El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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¿Puedo beber agua de mar, tiene algún beneficio? (Parte I)

Agua, agua por todas partes,
Sin embargo ni una gota para poderla beber.

 Samuel Taylor Coleridge, The Rime of the Ancient Mariner (traducido)

 

Mar

La pregunta no es baladí, para nada. Puede que estés en la playa o que estés a puntito de hacerlo; quizá hayas leído algunas de las excéntricas propuestas dietéticas que proponen beber agua de mar para conservar y/o recuperar la salud; o es posible que tu espíritu inquieto y de pequeño científico te hayan llevado a preguntarte que, si el agua es tan imprescindible… ¿de dónde demonios la sacan las especies marinas, más en concreto los mamíferos que viven en su medio?

Sea como fuere y sea lo que sea que hayas leído al respecto de obtener/recuperar salud a través de la ingesta de agua de mar no hagas ni repajolero caso, tienes más probabilidades de ponerte malito que de mejorar. Por otro lado, si eres un naufrago que está leyendo estas líneas y estás a la deriva con cientos de millas de agua de mar en todas direcciones, sin una gota de agua potable que llevarte a los labios y, curiosamente, con una conexión a Internet para poder acceder a este post, ni se te ocurra tratar de beber agua de mar para aplacar tu sed. El remedio será peor que la enfermedad, te deshidratarás antes que no bebiéndola y por tanto, antes también, es probable que fallezcas por deshidratación.

En este post y el siguiente voy a abordar (bonito verbo este de “abordar”, muy a colación del tema) diversas dudas a cerca del consumo de agua de mar, algo que tristemente hay quien está tratando de poner de moda y defiende a capa y espada (casi literalmente tal y como veremos mañana). Pero hoy no.

Hoy toca aclarar porqué no podemos (en realidad “debemos”) beber agua de mar para aplacar nuestra sed, y de dónde sacan entonces el agua precisa para sobrevivir aquellos seres vivos que siendo mamíferos como nosotros viven en el medio marino.

Necesitamos agua y necesitamos sal ¿podemos entonces beber agua de mar?

La respuesta ha de ser clara: no. De ninguna de las formas, salvo que queramos tener un problema a corto plazo. El agua de mar es unas tres veces más concentrada en sales que nuestro plasma sanguíneo, una sangre muy similar en su concentración salina a la de todas las especies de mamíferos ya sean marinos, anfibios o terrestres. Así, si se bebe agua de mar se habrá de eliminar este exceso de sal produciendo una orina extremadamente salada (concentrada).

Nephron_illustration

La producción de orina en los riñones requiere de un primer paso de filtración en el glomérulo renal. En este proceso se “microfiltra” todo el plasma sanguíneo, incluyendo el agua y pequeñas moléculas como sales, pero no así las moléculas más grandes, ni tampoco evidentemente las células sanguíneas. A continuación hay que recuperar gran parte de esa agua “microfiltrada” y esta acción se lleva a cabo en el “asa de Henle” un largo túbulo a través del que se reabsorbe el agua. A mayor longitud del “asa de Henle” mayor capacidad tendrá esa especie de recuperar agua y mayor será por tanto la concentración de su orina.

La realidad nos dice que nuestros riñones tienen la capacidad de producir orina con una concentración ligeramente inferior a la del agua de mar, por tanto, si alguien bebe demasiada agua de mar, se desprenderá de más agua al orinar que aquella que bebió con el fin de librarse del exceso de sal.

Así pues, paliar la sed bebiendo aunque sean pequeños sorbos de agua de mar implica dar comienzo a un peligroso círculo vicioso: cuanta más se beba, más deshidratación y por tanto sed se padecerán. Como decía el infernal profesor de lengua de un amigo (@jesusmnavarrol): Segunda sed bebe quien bebe agua salobre.

Y los mamíferos marinos ¿beben agua de mar?

La respuesta rápida, sin complicaciones es: no. Si nos queremos complicar un poco la vida habría que decir que muy puntualmente algunas especies sí, pero no es lo habitual.

Entonces, si no beben agua y orinan (porque orinan) ¿de dónde sacan el agua para reponer la que excretan con la orina?

La respuesta rápida es: de la comida y, además, del agua procedente del metabolismo interno fruto de la obtención de energía a partir de los conocidos como principios inmediatos (grasas, proteínas e hidratos de carbono) ya que el agua es uno de los subproductos de este metabolismo.

Vamos con la explicación un poco más detallada: salvo un par de excepciones conocidas (manatíes y dugones), todos los mamíferos marinos son carnívoros y se alimentan de peces, plancton, krill, etcétera (dependiendo de la especie) que en definitiva son productos con un contenido de sal similar al de su propia sangre (o al de la nuestra) obteniendo el agua de aquella que se denomina “agua de constitución” de los alimentos que ingieren y evitando por completo el deshacerse del exceso de sal que supondría el ingerir agua de mar.

La cosa cambia de forma importante en el caso de los mamíferos marinos herbívoros (manatíes y dugones), ya que al fin y al cabo su alimento consta de una salinidad muy similar a la del agua de mar, una circunstancia pareja a lo que les sucede a crustáceos y moluscos (aunque estos evidentemente no sean mamíferos) que se alimentan de vegetales marinos. Centrándome en el caso de estos mamíferos se han observado bucles más largos en el “asa de Henle” mencionada, lo que les permitiría a estas especies, y solo a ellas, recuperar más agua a base de concentrar más su orina.

Para terminar, una curiosidad ¿beben agua dulce los mamíferos marinos?

Pues aunque te suene a chufla algunos sí que lo hacen cuando se les presenta la ocasión. Por ejemplo, se ha observado con frecuencia este comportamiento entre los manatíes de las salinas de Florida cuando se acercan a beber de una manguera abierta de la que brota agua dulce. Además también se sabe que algunas focas “comen” nieve con el fin, se supone, de aportar una cierta cantidad de este tipo de agua.

A pesar de lo dicho, aun sigue habiendo bastantes dudas sobre cómo consiguen este tipo de animales el equilibrio hidrosalino viviendo en el medio en el que viven, al menos de los detalles más finos de dicho metabolismo. De lo que no cabe la menor duda es que, para nosotros, “segunda sed bebe quien bebe agua salobre”.

Mañana, como no podía ser de otra forma, “la dieta del delfín” (sí, como lo oyes) y sobre los supuestos beneficios de beber agua de mar.

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Imagenes:  1 Charisma vía freedigitalphotos.net; 2 Burton Radons vía Wikimedia Commons

¿Es el azúcar veneno?

Azúcar_Grant CochraneLa opinión sobre el consumo de azúcar está francamente dividida. Por un lado hay personas que criminalizan su consumo como si de un veneno tal cual se tratara y, por el otro hay quienes la santifican como una fuente de energía rápida e incluso la asocian a una sensación de felicidad.

En mi opinión ni una cosa ni la otra. Como ya comenté en la entrada “La falacia de catalogar los alimentos en buenos y malos” la bondad o maldad de estos vendrá marcada más por el uso que de ellos hagamos en términos de frecuencia y cantidad que de la propia naturaleza del alimento en sí. De vuelta a Paracelso recuerda que “Todo es veneno, nada es veneno. Sólo la dosis hace el veneno” una frase que se le puede y debe aplicar tanto al azúcar que hoy saco a colación como a cualquier otro alimento.

Este posicionamiento que queda muy bonito sobre el papel es preciso matizarlo haciendo constar que en la actualidad tenemos una sobreabundancia de alimentos superfluos que incorporan el azúcar en su composición de forma masiva. A veces como único nutriente, con el paradigmático ejemplo de los refrescos (aquellos que no incorporen edulcorantes artificiales) y en ocasiones como ingrediente principal o mayoritario. Incluso en alimentos sobre los que a priori la población general no cree que sean especialmente ricos en azúcar. El caso es que, al final, consumimos mucho más azúcar que el que sería conveniente o que por lo menos sería el recomendado. Dejando de momento a un lado el tema de los refrescos (ya he hablado en anteriores entradas largo y tendido) merece la pena que veamos otros casos de hasta qué punto el azúcar puede llegar a estar presente en nuestra alimentación.

Uno de los ejemplos lo tenemos en un conocido producto cuyo eslogan publicitario más famoso hace referencia a sus ingredientes en la forma de: “leche cacao, avellanas y azúcaaaaar…” Pues bien, resulta que cuando se consulta su lista de ingredientes el primero de todos, el más abundante es el azúcar (y seguido de las grasas vegetales) hasta el punto que los tres primeros ingredientes del eslogan no llegan a sumar más del 15% de su composición. Es decir, mucho azúcar y mucho de otros ingredientes (las grasas vegetales) que así a bote pronto y sin dar más explicaciones, no destacan por su especial interés nutricional. Hasta el punto que el azúcar y las grasas vegetales suman cerca del 87% de su composición según la lista de ingredientes. Para más información puedes consultar esta entrada en el blog “Esto no es comida” en el que me he apoyado para traer este ejemplo.

Otro más son las galletas. Sí, en general todas ellas. Incluso suele dar igual que sean del tipo “super-sanas”, integrales o que ayuden a reducir tu colesterol. Al final, como podrás comprobar al leer sus ingredientes en el lineal de tu supermercado más cercano el azúcar en muchas ellas es si no el ingrediente principal sí uno de los primeros (segundo o tercero como mucho). Según un estudio de Consumer, por término medio y dependiendo de la marca, a las galletas del tipo “maría” se les añaden importantes cantidades de azúcar, hasta un 17%. Una cifra que se multiplica por dos o incluso por tres en el caso de las típicas galletas con rellenos diversos (chocolate, crema de chocolate blanco o de vainilla, etc.)

A este tipo de alimentos se les suman muchos otros a la hora de hacer balance de la cantidad de azúcar que podemos llegar a ingerir en el día. Además de los caramelos, chocolates varios y golosinas (como puedes imaginar) es importante considerar también las mermeladas, salsas preparadas y alimentos de los que en principio no se suele sospechar demasiado como los cereales de desayuno, el cacao soluble, los zumos y bebidas “para deportistas”.

A este panorama de superpresencia azucarera se suma la presión de los distintos holdings alimentarios para vendernos sus almibarados productos. Es lo que trata de poner de relieve este esclarecedor documental titulado “Sobredosis de azúcar” y que te recomiendo que veas sin perder detalle cuando dispongas de 55 minutos.

En líneas generales hay una especial sensibilidad con este tema, hasta el punto que determinados productos tienen vetada su presencia en colegios y centros educativos por su escaso valor nutricional en virtud de su abundancia en azúcares entre otros criterios. En España, contamos con un Documento de consenso sobre la alimentación en centros educativos que regula estos aspectos. Otros países también hacen parecido, como por ejemplo Estados Unidos. Aunque la foto que ves a continuación ilustra una campaña para prohibir el uso de las armas en ese país (una campaña de Moms demand action!) se juega a que el destinatario adivine cuál de los dos niños de la foto sostiene en sus manos un producto que ha sido “prohibido” para su protección. Evidentemente el niño que porta el elemento “prohibido” (o al menos regulado) es el que tiene un huevo de chocolate.

Choose-One_Kinder-Egg

En resumen. Los españoles nos metemos para el cuerpo demasiado azúcar. Tal y como puso de relieve la encuesta ENIDE 2011 sobre hábitos de consumo en España, es destacable que alrededor de un 20% de nuestra ingesta energética se realiza a partir de hidratos de carbono simples, es  decir de los denominados azúcares. Una cifra a tener en cuenta cuando la mayor parte de instituciones sanitarias aconsejan reducir el consumo de este tipo de nutriente a menos del 10% de la ingesta energética diaria.

El otro día oí de nuevo (no recuerdo a quién) esa frase que me parece tan clara y reveladora que dice que más nos valdría comer como un diabético para, precisamente, no llegar a serlo.

De nuevo mi mantra, tal y como dice Madre reciente: no comas mucho de aquello que necesita de publicidad para venderse. No es la clave definitiva, pero con él evitarás muchos alimentos superfluos y con estos muchos azúcares.

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Foto 1: Grant Cochrane via FreeDigitalPhotos.net

Foto 2: http://momsdemandaction.org

La campaña de NY contra la comida basura: Centros sanitarios en el punto de mira

El consistorio de Nueva York con su alcalde Bloomberg a la cabeza sigue con su batalla particular contra la excesiva oferta alimentaria de productos poco recomendables. Poco recomendables al menos para que estén presentes en determinados sitios y en la medida que lo están. Se trata en líneas generales aquellos más azucarados y con más grasas. En esta ocasión, sin embargo, parece no tanto el desterrarlos o prohibirlos en su totalidad (más le vale que no sea así ya que encontraría una todavía más fuerte oposición) pero si por lo menos minimizar su presencia en determinados entornos “sensibles”.

En esta ocasión se pone en la picota la oferta alimentaria de los centros sanitarios y los hospitales ya sean públicos o privados. Algunas opiniones acordes con este tipo de medidas afirman que resulta un contrasentido el que algunos pacientes estén por ejemplo esperando un tratamiento para su obesidad y mientras se están atiborrando de chocolatinas y refrescos procedentes tanto de la cafetería del centro sanitario como de las máquinas expendedoras.

Esta iniciativa, a diferencia de las meramente prohibicionistas, tiene algunos detalles que me parecen bastante interesantes. Por un lado implica a los servicios de cafetería en los que además de relegar los alimentos fritos y aquellos más procesados a un segundo plano, de manera obligada se va a promover el aumento de la oferta con el fin de poder encontrar entre esta opciones más saludables. De este modo, aunque no lo crean, saltan a la palestra alimentos típicamente españoles tal y como se puede leer en algunos medios estadounidenses (pollo mediterráneo con tomates y olivas, y la española paella) además de ensaladas, pollo tandoori, etc. Lo que más me gusta es que las opciones más beneficiosas (frutas, verduras, etc.) cuenten con un descuento especial. Es decir, “premiar” con el precio las opciones más saludables en vez de “castigar” con un impuesto especial o un sobreprecio los productos o raciones “menos adecuadas”. Así sí que me gusta más: ¿ustedes no están acaso hartos de que toda medida reguladora pase por subir precios, de lo que sea, de lo que toque? Ya se podrían aplicar el cuento por estos lares. Las medidas en las cantinas incluyen la posibilidad de poder optar por medias raciones incluidos los bocadillos y que además, al menos la mitad de ellos se presenten hechos con pan integral.

 

Y por otro lado, además de la oferta cafeteril, está el de las máquinas expendedoras. No se trata de proscribir artículos en este tipo de dispositivos ultra-abundantes, la idea es ampliar la oferta de forma que entre sus lineales (las opciones de cada una de las máquinas) no haya más de dos posibilidades de encontrar bebidas azucaradas en formato XL y que incluyan más “lineales” de agua. Al mismo tiempo, aquellas máquinas que contengan chocolatinas y aperitivos típicamente fritos habrán de ir haciendo sitio a otros posibles picoteos más saludables tipo barritas de cereales, frutos secos, etc. (aunque la verdad sea dicha no sé yo si con este cambio van a solucionar el tema de las calorías, ya que el aporte energético de las “nuevas” alternativas puede asemejarse mucho al de las “viejas”). Además, las opciones menos saludables deberán colocarse en los lineales inferiores de la máquina expendedora, dejando a la altura de los ojos, a primera vista las mejores posibles elecciones.

En resumen, este tipo de medidas me gustan. Son aquellas que tratan más de “bonificar” y facilitar las buenas elecciones entre los consumidores que de aquellas otras promovidas a base de subir impuestos o poner una tasa especial en lo “que no te conviene”. Igualito que por aquí.

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Foto 1: Delishus Demon

Foto 2: S.C. Axman

Foto 3: luxuryluke

No tomarás el nombre de la fruta en vano: la falacia de las gominolas «con fruta»

 

Con cara de bobo me quedé el otro día cuando al más puro estilo «la vieja’l visillo» llegó una conversación a mis oídos entre un par de madres del colegio de mis hijas. La situación, una de las más corrientes: en el patio, por la tarde y tras las clases, madres y padres nos afanábamos por hacer llegar la merienda a nuestras respectivas proles. Ya saben, lo de siempre: bocatas para unos, bollería para otros, galletitas, chocolatinas con regalo incorporado para otros más y entre tanta opción, además, sanísimos zumos multifrutas, batidos de mil colores y sabores siempre, eso sí, enriquecidos con las mil y una vitaminas, y muy poca agua en circulación.

Los padres y madres que saben de rebote a qué me dedico me miran de reojo, muchas veces con recelo y otras tantas como si representara a la Santa Inquisición. Eso los que me conocen poco y mal. Porque los que bien me conocen saben que me trae al pairo lo que cada uno haga con sus domésticas cuestiones alimentarias. De vez en cuando se dejan caer comentarios en voz alta al respecto de qué es más idóneo para merendar, comentarios que se hacen con toda la intención de que yo los aclare. Pocos son los que se acercan de forma franca y sincera para preguntarme la opinión sobre algún producto determinado.

En fin, el caso es que tal y como les decía me enteré de una conversación que me puso los pelos de punta, les cuento:

  • Madre 1: Toma Jaimito (a su hijo), cuando te termines la merienda te puedes comer estas gominolas. ¡Cuando la termines, no antes!
  • Madre 2 (con cara de asombro): ¡Pero cómo se te ocurre darle al niño gominolas para merendar!
  • Madre 1: ¡Ah! ¿por lo de los dulces te refieres? No te preocupes, estas son unas gominolas “especiales”. Además de que le encantan yo estoy contenta por que tienen fruta y son sanísimas… ¿lo ves? lo pone aquí.

Me quedé helado. Lo primero que pensé es que eran gominolas caseras, si acaso frutas escarchadas o algo así; pero cuando miré haciéndome el distraído comprobé que de eso nada, eran gominolas de una conocida marca comercial y pensé: ¿se creerá de verdad «madre 1» lo que está diciendo?

Evidentemente pasé olímpicamente de sacarla de lo que yo consideraba un error a todas luces y un despropósito el pensar que ese tipo de gominolas pudieran representar un aporte significativo de fruta en la dieta del… de cualquiera. Así que me guardé la opinión para mis adentros y tras comentárselo a mi mujer (a la que casi le da un ataque de risa) me fui directo al supermercado más cercano con la sana intención de hacerme con un paquete de las consabidas gominolas y comprobar por mí mismo la realidad. Ya en el súper no solo me hice con un paquete de estas si no además con unos caramelos blanditos bien conocidos que también hacían alegaciones similares al contenido de fruta en su producto.

¿Qué cantidad de fruta tienen las chucherías que anuncian que tienen fruta?

Sinceramente no he hecho un análisis detallado del mercado pero les traigo estas dos etiquetas para que vean: Primero, qué tipo de alegación hacen estos dos fabricantes en relación a la fruta y; segundo que comprueben según su lista de ingredientes la veracidad de dicha publicidad.

Esta foto es la de las gominolas en cuestión y la transcribo a continuación (atentos al lugar en el que aparece el zumo procedente de concentrado y su cantidad):

«Jarabe de glucosa, azúcar (34,4%), dextrosa, agua, humectante, jarabe de sorbitol, almidón de maíz, gelatina, sólidos lácteos; 7% zumo de frutas procedente de concentrado (cereza, limón, piña, fresa, naranja, manzana), ácidulante: ácido cítrico [según norma CE  a este aditivo se le llama  antioxidante E-330], gelificante: pectina [según la misma norma a este aditivo se le llama E-440], correctores de la acidez: citrato de sodio [según norma CE este es el antioxidante E-331], aromas [¿?], concentrados de frutas y plantas (grosella negra, baya de sauco, aronia, uva, naranja, limón, mango, fruta de la pasión), colarantes (curcumina [aditivo con el código CE de E-100], cochinilla [E-120], complejos cúpricos de las clorofilinas [E-141]), jarabe de azúcar invertido». Ahí es nada.

Creo que para el entendimiento del consumidor medio debería quedar bastante claro qué:

No hay zumo de frutas en los ingredientes de las gominolas, lo que hay es zumo obtenido de «extracto de frutas» y poco…

La cantidad de este zumo obtenido de extractos está en una proporción según el fabricante del 7% (¡caramba!) lo que hace irrisoria la cantidad de fruta de verdad en las gominolas (no está presente en dosis homeopáticas… pero poco le falta),

En la bolsa se alega además que carecen de conservantes y de colorantes artificiales. Y es cierto, pero por si acaso «los malos entendidos» se ha obviado toda mención la nomenclatura CE de los aditivos autorizados en base al código «E» y presentes en las gominolas. Yo los he incluido entre corchetes en la relación de ingredientes transcrita. A este respecto el Real Decreto 1334/1999 sobre el etiquetado dice qué:

«Los ingredientes que pertenezcan a una de las categorías enumeradas en el anexo II [es decir, la mayor parte de aditivos, incluidos los de estas gominolas] se designarán obligatoriamente con el nombre de dicha categoría, seguido de su nombre específico o de su número CE«

Es decir, dada la legal disyuntiva han preferido evitar mencionar los famosos «E» que tan mala prensa tienen en un «por si acaso». A pesar que esta mala fama es en la mayor parte de los casos injustificada y en una pequeña parte, al menos controvertida.

En mi opinión estas alegaciones contravienen ya no sólo la lógica en el momento que dicen poseer fruta a título práctico (¿de verdad alguien cree que hay algún beneficio constatable similar al del consumo de fruta al escoger estos productos?) si no también la legislación actual. En el Reglamento Europeo relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos se dice en el artículo 5 qué:

“El nutriente u otra sustancia acerca del cual se efectúa la declaración [ha de estar] contenido en el producto final en una cantidad significativa tal como se define en la legislación comunitaria o, en los casos en que no existan normas al respecto, en una cantidad que produzca el efecto nutricional o fisiológico declarado, establecido mediante pruebas científicas generalmente aceptadas […]

[…] la cantidad del producto que cabe razonablemente esperar que se consuma proporciona una cantidad significativa del nutriente u otra sustancia a que hace referencia la declaración […]»

Señores fabricantes ¿serían tan amables de aclarar qué cantidad de caramelos o de gominolas habrá que comer para llegar a obtener un beneficio significativo similar al de comer fruta? Lo pregunto porque si la cantidad es razonable entonces me trago mis palabras… pero me temo que no.

 

En el caso de la marca de los caramelos «blanditos», al menos tienen la decencia de anunciar en el envase que los caramelos tienen zumo procedente de concentrado. Pero no se lo pierdan, la cantidad es del 0,4% (¡!)

 

Entonces, después de este para mí flagrante incumplimiento de la legislación en el etiquetado la pregunta que muchas veces me hacen es ¿por qué se permiten este tipo de cosas, por qué no se denuncian, por qué llevan haciéndolo así durante tantos años?

Mi respuesta es clara. No lo sé. Quizá el consumidor medio sea “poco importante” para la administración, o haya cosas más importantes en las que esta se mantiene ocupada. Desde luego yo no me voy a meter a denunciar a nadie más allá de las consecuencias de este blog. Otra cosa es cuando hay algún afectado directo. Me explico.

¿Se acuerdan del caso de las patatas fritas que no tenían aceite de oliva en su composición? El caso, no sé si recuerdan, es que en el año 2002 una conocida marca de patatas fritas sufrió una mediática condena por anunciar que en su receta el ingrediente “esencial” era el aceite de oliva cuando se demostró (tras la correspondiente denuncia) que tan solo el 2% del aceite presente en aquellas patatas era de oliva. ¿Quién denunció en aquel caso? Una marca de la competencia que sí incluía al parecer una cantidad significativa de aceite de oliva en su receta.

Pero no se lo pierdan, esta sentencia no hizo alusión al engaño per se al que se le induce al consumidor, si no a la competencia desleal del denunciado frente al denunciante. En la propia sentencia se puede leer que el denunciado incurre en competencia desleal al haber  “vulnerado la libertad de decisión del consumidor, que presupone no ser inducido a error sobre cuestiones relevantes que pueden contribuir a ella”.

Desde hace un tiempo sin embargo, la marca denunciada en su día ha vuelto a hacer alegación al contenido en aceite de oliva de sus patatas, pero esta vez manifestando que es el único aceite que ha intervenido en su composición

Así pues, mientras nadie de la competencia se sienta desplazado por esta, a todas luces, poco afortunada publicidad sobre el contenido de fruta en las gominolas y caramelos, me parece que nos queda «fruta» para rato. Y mientras, una buena parte de los consumidores seguirán obnubilados con esta alegación o simplemente aplacando su mala conciencia al aportar con cierta frecuencia a sus hijos determinadas chucherías… Y es que tienen fruta, ¿lo ves? Lo pone aquí.

 

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El valor calórico de comer en el McBurger

Nunca me ha molado el tema de contar calorías, lo aseguro y de ello pueden dar fe quienes bien me conocen. Pero el caso es que soy dietista-nutricionista y de una forma u otra trabajo con ellas.

No son pocas las ocasiones en las que, buscando el origen de tanta obesidad en nuestro entorno, se han puesto en el punto de mira las numerosas franquicias de comida rápida que nos rodean (pizzerias y hamburgueserías como epítome pero hay muchos más establecimientos de este tipo). Así, no hace mucho más de 10 años una corriente popular demandó que estos «restaurantes» (entre comillas por que no deja de ser curioso que tú te sirvas la comida y que tú también recojas la mesa) hicieran público los valores nutricionales de sus productos. La iniciativa más conocida, aunque solapada o en segundo plano, se pudo ver en la película-documental «Super size me» de 2004. Aquí lo tienen al completo y en español. Vayan a por las palomitas y no se lo pierdan (es más de una hora y media, muy entretenida eso sí)

El caso es que sea por una cosa o por otra, al menos las dos franquicias más pudientes (al menos por aquí) de comida rápida se decidieron a hacer pública la mencionada información.

Hoy voy a tratar de ofrecerles una muestra orientativa del balance calórico con el que se suele saldar el pasar por este tipo de franquicias o de “restaurantes”, y lo más chocante es que al utilizar sus propios datos para hacer el análisis de dos menús tipo, estos no salen muy bien parados que se diga. Y eso teniendo en cuenta sólo el valor calórico y dejando de lado la proporción de nutrientes, la cantidad de garsas saturadas, fibra y demás.

Bien, dos consideraciones importantes antes de empezar:

  • Hay que entender que el valor de una única comida poco tiene que ver con el resultado de que alguien pueda estar más o menos grueso o más o menos delgado. Tal y como apunté en esta entrada, nuestro estatus ponderal, la composición corporal va a depender en gran medida de nuestro estilo de vida. Si este  se caracteriza por el exceso calórico, es probable que luzcamos “pletóricos”; y si es más ajustado, pues lo más probable es que se esté más normal o llegado el caso, incluso delgado.
  • Los cálculos del valor calórico de las distintas ingestas que posteriormente realizaré se harán con la fuente de datos que las propias cadenas facilitan. En este caso me centraré en las hamburgueserías más conocidas, esta es la primera y esta es la segunda.

Lo cierto es que los cálculos solo los voy a hacer con la primera, más que nada porque su web es mucho más sencilla y la de la segunda es farragosa como ella sola. No obstante en descargo de la segunda, diré que la información nutricional de todos sus productos, además de en la web enlazada, se encuentra impresa en los «manteles» de papel con los que se cubren sus bandejas.

 

 

Bien, sin mayores complicaciones se puede acceder desde la página de inicio al enlace de “nutrición y alérgenos” y una vez aquí, dirigirnos a “información nutricional” y pinchar en “configurador BK”. En esta página se nos ofrece la posibilidad de contabilizar las calorías, además de algunos nutrientes que tendría un menú concreto a base de poder elegir entre las distintas opciones de hamburguesas, tapas, ensaladas, bebidas y postre.

Me he tomado la molestias de «planificar» y resumirles dos menus tipo: uno “sin mirar” demasiado lo qué se pide (le llamaré “estoyquemesalgo”) y el otro siendo uno todo lo tiquismiquis que se pueda (y que llamaré “light-obsession”). Pero eso sí, en los dos menús hay que pedir al menos un ítem de cada una de las 5 opciones (y aliño para la ensalada).

Este es el resumen calórico, insisto según los datos de la primera franquicia:

Pues sí, están leyendo bien, en el primero de los casos cerca de 2.800kcal en una sola comida; y optando por el que menos calorías tiene, imposible bajar de las 1.000kcal. No está nada mal. O sea que es un exceso se mire por donde se mire, aunque claro, alguien dirá que no hay porqué coger de todo.

Para los que quieran intentarlo, a la segunda de las franquicias, se accede desde aquí, y desde la pantalla de inicio hay que ir a «información nutricional» (lo más fácil abajo a la derecha en la página de inicio) y de ahí pinchar en el enlace que te sugiere tal cual www.mcdonaldsmenu.info, contestar tu país de origen, decidir si quieres los cálculos personalizados, para adultos o para niños, aclararte con la inacabable colección de iconos incomprensibles que aparecen y dejarte los ojos en una aplicación compleja como pocas he visto… es decir, hay que tener muchas ganas de conocer la información nutricional de lo que has comido o vas comer en esta franquicia. Lo más probable es que se te quiten las ganas antes de acabar.

 

Lo dicho; poco pasa por utilizar este tipo de opciones de forma puntual. El verdadero problema es que junto con ellas coexisten muchas otras «soluciones» también rápidas, y que claro está, dificultan en grado sumo el poder seguir una alimentación equilibrada sobre todo si se abusa de ellas.

¿Y qué es abusar de ellas? Pues en el documental que antes les he comentado sale una encuesta en la que se hace  esta misma pregunta o parecida a 100 dietistas estadounidenses: ¿cada cuanto tiempo sería adecuado o tolerable pasar por este tipo de franquicias? Y la respuesta mayoritaria fue que nunca o casi nunca. Por si se lo están preguntando, creo que un servidor puede contar con los dedos de las dos manos las veces que se me ha visto en una de ellas. Y lo cierto es que en lo que me queda confío que me baste con los de los pies.

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Foto 1:Vanessa Pike-Russell

Foto 2: Paul Watson

Ortorexia: la excelencia alimentaria pasada de rosca

Teniendo en cuenta las alarmantes cifras de sobrepeso y obesidad en nuestro entorno y siendo conscientes de los graves trastornos que para la salud propicia el exceso de peso, parece que una sana preocupación por el qué, cuánto y cómo comer no debiera ser mala cosa.

Pero esta preocupación puede tornarse enfermiza y entonces se puede pasar del fuego a las brasas, o “de Guatemala a Guatapeor” que decía aquel. El meollo de la cuestión está en la intensidad de dicha preocupación: hacerla discurrir racionalmente sería adecuado, y pasarse, hasta llegar a la obsesión, enfermizo. Cuando alguien rechaza sistemáticamente los alimentos porque no son “suficientemente sanos”, o bien comienza a saltarse las comidas con familiares o amigos, o prescinde de comer cualquier cosa que no haya preparado él o ella misma, o pasa de los alimentos que tiempo atrás consumía, o simplemente no se atreve a comer nada que no haya preparado con sus propias manos, se puede estar sufriendo de un desorden alimentario emergente (aunque ya no tanto) llamado ortorexia.

El origen del término

Para quien sea la primera vez que oye hablar de ortorexia y le suene a chino -o a griego hablando con más propiedad- hay que aclarar que más que un término nuevo, lo que sí se puede decir de él es que es moderno. Parece que todo el mundo coincide en que esta terminología se empezó a poner en circulación allá por 1997 gracias a Steven Bratman, un médico norteamericano que sufrió en primera persona los efectos de este trastorno y que bautizó con el nombre de ortorexia (del griego orthos -correcto- y orexis -apetito-). No obstante la obsesión por “comer lo correcto” puede expresarse de formas diversas: Están los que buscan la excelencia en la ausencia total de las grasas, los que no comen carne, los que sólo prueban alimentos de origen ecológico, los que sólo comen alimentos light, los que rechazan cualquier alimento envasado, etc. llegando a sinsentidos tales como el obsesionarse con los recipientes que han de contener los alimentos que van a ingerir y que normalmente, en estos casos, sólo pueden ser de madera o cerámica.

 

La clave: el grado de preocupación

Coloquialmente se entiende por ortorexia aquel trastorno de la conducta alimentaria que sufren aquellas personas que experimentan una preocupación desmedida por alimentarse de una forma sana y equilibrada. Lo cierto es que no hay nada de malo en el hecho de preocuparse sobre el qué y cómo comer; pero lo característico de este caso radica en la intensidad de esa preocupación, que hablando de ortorexia se torna en una obsesión en su más estricta acepción psiquiátrica. Una persona con un comportamiento ortoréxico condiciona su realidad al hecho alimentario, anteponiéndolo a su vida social, familiar, laboral, etc. Así que para estas personas el hablar de banquetes de boda, tapeo dominical, comida en un restaurante… puede llegar a suponer un motivo que provoque un deterioro de las relaciones sociales que puede desembocar en círculo vicioso difícil de romper ya que tratan de llenar ese vacío con normas autoimpuestas cada vez más estrictas relativas a la comida.

 

Pero este ostracismo social es sólo uno de los posibles perjuicios; además, quienes padecen de ortorexia suelen empezar por eliminar determinados grupos de alimentos en su dieta (son frecuentes los lácteos o los cereales) para, más tarde, eliminar otro grupo y luego otro. Todo ello en la búsqueda de una dieta «perfecta» limpia y saludable. Por tanto, en algunos casos severos, la ortorexia podría conducir a una cierta malnutrición por déficit de algunos nutrientes esenciales en la dieta.

Las -posibles- causas

Me imagino que la mayoría de ustedes convendrá en que en la actualidad existe una especial susceptibilidad para todos aquellos aspectos relacionados con la salud y, en este sentido, prácticamente todo el mundo conoce que existe una relación, más o menos estrecha entre alimentación y salud. Para ello y engre otros elementos no hace falta más que fijarse en la cantidad y contenido de los anuncios de alimentos o bebidas, y ver en cuántos de ellos se hace algún tipo de alegación sobre lo bueno que es comer esto y no lo otro. Una publicidad que en estos temas ha experimentado tal desarrollo que ha propiciado la creación de una normativa específica. Quizás aquí radique uno de los elementos propiciadores de la ortorexia. Con mucha frecuencia se adoptan conductas mediatizadas por un torrente de información descomunal y que al mismo tiempo es contradictorio, sesgado y/o contrario a las recomendaciones en materia de salud y alimentación. Este elemento resulta paradójico ya que con la ortorexia se persigue una mejora de la salud y sin embargo, con cierta frecuencia, se siguen conductas que a la larga resultan dañinas.

Otro elemento importante al abordar las posibles causas del trastorno es la información con la que cuentan estas personas en materia de nutrición, alimentación y salud para terminar por generar su obsesión. A pesar de contar con una importante cantidad de conocimientos estos no suelen ser los más adecuados y con frecuencia están distorsionados. Y es que, además de que la publicidad no debe ser tomada como una fuente confiable de información, las personas con este trastorno recurren no poco frecuentemente a revistas de divulgación general, blogs o páginas de internet con contenidos de escasa calidad.

Cómo saber si nuestro comportamiento alimentario es razonable

El llamado test de Bratman propone unas sencillas preguntas con la que poder orientarse a la hora de identificar este tipo de trastornos y su intensidad. Las preguntas serían las siguientes:

  1. ¿Pasa más de tres horas al día pensando y confeccionando una dieta sana?
  2. ¿Se preocupa más de la calidad de los alimentos que del placer y el disfrute de comerlos?
  3. ¿Disminuye su calidad de vida a medida que aumenta la calidad de su dieta?
  4. ¿Se siente culpable cuando se salta el régimen?
  5. ¿Planifica con todo detalle las comidas con varios días de antelación?
  6. ¿Su manera de comer le distancia de amigos y familiares?
  7. ¿Se ha vuelto más estricto consigo mismo?
  8. ¿Aumenta su autoestima cuando come alimentos sanos?
  9. ¿Gasta mucho dinero en productos ecológicos?
  10. ¿Renuncia totalmente a comer determinados alimentos por ser “malos”?

 

Según su diseñador, si se contestan afirmativamente a 5 de estas cuestiones conviene hacer una reflexión y relajarse en aquellos aspectos involucrados en la alimentación. Contestar afirmativamente 9 ó 10 indica que se sufre una obsesión importante por la alimentación y requiere de tratamiento especializado.

En conclusión: Un trastorno de la conducta

En mi opinión la ortorexia, no es una enfermedad nueva, si no más bien un nuevo nombre con el que se ha adjetivado un trastorno mental. Digo esto porque, hablando de trastornos de la conducta, la enfermedad es siempre similar, los síntomas son los que cambian. Los síntomas, las conductas concretas, van en función de las modas, es decir, de las circunstancias que en un momento dado se nos presenten como elementos clave. Algunas personas tendentes hacia las conductas obsesivas las encontramos majaras perdidos buscando naves extraterrestres en el triángulo de las Bermudas o, algo más mundano, obsesionados con la simetría de sus pobladas patillas cortadas en forma de hacha, por decir algo. Esto es lo que propicia que ni tan siquiera la OMS haya reconocido el término ortorexia. Ante estos casos, más que un dietista-nutricionista se hace indispensable la intervención de un especialista en trastornos de la conducta. O mejor aún, un equipo de especialistas que aborden el problema en todas sus dimensiones.

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Foto 1: Preston Digital Archive

Foto 2: jazzijava

Foto 3: Shawn Econo

China considera saludable y segura la comida rápida

 

Opino que la población occidental tiene bastante bien interiorizado que la comida rápida, así en general, no es especialmente saludable  (ahora es cuando ustedes evocan sus hamburgueserías, pizzerías y demás franquicias favoritas). En este sentido, cuando a uno le piden que escoja imágenes relacionadas con la alimentación saludable lo más habitual suele ser que se dejen a un lado las de las grades cadenas por todos conocidas, las que se acaban de imaginar más o menos. Y es que no será por casualidad que en muchas ocasiones este tipo de comida, la denominada rápida, se confunda o se asocie con otro adjetivo de tintes mucho más peyorativos, la comida basura.

Pues bien en China no es así, si no todo lo contrario. Los consumidores chinos confían en las genuinas marcas americanas más que las suyas propias, según sostiene Shaun Rein, fundador de China Market Research, que estudia el comportamiento de los consumidores chinos. Por ejemplo, Rein afirma que según sus estudios, en China, la multinacional McDonald es contemplada como un proveedor de alimentos tanto seguros como saludables.

Para lograr lo que para muchos de nosotros es un hecho insólito, las últimas campañas comerciales de la multinacional están cuajadas de imágenes en las que se hace un especial hincapié en la presencia de verduras de brillantes colores, tomates frescos rociados por una fina lluvia (similar a algunos que ya pudimos ver hace años). A pesar de que muchos de los potenciales consumidores conocen que este tipo de comida tiene un alto contenido en grasa y azúcares, es preciso considerar que al hablar de China implica hablar de un país en el que los escándalos alimentarios (en especial los referidos a la seguridad) son el padrenuestro de cada día (el caso más palmario fue el de la melamina en la leche, pero hay muchos más). Con este panorama no es de extrañar que la población asocien las marcas occidentales de comida como aquellas con un estándar más alto, al menos en lo que se refiere a su seguridad.

Pero una cosa es la seguridad alimentaria y otra muy distinta la saludabilidad. Desde la perspectiva occidental y tradicional los chinos siempre han sido identificados como una población delgada cuando no famélica (¿se acuerdan de las huchas del Domund con la imagen de un oriental?). Cierto es que los tópicos suelen ser peligrosos al invitarnos a generalizar y con ello a cometer errores, pero es igualmente cierto que suelen tener algo de verdad y, en este caso, los datos estadísticos apoyan y prueban que la población china está engordando a un ritmo pocas veces observado. De hecho la edición china del prestigioso British Medical Journal se hizo eco ya en 2006 de un estudio que sostiene que en el periodo de tiempo comprendido entre los años 1985 y 2000, el número de niños con sobrepeso y obesidad se ha multiplicado nada más y nada menos que por 28. El investigador de este artículo considera que entre las causas de este espectacular crecimiento se encuentran fundamentalmente los cambios en una alimentación cada vez más occidentalizada, la falta de ejercicio de una población acostumbrada a trabajar físicamente para poder comer y un incremento en el uso de vehículos para realizar unos desplazamientos que anteriormente se realizaban a pie. ¿Son las altas cifras de obesidad un peaje obligatorio para ser un país desarrollado? Aunque las opiniones son diversas, los hechos apuntan sólo en una dirección. Parece que sí.

 

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Foto 1: BYTE RIDER

Foto 2: Bitácora de Cora

Transgénicos e intransigentes (Capítulo 2)

Antes de comenzar (o de continuar, ver el capítulo 1 sobre este tema) he de decir que no me voy a meter en cuestiones de política, intereses y demás. Sólo alimentación y salud. Luego ya, que cada uno piense, diga y haga lo que quiera.

¿Con qué fin se diseñan y producen alimentos transgénicos?

Desde muy antiguo el Ser Humano ha pretendido modificar su entorno alimentario con el fin de sacar un mayor provecho (más rendimiento, mejores cosechas, frutos o semillas de más peso, de mejor sabor, más resistentes a determinadas circunstancias, etc.) Durante mucho tiempo estas modificaciones se han realizado mediante el método de prueba y error; aquellos cruces o variedades que el azar ponía en nuestras manos como ventajosas las seleccionábamos y las otras, las desechábamos.

Con los transgénicos se trata, en esencia, (y ya dije que no me iba a meter en cuestiones políticas ni económicas) de lo mismo pero con una búsqueda mucho mejor dirigida hacia aquella característica que queremos obtener y que no tenemos.

¿El uso de alimentos transgénicos nos hace más resistentes a los antibióticos?

No. En realidad la capacidad de generar resistencia a los antibióticos atañe a los organismos que son objetivo de esta herramienta terapéutica, las bacterias, los animales superiores como el Ser Humano no pueden hacerse resistentes a los antibióticos. Para que me entiendan, los antibióticos son al cañón lo que las bacterias a la diana sobre la que se dispara con dicho cañón. Una determinada cepa bacteriana puede generar resistencia a un antibiótico, pero no un perro, un señor o una niña. A partir del planteamiento de qué es un organismo transgénico (la inclusión de un gen distinto a su especie) no se desprende ninguna relación posible, ninguna, con que otro organismo (en este caso un microrganismo) se haga resistente a un determinado antibiótico. Salvo, eso sí, que el gen que se le transfiere a esa bacteria, y que la hace transgénica, le dote de esa facultad. En general, la pérdida de la eficacia de algunos antibióticos responde más a un mal uso o al uso indiscriminado de los mismos que a la presencia de alimentos transgénicos en nuestra dieta. De verdad, es que no veo la forma lógica de meter a los transgénicos en la ecuación de los antibióticos, salvo por la ya mencionada.

¿El uso de transgénicos nos hace ser más alérgicos?

Sería posible que alguien mostrase una alergia a un alimento transgénico sí, al mismo tiempo, fuese alérgico a algún componente del organismo del cuál procede el gen que hace que el alimento sea transgénico. Si alguien es alérgico a los cacahuetes y no lo es al arroz y se elabora un arroz transgénico con genes del cacahuete, entra dentro de lo posible que ése arroz le despierte una reacción alérgica, la misma o similar que si comiera los cacahuetes a los que ya era alérgico. Pero no en otras personas que no son alérgicas ni a uno ni a  otro alimento. Los mecanismos de una respuesta alérgica no tienen, en principio, nada que ver con el proceso de producción de un alimento transgénico (salvo que  afectara a personas ya alérgicas a ese tipo de proteínas codificadas por el gen transgénico).

Tal y como exclama JM. Mulet (@jmmulet) en su muy recomendable “Los productos naturales ¡vaya timo!¿Por qué Greenpeace no se preocupa de prohibir los melocotones, los cacahuetes, el pescado y el marisco cuyas reacciones alérgicas son causa de miles de muertes cada año? Y sí, sin embargo, la misma Greenpeace pide la prohibición de los transgénicos alegando que producen alergias.

Y digo yo, para hacer este tipo de reclamaciones, ¿no sería prudente conocer al menos un caso documentado de muerte producida por la alergia a un alimento transgénico?

Por cierto y ya que estamos, recomiendo a todo el mundo la lectura de este fantástico libro que no es sino un alegato contra la estulticia sobre la que se sostienen muchas de las teorías ecologistas indocumentadas. Rigor científico y buenas dosis de ácido humor se dan cita de la mano de innumerables ejemplos con los que desmontar muchas de las tonterías que se nos venden bajo el paraguas de “natural”. Pues no, “lo natural” (suponiendo que eso exista) no debe ser sinónimo de guay, ya que también hay argumentos para pensar todo lo contrario.

Apoyando una de las tesis de Les Luthiers, insisto en que es un libro interesante para todo el mundo: si les gusta lo pueden recomendar a sus amistades y quedar bien; si por el contrario no les gusta siempre se lo pueden regalar a alguien que les caiga mal.

¿Hay alimentos transgénicos en el mercado?

La actual legislación permite la comercialización de alimentos transgénicos destinados a la alimentación humana, sin embargo, su presencia en el mercado es inexistente o, en todo caso, anecdótica. La explicación es sencilla: Las personas que podrían comercializar estos productos (y ganar dinero haciéndolo) no son tontas. Los transgénicos generan rechazo y, por lo tanto no se venderían. Así, la práctica totalidad de la producción transgénica en España se destina a la alimentación animal.

Es una situación relativamente similar a la del aceite de colza. En España este aceite no se vende como tal en los supermercados, cuando resulta que es un producto perfectamente válido (muy soso, pero válido). El recuerdo aun fresco en la memoria colectiva de los hechos derivados del síndrome tóxico (también llamado síndrome del aceite de colza desnaturalizado) en relación con este aceite en los años 80 aun pesa demasiado como para poner este producto como tal a la venta en España (otra cosa es que no forme parte de los ingredientes de algunos alimentos bajo el intrigante nombre de «aceites vegetales» -en algunos casos por no poner aceite de colza-). Y todo ello a pesar de que en otros países de Europa se puede adquirir fácilmente y nadie se lleva las manos a la cabeza

¿Los alimentos funcionales provienen de organismos transgénicos?

Ni hablar del peluquín. Los alimentos funcionales que actualmente conocemos son alimentos «normales» a los que se les ha quitado, añadido o sustituiudo un componente nutricional con el fin de obtener un beneficio sobre la salud o mejorar su perfil nutricional. En los alimentos funcionales que todos comocemos no hay ingeniería genética de por medio. Eso no quita para que un día se produzca un alimento transgénico que sea catalogado como funcional. Lo cual no es improbable ya que, por ejemplo, un trigo transgénico sin gluten podría perfectamente tildarse al mismo tiempo como funcional (por poner un solo ejemplo entre los muchos posibles).

¿Las grasas «trans» tiene alguna relación con los alimentos transgénicos?

Para nada. El denominar a un determinado tipo de grasas con el adjetivo «trans» sirve para distinguir a unos ácidos grasos insaturados de otros «hermanos» suyos sobre los que se usa el adjetivo «cis». Muy en resumen, «cis y «trans» hacen referencia a moléculas similares (pero no iguales) que teniendo la misma composición la organizan de distinta forma (isómeros). No tiene absolutamente nada que ver con los organismos transgénicos (ni con los alimentos derivados de estos).

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Foto: DailyPic

Transgénicos e intransigentes (Capítulo 1)

Pasando por encima de algunos conceptos básicos sobre biología que harían falta para comprender de forma adecuada esta entrada (y las que vendrán) responderé a algunas cuestiones básicas sobre este universo, el de los transgénicos, que no deja de herir susceptibilidades.

¿Qué es un organismo transgénico?

Todos los organismos vivos, pertenezcan al Dominio y al Reino taxonómico que pertenezcan (bacterias, protozoos, hongos, vegetales o animales) son portadores de un determinado material genético que les es propio y que les distingue del material genético de cualquier otra especie. Repito: esto es inherente a todos los seres vivos. Un organismo transgénico, pertenezca al Reino que pertenezca es un organismo al qué, además de su material genético propio, se le ha incorporado en su genoma el gen de otro ser vivo, de otra especie, con un fin específico.

¿Qué es un alimento transgénico?

Todos los alimentos (salvo el agua, que también entra en la definición de alimento) proceden directamente de algún ser vivo tras haber sufrido una mayor o menor transformación antes de ingerirlos. Con este origen, y tal y como se ha visto en la respuesta anterior, es fácil comprender que todos los alimentos son susceptibles de aportarnos su material genético, es decir, el material genético del organismo de procedencia. Pues bien, un alimento transgénico es un alimento qué incluye un gen diferente al de su especie.

¿Comer alimentos transgénicos podría mutar nuestro genoma?

No. Y la explicación es muy sencilla. Ya que la misma duda también podría plantearse con los alimentos no transgénicos. A fin de cuentas, al comer alimentos no transgénicos también introducimos en nuestra dieta los genes de esos organismos que nosotros decidimos poner en nuestro plato; y que yo sepa nadie ha recombinado sus genes con los de un pepino, una naranja, un pollo o una merluza y se ha convertido en una especie de mutante mitad humano, mitad naranja (aunque ahora que lo pienso quizá conozca a algún mutante humano-besugo. Es broma).

¿Y por qué no podría?

Que esta fantacientífica recombinación-hibridación entre nuestro genoma y los genes presentes en los alimentos no sea posible responde a la siguiente explicación -y siento que la cosa se ponga un poco complicada, pero es necesario-. Pongamos un ejemplo: Es bien posible que en nuestra dieta ingiramos genomas completos de aquello que hemos decidido establecer como alimento. Para ponerlo bien claro supongamos que alguien se come una ostra como Dios manda que se coman las ostras, vivitas y conchendo, es decir, con todo el genoma de todas sus células intacto, ¿podrá esta persona recombinarse con la ostra y mutar en un híbrido ostracohumanoide? Pues no, es imposible.

Imaginemos que los genes que contiene la ostra son “palabras” con un significado biológico. Sus “palabras” son útiles para ella y nuestras “palabras” (recuerden, los genes) son útiles para nosotros. Con esas palabras se construyen frases que son de utilidad para el organismo concreto que las posee. Pero no quiero ir hacia arriba, pretendo ir hacia abajo, ya que esas “palabras” (genes) están compuestas a su vez por letras (bases de nucleótidos en nuestro ejemplo). Una palabra tendrá significado en la medida que tenga un número concreto de letras ordenadas de una forma y no de otra. Pues bien a todo lo largo del proceso de digestión todas estas palabras son “descompuestas” y reducidas a las letras (carentes de significado biológico por sí mismas). Y aun más, estas letras son “troceadas” a su vez en sus componentes elementales que en este caso serían azúcares, bases nitrogenadas y el ion fosfato. Solamente de esta forma puede ser absorbido el material genético presente en nuestra ostra. Una vez absorbidos, los trozos de letras son transportados por el torrente circulatorio a distintos destinos metabólicos donde las células los podrán utilizar como materia prima en su biológico frenesí. Por tanto, si quedara algún resto de genoma sin descomponer en el tracto digestivo este no será absorbido y se irá al retrete formando parte de las deposiciones. La razón es fácil de compreder, sería imposible el absorber «palabras» enteras, ya que las “palabras” (genes) e incluso las “letras”, con el tamaño que tienen, es imposible que superen nuestra “malla intestinal” porque ésta es demasiado «tupida» como para dejar pasar moléculas y fragmentos moleculares de semejante tamaño.

Y esto sucede así para los genes de los alimentos no transgénicos y para los de los transgénicos.

Ya, pero supongamos que alguien tiene una herida en el aparato digestivo y a través de ella penetran genes enteros en el torrente sanguíneo ¿no podrían recombinarse con el material genético de nuestras células?

No. Imaginemos esta vez, y por ponerlo más claro aún, que a alguien se le inocula por vía intravenosa una cantidad moderada de una solución estéril (por aquello de las infecciones) e isotónica que contenga fragmentos del genoma con los genes de cualquier otro ser vivo. Tampoco mutará (en las pelis como X-Men y Spiderman sí, en la vida real no). Suponiendo que nuestro sistema de defensa (incluyendo linfocitos, fagocitos, etc.) no hiciera lo que tiene que hacer, que es dar buena cuenta de estos fragmentos intrusos, todas y cada una de nuestras células tienen una membrana plasmática que va impedir el paso a su interior del mencionado y ajeno material genético. A su vez todas nuestras células (salvo los eritrocitos) tienen un núcleo con su membrana, barrera que también supone un obstáculo y, además, nuestro genoma está normalmente lo suficientemente empaquetado (=el libro que contiene las frases está cerrado) como para que al llegar una palabra suelta, ésta pudiera entrar. Y en el mágico supuesto de que esto sucediera la palabra debería introducirse en un fragmento de nuestro texto y dotarlo de significado, además de inteligible, con sentido. Es imposible.

No lo entiendo ¿puedes poner un ejemplo?

Sí. La posibilidad de que a base de inocular directamente en sangre genes de otra especie nosotros mutásemos, es la misma que si desde la luna lanzásemos piezas sueltas de un coche con la intención de que al llegar a la tierra (suponiendo que atravesaran la barrera atmosférica) estas cayeran de tal forma que se terminara por obtener un coche perfectamente ensamblado.

http://youtu.be/NO5cXNdY6c4

 Y a pesar de repetirme: Esto sucede así para los genes de los alimentos no transgénicos y para los de los transgénicos.

En próximos capítulos seguiré respondiento cuestiones acerca de la «peligrosidad» de los transgénicos, su pretendida capacidad para estimular resistencias a antibióticos, favorecer cánceres, desatres ecológicos, etc. y todo ello, eso sí, sin entrar en «políticas». Eso se lo dejo a otros.

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Foto 1: Allen Gathman

Foto 2: Kachilla

Foto 3: Rubber Slippers In Italy

Pros y contras sobre los refrescos XXL

Bien, supongo que ya lo habrán oído, por si acaso se lo cuento: La ciudad de Nueva York con su alcalde al frente dando la cara, Michael R. Bloomberg, sigue con su particular cruzada contra los refrescos y bebidas azucaradas. (Recuerden la entrada de “No bebas grasa (¿?)”, el video es cosecha del Departamento de Salud de la ciudad de NY).

La actual propuesta legislativa se centra en tratar de prohibir la venta de este tipo de bebidas cuando superen un determinado volumen, más en concreto proponen que no se vendan bebidas de más de 470 ml (más en concreto de 16 fl. Ounces, medida anglosajona). Además de los clásicos refrescos la prohibición incluye soda, té y café con azúcar y las bebidas deportivas.  El fin perseguido es, según el alcalde, ayudar a combatir la obesidad y reducir la incidencia de la diabetes. Pero hay ciertos contrasentidos poco entendibles ante esta iniciativa:

La primera: La venta de este tipo de bebidas por encima de ése volumen se propone que esté prohibida en restaurantes, puestos callejeros, establecimientos “delicatessen”, cines y estadios deportivos; en otros puntos de venta sí, y la prohibición no se aplicaría a supermercados, ultramarinos (suponiendo que el concepto “ultramarinos” tenga sentido en los USA) o tiendas de conveniencia. Sorprendente. Esto es malo, caca, si lo compras aquí; pero si lo adquieres allí no. Curioso. Además, si a alguien le falta su refresco favorito para seguir viendo la peli o el partido, o lo que sea… pues se compra dos y arreglado. Hasta es posible que el resultado sea aun peor (porque dos «pequeñas» tengan más que una grande).

La segunda: Existe bastante debate científico en relación con la eficacia de estas medidas gubernamentales. Sobre si este tipo de acciones de la administración (a cualquier nivel) se traducirá de forma efectiva en cambios de comportamiento palpables en resultados cuantificables (menor obesidad, diabetes…). Este tipo de proposiciones, se basan en modelos teóricos y no en resultados de estudios científicamente sólidos (aaaaay, la solidez de los estudios: ése tema. Supongo que debería hacer alguna entrada al respecto pero, estrictamente, se escapa un poquito del área de la nutrición, alimentación y demás de este blog. Preguntaré a la superioridad)

A mí no me gustan este tipo de iniciativas, ya saben que no soy prohibicionista en el terreno alimentario ya que considero que no es cuestión de “criminalizar” los productos, si no más bien de ponerlos en su sitio a partir de una mayor conciencia individual… el como alcanzarla es ya otro cantar. Se trata de que la población caiga en la cuenta de que si este tipo de alimentos se encuantran en la cúspide de la alimentación saludable es porque se recomeinda hecer un uso de ellos ocasional y en pequeñas cantidades, y que el ser así responde a unos motivos justificados. Para conseguirlo, por ejemplo, y sin salir de la ciudad de NY, se puede recurrir a este tipo videos de la familia del anterior, que sí que me gustan mucho más a la hora de despertar la adormilada conciencia colectiva con respecto a estos temas. No se lo pierdan, a mí me convence aun más que el primero.

Voy a por una Cola light (de esas sin azúcar y no sujetas a la neoyorquina prohibición) y lo vuelvo a ver, me parece fantástico.