Por Virginia Ortún Morillas
Hace unos sábados estuve en el circo con mis hijos. Me parecía un buen plan para los niños, además, era su primer día de vacaciones de la escuela y pensé que les gustaría la sorpresa.
Al llegar al circo, vimos a bastante gente en la puerta sujetando carteles con fotos de animales y gritando. Al principio, que estuvieran allí, me molestó bastante, pensé que eran unos exagerados. Asustan a los niños con tanto grito y hacen que la entrada al circo, o simplemente pasar por allí se haga un poco incómodo. Para mis adentros pensé que eran bastante exagerados, los animales en el circo están bien cuidados, yo lo recordaba así: les dan de comer, les lavan para que están limpios,etc.

Una carpa de circo (EFE)
Al pasar me dieron uno de los panfletos que repartían. Lo cogí de mala gana, no estoy acostumbrada a decir que no. Mis hijos me preguntaron porque había tanta gente en la puerta gritando y me quede un poco bloqueada sin saber qué decirles. Pensé «están aquí porque los animales que del circo viven encerrados». En la cola para entrar leí el panfleto para mis hijos y para mí. Esta fue mi manera de contestarles.
Cuando entré al circo, mi forma de mirar cambió radicalmente, igual que la de mis hijos. En el espectáculo vimos caballos, tigres y elefantes. Cada vez que salía un animal a la pista mi hijo mayor de 5 años me preguntaba si ese animal quería estar ahí, y yo me hacía esa pregunta a mí misma. Miraba su cara y podía ver la tristeza y la resignación en sus ojos. Creo que ninguno de los tres disfrutamos con el espectáculo. Al salir me vino a la mente uno de los cánticos que gritaban los manifestantes de la entrada: “yo no me divierto con el sufrimiento”. Esa frase me acompaño hasta llegar a casa.
Lo que iba a ser un sábado entretenido y divertido en familia, se transformó en una tarde triste que no olvidaré y creo que mis hijos tampoco lo harán. ¡Nunca volveré a pagar por ver animales encerrados!