Hace unas semanas tuve un escarceo sexual. Hubo pasión y desenfreno, pero también complicidad y mucha generosidad.
Tras el acto, me quedé plácidamente tumbada en la cama, relajada al lado de mi amante bandido. Era la una y media de la madrugada.
Todo parecía fantástico hasta que mi compañero de lecho me preguntó: “Carlota, ¿piensas quedarte a dormir?”. Yo ni me lo había planteado. “No sé”, le respondí melosa. Creo que ese «no lo sé» enmascaraba un «claro, por supuesto».
Fue entonces cuando me dio un ¿cariñoso? cachete en el trasero y me dijo: “Pues mejor que te vayas. No es que me molestes, pero es que no estoy acostumbrado a compartir mi cama. Si te quedas no podré dormir y mañana tengo que madrugar”.
¿Madrugar? ¡Y una mierda! Tío, ¿a quién pretendes engañar? Que sé que trabajas en casa y que te levantas a mediodía… Muy digna, al menos intenté aparentarlo, me levanté de la cama y fui, desnuda, hacia el comedor, donde estaba mi ropa esparcida por el suelo del maravilloso piso de diseño.
“¿Carlota, te enfadas?”, me dijo. “¿Yo? Qué va”, mentí con el ceño fruncido. Intentó darme argumentos: “Entiéndeme. Me gustaría que te quedaras, pero llevo muchos años durmiendo solo y…”. No le dejé acabar. “Tranquilo, no pasa nada”, le contesté intentando sonar convincente.
La verdad es que me cortó el rollo, y aquella noche que parecía fantástica se esfumó por obra y arte de las palabras “v-e-t-e-a-d-o-r-m-i-r-a-t-u-c-a-m-a-b-o-n-i-t-a”.
¿Qué se pensaba este tío? ¿Que iba a pedirle en matrimonio a las ocho de la mañana nada más sonar el despertador de mi móvil? ¿Que le iba a pedir una copia de las llaves de su casa?
¿Qué problema tiene el hecho de –sólo- dormir junto a una persona con la que acabas de follar? ¿Por el simple hecho de hacerlo –el dormir, claro- se supone algún compromiso?
En fin, yo sólo quería seguir calentita en la cama, sin necesidad de que este hombre me abrazara… Y no tener que buscar un taxi de madrugada, en una fría noche de invierno.