Esta pregunta que nos podemos hacer cuando vemos una película histórica (sobre todo si narra hechos de la Antigüedad), puede tener diferentes respuestas y, probablemente, todas tengan parte de razón. El cine es un espectáculo de masas, muy accesible a prácticamente cualquier persona, lo que le convierte en fuente de aprendizaje enorme y muy potente. De hecho, ¿quién no ha conocido acontecimientos o personajes históricos por vez primera en la pantalla?
Aunque el director estadounidense D.W. Griffith llegó a afirmar hace más de un siglo que en el futuro (¿ahora?) los niños estudiarían historia a través de películas en lugar de mediante libros, algo que de momento no se ha cumplido, no podemos ocultar el potencial educativo del cine. Hasta el punto que para algunos es una de sus escasas fuentes de conocer la historia. Jon Salomon, doctor en Estudios Clásicos y experto en cine de la Antigüedad, comenta en su libro Péplum, el mundo antiguo del cine, que gracias a ver películas como Ben-Hur, Los Diez Mandamientos o Jason y los argonautas, se interesó en la temática que más tarde estudió.
Uno de los problemas que vamos encontrar es si las historias que nos narran, o la vida de sus personajes, distan mucho de lo que realmente fueron. Incluso nos podemos preguntar hasta qué punto un personaje puede mostrarse totalmente distinto a como fue en realidad. Es probable que muchos guiones de cine tiendan a idealizar determinados personajes o determinados sucesos, en muchos casos suavizando comportamientos para adaptarlos a los ojos de un espectador actual. Y se nos viene a la mente por ejemplo Errol Flynn, donde Custer es idealizado en Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941). Ni era tan guapo ni, probablemente, tan valiente.
Hay una difícil relación entre el pasado y el presente. El cine, sea histórico o no, siempre plasma ciertas ideas, preocupaciones, pensamientos o formas de ver la sociedad propias de los tiempos en los cuales se filma. Ningún director o guionista se puede abstraer del tiempo en el que vive, y por ello es bastante frecuente llevar muchos de esos condicionantes a la pantalla.
Muchas de estas películas interpretan el pasado con los ojos del presente, introduciendo en las historias temas de controversia actual, como puede ser el sexo, la raza, la justicia social, etc. Los problemas cotidianos del tiempo presente se reflejan en las historias del pasado, cuando lo más probable es que tuvieran otros problemas o preocupaciones distintas. El mensaje moral es también parte de la historia que se nos muestra, a veces subliminal y otras de forma muy directa. Uno de los grandes ejemplos los encontramos en la antibelicista Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957).
D.W. Griffith estaba convencido que en el futuro los niños aprenderían historia a través del cine
Otro tema que nos podemos preguntar es si es posible que el espectador sea capaz de distinguir entre aquellos elementos de valor histórico y la parte dramática de las historias, es decir aquellas que son creadas por los guionistas para dar mayor diversión a lo que quieren contar. Es evidente que no todos los espectadores son capaces o tienen la necesidad de entender e interpretar convenientemente la fidelidad con la historia real. Si hiciéramos un encuesta sobre si Cómodo mató a su padre Marco Aurelio, como nos muestra Gladiator (Ridley Scott, 2000), igual nos sorprenderíamos…
Sobre los guiones, en muchos casos, sobre todo las películas de la Antigüedad, se han basado más en novelas históricas que en textos clásicos. Un ejemplo claro es el personaje de Julio César que en el cine habitualmente ha estado inspirado en la novela de Shakespeare (valeeee… admito que este se inspiró a su vez en Plutarco). No obstante debemos advertir que la historia es en cierto modo gran parte de misterio, y muchos de los textos de la Edad Antigua o Media no son tampoco demasiado fiables. En muchos de ellos sabemos que ensalzaban a propósito determinados personajes o exageraban datos en épicas batallas, que seguramente no lo fueron tanto. El escritor de novela histórica Alfonso Mateo-Sagasta, afirma que “la historia no existe, solo hay interpretaciones”. Incluso la propia historiografía evoluciona constantemente, por ejemplo la del siglo XIX es muy diferente a la que se desarrolló a largo del siglo XX, y en muchos casos teorías pasadas dejan ser usadas. Se ha cambiado la forma de ver muchos de los acontecimientos históricos del pasado, por lo tanto tampoco podemos exigirle demasiado al cine.
El cine aporta una imagen del pasado, sí, con una difusión enorme y pero sin la certeza de contar la historia 100% real, lo que siempre llevará explícita cierta subjetividad. Tampoco podemos olvidar que el cine tiene como fin principal el entretenimiento de la gente.
“La historia no existe, solo hay interpretaciones”
Alfonso Mateo-Sagasta
Los errores históricos se pueden contar por cientos en la mayoría de las películas (podéis ver nuestra serie Errores Históricos). Por mucho rigor que tenga una producción, es habitual que caiga en numerosos anacronismos, errores en el vestuario, de peinados, decorados, diálogos, etc. La imagen que nos ofrecen de los grandes personajes del pasado generalmente se asemejan demasiado a los actuales, lo que sirve para acercar la historia y hacerla más accesible a los espectadores, sobre todo a los más jóvenes, aunque lo aleje de la realidad.
Algo interesante es el foco en el cual se nos cuenta la Historia. Es decir, debemos preguntarnos por qué en Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004), el gran conquistador y sus belicosos macedonios son los buenos que se enfrentan a Darío III y sus «bárbaros e incivilizados» persas. ¿Era realmente así? Desde luego, el director nos mostró cosas algo distintas viendo la majestuosidad de la Babilonia persa, la capital “bárbara”. De igual forma los persas también son habituales enemigos cinematográficos de los «democráticos» griegos. Y aquí se incluyen a los espartanos, cuya sociedad parece que distaba mucho de lo que nos muestra 300 (Zack Snyder, 2006), de una forma muy benigna.
Igual sucede con el Imperio Romano en los péplum. Cuando en la pantalla se enfrentan a tribus bárbaras siempre forman el grupo de los «buenos». Sin embargo cuando aparecen otros matices, como los religiosos, cambian automáticamente de bando. Cuando hay cristianos o judíos de por medio, ya no son tratados igual y reciben el rol de bárbaros. Así siempre aparece un Judá Ben-Hur que lidere las causas «justas» contra los (ahora) malvados romanos. En la estela de los relatos bíblicos, una de las más grandes fuentes de las películas antiguas, se nos muestra la huida del pueblo judío para liberarse del yugo egipcio, (¿Quién no conoce Los Diez Mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956)?) pese que no existe ninguna evidencia de la existencia de grandes poblaciones hebreas en las tierras faraónicas. Una vez más se impone el relato, en este caso de Antiguo Testamento, a las más que probables evidencias históricas.
Esta habitual dicotomía entre buenos y malos, o bárbaros y civilizados, aparece siempre en las películas históricas y de cualquier otro género. Es la habitual necesidad de que las historias tengan un enemigo, alguien que recibe todas las cualidades negativas imaginables… pero, ¿desde qué punto de vista es el enemigo? El cine nos ofrece habitualmente la visión occidental de la historia, que no siempre será la correcta ni la fidedigna, pero es la que nos llega.
No vamos ahora a descubrir la fantástica fábrica de historias que es Hollywood. Sin embargo, pese a que es probable que los historiadores nunca estén satisfechos con la Historia que se nos muestra la pantalla, esta nos seguirá entreteniendo ¡y mucho!, y hasta nos da igual que no haya ninguna evidencia histórica de ninguno de los personajes de Troya (Wolfgang Petersen, 2004), ni siquiera Brad Pitt…
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Vamos a pasar un buen momento con este gran contenido
Muchas gracias
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Muchas gracias por este gran contenido
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