El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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¿Qué es lo que «grita» un snack desde la cúspide de la pirámide?

Parece el comienzo de un chiste… pero no lo es. Podría serlo de no ser porque se trata de la triste realidad de muchas empresas de la industria alimentaria que tienen su principal negocio en la elaboración y venta de snacks, aperitivos y tentempiés «de conveniencia» (¿conveniencia, realmente alguien piensa que nos convienen en algún sentido?). Para responder a esta imaginaria pregunta me ha parecido adecuado hacer un símil con una película de culto del cine negro «Al Rojo vivo» (White Heat, 1949, con un incomensurable James Cagney de protagonista).

En la peli que comento James Cagney interpreta a Cody Jarrett, que para el post de hoy se identifica con ese snack cualquiera al que me refiero. Muy en resumen, el tal Cody Jarrett es un personaje más malo que una madrastra borracha, un malhechor que se dedica a delinquir aquí y allá, a robar bancos, a matar gente buena, como por ejemplo a los policías, y demás etcéteras todos perversos y malvados. Va de duro malote, le gusta serlo y no se pone disfraz alguno, salvo… salvo cuando tiene que rendir cuentas a una madre, la suya, a la que quiere con el alma (habría que ver qué tipo de amor es ese) y a la que prometió que un día sería un tipo importante (sin contarle cómo, claro). El caso es que Cody, tratando de hacerse una carrera en el mundo del hampa, a los buenos se les terminan por hinchar las narices y se van por él a saco, en plan rollo jauría humana o casi. Y lo consiguen acorralar en una refinería, pero él no se rinde. Al final, los buenos deciden arriesgarse y emprenderla a tiros, le dan, y claro se monta la mundial en la refinería. Así, justo antes del gran petardazo, con llamas por todos lados, encaramado en lo alto de un depósito de combustible y herido, Cody Jarrett grita a los cuatro vientos:

Made it ma: top of the world

 (¡Lo conseguí mamá: la cima del mundoooooo!)

Y tú, querido y fiel lector, es posible que estés pensando, ¿qué cable se le habrá cruzado hoy al Nutricionista de la general para relacionar el fragmento de esta peli con los snaks? No te culpo, así que déjame que lo explique en un puñado de líneas.

Pues tal y como yo lo veo no es demasiado complicado. Es probable que hayas comprobado que los envases de no pocos snaks (patatas fritas, aperitivos, chocolatinas, bollos industriales, etc.) se acompañen de una manipulada lustrosa pirámide de los alimentos en las que además una leyenda nos informa con un mensaje absolutamente tergiversador de que el consumo de ese producto puede formar parte de una dieta variada y equilibrada.

En la cima del mundo¡Manda webs! que diría aquel. O sea, ni de coña. Venga va, sí, para ti la perra gorda. Los snaks y todas estas zarandajas tienen una mención en no pocas (no en todas) de aquellas guías elementales de alimentación saludable destinadas a la población general (en especial en aquellas que tienen la forma de “pirámide”). Pero ¡caramba!, cuando aparecen estos snaks lo hacen en la cúspide (“en la cima del mundo” que diría Cody Jarret en la peli mencionada) lo que implica, si hacemos una lectura adecuada de lo que significa, que su presencia en esa alimentación equilibrada y saludable ha de ser anecdótica y que en cualquier caso es prescindible.

En definitiva, cuando un alimento perteneciente a la denominada comida basura se pone la falaz medalla de estar en la pirámide de la alimentación saludable ¿qué es lo que tenemos? Tenemos un caso muy parecido al de Cody Jarret, un producto absolutamente innecesario, terriblemente presente en nuestro medio y que además, se vanagloria de estar en el Top.

Así pues no dejes que te vendan la moto sin manillar. Por muchas pirámides y demás mensajes buenrollistas que puedas encontrar en los envases de los snaks, estos están hechos únicamente para aplacar el escozor de tu conciencia. Para disimular y camuflar la verdadera naturaleza del snak como alimento. No por lo que en realidad son, sino por la presión a la que los consumidores son sometidos gracias a su márquetin torticero y a su sobre-abundancia en no importa que entorno en el que nos hallemos.

Snaks diversos, dejadme que os diga una cosa, que lo sepáis: estáis muy ricos, pero no hacéis ninguna falta. En realidad, lo que no hace ninguna falta es el coñazo que dais en nuestras vidas (y en la de nuestros hijos) que no ayuda, ni un poquito, a mantener esa tan cacareada alimentación saludable a la que tanto aludís y de la que tanto adolecéis.

¿Lo hice mamá, estoy en la cima del mundo?… Anda que no hay que ser hipócrita.

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¿Cuándo fue la última vez que comiste un alimento «prohibido»?

Chico pensandoEl otro día, hablando con Carlos un compañero tuitero (@PerdiendoMasa) salió a colación la cuestión de si todas las dietas implican “prohibición” de alimentos. No nos engañemos, en la mayor parte de los casos “dieta” igual a “alimentos prohibidos”. Esta es al menos una de las igualdades que muchas personas atribuyen a la palabra “dieta”, bien sea en el sentido más estricto con una lista concreta de alimentos prohibidos (por grupos o detallándolos de forma concreta) o bien a modo de restricción más o menos imprecisa: “de esto poco frecuentemente”.

Carlos argumentaba si yo, por ejemplo, defensor de un patrón de alimentación “libre”, pero con condiciones, no prohíbo el bacon. Solo la casualidad quiso que yo la noche anterior a esta conversación hubiese cenado eso, bacon. Y aunque fueran solo dos lonchas en el marco de una cena eminentemente vegetal, le tuve que decir que no, que no lo prohibía. Más que nada porque, al menos en lo que a alimentación se refiere, trato de poner en práctica aquello que recomiendo.

Para matizar mi respuesta le comenté que si bien cené aquella noche bacon, recuerdo perfectamente cuándo fue la anterior vez que consumí ese alimento… y fue el 12 de octubre (tres meses y medio atrás). Y no, no es porque lo tenga apuntado, es porque lo consumí en una ocasión especial, en el pueblo y junto a la chimenea.

Y a este tipo de consumo es al que me refiero con lo de poco frecuentemente o esporádicamente. Si hay algo que consumes muy de ciento a viento es probable que lo recuerdes lejano en el tiempo… o bien que ni te acuerdes. Voy con otros ejemplos propios a ver si se me entiende mejor.

  • ¿Cuando fue la última vez que comí bollería industrial? Quitando los roscones de Reyes sinceramente ni me acuerdo. Probablemente hace años, y no pocos.
  • ¿Cuando fue la última vez que comí en una cadena de hamburgueserías? Creo que fue hace dos años en verano, con mi mujer, a solas, y en unas circunstancias que hacían imposible otra elección (o la que había era de similar enjundia) Creo que fue en un McDo, pero igual me equivoco y en un BK, sinceramente, no estoy seguro.
  • ¿Cuándo fue la última vez que comí un caramelo, golosina, gominola, chocolatina tipo chuche, galleta de chocolate, etcétera? No me acuerdo, es la pura verdad.
  • ¿Cuándo fue la última vez que comí una pizza industrial (en casa o fuera)? Fuera hace muchos, pero muchos años, igual 20; y de las de calentar en casa… ni me acuerdo, muy de ciento a viento un bocado para terminar por concluir siempre que no sé porqué se lo di…

Etcétera.

Ni que decir tiene que preguntas referidas a otros alimentos, de otros grupos, normalmente vegetales, alimentos menos procesados, legumbres, etcétera, tienen al menos en mi caso y en el de mi familia unas respuestas completamente diferentes a las antedichas.

La idea por tanto es saber si esas cosas que se recomiendan comer poco frecuentemente forman o no parte de tu habitual catálogo de alimentos. Es decir, prohibiciones las justas; y sí un adecuado planteamiento de prioridades alimentarias… desde las más a las menos priorizadas. Si eso es prohibir alimentos, pues vale. Pero yo creo que no.

Me alegró el haber llegado a un punto de encuentro con Carlos.

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Imagen: imagerymajestic vía freedigitalphotos.net

La industria del “tentempié”: mucho de todo lo que no es bueno

antpkr vía freedigitalphotos.net

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Con la boca abierta me ha dejado el documental que acabo de ver, no solo en lo que se refiere a cómo la industria alimentaria elabora los distintos tentempiés, llámalos si quieres aperitivos, snacks y demás. Me refiero a las chocolatinas, barritas, patatas fritas, galletitas, dulces, golosinas, pastelitos, helados y similares, con excepción de los refrescos.

El documental ha llegado hasta mis ojos a raíz de los comentarios en twitter fruto de esta entrada que se refería al más que probable descenso de las recomendaciones por parte de la OMS en el consumo de azúcares que actualmente están establecidas en un máximo del 10% del valor calórico total y se prevé que se queden cerca del 5% (un importante, y en mi opinión, necesario descenso)

El caso es que un compañero dietista-nutricionista, Pablo Zumaquero (@pzjarana) me hizo llegar el documental en cuestión titulado de forma original Snack Food Tech, algo así como la tecnología en la industria de los tentempiés. Sobre todo se trata de un reportaje sobre cómo se elaboran muchos de los productos que antes he comentado, más que meterse en las implicaciones que su habitual consumo puede tener sobre la salud (solo lo aborda y de refilón, aunque de forma contundente, al final del reportaje). También introduce cada sector alimentario con una breve historia sobre su origen, algo que me ha parecido muy interesante.

Además de las hipnóticas imágenes de ver trabajar a robots industriales en la creación de todas estas “delikatessen” en grandes cantidades, las mareas de productos yendo y viniendo, entrando en líneas de envasado, etcétera; lo que resulta francamente mareante son las cifras de producción de estas empresas (las de beneficios también cuando se mencionan) y por su puesto las de consumo referido a la población estadounidense. Así, uno se entera de que los norteamericanos (solo ellos) destinan 24.000 millones de dólares al año a la compra de aperitivos y golosinas; o que el consumo de helado por habitante y año en USA está cuantificado en 19 litros; o que la empresa que fabrica los pastelitos conocidos como Twinkies elabora 1.359 millones unidades al día… Poniendo en relación esto con el tema del azúcar, otro dato sobre el que habría que recapacitar es aquel que nos hace saber que otra de las empresas punteras en la elaboración de pastelitos, Flowers Foods, destina en una sola de sus factorías 225.000 toneladas de azúcar cada semana para preparar sus especialidades. Esta necesidad de azúcar como materia prima es, insisto, en una única factoría de las varias que tiene esta empresa, a lo que habría que sumar el resto de factorías y el resto de fabricantes… y a la semana siguiente lo mismo otra vez, y así suma y sigue. Increíble. Y todo ello, no te lo pierdas, tomando en consideración que es un reportaje de hace 10 años… así que imagínate ahora.

En cuanto a las empresas que salen reflejadas en el documental son las punteras en su zona aunque aquí algunas sean poco conocidas. En la industria de las chocolatinas sale Mars Incorporated; en la de las patatas fritas Frito Lay (no te pierdas sus patatas fritas con aceite de semilla de algodón o manteca de cerdo); en el de las “galletitas enlazadas” o pretzels, Snyder’s of Hanover, en la de las “chuches” Tootsie Roll Industries, en la de los pastelitos las ya comentadas y en la de los helados Dreyer’s.

Relájate (si puedes) y te dejo ya con el vídeo (43 minutos) para que saques tus propias conclusiones.

Por último quiero entresacar las declaraciones de una persona que no aparece rotulada pero que pone los puntos sobre las íes al respecto de las implicaciones de estas cuestiones en la salud en una breve declaración:

Los tentempiés han dejado de serlo y se han convertido en algo que se puede comer a cualquier hora, y eso ha provocado la famosa crisis de obesidad en Estados Unidos [bueno, en realidad esta podría ser parte de las causa, no “la causa”, opino]. Se pueden comer dónde y cuándo se quiera. Los fabricantes han respondido a su demanda en exceso.

 

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Nuevas y acertadas recomendaciones en el horizonte sobre el consumo de azúcares: ya era hora

Stuart Miles vía freedigitalphotos.net

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Ya era hora… o espero que lo sea. La Organización Mundial de la Salud se plantea en un futuro próximo reducir a la mitad las recomendaciones de ingesta máxima sobre el consumo de azúcar. Ya era hora.

Y digo que ya lo es porque el tema de las llamadas “recomendaciones” se presta en este terreno a una sutil y frecuente mala interpretación. El caso es que cuando la población general oye eso de “recomendaciones” se piensa que eso, la medida señalada, es la adecuada. Y no en todos los caso es así. En el caso de los hidratos de carbono simples, los azúcares, lo que dicen las más habituales recomendaciones es que su presencia en nuestra alimentación no debe superar el 10% del valor calórico total de la dieta (la que sea en cada caso). Lo que no dice es que deba ser del 10% (actualmente), sino que no se deba superar dicho porcentaje. Lo que es muy diferente.

Sin embargo, como digo, esta misma recomendación, la del 10%, está bajo “investigación” y se baraja disminuirla hasta la mitad, lo que no es ninguna tontería. Es decir, reducir hasta el 5% del valor calórico total de la dieta la ingesta máxima de este tipo de nutriente. Ya era hora (otra vez). Esta medida está relacionada, de nuevo, con la, desde hace tiempo, persistente epidemia de obesidad… lo que se ha dado en llamar globesidad.

Pero como siempre hay muchas matizaciones que hacer. La incidencia de obesidad en la población general es ciertamente alarmante, pero, para que me entiendas sin lugar a dudas y si se me permite lo desabrido de mi vocabulario, este es un problema jodidamente complejo. Y esto es algo que saben bien las autoridades sanitarias (me refiero a la OMS, entre muchas otras). La carencia de actividad física, la presencia de lo industrial en gran parte de lo que comemos, la super presencia de comida en cualquiera de los entornos en los que nos hallemos, las cuestiones culturales, educacionales… hacen de la cuestión obesa, un problema de muy difícil abordaje.

Pero una de las cosas más claras a mi modo de ver, y ahora por fin también al de las autoridades sanitarias, es la de la superabundancia de azúcares en nuestra dieta. Me refiero a ese componente etéreo, laminero, antisaciante y enfermante que supone la extraordinaria presencia de azúcares en nuestra dieta. Este exceso se pone de manifiesto especialmente si se tiene en cuenta que en torno al siglo XIX el consumo de azúcar por persona en un año rondaba los 5 kg, hoy esa cifra se ha disparado hasta los ¡50 kg de azúcar por persona y año!

Al igual que desde hace se tiempo se trata de poner de relieve que gran parte del sodio que consumimos no los pone el consumidor en el plato, sino que está ahí, fruto de las frecuentes elecciones alimentarias que se suele hacer cuando los alimentos procesados son un elemento especialmente abundante en nuestra alimentación… ahora le toca el turno a los azúcares. Ya era hora. Por que la problemática del sodio y de los azúcares es muy similar. Ambos están presentes en nuestro patrón alimentario, a pesar de que el consumidor final no es el que lo agregue físicamente a su comida: refrescos, salsas preparadas, cereales de desayuno, bollería, galletería, zumos… hay azúcares donde se espera que estén… pero también, en muchas ocasiones, donde menos se espera que estén.

Y que no se me entienda mal. No es que los azúcares sean malos. De nuevo, lo que es perjudicial, rematadamente, no es el nutriente en si mismo, sino es el uso que se hace de este. Hace años, no tantos en la historia del Hombre, pero sin embargo sí muchos para nuestras individuales perspectivas, el azúcar era empleado más como una “especia” que como un ingrediente inevitable que es en lo que a día de hoy se ha terminado por convertir.

Otra vez más, y a la espera de que lleguen las recomendaciones oficiales, mi consejo es que evites siempre que puedas los alimentos procesados, o que los utilices muy de ciento a viento. Pasa de refrescos, de la bollería, de la galletería, de los cereales de desayuno. Y, además, utiliza el azúcar (ya sea refinado, moreno, en forma de miel, etc.) más como una “especia” que como un ingrediente principal (lo que implica en escasa cantidad y de vez en cuando).

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Ahora sí que sí: ¿cuánto dinero más supone llevar una dieta saludable?

africa vía freedigitalphotos.net

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Este es un tema recurrente en el blog, y con los tiempos que corren, además, importante.

Entre los profesionales de la salud es habitual comentar que el seguir una dieta saludable es más caro que seguir un estilo de alimentación… a la buena de Dios (por decir algo). Sin embargo, hasta la fecha no contábamos con datos concretos. Hasta ahora.

Recientemente se ha publicado un estudio que precisamente pone estas cuestiones en tela de juicio y ha valorado las diferencias económicas entre seguir una dieta más o menos saludable y otra que no lo sea. Se publicó a principios de diciembre en la prestigiosa British Medical Journal con el elocuente título Do healthier foods and diet patterns cost more than less healthy options? A systematic review and meta-analysis (¿Son los alimentos y las dietas saludables más costosas que aquellas opciones menos saludables? Revisión sistemática y metaanalísis). Sus resultados son elocuentes y, porqué no decirlo, preocupantes. Elaborado en el marco de la Escuela de Salud Pública de Harvard y capitaneado por Dariush Mozaffarian, todo un referente en estas cuestiones, ha llegado a los siguientes resultados y conclusiones:

Las dietas saludables son cerca de 1,1 €/día más costosas que aquellas menos saludables. Para obtener estos resultados se compararon los precios de los alimentos y aquellos estilos dietéticos más “saludables” frente a aquellos menos saludables.

En este estudio se consideraron como “saludables” aquellos patrones dietéticos que estaban caracterizados por la presencia de frutas, verduras, pescado y frutos secos, frente a aquellas con una especial presencia de de alimentos procesados, carnes y derivados y alimentos elaborados con cereales refinados.

El gran problema, apuntan los autores de este estudio, podría resumirse en que las dietas no saludables cuestan menos porque las políticas alimentarias se han centrado en la producción de «bajo costo y alto volumen» de productos básicos, lo que ha llevado a «una compleja red de capacidades agrícolas, almacenamiento, transporte, procesamiento, fabricación y comercialización en la que se favorecen las ventas de productos alimenticios altamente procesados con fines de lucro«.

Como posible solución los autores opian que la creación de una infraestructura similar que apoyara la producción de alimentos saludables podría ayudar a aumentar la disponibilidad y reducir los precios de las dietas más recomendables.

Dariush Mozaffarian sostiene que

Aunque las dietas más saludables cuesten más, la diferencia con las menos saludables no son tan grandes como se asume de forma general.

Bueno, eso es lo que él considera porque 1,1€/día de más por persona implica más de 400 € de más cada año por persona lo que, sin lugar a dudas, supone un exceso difícil de asumir por muchas familias. Imaginemos una familia de 4 miembros… 1.600€ de más el seguir una dieta saludable que otra que no lo sea tanto… eso es difícil de asumir. Sin embargo, los investigadores creen que esta diferencia de precios es muy pequeña en comparación con los costos económicos de las enfermedades crónicas relacionadas con la dieta, que se reducirían dramáticamente si se siguiera una alimentación más saludable. Y en eso, que queréis que os diga, creo que tiene buena parte de razón, o de intuición.

En esta entrada del muy recomendable blog ¡A tu salud! de Joan Quiles (@JoanQuiles) tienes consejos prácticos para reducir costes a la hora de planificar una cesta de la compra más saludable.

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Otras entradas relacionadas con este tema en el blog son:

Adoctrinamiento en la «cultura» del refresco

 Iamnee (freedigitalphotos.net)

Iamnee (freedigitalphotos.net)

No diré que me parece mal, de verdad, ni mucho menos. Pero déjame que te explique un tema que llevo clavado en el alma de dietista-nutricionista desde que me la contaron. El tema va de las salidas culturales de nuestros hijos en el colegio.

Considero que la oferta de estas salidas «culturales» ha de ser diversificada con el fin de ofrecer a nuestros hijos una amplia perspectiva y desde diversos ángulos de la realidad en la que vivimos: visitar un museo, acudir al teatro, una excursión a un parque natural y, porqué no, también las visitas a distintas empresas que elaboran no importa qué producto, servicio o bien de consumo… son los ejemplos más frecuentes.

Todo bien mientras la actividad tenga un contexto y no se haga lo contrario, valga la redundancia al descontextualizarla tal y como me cuenta que sucedió un buen amigo en el cole de su hija de 14 años. Llevaron a toda la clase a visitar las instalaciones de una conocidísima marca de refrescos, en especial de cola. La profesora, diligente en su tarea, propuso al alumnado que fuese preparando con antelación preguntas para poder hacer a los responsables de la empresa en cuestión. Y resulta que la hija de mi amigo, no podía ser otra, les preguntó que cuánto azúcar llevaba una lata de los conocidos refrescos de cola. El responsable con más soltura que un campeón de mus le contestó sin pestañear que un sobre.

Claro, un sobre, quizá se le olvidó decir el tamaño. Lo digo porque sobres hay muchos, están los de cafetería (lo normal de 8g de azúcar), están los de Bárcenas, que por lo que dicen eran bastante abultados, etcétera: un sobre, y todos tan contentos.

Si el tramposo, fullero y sibilino empleado de la empresa de refrescos hubiera sido más justo debería haber dicho que la cantidad de azúcar en un refresco de cola es similar a la contenida en un hipotético sobre equivalente a cinco veces aquellos típicos de las cafeterías. Y si hubiera sido más preciso podría haber dicho que unos 39 gramos, pero claro, a los chavales de 14 años es mejor hablarles en unidades de «sobre» en especial si te callas los posibles prefijos: decasobre, kilosobre, etcétera. Pero la cosa no acaba aquí.

Una vez en el colegio la profesora les hizo hacer una redacción y, posteriormente un examen que contenía preguntas de la visita. Nada objetable hasta cierto punto porque de esta forma también se controla quién está en la salida cultural y quién está de excursión, que no es lo mismo. Como digo nada malo salvo por una de las preguntas ¿cuál era la composición de esos refrescos de cola tan conocidos? Ya ves, en vez de enseñar, mostrar y hacer hincapié en otras cuestiones sin importancia (léase cualquier cuestión de historia, biología, etcétera) había que saberse la composición de marras.

Si me hubiera caído a mí la preguntita le hubiera respondido que, como todo el mundo sabe, esa fórmula es secreta y que de saberla y decírsela, probablemente alguien vendría a matarla a continuación. Y que me suspenda si tiene…

Me despido, no sin antes preguntarme si se podría llegar a conocer la proporción de estas “salidas culturales” en los colegios españoles (y también en las universidades) que se llevan a cabo en empresas multinacionales cuyos productos alimenticios no están precisamente en la base de la pirámide de la alimentación saludable, me refiero a empresas que elaboran refrescos como el ejemplo de hoy, pero también a otras, como las que producen hamburguesas, pizzas, chocolatinas, snacks salados, etcétera. Y ya, por preguntar que no quede, si estas empresas compensan de algún modo al colegio (o universidad) en cuestión que les visita o bien si les facilita la asistencia poniendo a su disposición autobuses o medios de desplazamiento… Porque entonces ya, si a esto le sumamos la conducta de la profesora de este post habría que cambiar la palabra “adoctrinamiento” del título de este post por palabras aun más duras.

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Nota: Tengo que agradecer a ese buen amigo del que hablaba la historia para este post, pero por cuestiones prácticas hoy será mejor que no este tipo de alusiones directas. Él ya sabe. Y todos tan contentos.

Bebidas que no son la leche (de soja, arroz, almendras…)

zole4 freedigitalphotos.net

zole4 (freedigitalphotos.net)

Una especie de conciencia antilácteos está permanentemente presente en nuestro entorno haciendo recaer sobre el consumo de leche miles de aspectos negativos para la salud. Este posicionamiento antilácteo al que me refiero funciona además como una especie de dial que ofrece distintas intensidades. En la postura más light de este posicionamiento están quienes defienden su consumo solo cuando el producto en sí tenga un origen ecológico; luego están los que ecológica o no, la leche solo será un producto aceptable mientras no haya sido sometida a ningún tratamiento incluida la pasteurización (sí, ya sé que parece increíble, pero de esto también hay) ya que al parecer estos procesos son los causantes de Dios sabe cuántos males; a continuación están aquellos enemigos a ultranza de la leche como producto animal que es y proponen en sustitución el consumo de otras bebidas vegetales, blancas, a las que desustanciadamente llaman leche. En el bando contrario a cualquiera de estas posturas están los que afirman que la leche, la original, es poco menos que imprescindible para un correcto mantenimiento de la salud y que se hace preciso tomar no sé cuantos vasos o litros al día. ¿Qué tal si aclaramos un poco estas cuestiones? Luego que cada cual haga lo que le dé la gana, pero haga lo que haga, por favor, que no trate de convencer a los demás de sus planteamientos y, si lo hace, que aporte pruebas.

Ni la “leche de soja” ni las “otras”… son leche

Antes de continuar es imprescindible hacer algunas aclaraciones semántico-legales. En el contexto alimentario, la legislación advierte que el nombre de “leche” hace referencia a:

La secreción mamaria normal de animales lecheros obtenida mediante uno o más ordeños sin ningún tipo de adición o extracción, destinada al consumo en forma de leche líquida o a elaboración ulterior

Por si esta definición no hubiera quedado clara, el mismo texto legal hace la siguiente aclaración (supongo que sabedora de los múltiples atropellos que se cometen en este sentido):

Podrán denominarse “leche” sólo los alimentos que se ajusten a la definición formulada

Así pues, ni “leche” de soja, ni “leche” de almendras, ni “leche” de arroz… ni “leches” varias. La denominación de estos productos será, normalmente, “bebida de…” o “bebida a base de extracto de…” lo que corresponda en cada caso (puedes comprobarlo yendo a tu nevera o mirando en el súper).

¿Son estas bebidas un buen sustituto de la leche de verdad?

La respuesta es depende. Depende de para qué, me refiero. Desde un punto estrictamente nutricional, como puedes imaginarte, no tienen mucho que ver, así que de sustituto en este aspecto, ni bueno ni malo, sencillamente no lo son. Llegado este punto es necesario aclarar que si por algo destaca la leche como alimento y por algo se la ha recomendado con tanta insistencia (hasta llegar casi a la vehemencia) es por su riqueza en calcio y por ser una fuente dietética de este mineral especialmente importante (recuerda que ser rico en un nutriente y ser al mismo tiempo una buena fuente del mismo no tienen porqué ser una cosa consecuencia de la otra). Pero no es ni de lejos la única fuente dietética de este mineral, según el “manual” Krausse Dietoterapia 12ª ed, las verduras de hoja verde como la col, el brócoli, las espinacas, las espinas pequeñas del pescado, las almejas y las ostras, son, entre otros, buenas fuentes de calcio. Además, también pueden serlo algunas bebidas enriquecidas (en calcio, se entiende), como la de soja, al igual que otros zumos enriquecidos pueden contener tanto calcio como la leche de vaca.

Pero es preciso hacer dos aclaraciones para quien lee demasiado deprisa: en estos últimos casos se refiere a las bebidas enriquecidas (lo digo para que los amantes de lo “natural” lo tengan en consideración) y; Tener tanto calcio como la leche no quiere decir, insisto, que el producto termine siendo tan buena fuente dietética como esta; las cuestiones de la biodisponibilidad, la presencia al mismo tiempo de otros nutrientes que faciliten o dificulten su absorción, etcétera también son elementos a tener en cuenta.

Sin embargo, este tipo de bebidas sí que podrían ser un buen sustituto como elemento intercambiable por razones de conveniencia (a quien le guste, claro). Me explico, si alguien ha decidido no tomar leche por la causa que sea y a la hora de desayunar le apetece un café “con leche” o una tacita de cacao soluble el utilizar como sustituto la bebida de soja, de almendras o la que sea, será más conveniente que, por ejemplo, mezclar el café con el zumo de naranja o poner el cacao en polvo en un vaso de agua calentita…. por decir algo.

¿Entonces que es mejor tomar: leche o bebida de soja?

Esta pregunta es de similar calado a ¿qué es mejor tomar: pan de molde o lonchas de mortadela? Es decir, si por mejor se refiere a sus efectos sobre la salud… no son alimentos nutricionalmente comparables. Pero que no cunda el pánico. Si quieres y te gusta, puedes tomar las dos cosas, leche y bebida de soja… o las cuatro: leche, bebida de soja, pan de molde y mortadela. Además, que algo sea bueno o malo dependerá, tal y como vimos en esta entrada de múltiples factores. De momento de la frecuencia con la que se consume y de su cantidad y, además del resto de nuestra alimentación y del resto de nuestra vida.

Pero, al final, ¿hay que tomar leche?

No. Ni es obligatorio, ni indispensable, ni en sentido estricto tampoco diría que lo es el aconsejar una determinada ingesta de leche al día. De hecho, las más recientes recomendaciones sobre la leche, me refiero a aquellas que me parecen más acertadas, se refieren a la leche como un alimento más, sin darle una mayor importancia y sin asignarle un grupo de alimentos propio, con su frecuencia y cantidad de consumo. Estas recomendaciones de las que hablo son las de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Si bien, como sabrás, otras recomendaciones como las del Gobierno estadounidense y más en nuestro entorno, las del Ministerio de Sanidad, siguen otorgando a la leche y en general a los lácteos un papel diario “indispensable” dentro de las recomendaciones. Es más, en el caso del plato de la alimentación saludable de la universidad de Harvard la alusión al tema lácteo es para referirse a controlar su cantidad más que a fomentar su consumo. Es decir, leche si quieres sí, pero no te pases y en especial no la uses como «bebida» en sustitución del agua (algo más frecuente fuera de nuestro hispánico entorno).

En resumen, siempre que lleves una adecuada alimentación la leche es un alimento más sobre el que no es necesario hacer recomendaciones concretas, como tampoco se hacen sobre el consumo de tomates o de las pipas de clabaza, por decir algo.

Ahora bien, el decir esto y creerse las ideas conspiranoicas que a menudo se oyen sobre la leche no son la misma cosa (imprescindible este bodrio documento resumen para ilustrar esas tonterías tomado de la ínclita “Discovery Salud”). Así pues, ni maldita, ni bendita, cuando oigas hablar de la leche que sepas que… blanco y en botella.

Como el tema lácteo da para mucho, te sugiero que si quieres visitas estas otras entradas:

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Comer mal es casi gratis y educar mal, muy barato

Ya he comentado en varias ocasiones que cuando hay más dificultades económicas se suele comer peor. Con peor me refiero a mal, no a menos. ¿Quieres pruebas?

De un aire me quedé el otro día cuando entré en un supermercado y, a la entrada, había una mesa con diversos productos de bollería industrial al precio de 1 euro. Por este precio, y en diversos formatos, se podía adquirir 4 unidades de una amplia gama de bollería industrial que iba desde los conocidos bollos con agujero a napolitanas, palmeras, etcétera, todo ello con o sin chocolate.

Bollería industrial

El mostrador estaba puesto a la entrada al lado de las cajas para pagar y no es que resultara difícil no ver los bollos, es que había que tener una cintura entrenada para poder esquivar y salvar el consabido mostrador. A ver… 0,25€ por un bollo de tamaño considerable es un precio de risa con lo que nada o casi nada puede competir. Así, no es de extrañar que una familia en apuros termine por recurrir con mayor facilidad a este tipo de soluciones tan baratas y tan poco recomendables. Al final un bocata de jamón además de más caro termina siendo más “incómodo” de preparar… y quien dice esto, dice una fruta, un lácteo… Por no hablar de lo bien que “que te merienda” un niño cuando le das estas “delicias” de supermercado y de los contentos que se quedan algunos padres (= mamás y papás, ambos)

Así pues, en las decisiones que terminan por hacernos escoger los alimentos intervienen muchísimos factores y qué duda cabe que los económicos tienen un peso importante… y que jugar en el segmento que juegan los dónuts es prácticamente imposible. Y quien dice la bollería industrial dice las grandes empresas de comida basura rápida, entre otros. Pero hay otro elemento importante, que es la educación y las presiones del medio para que nos “eduquemos” en una realidad y no en otra. Me explico.

El otro día un padre muy sensible con estas cuestiones de cómo comen nuestros hijos y sobre cómo se les educa me mandó uno de los ejercicios de discriminación visual y de mates que tenía que hacer su hijo como deberes en casa. Estoy hablando de un niño de seis años al que se le pide en un ejercicio que rodee un número concreto de elementos iguales entre un conjunto de diferentes elementos… y resulta que el conjunto de elementos diferentes está formado única y exclusivamete por alimentos pertenecientes al “grupo” de la comida basura o más llanamente por hamburguesas, patatas fritas y helados. Y no es solo eso, sino que el niño, ¡llegó a preguntar: “papá, ¿porqué todo es de McDonalds”!

Ejercicio basura

 

Mira que en la editorial podían haber escogido, melones, mandarinas y manzanas; o coches, motos y trenes, o pantalones, camisetas y faldas, o guantes, sombreros y paraguas… pero no, hamburguesas, patatas fritas y helados, ¡olé!

Quizá haya a quien le parezca una tontería pero se trata de una publicidad subliminal, que muy posiblemente se haya hecho sin darse cuenta, pero no me vale. Cuando se está educando hay que darse cuenta de estas cosas. Y así debió opinar el papá, que terminó llamando a la editorial en cuestión y, de buenas formas les expuso su parecer. Y también de buenas formas le contestaron que, sinceramente, no habían reparado en ello y que tenía razón, que normalmente se preocupan por cuestiones que puedan afectar a una discriminación sexual o religiosa, pero no alimentaria y que, pásmate, el tema de los dibujos de la comida basura lo eliminarían en la próxima edición.

Esto sí que se merece un gran «olé» por Rubén Álvarez Llovera el biólogo y papá de Alberto (el niño de 6 años) que es quien me trasladó el tema. «Olé» porque las cosas cambian en la medida que nosotros hacemos que cambien. Y este es un buen ejemplo. Aunque las cosas no estén nada fáciles… o precisamente por eso, porque es entonces cuando más falta hace.

 

“Entrenar, comer y dormir” la divisa de Horner, un gladiador del deporte

Chris HornerSi es un sueño que no me despierten. Si en el futuro sale a la luz que iba enchufado hasta las orejas, que no me lo digan. No lo quiero saber. Prefiero vivir engañado con la imagen en mi retina de ese Chris Horner batiéndose el cobre de pie sobre la bici. Aun creo, y quiero creer, en la épica del deporte. Llamadme romántico. Y es que el dato me gusta: en 2013 un tipo con casi 42 tacos, con más escuela que manolito, se aupó por méritos propios hasta la gloria en la Vuelta a España. Horner, un tipo normal, o al menos eso parece. Y sin que nadie a priori apostara demasiado por él. Me gusta.

A mis 43 años ni me sé ni me creo en la circunstancia de leerle la cartilla deportivamente hablando a nadie medianamente entrenado; ni tan siquiera en aquellas disciplinas en los que yo mejor me desenvuelvo… Bueno, en mi descargo podría argumentar que jamás tuve la ocasión de dedicarme profesionalmente al deporte (con sinceridad creo que tampoco hubiera brillado demasiado). Sin embargo, desde al menos 8 años atrás (y lo recuerdo muy bien) vivo con especial atención los titulares de aquellos medios que hacen recalcar la “avanzada edad” de no importa quién cuando termina por alcanzar un hito deportivo. Sé que hay muchos, en cualquier caso el primero en mi cuenta particular, ya digo que lo tengo marcado a fuego en mi memoria, fue durante los mundiales de natación de 2005 en Canadá. En aquel entonces no pocos medios rotularon sus titulares del siguiente modo: “El abuelo Mark Wernecke campeón del mundo en los 50m braza a sus 35 años” (o algo así) Fue todo un palo: ¿abuelo, 35 años? Cachis en la mar, en aquel entonces yo también tenía 35, y estuve dudando entre pedir hora para que me pusieran una dentadura postiza o llamar, indignado como estaba, uno a uno a los periódicos que usaron este titular o semejante.

Volviendo a la actualidad, una de las cosas que más me molan es, por supuesto, el lema de Horner; el secreto según él mismo de su logro: “entrenar, comer y dormir”, algo de lo que muchos debieran aprender. Sí, digo aprender y releer, antes que ponerse a estudiar la forma y manera de burlar, enmascarar y trucar sus triunfos. A suplementar su dieta con nutrientes esenciales, aminoácidos ramificados o, vade retro, a limpiarse la sangre y demás trastadas. El fraude en el deporte me da asco y, por lo que hasta ahora se sabe, en esta victoria hay muy poco de aquel y en sentido contrario mucha modestia, pundonor y genuinidad. Que Horner no se subió a una bicicleta antes de ayer lo sabemos todos, al igual que el Sr. Wernecke tampoco aprendió a nadar precisamente dos años antes de ser campeón del mundo.

Con todo ello en el haber hay otro matiz importante en la hazaña de este titán de la bicicleta. Los medios recalcan el escaso efecto que ha tenido en su caso el adoctrinamiento dietético más esperable. Al parecer Horner no sigue la pauta dietética tipo y que para otros en su misma situación es ley de vida. Horner, según los medios, sortea gran parte de las recomendaciones nutricionales y gusta de “abusar” de hamburguesas, pizzas y cocacolas. ¿Cuánto hay de cierto en todo esto? De verdad que me gustaría saberlo y poder concretarlo de forma detallada. Los medios hacen creer que, haciendo una caricatura de sus contenidos, este hombre parece vivir sentado en el sofá mazándose a refrescos y comida basura. Yo, sinceramente lo dudo. No niego que posiblemente haga sus transgresiones, pero dudo mucho que estas sean la norma. No olvidemos que este tipo de leyendas, tanto en el contenido de las dietas como en su cantidad, teniendo un origen incierto, suelen ser magnificadas por los medios de comunicación hasta llegar a formar parte del acerbo popular. Recordemos por ejemplo los mitos sobre la dieta de Michael Phelps.

En el caso que nos ocupa de veras que me gustaría conocer de primera mano las características de la dieta de Chis Horner y que fuera él mismo el que la detalle. Mientras tanto, yo me quedo con su difícilmente mejorable consejo hacia el éxito deportivo: “Entrenar, comer y dormir”.

¿Cómo puede engordar un alimento con pocas calorías y mucho azúcar?

Esta pregunta, un poco liosa en su planteamiento, me la hizo llegar una lectora y seguidora de Twitter (@Innventio) a través  de uno de los comentarios del blog. En realidad su consulta y explicaciones concretas fueron las siguientes:

Si lo que engordan son las calorías, ¿cómo va a engordar un alimento que tenga pocas calorías pero mucho azúcar? Esto viene a colación de los refrescos. En general, un refresco tiene un 10% de CDR [Cantidad Diaria Recomendada] de calorías y un 25% de CDR de azúcar. Eso significa que si en un día tan sólo me tomara 5 refrescos (nada más), habría ingerido un 25% más del azúcar recomendado, por lo que engordaría, a pesar de haber ingerido sólo un 50% de las calorías recomendadas, por lo que debería adelgazar. No lo entiendo.

Si voy a comprar un producto, por ej., yogures y quiero elegir entre varias marcas, me encuentro con que la información nutricional no es equivalente. Uno tiene más azúcar, pero otro más grasa. Uno más proteínas, pero el otro más hidratos. Así pues, ¿qué debería priorizarse para elegir aquel yogur (o cualquier alimento) más recomendable, desde un punto de vista nutricional?

Refrescos (2)

Para la primera pregunta hay una respuesta relativamente sencilla siendo que además hay al menos dos post ya publicados en este blog que lo pueden ilustrar fenomenalmente bien. Siendo concisos: la pregunta es falaz en su proposición.

Entrando más en materia. En primer lugar ten en cuenta que la capacidad “engordante” de un alimento no depende solo del alimento en cuestión y sus calorías, sino también y de forma importante de la cantidad ingerida y de la frecuencia con la que se suele ingerir  (no es lo mismo consumir una lata de refresco de ciento a viento que tomar todos los días 10 litros)

En alusión a los refrescos o zumos comerciales, siendo concretos, una lata de refresco estándar o un brick individual de zumo comercial suelen contener entre 30 y 40 gramos de azúcar. Una cantidad que empieza a ser considerable la miremos como la miremos. El caso es que si observamos los valores relativos de todos los posibles nutrientes comprobamos que al no tener ni grasas ni proteínas en cantidades significativas, prácticamente el 100% de las calorías es aportada por los mencionados azúcares. Es decir, tenga la cantidad de azúcares que tenga, son los únicos que intervienen en la suma del valor energético del producto. Para saber de forma aproximada la cantidad de calorías aportadas por los distintos nutrientes o macronutrientes te sugiero que consultes estas entradas:

¿De qué depende que un alimento tenga más o menos calorías?

Dos preguntas para intuir las calorías en un alimento

Pero, al final la pregunta del millón es ¿son pocas o muchas calorías esas 120 a 160 kcal por ración estándar de refresco? Pues son bastantes si consideramos dos aspectos: que el gasto medio diario de un adulto medio ronda las 1800 a 2.500 kcal. y, que son calorías vacías, es decir, con este tipo de productos solo se incorporan calorías, nada más: ni fibra, ni vitaminas, ni ácidos grasos esenciales, etcétera y por tanto su poder de aportar saciedad es francamente escaso. Así, detrás de un refresco, puede venir otro, y luego otro… con todas sus calorías, que no van a contribuir en modo alguno a mantener un balance cero (o negativo si se pretende adelgazar) sino más al contrario. Usando tus argumentos,  si el consumo de un refresco implica “solo” el 10% de la CDR lo que verdaderamente implica es que has aumentado en un 10% la posibilidad de excederte en tu balance calórico porque, no te olvides: estas calorías “no las vas a tener en cuenta” a la hora de regular tu ingesta de alimentos diaria. Es decir un 10% de tus calorías necesarias te las metes al cuerpo sin haber empezado a comer, sin que se acompañen de un valor nutricional más o menos adecuado y sin saciarte…

Si tomaras 5 refrescos al día (y nada más) durante un espacio de tiempo relativamente largo lo que pasaría es que en contra de lo que dices, adelgazarías (es como si te dieran diariamente un saquito con 175 gramos de azúcar con sus aproximadamente 656 kcal). No creo que tú puedas mantenerte con vida y en un buen estado de salud con tan solo 650 kcal/día. Adelgazarías y además sufrirías múltiples deficiencias nutricionales. Pero si además de comer tu minuta habitual (equilibrada en todos los sentidos), la acompañaras con 5 refrescos al día (1 a media mañana, 2 en la comida, 1 a media tarde, 1 en la cena) las probabilidades de aumentar tu peso a la larga serían considerables.

En resumen, pocas o muchas calorías, ya se trate de una persona deportista, con normopeso o con sobrepeso, que coma mucho o poco, este tipo de productos, consumidos de una forma habitual, dentro del actual contexto de nuestra sociedad (con todas sus características inherentes) implica un aumento del riesgo de: pasarse con las calorías y de no estar correctamente nutrido y, por lo tanto caer en alguna deficiencia.

Te sugiero que visites estas entradas al respecto de las calorías vacías y los refrescos:

Calorías vacías, ése concepto

¿Es el azúcar veneno?

¿Puede la compañía Coca-Cola ayudar a combatir la obesidad?

Obesidad y más en dibujos animados

Información nutricional (2)

Con respecto a la segunda pregunta déjame que te responda saliéndome por la tangente: no es preciso que mires las tablas de composición de alimentos para seguir un patrón de alimentación saludable. La mejor prueba es que a pesar de estar ahí la gente no sabe interpretarles (véase tu pregunta). Y es que no es necesario. ¿Qué tal si sigues las más elementales recomendaciones de consumo de alimentos por grupos? Te doy una serie de consejos breves y de lo demás, entiéndeme, puedes “olvidarte”:

  • Procura que tu en alimentación estén presentes diariamente al menos cinco raciones de vegetales frescos (los consumas cocinados u crudos) es decir, verdura, hortalizas y frutas.
  • En cuanto a los alimentos provenientes de los cereales elige mejor aquellos de origen integral.
  • Por lo general huye de los alimentos que en su publicidad hagan alegaciones sobre la salud y te digan lo buenos que son. Es decir si vas a comer yogur, come yogur y punto. Olvídate de todo lo demás.
  • Procura que no haya muchos alimentos altamente procesados (derivados cárnicos, bollería industrial y similares) ni tampoco platos preparados, a domicilio. Es decir, cocina lo que comes.
  • En cuanto a las carnes elige aquellos cortes más magros y menos grasos.
  • La bebida de elección será el agua.
  • En resumen, come como comería tu abuela… y por supuesto muévete.

Te dejo esta entrada con sus diversos enlaces en su interior para que te hagas idea de lo que te digo: La era de los “platillos nutrientes” y sobre todo que te quedes con este tipo de organización de menús por grupos de alimentos de la imagen inferior, más allá de lo que te digan las etiquetas de los alimentos.

Healthy eating plate

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Imagen: Iamnee y Stuart Miles vía freedigitalphtos.net y Harvard School of Public Health