Por Fermín Espinosa Romero

Hay demasiados puntos oscuros con los que algunos, o muchos, pretenden encubrir sus gravísimas responsabilidades en la caída de la cubierta de la plaza de toros de Las Ventas. Esa caída pudo haber causado, tres días después, una enorme catástrofe cayendo sobre la multitud que iba a inaugurarla. Aparte del desprestigio que ya supone para toda España y para un Madrid cuyas autoridades siguen arruinándonos más aún con su pretensión de ser sede olímpica.

Ya que no pudo ocultar o minimizar el hecho, la empresa intenta disminuir sus responsabilidades achacando el desastre a unos errores de cálculos o a malos materiales, como si elegir tan malos proyectistas o proveedores no fuera también fruto de impericia o corrupción. Está, además, el gran apresuramiento –y lo que eso suele acarrear- para terminar el montaje sólo tres días antes de la inauguración oficial. Ligado a ello, el haber hecho las pruebas de resistencia a las cuatro y media de la madrugada; y eso, si es verdad y la prueba no fue anterior, encontrándose por la mañana con el desplome, como apuntan algunas fuentes.

En ese caso, la responsabilidad sería aún mayor, por la mayor probabilidad que indica de haberse podido caer con el público dentro. Y más les acusa que les excusa el que digan que pudo caerse por el mal tiempo, cuando hay con cierta frecuencia en Madrid un tiempo aún más adverso. Exijamos, pues, como es justo, y hasta por un sano instinto de conservación, una investigación exhaustiva y externa, imparcial, de catastrófica irresponsabilidad que pudo causar centenares de víctimas inocentes.

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