceros a nuestras listas de contactos, nuestros mensajes, nuestra ubicación, nuestros vídeos, nuestras fotografías y otros datos personales, sin pestañear, con un solo clic.

Mirar el móvil es como mirar dentro de la caja fuerte de la intimidad de otro, y en una relación -si no te han regalado el código para que busques y encuentres con absoluta libertad e impunidad -, descubrir deslealtades a golpe de deslealtad no tiene sentido. ¿Os acordáis cuando un paparazzi fotografió a Ashton Kutcher espiando el móvil de Mila Kunis?

No en vano, muchas parejas rompen por este motivo. Porque detrás de la curiosidad, hay un gran poso de desconfianza o inseguridad en uno mismo o hacia tu pareja y una insana necesidad de controlar al otro.

Personalmente, sólo entendería bucear en los secretos de otro si sospechas que tiene algún problema que no desea compartir y crees poder ayudarle rebuscando a golpe de ladrón.

¿Vosotros qué pensáis?

¡Feliz día!

Avec tout mon amour,

AA