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Así es un día de acoso sexual en el trabajo

Por Ana (*NOTA DE LA REDACCIÓN)

Me llamo Ana y tras leer el artículo sobre acoso sexual en el trabajo os envío cómo era uno de mis días. Tenía 23 años. Alguien que lo leyó me dijo que se podía “sentir” el miedo. Si con ello conseguimos que al menos una mujer pueda salir o identificar ese acoso habrá valido la pena:

Estoy en el salón viendo la tele y hablando y discutiendo, papá quiere ver reportajes; yo, series. Le digo, tú eliges martes y jueves, él ríe o me dice que veremos lo que él quiera, pero siempre acaba dándome el mando.

Suena mi móvil, voy a la habitación, mi chico, la llamada más dulce. Estudia fuera y cada día nos llamamos varias veces, pero siempre está la llamada de las 23.30, cuando nos decimos lo mucho que nos echamos de menos. Trago saliva porque le quiero y quiero que él vuelva. Quiero estar con él, pero por otro lado tengo miedo de que descubra la realidad.

Las 12 y pico, colgamos, vuelvo al salón y les digo a mis padres que me voy a la cama, mañana hay que trabajar, y papá me dice: ¡hale hija, hasta mañana! Mamá a veces me da un beso, pero siempre  me regala una sonrisa.

He puesto el despertador, a las 8 está bien. Estoy en la cama asustada, con el móvil en la mesita. Hay días en que suena a las tantas, pero nunca sé qué día sonará y esas llamadas no son de mi novio, no, son de ese jefe.

Doy vueltas y vueltas, miro el despertador y son las 6, aún no he pegado ojo y pienso que otro día más sin dormir; me levanto, voy a la cocina a fumar un cigarro tras otro.

Mientras fumo pienso, si llama no lo cojo, pero suena y lo cojo rápido, lo que pensaba hacer se viene abajo, me puede el miedo, me puede que papá lo vuelva a oír y me diga que le diga a mi jefe que no son horas. Papá se va pero le dice a mi madre que algo me pasa, que estoy llorando, y mamá se levanta y me pregunta qué pasa, yo le digo nada, que no puedo dormir y me da rabia.

Hora de desayunar, joder, no me entra, tengo dolor de estómago y diarrea, pero sobre todo miedo. Bajo al coche, pongo música a tope, son las 9.30, hasta las 10 no entro pero he de estar antes, si viene algún cliente tengo orden de entretenerle hasta que él llegue.

En invierno tengo suerte, la gente no va pronto al negocio, hace frío, así que espero en el coche; la tripa me da mil vueltas y me tiembla el cuerpo. Empiezo a mirar el reloj, él siempre llega tarde, según él es lo que tiene ser jefe.

Mientras espero imagino, me imagino fuerte y hoy no le paso ni una, al primer insulto le doy una torta y me largo. Tras ese pensamiento me viene una pena de mí misma y me llamo gilipollas, me digo que por qué quiero engañarme si no soy capaz de decirle nada, soy consciente del miedo que le tengo, simplemente no puedo reaccionar. Vuelvo a mirar el reloj. Sigo pensando: ¿y si lo cuento? No, nadie creerá que me está pasando, que él es tan malo, además todos creen que soy feliz, que puedo con todo, soy fuerte a ojos de los demás.

De repente llega; siempre aparca detráAcoso sexual en el trabajos de mí, miro por el retrovisor. Quiero verle la cara, necesito verle la cara. Reconozco sus gestos más que los míos, sé si está furioso o no, le miro y cuando para su motor bajo, le saludo con una sonrisa que fuerzo.

Entramos por la puerta de atrás, y sí, hoy está enfadado. No me contestó al saludarle. Además lleva el ceño fruncido. Dios mío, tengo miedo.

Me voy al baño, me cambio. No tiene cerrojo y me visto rápido con la espalda pegada a la puerta porque temo que entre; nunca lo hizo, pero me habla desde la misma puerta. Su voz es de estar enfadado. Sale un momento del negocio.

Vuelve y le miro, trato de no hacer nada que le moleste, pero mientras llamo a clientes él me para y entre medias me dice que qué pretendo poniendo esa voz, que si quería calentarle la bragueta, y yo, sintiéndome sucia, le digo: “si era una señora, lo ha cogido la mujer”. Él se ríe y se va.

Desde su despacho me llama. Está escribiendo. Le digo que no le he entendido. Se enfada, me llama tonta, porque todas las mujeres sois tontas, no tienes ni puta idea, imbécil, marcha de aquí, me pones enfermo.

Salgo y voy a hacer cosas, él ya está enfadado y viene a insultarme, me dice que qué ha hecho para merecer eso, para que no entienda nada de lo que me explica.

Tiemblo y pienso que sí, soy tonta, pero por no atreverme a irme. De repente viene otra vez y me habla muy bien, no ha pasado nada, como si la vida fuese normal.

Ahora me pregunta cosas de mi vida sexual, no le contesto y, claro, eso sí le enfada. Empieza a decirme que cada vez le demuestro más lo imbécil que soy, que damos asco. Quiero irme, salir, no escuchar más, me siento mal, lloro por dentro, se me encoge el corazón, cuanto más me insulta más mierda me siento, pero sé que no puedo marcharme ni darle la espalda, me lo ha dicho millones de veces, pero soy terca y pese al miedo y la vergüenza me trago mis lágrimas. Dios, le doy la espalda de nuevo, lo tengo prohibido pero no puedo seguir mirando su sucia cara mientras me insulta y amenaza, así que cojo la fregona y avanzo por el pasillo, sé que ese momento precede al agarrón de mi brazo, siempre el gesto de cogerme el brazo y siempre la misma frase de no me des la espalda cuando te hablo.

Sigo mi pasos, miro de reojo y sí, viene, ya siento sus manos en mi brazo y oigo esa maldita frase, le pido que me suelte y no, me empuja con la fuerza justa para que acabe contra la pared. Mis manos paran el golpe, vuelve y me empuja otra vez. Solo le miro, creo que mi odio se ve en mi mirada, pero me odio a mí, tanto que me doy asco; le tengo miedo, tanto que quiero callar y que todo pase.

Se va. Allí me quedo, atendiendo clientes y mandándolos venir por la tarde, me trago mis lágrimas, esas que delante de él no quiero sacar, me las trago y sonrío a esos clientes que van entrando. Muchos me dicen: ¡Hasta luego niña, alegra esa cara!

Vuelve y me habla muy simpático, me pregunta quién ha ido; lo tengo todo apuntado, no puedo permitirme que se me pase el mínimo detalle, sería fatal.

Hace como que no pasa nada, como si lo que me hizo fuese algo que yo había soñado. Me habla contento, fuerte y seguro, me dice que soy lo mejor que  ha tenido allí. Quiero gritarle, mandarle a la mierda, matarle, morirme.

Salimos y me dice adiós, esta vez me sonríe y yo le sonrío y le digo hasta luego.

Voy a casa. Mientras conduzco lloro lo que puedo y más, voy a comer con papá y mamá y no pueden enterarse, no quiero, no puedo, tengo miedo.

Mientras nos sentamos a la mesa me hablan y yo contesto, pero no sé qué me dicen. Solo me doy miedo, me creo un monstruo, ahora por mentir y decir que todo bien. Me doy asco, no puedo afrontar la verdad, no puedo.

Ya no puedo más, mi silencio me mata, mis miedos me destruyen, mi familia ve que no como y piensan que entro en la anorexia. Para mí es más fácil. Ante ellos mi única salida para no contar qué pasaba era esa, que piensen que tengo anorexia.

No paro de pensar, de sentir, me he convertido en nada, en nadie, en miedo, en una diana de rabia y odio en la que un señor saca su furia.

Las 16.30, a las 17 entro de nuevo; no quiero, tengo miedo, ahora más.

Acaba la jornada, llego a casa rápido, mientras me ducho pongo música y me entretengo en la habitación. Quiero llorar lo que allí no he podido, coger fuerzas para que papá y mamá vean que ceno y no se preocupen. Quiero coger fuerza para no oír el eco de sus insultos, para que no retumben en mí esas imágenes de cómo me ha empujado, la forma en que me ha tirado al suelo. Quiero, pero cada día se hace más difícil, ya van tres años y no puedo más, mi cuerpo ya no responde, mi cabeza está rota, absorbida por el miedo. Se me cae el pelo, no puedo más, me cuesta sonreír, mis ojos han cambiado, yo entera he cambiado, pero he de fingir que no pasa nada, que es un momento bajo.

Las 23.30, llama mi chico y la misma despedida. Misma vuelta al salón para dar buenas noches y así me voy a la cama. Esta vez lloro, me tapo con la almohada para que no se me oiga, lloro de miedo, asco y vergüenza, quiero escapar, quiero morirme y no puedo.

Suena el despertador. ¿Para qué lo pones si estás despierta? Me levanto y solo quiero morir, no podré más, más no, pero puedo otro día y otro y otro, idiota. Me doy asco, no me conozco, me siento asquerosamente sucia, por sus sobes, por sus palabras sexuales llenas de maldad, por haber aprendido a mentir a mi familia, sucia por no saber parar la situación, por volver al mismo lugar de tortura, por saludarle con una sonrisa, sucia por todo, quiero salir corriendo de mí misma, quiero mirarme y reconocerme, quiero matarle, quiero morirme.

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(*) NOTA DE LA REDACCIÓN: Ana, la protagonista de este relato, finalmente dejó el trabajo, denunció a su jefe por acoso sexual y ganó el juicio en sentencia firme.