Por Jesús María Soriguren
Mayo de 2010. 12 de la mañana. Temperatura de 20 grados. Una persona trata de ‘liberar’ una moto de la cadena de seguridad mediante una sierra artesanal. Dudo, pero al final llamo al 112. Apenas han pasado 7 minutos y la calle se llena de agentes: municipales, nacionales… a pie, en moto, en coche… ¡Ah! El sospechoso de robo era el propietario del vehículo que había perdido la llave del candado…

Representación de un robo a manos de un carterista. (GTRES)
4 de febrero de 2015. 19 horas. Temperatura de 0 grados. La escena transcurre a pocos metros de la anterior. Una mujer yace en el suelo con signos evidentes de dolor. Otra persona le sostiene la cabeza mientras una tercera llama al 112.
El sentido común y el frío hace que los viandantes se detengan poco tiempo pero el suficiente para hacer algunas preguntas: ¿Han llamado a la ambulancia? ¿No han venido los Municipales? ¿Y Protección Civil? Se oyen, también, algunas críticas por la carencia de medios… Alguien quiere trasladar a la víctima a otro lugar más caliente o darle algún tipo de calmante.
El joven del móvil, al parecer técnico en emergencias, le impide hacerlo. Un vecino trae una manta. Otro una almohada. A la media hora vienen dos agentes municipales. No traen manta térmica. A los 53 minutos vendrá la primera ambulancia. Creo que la señora no notaba la temperatura gélida del ambiente porque el sufrimiento físico era su obsesión. Pedía a gritos que le calmasen el dolor…Dos minutos después aparece una segunda ambulancia.
¿Qué tipo de sociedad estamos permitiendo que se construya? ¿Solamente somos sensibles a las señales de peligro en torno a la seguridad de nuestros bienes? ¿Caminamos hacia una sociedad de voluntarios con más o menos conocimientos?