Capítulo 48 de #Mastín: antes o después, habrá que hablar en serio

Mastín arrancó en enero, un intento kamikaze por elaborar una novela juvenil que también pudiera gustar a los adultos y cuyo marco fuera la protección animal, como vehículo para crear conciencia, para dar a conocer esta realidad entre los jóvenes, que son los que pueden realmente contribuir a que cambie radicalmente.

Pronto hará un año desde que echó a volar este reto de escribir en vivo semana tras semana, sin paracaídas ni red, equipada solo con una brújula y mis ganas. Pronto acabará y comenzaré el proceso de revisarla a fondo y ver de qué manera puedo verla publicada.

Pero de momento, aquí está de nuevo Martín:

CAPÍTULO 48

Lo recordaban. Habían pasado tres semanas, pero no se habían olvidado de él. Miradas de reconocimiento, alegría desbordante, confianza tímida, coletazos entusiastas y lenguas al vuelo. No le habían olvidado. Él tampoco a ellos. Nada más entrar en la protectora y comenzar a recorrer los pasillos que dividían los cheniles le dio la impresión de que todo lo vivido en Asturias había sido un sueño, un tiempo extraño en un lugar irreal.

Aquello era la realidad. El olor a perro, los ladridos y los pelos pegados por todas partes.

También su pequeño dormitorio, el calor que aplastaba aquella ciudad de ladrillo visto, asfalto y hormigón, Juan frente a la consola, las risas de Andrés y el calor que irradiaba y generaba en él el cuerpo de Mal.

Mal. Aún no habían hablado durante los escasos cuatro días que llevaba en Madrid. Ella no se había decidido a hacerlo y él no se atrevía. Era la misma, pero también distinta. La notaba serena, segura y un puntito más triste. Por lo demás todo seguía igual que antes: se buscaban a escondidas de los demás, en cuanto se notaban libres de miradas indiscretas se les escapaban las manos y las bocas. No hablaban de ellos, ni de lo que habían hecho mientras estaban separados. Tampoco del futuro. Lo hacían de los inquilinos y los voluntarios de la protectora, de almas grises que abandonaban, maltrataban o se negaban a adoptar cualquier cosa que no fuese un animal de una raza de moda. Hablaban también de los gatos filósofos, de series de televisión, de qué países les gustaría conocer, de si tenían o no cosquillas y de si pedirían una pizza para comer o cocinarían algo rápido. Hablaban en el coche, camino a la protectora, paseando a Trancos y a Logan y tumbados a medio vestir en el viejo sofá de ella.

– Antes o después tendréis que hablar en serio y aclarar las cosas – le había dicho Juan la tarde anterior, poniendo en pausa el Splinter Cell. Martín sabía que tenía razón. Veía a Sam Fisher congelado en su uniforme de combate y sabía que él también estaba en suspensión, como el personaje del videojuego.

– Mejor que sea después. Después de tirársela. ¡Que tienes dieciocho años ya tronco, no sé a qué demonios esperas!. ¿Quieres batir algún récord? – había apuntado Andrés mientras entraba en el salón con un vaso de coca cola en el que tintineaban los hielos. Le había contado justo el día antes lo suyo con Mal; cada vez más gente era consciente de su «amor imposible», que diría su prima.

Martín había ignorado el comentario de Andrés. Llevaba igual desde que tenían trece años. No es que no quisiera, por supuesto que sí, pero pasaba de ir por el mundo pareciendo un adolescente salido por mucho que sí lo fuera.

– No os preocupéis, que de batir ese récord ya me encargo yo – bromeó Juan con tono resignado, levantándose luego para hacer desaparecer a Fisher, poner el FIFA y que los tres pudieran echar una liguilla.

No se atrevería a decir que Juan y Andres fueran amigos, por mucho que llevaron en la misma clase desde que eran unos críos. Tampoco que llegarían a serlo alguna vez. Martín era el pegamento que los mantenía charlando y tirándose puyas amables; pero aunque lo suyo no fuera realmente amistad, eran perfectamente capaces de pasarlo bien los tres juntos.

Martín había dejado que ambos cogieran los mandos. Hundido en el sofá, mirándolos jugar sobre el césped virtual, había llegado a la misma conclusión. Sí, tendrían que hablar en serio. Era cierto. Pero tampoco había tanta prisa.

***

No quedaba mucho para que terminase agosto, para iniciar por primera vez las clases en la universidad, pero mientras siguiera ocioso no tenía mejor plan por las mañanas que acercarse a la protectora a echar una mano. Algunos días, aquellos en los que su turno en la tienda se lo permitía, Mal lo acompañaba. Otras mañanas, como aquella, iba solo, en bicicleta.

Había sido un día intenso, pero no se atrevería a llamarlo duro. Habían soltado a los perros y jugado un rato con ellos, limpiado cheniles, puesto la comida, dado medicación… «Me voy a acostumbrar a tenerte por aquí todos los días ayudando y luego, cuando no estés, me voy a arrepentir», le había dicho Miguel.

El verano era complicado: muchas camadas, muchos abandonos, ninguna adopcion y pocas manos. La tormenta perfecta. El remate había venido con la forma de una podenquita a la que probablemente abandonaron. La encontraron famélica, llena de bichos y con las dos patas de atrás fracturadas, en una de ellas incluso asomaba el hueso. La habían podido operar y, casi con toda seguridad, podría hacer una vida normal. El problema era el dinero que había costado la operación. Pese a que había ajustado el precio en todo lo posible, pese a que la veterinaria les ajustaba el precio a costes, seguía siendo bastante elevado. El Facebook de la protectora estaba lleno de imágenes de la perrita, de un precioso canela dorado y ojos casi verdes, pidiendo donaciones para cubrir ese gasto extraordinario. Habían conseguido muchos ‘me gusta’ y muchos comentarios de lástima, pero poco dinero. Laura se enfadaba mucho y despotricaba de «esos animalistas de salón que lavan su conciencia compartiendo una publicación del muro». Al chico no le cabreaba aquello. Claro que hubiera preferido que hubiera mas donaciones, mas gente dispuesta a acoger en sus casas cachorros o animales mayores o convalecientes, que se hicieran socios o voluntarios. Pero al menos esa gente mal no hacía y además ayudaba a crear algo de conciencia animalistas y tal vez lograr alguna donación de uno de sus contactos. Una vez que lo había comentado en alto, Laura le había dicho que llevaba poco tiempo en las trincheras de la protección animal, que cuando pasara un tiempo ya vería si le quemaba o no esa actitud de tantos. Pero Mal no era así, no despotricaba de ese ejército de «animalistas de salón» y llevaba varios años ya en ese tema. Claro que Mal tenía mucha paciencia y mano con la gente. Por eso era ella la que solía tratar con los que acudían a adoptar o traían algún animal. Martín ya había entregado parte de sus míseros ahorros. Total, con Mal tampoco se gastaba dinero yendo al cine o a tomar algo o cenar por ahí. No podían verlos juntos.

***

– Nos han visto – anunció ella en cuanto Martín cruzó su umbral. Acababa de llegar de trabajar, aun llevaba la ropa de la tienda, más formal de lo que ella se sentía a gusto poniéndose.

– ¿Qué dices? ¿Quién? –

– Ernesto nos ha visto. Anoche, entrando en el portal. Besándonos –

– ¿Cómo lo sabes? – preguntó Martín recordando al imbécil del bajo, pagado de si mismo e incapaz de dedicar a nadie un gesto amable.

– Lo sé porque ha venido a contármelo. Y también me ha dicho que piensa ir a decírselo a tu madre. ¡Ah! Y que no tengo vergüenza liándome con un niño siendo una mujer hecha y derecha –

– ¡Qué hijo de puta! – gruñó Martín. Sentía la rabia incandescente, esa vieja conocida, adueñándose de él.

– ¡Eh, Mastín! Cálmate. Sí, es un gilipollas, pero ya lo sabíamos. No es el fin del mundo. y a fin de cuenta es culpa nuestra, nos hemos confiado, nos hemos vuelto descuidados – Mal se sentó en su sofá y propinó un par de palmaditas al cojín que tenía a su izquierda para que también él tomase asiento.

– Probablemente no diga nada, solo vino a amenazar y meter mierda. Pero tal vez sería buena idea que hablases con tu madre, mejor que se entere por ti y no por ese imbécil –

– Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Para ti es fácil, no tienes que dar explicaciones a nadie –

– ¡Eh! No te pases, que no vivo en una burbuja aislada del mundo –

Martín suspiró. Tal vez había llegado el momento de aclarar las cosas.

– Y luego está qué contar a mi madre. ¿Qué es lo que tenemos Mal? ¿Contárselo a mi madre hará que dejemos de escondernos también para los demás? ¿Qué es todo esto? – preguntó con el estómago convertido en piedra.

Mal se acercó aún más a él, posó la palma de su mano sobre su rostro mal afeitado y le besó con ternura.

– Ahora estamos juntos – susurró en su oído – Y ahora no importa el mañana. Es la conclusión a la que yo he llegado – añadió mordiendo con delicadeza el lóbulo de su oreja y poniendo a dormir todas sus preocupaciones.

León 2

León tiene nueve años y se ha quedado huérfano. Su dueño ha muerto y necesita un buen hogar. Está muy sano y me cuentan que es muy cariñoso con todo el mundo. Se lleva bien con otros perros, no así con gatos.

Está recién vacunado y le acaban de hacer una limpieza bucal. Los hombres le dan un poco de miedo, pero no hace nada solo se esconde, es que su anterior dueño, antes de que fuese rescatado por mi abuelo, lo maltrataba y por eso con los hombres le cuesta mas coger confianza, pero termina relajándose.

Se hará seguimiento tras su adopción.

Contacto: 699 069 274 lorena.perezh@hotmail.com

1 comentario

  1. Dice ser una que va

    Hola Melisa,
    Creo que dentro de vuestro periódico (ya sé que sólo colaboras como blogger, pero seguro que más que yo puedes hacer) tenéis a alguien que no entiende la dinámica de los PPP ni por qué se consideran así.

    Puedes por favor, pedir, que no se alimente más esta leyenda (y por ello la gente crea falsas teorías)…con artículos con titulares sensacionalistas como este http://www.20minutos.es/noticia/2632704/0/madre-hija/atacadas-perros-peligrosos/hospitalizadas-gravedad/

    No digo que no se publique, sólo pido que no se estigmatice a estas razas, porque el culpable no es la raza, sino como se la trate.

    Gracias

    18 diciembre 2015 | 21:24

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