El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Transgénicos e intransigentes (Capítulo 1)

Pasando por encima de algunos conceptos básicos sobre biología que harían falta para comprender de forma adecuada esta entrada (y las que vendrán) responderé a algunas cuestiones básicas sobre este universo, el de los transgénicos, que no deja de herir susceptibilidades.

¿Qué es un organismo transgénico?

Todos los organismos vivos, pertenezcan al Dominio y al Reino taxonómico que pertenezcan (bacterias, protozoos, hongos, vegetales o animales) son portadores de un determinado material genético que les es propio y que les distingue del material genético de cualquier otra especie. Repito: esto es inherente a todos los seres vivos. Un organismo transgénico, pertenezca al Reino que pertenezca es un organismo al qué, además de su material genético propio, se le ha incorporado en su genoma el gen de otro ser vivo, de otra especie, con un fin específico.

¿Qué es un alimento transgénico?

Todos los alimentos (salvo el agua, que también entra en la definición de alimento) proceden directamente de algún ser vivo tras haber sufrido una mayor o menor transformación antes de ingerirlos. Con este origen, y tal y como se ha visto en la respuesta anterior, es fácil comprender que todos los alimentos son susceptibles de aportarnos su material genético, es decir, el material genético del organismo de procedencia. Pues bien, un alimento transgénico es un alimento qué incluye un gen diferente al de su especie.

¿Comer alimentos transgénicos podría mutar nuestro genoma?

No. Y la explicación es muy sencilla. Ya que la misma duda también podría plantearse con los alimentos no transgénicos. A fin de cuentas, al comer alimentos no transgénicos también introducimos en nuestra dieta los genes de esos organismos que nosotros decidimos poner en nuestro plato; y que yo sepa nadie ha recombinado sus genes con los de un pepino, una naranja, un pollo o una merluza y se ha convertido en una especie de mutante mitad humano, mitad naranja (aunque ahora que lo pienso quizá conozca a algún mutante humano-besugo. Es broma).

¿Y por qué no podría?

Que esta fantacientífica recombinación-hibridación entre nuestro genoma y los genes presentes en los alimentos no sea posible responde a la siguiente explicación -y siento que la cosa se ponga un poco complicada, pero es necesario-. Pongamos un ejemplo: Es bien posible que en nuestra dieta ingiramos genomas completos de aquello que hemos decidido establecer como alimento. Para ponerlo bien claro supongamos que alguien se come una ostra como Dios manda que se coman las ostras, vivitas y conchendo, es decir, con todo el genoma de todas sus células intacto, ¿podrá esta persona recombinarse con la ostra y mutar en un híbrido ostracohumanoide? Pues no, es imposible.

Imaginemos que los genes que contiene la ostra son “palabras” con un significado biológico. Sus “palabras” son útiles para ella y nuestras “palabras” (recuerden, los genes) son útiles para nosotros. Con esas palabras se construyen frases que son de utilidad para el organismo concreto que las posee. Pero no quiero ir hacia arriba, pretendo ir hacia abajo, ya que esas “palabras” (genes) están compuestas a su vez por letras (bases de nucleótidos en nuestro ejemplo). Una palabra tendrá significado en la medida que tenga un número concreto de letras ordenadas de una forma y no de otra. Pues bien a todo lo largo del proceso de digestión todas estas palabras son “descompuestas” y reducidas a las letras (carentes de significado biológico por sí mismas). Y aun más, estas letras son “troceadas” a su vez en sus componentes elementales que en este caso serían azúcares, bases nitrogenadas y el ion fosfato. Solamente de esta forma puede ser absorbido el material genético presente en nuestra ostra. Una vez absorbidos, los trozos de letras son transportados por el torrente circulatorio a distintos destinos metabólicos donde las células los podrán utilizar como materia prima en su biológico frenesí. Por tanto, si quedara algún resto de genoma sin descomponer en el tracto digestivo este no será absorbido y se irá al retrete formando parte de las deposiciones. La razón es fácil de compreder, sería imposible el absorber «palabras» enteras, ya que las “palabras” (genes) e incluso las “letras”, con el tamaño que tienen, es imposible que superen nuestra “malla intestinal” porque ésta es demasiado «tupida» como para dejar pasar moléculas y fragmentos moleculares de semejante tamaño.

Y esto sucede así para los genes de los alimentos no transgénicos y para los de los transgénicos.

Ya, pero supongamos que alguien tiene una herida en el aparato digestivo y a través de ella penetran genes enteros en el torrente sanguíneo ¿no podrían recombinarse con el material genético de nuestras células?

No. Imaginemos esta vez, y por ponerlo más claro aún, que a alguien se le inocula por vía intravenosa una cantidad moderada de una solución estéril (por aquello de las infecciones) e isotónica que contenga fragmentos del genoma con los genes de cualquier otro ser vivo. Tampoco mutará (en las pelis como X-Men y Spiderman sí, en la vida real no). Suponiendo que nuestro sistema de defensa (incluyendo linfocitos, fagocitos, etc.) no hiciera lo que tiene que hacer, que es dar buena cuenta de estos fragmentos intrusos, todas y cada una de nuestras células tienen una membrana plasmática que va impedir el paso a su interior del mencionado y ajeno material genético. A su vez todas nuestras células (salvo los eritrocitos) tienen un núcleo con su membrana, barrera que también supone un obstáculo y, además, nuestro genoma está normalmente lo suficientemente empaquetado (=el libro que contiene las frases está cerrado) como para que al llegar una palabra suelta, ésta pudiera entrar. Y en el mágico supuesto de que esto sucediera la palabra debería introducirse en un fragmento de nuestro texto y dotarlo de significado, además de inteligible, con sentido. Es imposible.

No lo entiendo ¿puedes poner un ejemplo?

Sí. La posibilidad de que a base de inocular directamente en sangre genes de otra especie nosotros mutásemos, es la misma que si desde la luna lanzásemos piezas sueltas de un coche con la intención de que al llegar a la tierra (suponiendo que atravesaran la barrera atmosférica) estas cayeran de tal forma que se terminara por obtener un coche perfectamente ensamblado.

http://youtu.be/NO5cXNdY6c4

 Y a pesar de repetirme: Esto sucede así para los genes de los alimentos no transgénicos y para los de los transgénicos.

En próximos capítulos seguiré respondiento cuestiones acerca de la «peligrosidad» de los transgénicos, su pretendida capacidad para estimular resistencias a antibióticos, favorecer cánceres, desatres ecológicos, etc. y todo ello, eso sí, sin entrar en «políticas». Eso se lo dejo a otros.

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Foto 1: Allen Gathman

Foto 2: Kachilla

Foto 3: Rubber Slippers In Italy

¿Funcionan los alimentos funcionales?

Parecería un contrasentido que dedicáramos un adjetivo para definir y distinguir un sustantivo (“funcionales” para “alimentos”) y que resultara que al final los “alimentos funcionales” funcionaran menos o peor que a los que no dedicamos tal distinción. Pues algo de esto hay, pero vamos por partes.

¿Qué son los alimentos funcionales (AF)?

Pese a ser un término popularmente aceptado no es posible encontrar a día de hoy una referencia como tal, una definición en cualquiera de las normas o sistemas jurídicos que regulan estas materias. No obstante, la característica principal que suele ser utilizada para considerar un alimento como funcional  es que proporcione un beneficio para la salud más allá de los que son previsibles obtener a partir de su composición nutricional (según el International Life Sciences Institute en EuropaILSI Europe-)

En este sentido, y ante la carencia de una definición legal propiamente dicha, el enfoque de las distintas agencias reguladoras en relación con los alimentos en general y también con este tipo en particular, está centrada en verificar las distintas declaraciones nutricionales y de propiedades saludables que se hacen y, para ello, tener muy en cuenta la base científica que hay detrás para decidir si se puede o no hacer una determinada declaración.

¿Qué aspecto tienen los alimentos funcionales?

Una característica de los AF muchas veces olvidada por el consumidor medio es que estos han de seguir siendo ante todo un alimento y deben demostrar sus resultados en cantidades que puedan ser normalmente consumidas en la dieta. Es decir, los AF no vendrán nunca en forma de píldoras, cápsulas, polvos, jarabes, etc. Dicho claramente: han de tener el aspecto de un alimento y presentarse en forma de comida.

Un AF puede ser un alimento al que se le ha agregado un componente (p.ej. lácteos con vitamina E) o eliminado (p.ej. leche desnatada); un alimento donde la naturaleza de uno o más componentes ha sido modificada (p.ej. preparado lácteo en el que se sustituye su grasa por grasa “saludable” como los omega tres), un alimento en el cual la biodisponibilidad de uno o más de sus componentes ha sido modificada (leche enriquecida con calcio); o cualquier combinación de las anteriores posibilidades. Como se puede comprobar por los ejemplos el mundo de los lácteos ha sido y es ampliamente empleado para la producción de AF, pero la lista es interminable. En resumen, la idea sería obtener algo así como un alimento tuneado (que no customizado)

¿Para qué sirve un alimento funcional?

Teóricamente un AF podría ayudar y emplearse en la prevención y reducción del riesgo de enfermedades, con la finalidad además de reducir costes sanitarios y con la idea de propiciar un mejor envejecimiento, pero en realidad una de las principales utilidades de los AF parte del interés de la industria alimentaria en hacer una mayor caja (y esta respuesta merece la explicación contenida en la siguiente pregunta)

¿Quién regula las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables de los AF?

En Estados Unidos es la Food and Drug Administration (FDA) quién se encarga de estas cosas, un país en el que este tipo de iniciativas comerciales saludables tuvieron un especial auge en los años 80 después de que el filón lo «pusieran de moda» las autoridades sanitarias japonesas con toda su buena intención (quiero pensar).

En Europa la ausencia de legislación durante muchos años propició que esto pareciera la casa de la Charito, sin embargo desde 2006 contamos con un Reglamento que regula esta situación y que nadie pueda alegar cualquier cosa, lo primero que se le ocurra, a la hora de venderte un alimento y poner a la salud como reclamo (o al menos tratar de hacerlo). En concreto se trata del REGLAMENTO (CE) No 1924/2006 DEL PARLAMENTO EUROPEO Y DEL CONSEJO de 20 de diciembre de 2006 relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos. Este Reglamento establece que sea la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) la encargada de validar, autorizar o rechazar las alegaciones que los distintos productores de AF pudieran hacer en un determinado momento. En 2006 se abrió el plazo para que estos productores sugirieran la posibilidad de poder hacer determinadas declaraciones y alegaciones para sus alimentos. Según cuenta Jose M. López Nicolás (@Scientiajmln) en una magnífica entrada en el blog de Amazings (“Las grandes mentiras en el etiquetado de los alimentos funcionales”), a finales de 2011 la EFSA terminó el trabajo de evaluar los miles de solicitudes que cientos de empresas hicieron con el fin de vender sus maravillosos productos. El trabajo fue ímprobo: fueron presentadas, ná más y ná menos que 44.000 solicitudes. Se hizo una criba seleccionando sólo aquellas que cumplían con los requisitos de la solicitud, quedaron 10.000. Más tarde la EFSA elaboró una lista de 4.000 declaraciones agrupándolas por temas. En última instancia se pidió a los solicitantes que ampliasen más información o hicieran aclaraciones y, al final se terminaron por evaluar un total de 2.758 solicitudes. ¿Y el resultado de la evaluación de estas solicitudes? Aplastante: Sólo una de cada cinco declaraciones presentadas estaba basada en pruebas científicas sólidas. El resto de solicitantes tendrán (tienen) dos posibles caminos a partir de ahora (que además no son excluyentes):

  • Retirar la publicidad de sus productos.
  •  Seguir investigando para aportar pruebas si quieren decir lo que la EFSA les ha prohibido decir.

¿Funcionan los alimentos funcionales?

Como ya he comentado, no me toca a decidir si los AF funcionan o dejan de hacerlo, eso lo ha de decir la EFSA. No obstante, para responder a esta pregunta me quedo con parte del texto contenido en el mencionado Reglamento, muy edificante, que en su artículo 3, apartado d, afirma que: “La utilización de declaraciones nutricionales y de propiedades saludables no deberá: […] afirmar, sugerir o dar a entender que una dieta equilibrada y variada no puede proporcionar cantidades adecuadas de nutrientes en general”.

Es decir, a la población general no le ha de quedar ninguna duda de que es más efectivo tener un “patrón de alimentación funcional” basado en las más recientes recomendaciones que llenar el carro del súper con alimentos cuajados de alegaciones por todas partes. Esta estrategia, además de más recomendable cara a la salud será, probablemente, mucho más económica y sabrosa.

Si quieren prescindir de los AF y tener un patrón alimentario adecuado les recomiendo que visiten alguna de las primeras entradas de este blog, hay varias, pero entre ellas yo destacaría dos por su sencillez:

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Foto 1: jovike

Foto 2: Stephanie Booth

Menús escolares: ojos que no ven, precocinados que te doy

Que la alimentación desempeña un importante papel en la salud ya lo tenemos más o menos interiorizado y asumido. Sin embargo, parece que aun no nos preocupamos lo suficiente cuando de dar de comer a nuestros hijos se trata, en especial cuando lo hacen en el colegio. A los niños les dan de comer en el colegio y “parece” que con saber esto ya basta. Y no debiera ser así; un mayor interés por lo que nuestros hijos comen quizá haría que los servicios que se encargan de confeccionar los menús lo hicieran con un poco más de acierto, tanto en lo que respecta a su adecuación en relación con las recomendaciones de salud, como en lo que se refiere a la palatabilidad.

Desde hace unos cuantos años y con una cierta periodicidad Eroski Consumer viene observando de forma crítica la calidad de los menús escolares en diversas provincias españolas y los resultados no son especialmente buenos; lo peor quizá, es que además la nota media alcanzada en el último análisis de 2011 es peor que la obtenida en el anterior examen de 2008 realizado con los mismos criterios por Eroski Consumer.

Las conclusiones de este reciente estudio, sus aspectos más destacados y el desglose de resultados por provincias pueden ser consultados aquí. En cualquier caso, yo destacaría algunas cuestiones que me han llamado la atención:

  • Faltan verduras, ya sea cocinadas o frescas, que deberían estar presentes todos los días, ya se a de una forma u otra, como ingrediente, guarnición o plato principal. Sin embargo se da la circunstancia que el 27% de los colegios que participan en el estudio ni siquiera incluían verdura un día a la semana
  •  Hay demasiados precocinados (san jacobos, croquetas, empanadillas, varitas y/o delicias de pescado y similares, calamares romana, etc): en torno al 20% de los menús analizados incluyen dos o más precocinados entre las dos semanas evaluadas. Un dato el actual, muy por encima del obtenido en 2008, el 5%.
  • Sería muy recomendable que, también en general, aumentase en los menús escolares la frecuencia de pescado fresco, de legumbres y bajase en determinados centros la presencia de dulces (pasteles, helados, bollería, etc.) a la hora del postre. En este sentido sería recomendable que la presencia de fruta en el postre fuese la norma y las excepciones dejarlas para ocasiones especiales o celebraciones señaladas.
  • En líneas generales los centros públicos obtienen una mejor nota media que los privados o concertados, en sentido contrario de los resultados de 2008.

Me da la impresión que el posible ajuste de precios, quizá motivado por la crisis, tenga algo que ver en la bajada general de la calidad de los menús escolares puesta de manifiesto en este estudio. Sin embargo, también creo que con un precio medio de los menús analizados de 5,1€/día bien se podría comer mejor, renunciar quizá a parte del beneficio y mejorar el capital de salud y de educación nutricional de nuestros herederos. Claro que quizá en esto no estén tan de acuerdo las empresas de catering.

A tenor de este tema, merece también fijarse en lo que fue noticia de telediarios y rotativos hace un par de semanas. Se trata de la iniciativa de una niña escocesa de 9 años, Martha Payne, que a través de su blog, NeverSeconds, ha iniciado una campaña informativa en relación a las comidas que se sirven a diario en su colegio. Con la ayuda de su padre ha plasmado en fotos muchos de sus horribles menús (un ejemplo: Una minihamburguesa, tres rodajas de pepino, dos croquetas y un polo de hielo. Otro: Una porción de pizza, una croqueta, dos docenas de granos de maíz y una magdalena) y se ha atrevido incluso con una valoración gastronómica de dichos menús. Todo ello ha puesto de relieve lo nefasto de su adecuación. Una iniciativa que ha supuesto todo un boom mediático que ha arrasado en las redes sociales hasta el punto que el reconocido Jamie Olivier le ha dedicado unas palabras de reconocimiento y le ha animado a seguir con su labor info-reivindicativa.  Pero la cosa no se queda ahí, en su blog Martha también está empezando a hacerse eco de las fotos que les mandan otros escolares desde distintas partes del mundo y ella las compara con las de su colegio. Sencillamente genial.

Hoy que la tecnología acompaña, quizá no sería una idea tan descabellada que nuestros hijos fuesen al colegio con una cámara de fotos y retratase el tipo de comida que les sirven en sus comedores. No tanto para crear un blog (o sí, quién sabe) pero por lo menos para mantener informados a sus padres de qué es exactamente lo que se les están sirviendo diariamente por una media de 5,1€/menú. Porque… aparte  del posible papel de menús que el colegio le hace llegar a casa periódicamente ¿saben a ciencia cierta qué comen sus hijos? Si yo estuviese en su lugar (que es que no, porque mis hijas comen en casa) me preocuparía de ello. Seguro.

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Foto 1: DC Central Kitchen

Foto 2: NeverSeconds

Foto 3: NeverSeconds

Gestación, peso y legumbres: Cuestiones embarazosas

La pasada semana mi colega bloguera “Madre reciente (cada vez menos)” me arrojó figuradamente un guante al dejar en el aire mi opinión al respecto de la entrada que giraba en torno a las relaciones entre peso y alimentación en el embarazo. Antes de responder a la pregunta que me formulaba más directamente sobre si aconsejar o desaconsejar el consumo de legumbres en el embarazo (no me extraña su desazón cuando le dijeron que era que no) vamos a ver qué es lo que dice la literatura científica mejor contrastada a cerca de cuál es la ganancia de peso adecuada de un embarazo en sus distintas circunstancias.

Según distintas guías al respecto (pueden encontrar una de las más relevantes aquí) la ganancia de peso normal y deseable de la mujer embarazada va a depender del peso inicial de la misma antes del embarazo, más en concreto de su Índice de Masa Corporal o IMC, es decir, la relación entre el peso medido en kg. de la persona y su talla en metros al cuadrado, IMC = kg/(m x m). En este enlace hay una calculadora de IMC:

  • En aquellas mujeres con peso normal, IMC entre 18,5 y 24,9, se recomienda una ganancia de entre 11 y 15 kg.
  • Si el IMC está por debajo de 18,5 (bajopeso), se consideran ganancias de peso saludables las comprendidas entre  12,5 y 18 kg.
  • Con un IMC considerado de sobrepeso, entre 25 y 29,9, la ganancia de peso considerada adecuada es de entre 7 y 11 kg.
  • Si se parte de una circunstancia de obesidad, con un IMC superior a 30, la ganancia adecuada puede rondar entre 5 y 9 kg.

Estas cifras son orientativas y pueden variar en función del tipo de embarazo. En el caso de una mujer con un peso saludable y con un embarazo gemelar, el peso esperable normal suele estar entre los 16 y los 20 kg. Y en el caso de trillizos sobre los 23 kg.

Quizá se pregunten si todo este aumento de peso es de “verdadero engorde” (aumento de los depósitos de grasa de la mujer) y la respuesta evidente es que no, o por lo menos que no en su gran mayoría. Supongamos un aumento de peso a término de una mujer embarazada de unos 13,3 kg en relación a su situación antes del embarazo. Ése número de kilos se repartiría aproximadamente de la siguiente manera:

  • Aumento del volumen sanguíneo:  1,4 kg
  • Aumento del peso de los pechos: 1 kg
  • Aumento del peso del útero: 1 kg
  • Peso del bebé: 3,4 kg
  • Peso del placenta: 0,6 kg
  • Peso del líquido amniótico: 1 kg
  • Aumento del peso del tejido adiposo: 3,1 kg
  • Aumento de la retención de líquidos: 1,8 kg

Como se puede comprobar hay muchos elementos «de peso» que, tras el parto y en las próximas horas que le siguen, van a desaparecer (el peso del propio bebé, el del líquido amniótico, el de la placenta…). De esta forma, es más aconsejable referirse al aumento de peso en el embarazo y no tanto al «engorde».

Quiero volver a insistir que todas las cifras aportadas son orientativas así que es preciso considerar que esta información responde a un trabajo particular (al mío) de investigación documental sobre estas cuestiones, y que en ningún caso remplaza ni pretende cuestionar la relación con su médico.

 

Ahora sí, y más directamente, el tema de las legumbres. Desconozco el caso concreto de mi vecina de blog, pero tal y como enuncia en su entrada que le fue dado el consejo, algo tan directo y conciso como que “las legumbres no son nada recomendadas en el embarazo” es un mal consejo, contrario a las más preclaras recomendaciones sobre alimentación durante la gestación. Sea esto dicho así, a bote pronto, y sin conocer las circunstancias que pudieron influir en semejante admonición. Por ejemplo, la Academia de Nutrición y Dietética de los Estados Unidos (una de las organizaciones más prestigiosas en materias de nutrición, alimentación y salud) sostiene que hay que hacer un uso extensivo de este grupo de alimentos, también en el embarazo, tal y como corresponde al seguimiento de las más básicas recomendaciones sobre alimentación saludable. A este respecto añade además, que siendo como es el estreñimiento una circunstancia que acompaña a muchos embarazos, no deben de olvidarse algunas estrategias para tratar de evitarlo o al menos paliarlo en la medida de lo posible, entre ellas: Consumir alimentos ricos en fibra (cereales  integrales, legumbres, frutos secos, frutas, verduras y hortalizas), estar suficientemente hidratada y practicar ejercicio de manera adecuada a las circunstancias. Como digo, estas son las recomendaciones de la Academia de Nutrición y Dietética de los Estados Unidos y que yo suscribo a pie juntillas por no haber encontrado razón suficiente para contradecirla.

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Foto 1: lululemon athletica

Foto 2: Loimere

Foto 3: Blue moon in her eyes

 

Para gustos los colores y las opiniones (de nutrición)

 

No es nada infrecuente qué, ante determinadas circunstancias, sintamos el estímulo casi irrefrenable de expresar nuestra opinión aunque no seamos tan conocedores del tema objeto de debate como sí lo podrían ser otras personas. Es entonces cuando una vocecita surge de nuestro interior para expresar el parecer sobre temas en los que en muchas ocasiones no somos especialistas. Algunas de las materias en las que tradicionalmente esto sucede son ya clásicas: el fútbol y la nutrición. Parece como si dentro de todo el mundo habitaran tanto un entrenador nacional en potencia, como un consumado dietista-nutricionista y, en circunstancias concretas, nos sentimos libres de enunciar nuestro parecer, en ocasiones además con no poca vehemencia. Y opino que no está mal que así sea, somos libres de hacerlo siempre y cuando estas opiniones no se traduzcan en imposiciones o nos lleven al menosprecio, o peor aún, a la agresión verbal de terceros o de los posibles interlocutores. Lo que ya no me parece tan normal es que los no expertos, cuando se les contradice, cuestionen incluso violentamente la opinión de los sí expertos.

Esta -mí- opinión es compartida por algunos entendidos en la materia (y me refiero ahora a las cuestiones relacionadas con la nutrición, alimentación y salud), por ejemplo, por D. Roberto Sabrido, exdirector de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) que en 2011, en el prólogo de “Recomendaciones nutricionales basadas en la evidencia para la prevención y el tratamiento del sobrepeso y la obesidad en adultos” sostniene que: “pocas personas se atreverían a ofrecer recomendaciones sobre cómo puede construirse un cohete espacial; sin embargo, en nutrición ocurre todo lo contrario […]. Este hecho favorece la existencia de multitud de mitos y prejuicios, incluso entre profesionales sanitarios, así como la proliferación de dietas milagro”.

Que las dietas de adelgazamiento son controvertidas todo el mundo lo sabe; los intereses comerciales, la autoafirmación personal de que “la mía es la buena”, el “amimefuncionismo”, etc. son poderosos motores para que se hable de nutrición con el mismo énfasis que podría utilizar un anacrónico dictador. Pero no sólo se opina cuando se tratan las dietas de adelgazamiento. La alimentación, la nutrición y su relación con la salud despierta el debate sea cual sea el tema. Por ejemplo, hay un aspecto del mundo de la nutrición que no sé por qué suscita tanta polémica y tan acaloradas discusiones cuando sale a colación, se trata del vegetarianismo. Veamos, los vegetarianos no hacen mal a nadie por haber optado por ése estilo de vida y llevarlo a la práctica; de hecho no es que no hagan mal a nadie, sino que además, están contrastados los beneficios del vegetarianismo sobre la salud cuando «el plan» está bien estructurado; y digo lo de “bien estructurado” porque también hay claroscuros en algunas dietas vegetarianas cuando son mal entendidas (muchas veces cuando se relacionan con cuestiones más esotéricas o filosóficas que científicas). Por tanto, como digo, me choca la furia con la que en no pocas ocasiones se cuestiona este tipo de opciones personales. Bueno, me choca a medias, ya que también suele ser habitual que dicha furia sea directamente proporcional a lo absurdo de los argumentos utilizados (más se grita, agrede y menosprecia verbalmente, a medida que los «razonamientos» ganan en irracionalidad).

Al final va ser cierto eso de que las opiniones (de nutrición) son como el ano (o sea, el culo), que todo el mundo tiene uno. Pero en el caso de las opiniones, y a diferencia de los culos, esta variopinta diversidad es problemática, sobre todo cuando no coinciden. Genera graves casos de «infoxicación» o intoxicación de la información.

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Foto 1: theogeo

Foto 2: Mike Babcock

Foto 3: GasBombGirl

¿Convertir la Cocacola en agua? Casi, pero no

Lo cierto es que el vídeo sorprende. Se trata de un artefacto compuesto de un vaso o jarra con un filtro adosado. Se quita el filtro y se vierte en su interior el líquido (que no es agua) que se desea «convertir» en agua pura y cristalina. Se cierra con el filtro y a continuación se escancia… et voilà, obtenemos agua (o eso parece).

El caso es que la empresa suiza ÖKO comercializa una serie de filtros con tecnología ideada en la NASA para obtener un agua más «fresca», libre de olores o sabores indeseados, que aquella con la que se rellena el envase. En estos filtros se combinan las ventajas de la filtración «física» de partículas con un tamaño inferior a una micra, con la eliminación química de algunas sustancias. La empresa, demostrando su interés por la sostenibilildad, la cultura eco (öko se pronuncia «ooko» que significa «eco» en alemán), y el interés de un público preocupado por la salubridad de un agua que llegado el caso no puede controlar, ha ideado esta especie de bidones unipersonales.

El anterior vídeo no es si no una forma de promocionar la «poderosa» eficacia de este tipo de filtros que son capaces incluso de eliminar el «color» de un refresco de cola; aunque advierte que sus filtros no deben ser utilizados con otro tipo de bebidas distintas de agua ya que de otra forma el azúcar, la sal y otras sustancias presentes por ejemplo en los zumos, el té y otras bebidas podrían obstruir el filtro rápidamente y estropearlo de forma irreversible.

Los consumidores diana del producto son, según la propia empresa, viajeros, aventureros, excursionistas, deportistas y, en definitiva, cualquier persona interesada en echar un trago de agua limpia, clara y fresca (solo falta que te la enfríe).

A parte de todo esto, puede resultar interesante la información que se aporta entre sus páginas relativa a la calidad del agua en los distintos países del mundo y el tipo de filtro que llegado el caso recomienda usarse con ése agua (existen 3 tipos de filtros combinados en 6 colores diferentes). Nótese que también se advierte que no deben usarse sus filtros con aguas microbiológicamente contaminadas o de origen desconocido. Curioso.

 

 

 

Entrevista al Nutricionista de la general

No todos los días le hacen a uno una entrevista, por lo menos a uno como yo. Y no todas las entrevistas te las publican «En la última» del Heraldo de Aragón de la mano de Chema R. Morais.

Creo que el desencadenante último de terminar apareciendo en la contra del Heraldo fue la conferencia que di en el Ámbito Cultural del Corte Inglés dentro del ciclo de conferencias de «Encuentros con la ciencia». En esta ocasión mis palabras fueron encaminadas a hablar de las diferencias entre nutrición como ciencia y el nutricionismo como ideología emergente. Bueno, lo de «emergente» es un decir, porque aunque la verbalicemos ahora, la llevamos practicando ya unos cuantos años, y así nos luce el pelo.

Tengo muchas cosas que agradecer y a muchas personas a las que reconocer este hecho. De entrada a todas aquellas que siendo anónimas para mí, se acercaron hasta el Corte Inglés de Independencia para abarrotar una sala hasta el punto de poder encontrar gente sentada en sus pasillos. Sin lugar a dudas a D. Miguel Ángel Sabadell (@cienciadetuvida) coordinador de este ciclo de conferencias en Zaragoza, a D. Ángel de Uña y Villamediana, gran amigo, que tuvo a bien presentar la conferencia, y sin lugar a dudas al Heraldo de Aragón y, muy en especial a D. Chema R. Morais por saber interpretar a la perfección mis palabras y saber dar a la entrevista el punto justo que a mí siempre me gustaría encontrar en mis declaraciones cuando las leo al día siguiente en los medios de comunicación.

La entrevista al completo puede ser consultada aquí.

La falacia de catalogar los alimentos en buenos y malos

Iba a decir que al llegar la primavera a nuestras vidas los suplementos dominicales y demás revistas se preñan de artículos referidos a la bondad y maldad de determinados alimentos, pero es falso. Este tipo de artículos al que me refiero no conocen la estacionalidad; lo mismo en otoño que en cualquier otro momento un «Haz frente a los 10 peores enemigos de tu alimentación» o un «Los 10 mejores alimentos para cuidar tu salud», pueden sorprendernos en el papel cuché sin previo aviso.

No voy a entrar en la crítica interna de cómo se aborda el tema en estos medios, que es mal por lo general (periodistas no especializados, periodistas mal especializados, especialistas trasnochados, etc.), aunque siempre hay excepciones. Lo que me interesa es destacar el error de concepto que supone empezar catalogando a los alimentos en «buenos» o «malos» en los titulares con independencia de cómo se aborde luego el tema. Y conste que me refiero sólo a la salud, no a sus cualidades organolépticas. Ni tampoco a si son de origen ecológico, obtenidos por medios tradicionales o transgénicos, ya llegará el momento de que me meta en tales huertos.

No hay, no existen, los alimentos “buenos” y los alimentos “malos”. Su bondad o maldad no depende de la naturaleza del propio alimento sino del uso que de ellos hagamos en términos de frecuencia de consumo y cantidad. Es decir su idoneidad o inconveniencia dependerá del uso que de ellos haga cada persona, en virtud tanto de sus circunstancias fisiológicas (edad, sexo, condición física, embarazo, lactancia, etc.), como patológicas (ser diabético, celiaco intolerante a la lactosa, alérgico a un determinado producto, padecer un determinado trastorno metabólico, etc.)

A ver si empezando por el principio y con unos cuantos ejemplos consigo hacerme entender.

PRIMER PASO: Veamos primero la definición de alimento aportada por el  REGLAMENTO (CE) No 178/2002 DEL PARLAMENTO EUROPEO Y DEL CONSEJO de 28 de enero de 2002 por el que se establecen los principios y los requisitos generales de la legislación alimentaria, se crea la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria y se fijan procedimientos relativos a la seguridad alimentaria, alimento es: “cualquier sustancia o producto destinados a ser ingeridos por los seres humanos o con probabilidad razonable de serlo, tanto si han sido transformados entera o parcialmente como si  no. «Alimento» incluye las bebidas, la goma de mascar y cualquier sustancia,  incluida el agua, incorporada voluntariamente al alimento durante su fabricación, preparación o tratamiento”.

En esta legislación no se hace referencia en ningún momento a los alimentos “buenos” o “malos” (ni en ninguna otra). A mi modo de ver queda claro que, grosso modo, alimento es todo aquello que se destina a ser consumido, en este caso ingerido.

SEGUNDO PASO: Las recomendaciones de consumo. Las distintas administraciones sanitarias, como ya hemos visto, dirigen mensajes a la población general con la intención de aconsejar un determinado patrón de alimentos con el fin de tener un mejor patrón de salud. Vamos a fijarnos en el ejemplo que nos toca más de cerca, la pirámide de la alimentación saludable de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC) 2004[1] adoptada por nuestro Gobierno de España a través de su correspondiente Ministerio. En ella están representados todos los alimentos por grupos, todos. Todos, toditos, todos. Es cierto que no se “ven” todos, por ejemplo, “no se ven” la genuina Coca-cola, o las hamburguesas de McDonalds, los higos, los dátiles, los berros, la carne caballo, o los “palitos de cangrejo” entre otros centenares más. Pero sí es cierto que todos ellos están representados en su correspondiente grupo; sólo hay que saber un poco de alimentación para saber ubicarlos en su lugar. Quizá, he de reconocerlo, aquí hay un posible punto débil del sistema, no todo el mundo sabe en qué grupo hacer caer un alimento concreto (¿dónde metemos, se preguntarán muchos, las bebida de soja?).

TERCER PASO: Atribuir a cada grupo de alimentos una frecuencia de consumo recomendada y, cuando se consuma, establecer una ración, una cantidad estándar de referencia para todos ellos. Con este sistema, en la tabla anterior, se tienen una serie de indicaciones acordes con lo que sería un patrón de alimentación más o menos saludable. Para contrastar de forma sencilla y rápida cuánto se adecúa nuestro patrón a las recomendaciones la OCU puso a disposición de la población general una herramienta de la que ya dimos cuenta en este blog y que se puede consultar aquí.

CUARTO PASO: Algunos ejemplos

  • ¿Son las setas venenosas un alimento? No, las setas venenosas, cuando se sabe que son venenosas, no son “un producto destinado a ser ingerido por los seres humanos” tal y como reza la definición mencionada en el primer paso. Otra cosa es que por error se lleguen a consumir. Así pues no son alimento, y por tanto, ni bueno, ni malo. Son un elemento dañino para la salud. No tienen grupo asignado.
  • ¿Es el agua un alimento “bueno”? No, el agua es un alimento más con su patrón de consumo concreto en términos de frecuencia y cantidad. Creo que a nadie escapa que el hacer un uso deficitario de la misma acarreará en poco tiempo fatales consecuencias. En sentido contrario pasarse en su consumo puede tener también efectos negativos que pueden conducir incluso a la muerte. Y hay ejemplos de ello.
  • ¿Es el pan un alimento «bueno»? No, ídem que anterior y, además, aun observando las recomendaciones habrá que considerar la persona concreta que asume tales recomendaciones… ¿Qué ocurriría si fuese celiaca?
  • ¿Son los refrescos un alimento «malo»? No, vuelve a tratarse de un alimento sobre el que se hacen una serie de aclaraciones en cuanto a su consumo. En este caso estaríamos hablando de un producto cuya frecuencia de consumo se recomienda que sea ocasional y en cantidades contenidas. Todo ello, una vez más, en relación a la persona concreta que asuma su consumo. No es lo mismo que un maratoniano se beba un refresco azucarado tras sus entrenamientos diarios que, que un ciudadano medio (sedentario) se endiñe todos los días dos litros del mismo refresco.
  • ¿Son las bayas de goji un «super alimento»? No, son similares a las moras que podemos encontrar en los ribazos de cualquier río y, en relación con las sustancias de las que presume, con menor cantidad que las propias moras (¡qué recuerdos! ¿se acuerdan de la fiebre de las bayas de goji?)

Y así, se podría seguir hasta el aburrimiento y la respuesta a todas las preguntas de similar contenido sería que no hay alimentos buenos ni malos, si no frecuencias y cantidades recomendadas en base a las circunstancias concretas de cada uno.

Además, lo correcto o incorrecto de la alimentación de un individuo no va a depender en exclusiva de la inclusión de un alimento concreto en su dieta, sino más bien del conjunto de toda ella en relación con su situación particular, incluidos su nivel de actividad física.

Así pues dejemos de hacer listas de alimentos buenos y malos tratemos de seguir un patrón general adecuado tal y como vimos en entradas anteriores, como por ejemplo las de “Tres consejos en seis palabras”, “Adiós Mi Pirámide, hola Mi Plato o “En salud, la unidad es dos: alimentación y ejercicio”.

Sirva esta entrada para que, en el futuro, cuando exprese mi opinión documentada sobre cualquier alimento o producto concreto, se tenga esta entrada como referencia de lo que es mí parecer general al respecto.

Sirva también para poner en cuarentena cualquier publicación que nos hable de alimentos buenos y malos, en especial si en la misma revista hay una sección destinada al horóscopo.

 

 


[1] Nota del Nutricionista del a general: Vaya por adelantado que esta herramienta es, a mi juicio, francamente mejorable, pero es la que tenemos.

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Foto 1: kevin dooley

Foto 2: ChicagoGeek

 

 

 

 

 

Calorías vacías, ése concepto

El concepto de «calorías vacías» hace referencia al aporte energético de un alimento que, además, no tiene ningún valor nutricional más allá de las consabidas kilocalorías. O ninguno más o muy poco más. Es decir, sin fibra, sin vitaminas, sin minerales, sin ácidos grasos esenciales, etc. o con muy poco de ellos en relación al importante valor calórico que contiene una ingesta fuera de lo aconsejable del alimento en cuestión.

El paradigma de las calorías vacías (a las que se alude en ocasiones como «calorías chatarra» en el entoro anglosajón) viene representado por las bebidas azucaradas, los refrescos o como quiera que llamen a estos productos. En su etiquetado nutricional sólo alegan que aportan azúcar y sólo azúcar (o poco más). Su consumo al margen de las recomendaciones (que se establece en escasa frecuencia y en poca cantidad) representa una forma muy sencilla de ayudar a sobrepasar nuestras necesidades energéticas cuando se hace un uso abusivo de las mismas, y cuyas posibles consecuencias ya vimos en la entrada «No bebas grasa (¿?)». En la misma línea tenemos este otro video realizado por la misma institución que el anterior (New York City Health Deparment), con el fin de alertar a la población del valor nutricional («energético» más bien) que tiene el consumir una determinada cantidad (excesiva) de este tipo de bebidas.

Ya lo ven, este es el mejor de los ejemplos para poner de manifiesto el significado de «calorías vacías». Pero hay más, también se consideran alimentos con calorías vacías las chucherías, la bollería y los snaks en general, y las bebidas alcohólicas (sí, todas ellas), entendiendo qué, pese a aportar algún nutriente, la relación cuantitativa entre estos (los nutrientes) y sus calorías es francamente mejorable. Todo ello teniendo muy en cuenta que esos nutrientes los podemos encontrar en otros alimentos con una mejor relación energía vs nutriente. O dicho de otra forma, que se puede seguir un mejor patrón de alimentación sin justificar el consumo de este tipo de alimentos a partir de la puntual y mínima presencia de determinados nutrientes. Por ejemplo:

  • ¿Que alguien quiere antioxidantes (tipo resveratrol y demás)? No hace falta para ello tomar vino o cerveza; se pueden encontrar en frutas y verduras.
  • ¿Que se requiere de vitamina C? No es necesario recurrir a los caramelos enriquecidos; la solución, idéntica a la anterior.
  • ¿Que queremos aumentar el consumo de fibra? No es preciso comer palmeras de chocolate confeccionadas con harina integral, si no seguir una alimentación más «integral».

Que conste que no me posiciono en contra de todos estos alimentos, ni mucho menos. Si no que, más bien, reivindico un uso adecuado de ellos en términos de frecuencia y cantidad, ya que al excederlo se pueden incrementar fácilmente las posibilidades de aumentar de peso, y después, asombrarse de los resultados. Y como no, más tarde, recurrir a una dieta de moda, dejarla y comenzar todo el ciclo de nuevo.

¿Es el Ser Humano el único que consume leche tras la lactancia?

Recurrente, aburrido y simple como él solo es el dilema que se le plantea a mucha gente y que pretende defender que el consumo de leche por parte del Ser Humano más allá del periodo de lactancia es una circunstancia inusual, paradójica y, por todos estos calificativos (y muchos otros con los que este comportamiento se suele catalogar), también “aberrante”. El colmo de la “aberración” para los defensores de esta forma de comportarse contra natura es que, además, lo hagamos con la leche de otra especie.

Pues sí, somos los únicos, pero no, no es un comportamiento “aberrante”. En cualquier caso, estaría dispuesto a admitirlo, sólo si consideramos que también es aberrante que seamos los únicos que consumen, por ejemplo, pimientos rellenos de merluza, o alcachofas con jamón, paella de conejo, huevos (de gallina) rellenos de atún o cualquier otra receta que se quiera considerar. Porque, no me negarán que también en estos casos seamos los únicos en consumir estos “alimentos”.

En realidad resulta que no somos los únicos en consumirlos, pero sí que somos los únicos en poder prepararlos. La prueba: Guisen cualquiera de las recetas que un animal omnívoro no pueda preparar (¿acaso pueden “preparar” alguna?) y déjenlo a su alcance. ¿Qué pasará? que se lo comerán. Ya no les digo si tienen hambre. Y con la leche (de vaca o cualquier otra) igual. Se podría argumentar también que somos los únicos animales que preparamos sándwiches de nocilla, pero no así que seamos los únicos que se lo comen:

Es decir, si otros animales mamíferos y omnívoros no toman leche después del periodo de lactancia responde a dos circunstancias que nada tienen que ver con que ellos sí sepan seguir los dictados de la madre naturaleza y que nosotros rememos en su contra:

  • El resto de animales no realiza labores de cría y cuidado de otras especies con el fin de asegurarse el sustento en un tiempo futuro, es decir, no ejercen la ganadería como nosotros sí la practicamos.
  • Carecen, en la mayor parte de los casos de pulgares (salvo los chimpancés u otros homínidos que, siendo omnívoros, sí los poseen). La original posición de este dedo, oponible en su función a los otros cuatro, permite una serie de acciones que al resto de animales les resultan imposibles; entre ellas el ordeñar. Y si no fíjense bien y comprobarán que cuando un ternero toma leche, lo hace mamando y no a partir de un vaso.

Sí, ya sé que la leche de vaca es el alimento ideado por la sabia madre naturaleza para alimentar a un ternero… pero supongo que siguiendo con este razonamiento también habrá de considerarse que las trufas, por ejemplo, son el sistema que la misma omnisapiente naturaleza ha diseñado para que las encinas, robles, castaños y nogales completen su ciclo vital gracias a las micorrizóticas relaciones de simbiosis. O considerar que el comer sardinas es labor exclusiva de los atunes (entre otras especies) porque estas son su alimento “natural”.

Afortunadamente, el Ser Humano tiene la capacidad de modificar el entorno en beneficio propio, y tanto la ganadería y la agricultura como el ars culinaria son tres de esas labores que ejerce con semejante objetivo. Sobre el valor nutricional de la leche ya hablaremos otro día, pero ya les adelanto que no hay, que no existen, alimentos buenos o malos, sino frecuencias y cantidades de consumo adecuadas o inadecuadas.

Y ya que estamos con cuestiones de esta índole, lo que sí que me parece aberrante es que se tache con semejante calificativo el consumo de leche usando para ello el argumento de que el Ser Humano, en su adultez, utilice la leche de otra especie para alimentarse. ¿No sería más aberrante que se siguiera haciendo con la leche de la misma especie?

No sé qué opinarán ustedes, las mujeres me refiero, pero yo en su lugar protestaría si alguien hiciera defensa de estas cuestiones en mi presencia. Aunque de todo hay en esta vida, y si no me creen, vean:

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Foto: etrenard