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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Correr tiene glamour (2): Brad Pitt en…

¿Qué os creíais? ¿Que sólo seríamos tipos contrahechos y películas donde unos gángsters persiguen a una muchacha que lleva impreso en la frente «no duraré más de dos escenas»?

El cine tiene mucho de todo. Hoy toca ese típico ejemplo de mozo atlético al que unas pocas clases de un especialista convierten en un Steve Ovett. Sí, que corre como Dios con prisas. Ese mozo es [modo fanrarria on] Brad Pitt [modo fanfarria off].

En 1990 protagonizó un tremendo peliculón llamado Across the Tracks. Nuestro gremio de educadores lingüísticos llevó a la excelencia su arte el título con Triunfo Amargo. Unos se dedican a aprender idiomas viajando mientras otros aducen que hay todo un sector cultural de dobladores cuyo sustento depende de cosas así.

En esta película Brad Pitt (al que conocemos tanto que podríamos llamar familiarmente Brazpí) encarna al hermano deportista de otro que acaba de salir del reformatorio. Tras mucho metraje, entablan una tormentosa relación basada en ver quién progresa más en el atletismo de pista del High School. Perdón, del instituto.

Si eres un corredor popular varón y tienes algún trauma relacionado con cómo te queda la ropa; si tu zancada es más un balanceo pendular; si -como quien esto escribe- eres torpe descendiendo senderos y tropiezas con la piedra o raíz más nimia, puedes mirar este trailer lleno de condescendencia, criticar la moda de los noventa o criminalizar al sistema norteamericano.

Si Brazpí te parece un adonis; si encuentras en cada guión un mundo lleno de metáforas y tensiones o si cualquier cosa que tenga relación con correr, simplemente, te apasiona, abre los ojos.

Dedicado a los que levantáis las rodillas en cada zancada.

Correr tiene glamour (1): The Sopranos

El cine ha metido mano a la escena del corredor durante años. Con más o menos fortuna.

Ahí estamos los de la pronación y las mallas de corredor. Comenzamos hoy esta miniserie de «Correr tiene glamour».

Mickey es un mafioso, lugarteniente del tío Junior. Estamos en los Soprano, la serie cumbre de la ficción televisiva sobre las mafias. Mickey sale a trotar con su chándal y sus cacharritos, zapatillas y camiseta ligera de algodón. ¿Es pronador? ¿Ha calentado convenientemente? ¿Alguien puede recomendarle a los tenderos de New Jersey una exigente campaña promocional de nuevas prendas de running?

Vamos con una de las más típicas excusas para ver tensión, sudor, adrenalina y sendas bucólicas en el cine. Runner es perseguido con incierto final.

Tomad palomitas, si sois de palomitas, o copa de vino si sois del gremio mediterráneo.

Dentro vídeo.

#RunnerRunner… ¡Tú qué sabrás!

ranerane

Desde el próximo día cuatro en sus cines. ¿Cómo dices que se llama? ¿#Runner Runner? ¡Qué bien que hayan utilizado esa etiqueta!

¿Será un canto al esfuerzo personal y a esos tipos que entrenan de noche?

¿De verdad te han dicho que es un peliculón sobre un maratón?

¿No será una historia de estas, épica, sobre alguien con un reto personal gigantesco como perder treinta kilos?

¿Una promesa? ¿La que hace Will Kipsang meses antes de su récord del mundo de maratón en Berlín, en plena temporada de lluvias en Kenia?

No.

Porque correr no es rentable en términos de un buen pelotazo en las pantallas. Debe ser una de esas líneas argumentales que están fantásticamente bien para construir un ejemplo de demencia (Forrest Gump) o quizá de rebeldía (The Loneliness of the Long Distance Runner). El que corre deja entrever un cierto desajuste, según los guionistas. Pero hasta ahí, piensan.

Aun así, la literatura sí ha encontrado varios hilos argumentales potentes. Cuando correr es escapar con vida (Stephen King) o cuando es un respaldo -casi una excusa- en la que un personaje se apoya, como en Marathon Man, donde Dustin Hofmann construye quizá el mejor personaje de corredor.

Haruki Murakami también está por ser llevado a las pantallas. Al tiempo. Tranquilos, fans. Será un film bonito, de género, que circulará muy bien en los circuitos. Kilian Jornet queda estupendo en los festivales de documentales y sus Summits son la expresión de la belleza silenciosa de la pantalla.

Pero así, a lo grande, en plan peliculón, correr no encaja. La Prueba del Valor (The Games, 1970), con Charles Aznavour haciendo de maratoniano,  me pareció en su día otro intento sin un hilo sorprendente. Quizá correr es algo demasiado evidente que lleva metafóricamente a terminar bien. Uno intuye que el protagonista que invierte toneladas de esfuerzo en entrenar, de modo irremediable acabará con su esfuerzo recompensado en pantalla. Si algún director intentase lo contrario, dejarle como uno más de esos millones de deportistas que practican sin recompensa, sin poder llegar a la élite, podría acercarse a la brutal esencia cinematográfica de qué es correr. A su esencia literaria. Algo como lo que Miguel Alcantud cuenta en su documental sobre el comercio en todo el mundo de niños con aspiraciones futbolísticas.

Lo mismo un director que corre dos o tres veces a la semana lo sabría reflejar. Sería el sueño de correr hasta romperse uno por dentro.

Correr es salir y tener la certeza que no compensará detenerse. Llegaremos a casa siempre, apenas existe la posibilidad de que caigamos por el camino. Solamente salimos a corretear o a entrenar, no a luchar contra los persas. Atravesaremos cinco fases del sufrimiento. Ninguna es mística. Nos cuesta empezar, nos duelen las articulaciones, el corazón se resiste a explotar, sufrimos la tortura mental del «por qué sigo» y soportamos con placer los dolores del día después. Del momento después.

Nota al margen. Carros de Fuego no era una película sobre running. Blade Runner tampoco. #RunnerRunner, menos.