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Mi abrigo de guardia civil

Con 4 y 5 años no pasé frío gracias al abrigo que me cosieron con la capa de guardia civil de mi tío. Una prenda de lujo que resultó ser muy polémica. No gustó a todo el mundo.

 

Publicado hoy (15/12/2021) en el diario La Voz de Almería.

Las fotos perdidas que voy encontrando en mi sótano activan recuerdos dormidos.

Mi tío Agustín, de guardia civil.

Mi padre (izda) y mi tío Agustín.

Veo esta foto por el retrovisor y me produce cierta ternura. Así recuerdo yo aquella historia. Copio y pego:

Almería, quién te viera… (2)

Mi abrigo de guardia civil

José A. Martínez Soler

Gracias a mi primer abrigo, aprendí a disimular casi antes que a hablar.

Según he oído contar en más de una ocasión, en el invierno frio de 1951, en el que yo cumplí cuatro años, vino una costurera de la calle Memorias y nos tomó las medidas a mi primo Pepe Giménez Soler y a mí. <<Vais a tener un abrigo muy hermoso, como los de los niños mayores>>, nos dijeron.

Al terminar nuestra guerra, mi tío Agustín Giménez, natural de Soria, se hizo guardia civil. Durante años, persiguió a los maquis por las sierras de Almería. En Nacimiento, se enamoró de mi tía Encarna Soler. Esa boda, con uniforme de un instituto armado, protegió probablemente a una parte de nuestra familia. La de los rojos.

Al terminar la persecución de los maquis a principios de los años 50, mi tío dejó el Cuerpo y guardó su vieja capa de guardia civil de montaña en un altillo de su casa, junto a sus correajes y su pistola, descargada y lejos del alcance de los niños. Más de una vez, en secreto y sin balas, jugamos con ella.

-<<Los niños pasan frío y muerta de risa está la capa de Guardia Civil>>, repetía Encarna, su mujer, hermana melliza de mi madre y vecina nuestra. Vivían en la casa de enfrente. Mi tía tenía también otro latiguillo: <<Qué lastimica de tela, con lo buena que es>>.

La costurera nos trajo dos abrigos para aquel invierno.  Qué emoción. Me gustó mucho y fue muy celebrado por el vecindario. Más tarde supe que hubo varias excepciones. Y cierta polémica.

<< ¿Qué es esto?>>

-<< ¿A quién se le ocurre vestir a unos niños con la capa de la Guardia Civil? ¿Nos hemos vuelto locos?… >>, dijo el padre de Juanico, vecino del carbonero de la calle Juan del Olmo, a quien quiso oírle. Al cruzarse con él por la calle, mi madre le afeó ese comentario. << Paece mentira que tú digas esas cosas contra el abrigo de mi niño. Además, lo dices en voz alta, pa que te oiga cualquiera del Régimen y te busque las cosquillas. ¿Es que no hemos pasao ya bastante? ¿Es que no va a acabar nunca esta maldita guerra?”

Resulta que a mi padre tampoco le gustaba que yo vistiera aquel abrigo verde oliva. Repetía a menudo:  -<< Hace un calor insoportable. ¿No te da pena llevar al pobre niño cargando con ese abrigo tan pesao? Quítaselo ya, Isabel>>.

Yo me preguntaba: << ¿Estará tonto mi padre? Calor, desde luego, no hace. Más bien, frio. ¿Por qué dice que hace calor?>> Mi foto con el dichoso abrigo y las anécdotas que me contaron sobre tal batalla han reforzado mis recuerdos.

Mi padre disimulaba cada día menos. Le había declarado la guerra a esa prenda. Decía que yo parecía un adefesio, ridículo y estrafalario, con ese abrigo de dos colores.

Sin que lo oyera mi madre, mi padre me aclaró más tarde que el color original de la capa había desaparecido de tanto darle el sol en los años de persecución de los maquis por las sierras de Nacimiento, donde estuvo destinado el tío Agustín después de la guerra. Los dos hermanos de mi madre, José y Mariano, estaban entonces presos en la cárcel de Gérgal, el pueblo de al lado. Por socialistas. Mi tía Encarna hacía una comida en su casa de Nacimiento para su marido guardia civil y otra que llevaba andando, rambla arriba, para sus hermanos rojos. Mi madre, casada con un republicano. Su hermana, con un guardia civil.

Al tío Agustín tampoco le hacían gracia los abrigos de su vieja capa. Seguía llamando bandoleros, forajidos, terroristas y otras palabras que nunca entendí bien, a quienes lucharon contra él, más allá del Monte Negro y de Sierra Nevada donde nace el río Nacimiento. En cambio, cuando mis padres creían estar solos, no les llamaban bandoleros sino maquis, milicianos o guerrilleros. Mi padre hablaba de los parientes y amigos que se echaron al monte <<para salvar el pellejo, engañados por los comunistas que les dijeron que, tras la derrota de Hitler y Mussolini, el final de Franco estaba al caer>>. Fue mucho más claro: <<Tu primo José disparaba desde un lado y tu cuñado Agustín desde el otro. Ambos se podían haber matado en cualquier escaramuza>>.

Mi madre dominaba la llamada al silencio con su chisss” medio silbado:

-<< Calla, José, calla. No me des más tormento. Por lo que más quieras, no hables así de los maquis ni de mi primo. Y menos delante de los niños, que las paredes oyen.>>

Al principio, llevaba el abrigo verde descolorido a todas partes. Incluso dentro de mi casa donde, a pesar del brasero, hacía un frio que pelaba. También, humedad. Mi madre solía decir que, en Almería, con esos techos tan altos contra el calor del verano, hacía más frio dentro de las casas que en la calle. Por eso, me decía:

-<< Anda, niño, abrígate bien, abróchate el abrigo, que vamo a entrar en casa>>.

 Delante de mi padre y del tío Agustín dejé de ponerme el abrigo sin saber por qué. El año siguiente despareció.

Cada vez que me veo en esa foto con mi abrigo verde oliva, sacado de la capa de mi tío, me da qué pensar…  Primero, lucí con mucho orgullo aquella prenda, aunque no gustó a todo el mundo. No eran tiempos para despreciar una tela tan buena para vencer al frío.

Más tarde, atando cabos, llegué a intuir que algo no iba bien con mi abrigo. ¿Por qué, si era tan bueno, desapareció de mi vida al año siguiente?

Me intrigaba y pegaba el oído para juntar las piezas que me sirvieran para explicar las distintas emociones que provocaba aquella prenda. Mi madre y mi tía, siempre ingeniosas para ahorrar cada céntimo, estaban encantadas con el abrigo. “Nuevo, costaría tanto”, decían. En cambio, mi padre, ex teniente superviviente del Ejército de la República, derrotado por Franco, sentía repelús cuando me veía abrigado con la tela de la vieja capa de montaña de mi tío. Casa día disimulaba menos su oposición aquella pieza infantil.

Mi padre y mi tío, procedentes de bandos enfrentados en la guerra civil, se llevaban bien. Por distintas razones, ambos declararon pronto la guerra a nuestros abrigos.  Hasta mucho más tarde, no pude comprender aquel conflicto con emociones encontradas. Las hermanas, tan prácticas, defendían la prenda que nos abrigaba de maravilla. Los cuñados, la detestaban.

Tardé mucho en comprender que mi tío se hizo Guardia Civil para vencer el hambre y la pobreza de la postguerra en su tierra soriana. Era un hombretón noble y sentimental. Le oí decir que nunca más volvería a pegar tiros por el monte. Por nada del mundo. Prefería cargar sacos de cemento en el puerto. Eso dijo.

Nuestros abrigos cumplieron su función contra el frio del invierno almeriense. Luego, desaparecieron en el baúl de los recuerdos. También tuvo otro efecto benéfico: me hizo un poco mayor. Por fuera y por dentro.

Con mi primo Pepe (Dcha) con el abrigo sacado de la capa de guardia civil de mi tío.

 

 

 

 

 

El SUT nos hizo mejores personas

Lo recuerdo como si fuera ayer. Para los franquistas, el SUT se había convertido en un nido de rojos. Por eso, lo persiguió y lo cerró sin contemplaciones. Sobre esa historia tan singular acaba de salir un libro que recomiendo a mis hijos y a todos los del 15-M. Considero aquella experiencia personal, enriquecedora y silenciada, como el embrión de la Transición. Sé por qué lo digo. Yo estuve allí. Una de las fotos que incluye este libro me ha provocado un golpe de nostalgia. No es para menos. Fijaos que chaval, con 19 años (¡y qué mata de pelo!), sentado en un vehículo Willis del Ministerio de Agricultura. Procedía de la ayuda norteamericana a Franco a cambio de instalar las bases nucleares en España. .

Con 19 años, micrófono en mano y subido en este Willis, daba charlas y proyectaba películas por los pueblos de Sierra Morena.«

Acabo de comprar el libro «Una juventud en tiempo de dictadura. El Servicio Universitario del Trabajo (1959-1969)«, dirigido por el historiador Miguel A. Ruiz Carnicer. Su portada es muy expresiva de lo que hacíamos los «sutistas», durante los veranos, en los campos de trabajo y en las campañas de alfabetización.

 

Portada del libro, editado por Catarata.

Yo entré allí con 18 años y salí con 20 cuando la Dictadura, que lo había financiado, decidió perseguirlo y cerrarlo. Le había salido el tiro por la culata. El prólogo de la «sutista» Manuela Carmena, ex alcaldesa de Madrid, lo dice todo. Y la contraportada del libro lo resume así:

Contraportada del libro sobre la historia del SUT

Entre los ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Xabier Arzalluz y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, José Luis Leal, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Paco Fernández MarugánJuan Anlló, etc.

Lo leeré con gusto. Gracias a sus autores, los franquistas no consiguieron silenciar del todo aquella experiencia humana y política tan maravillosa.

Portada del documental «La transición silenciada», de Miguel Ángel Nieto.

Y gracias, también, al periodista Miguel Ángel Nieto (ex redactor del diario El Sol), autor de «La transición silenciada», espléndido documental producido por Diagrama y emitido por las televisiones autonómicas.

Por la miseria y la pobreza que compartimos con la España rural en las campañas de alfabetización y en los campos de trabajo (solo durante los veranos), creo que  el SUT nos hizo mejores personas. Recién casados, en mayo de 1969, influido por las experiencias previas del SUT, Ana Westley y yo decimos ir de viaje de novios… a Las Hurdes. Dura e inolvidable experiencia.

Durante los dos años y pico que participé en el SUT, aprendí mucho también sobre agitación y propaganda (Agitprop). Como dice mi querida Cristina Almeida: «Gracias, SUT».

Aquí estoy preparando carteles y pancartas del SUT para movilizar conciencias y captar universitarios para las campañas de alfabetización y los campos de trabajo.

He repasado mis memorias inéditas («Y seguimos vivos. Recuerdos de un periodista que sobrevivió a la Dictadura») y no me resisto a copiar y pegar aquí el capítulo 7 («Enseñando a leer en Sierra Morena») donde cuento mi experiencia en el SUT. Paciencia. Tiene 5 ó 6 folios. El que avisa no es traidor.

Enseñando a leer en Sierra Morena

Capítulo 7                                                              

Ningún hueso roto. Yo creo que la presencia de ancianos y niños en la manifestación de Baeza hizo que “los grises” no se emplearan a fondo. Sus golpes no eran tan fuertes como yo me temía. Mientras retrocedíamos, primero lentamente, y luego a la carrera, aguanté y recibí, con gusto, los primeros golpes de “los grises”.

Fue mi bautizo, inmerecido, como activista. Lo suficiente para contarlo. La próxima vez, si no tenía que proteger a ancianos y niños, escaparía de la primera fila. Me dijeron que los grises sacaban fotos de los que encabezaban las manifestaciones para ficharlos. Tomé nota. Aprendí a correr antes de que me alcanzaran otra vez en las manifestaciones estudiantiles. Estoy haciendo memoria, y creo que, aunque me tuvieron a tiro, nunca más volvieron a zurrarme con sus porras. En las protestas universitarias solo tuve caídas y tropezones. No tenía, ni tengo, madera de mártir. Tampoco era yo (ni soy) muy valiente. Mi heroísmo, lo saben quienes me conocen bien, era de pura fachada. En Baeza, reaccioné así por instinto animal al igual que los demás jóvenes. Yo era un pardillo y, sin pensar en las consecuencias, me sentí obligado a proteger a los más débiles. No fue una reacción racional sino, mas bien, zoológica.

En dos semanas, mira por dónde, no quedó ni rastro de los moratones en piernas, brazos, culo y espalda que me hicieron en Baeza. No así la impresión tan profunda que me causó aquella experiencia política, poética y solidaria. Los “Paseos con Antonio Machado” se me quedaron grabados por mucho tiempo. En realidad, hasta hoy. Hace diez o quince años volví con mis hijos al lugar de los hechos. La cabeza de bronce del poeta, que permaneció escondida hasta que recuperamos la democracia, estaba, al fin, en su sitio. Emocionante recuerdo.

En el autocar que nos trajo de Baeza a Madrid no paramos de cantar y reír hasta que, muy entrada la noche, empezamos a dar algunas cabezadas. Al final, el sueño nos venció y salvó a nuestras gargantas de una afonía grave. Misión cumplida.

A los pocos días, todo el Colegio Mayor sabía quiénes habíamos acudido a Baeza. Casi mejor. Estaba harto de disimular. Me apunté inmediatamente al SUT (Servicio Universitario del Trabajo). Pensé que eso me protegería. El SUT dependía del SEU y financiaba sus actividades con dinero del Régimen. También me atrajo el hecho de que estaba lleno de rojos y de falangistas anti franquistas. Una cosa compensaba la otra.

Los jóvenes del 15-M de 2011 que, como mi hijo menor, dormían en la Puerta del Sol, algunas ONGs y quienes sueñan con la regeneración democrática de España podrían encontrar inspiración, paternalismo aparte, en la memoria del SUT de los años 50 y 60.

Hace poco, al cabo de medio siglo, una treintena de sutistas (ex miembros del SUT) cargados de canas, arrugas, calvas y alguna barriga cervecera, nos reunimos en Madrid. Nos habían convocado historiadores de la Universidad de Zaragoza para apoyar una investigación sobre nuestra pequeña historia. (1)

Además del natural ataque de nostalgia y de un cariñoso intercambio de viejos afectos, la reunión de jubilados nos sirvió para reflexionar sobre quiénes éramos, cuál fue la evolución de nuestra conciencia social y qué inquietudes políticas nos movían en el mundo universitario (de 1950 a 1968) en plena dictadura franquista.

En aquellos veranos intensos se produjeron intercambios de experiencias en dos direcciones. El efecto era muy enriquecedor, sobre todo para los estudiantes. Trabajábamos en fábricas, minas, talleres, granjas, explotaciones de todo tipo y en campañas provinciales de alfabetización. Enseñábamos a leer y escribir a los adultos y ancianos analfabetos que lo desearan. Vivíamos y comíamos en sus casas. De vez en cuando íbamos a comer a una casa distinta para repartir el coste entre los alumnos. La mayoría eran pobres de solemnidad.

Una mezcla explosiva

 La mezcla de universitarios, socialmente inquietos, con obreros y campesinos, al borde de la miseria y con la rabia contenida, era explosiva. No era, pues, de extrañar que los gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento y el propio Ministerio de la Gobernación escribieran alarmados “mensajes urgentes del SUT” a la dirección nacional del SEU en Madrid.

Por eso, de vez en cuando, las autoridades del franquismo abrían y cerraban cíclicamente nuestras actividades, tan contradictorias e incomprensibles para quienes aplicaban la política represiva de la Dictadura.

La letra misma del himno del SUT de aquella época no deja de ser chocante para los universitarios de hoy, tan abocados al paro o al mileurismo. Con la música de “Santa Bárbara bendita, tralaralará, tralará, patrona de los mineros…” cantábamos una estrofa que decía “somos universitarios que queremos ser obreros, mira Marusiña, mira, mira, como vengo yo”.

Los archivos del SUT, del SEU y del Movimiento fueron indebidamente purgados o quemados. Los historiadores lo tienen muy difícil para conectar con los miles de universitarios que pasamos voluntariamente los veranos en cientos de campos de trabajo (minas, fábricas, talleres, granjas, etc.), llevando teatro y cine, y enseñando a leer y escribir a miles de analfabetos en las Campañas de Educación Popular de Granada, Jaén, Cáceres, Almería, León, etc.

Recuerdo muy bien, por ejemplo, las actuaciones espectaculares del Teatro Universitario (el TEU de la Universidad de Barcelona), montando y desmontando sus escenarios en las plazas de los pueblos de Sierra Morena, en Jaén. Movían tablones enormes bajo un sol de fuego. Al atardecer, como en La Barraca de García Lorca, dejaban boquiabiertos a los vecinos. Una explosión de cultura, nunca vista por los serranos. Francamente emocionante. Obras de Cervantes, García Lorca, Lope de Rueda o los hermanos Álvarez Quintero fueron interpretadas, por primera vez, en las aldeas más olvidadas de Sierra Morena.

Los actores de aquel Teatro Español Universitario que se unieron a la Campaña de Alfabetización del SUT eran, para empezar, Mario Gas y Emma Cohen, primer actor y primera actriz respectivamente. Ahí queda eso. Más que una iniciativa franquista (que se hacía, desde luego, con el dinero del Régimen de Franco) me parecía una herencia milagrosa de las Misiones Pedagógicas de la II República

“Los amores de don Perlimplín con Belisa en su jardín” y la “Tragicomedia de don Cristobal y la señá Rosita” son obras de García Lorca que nunca olvidaré, por el efecto que me causó aquel público entregado, embobado. Aún conservo grabada de forma indeleble en mi cerebro una de las canciones de Belisa o de la señá Rosita. De vez en cuando la canto:

“Por el aire van / los suspiros de mi amante / por el aire van / van por el aire.

A la flor / a la pitiflor / a la verde oliva / y bajo los rayos del Sol / se peina mi niña”. 

La bella Emma Cohen, estudiante de Derecho, primera actriz del TEU por los montes de Jaén, nos enamoró a todos. No me extrañó que pronto enamorara también al grandísimo Fernando Fernán Gómez con quien compartió su vida. Mario Gas estuvo genial. Pocos años después, tampoco me sorprendió su meteórica carrera hacia el éxito como actor y director teatral.

Por algo el SUT, aquella válvula de escape del franquismo para canalizar (quizás, controlar) las inquietudes sociales de los jóvenes, acabó como el rosario de la aurora. Los jerarcas de la Dictadura querían mejorar, a toda costa, la imagen exterior de España. Franco, reconocido por Estados Unidos y por la ONU, estaba llamando a la puerta de Europa. La Comunidad Económica Europea le daba con la puerta en las narices. Desde que me apunté al SUT, me mandaron a un par de conferencias y seminarios de organizaciones universitarias europeas semejantes a la nuestra. Creo que me eligieron por ser uno de los pocos que podía chapurrear francés.

Curas comunistas como el padre Llanos

Algunos entraron en el SUT como partidarios del franquismo, con raíces falangistas, o de Acción Católica. Muchos de ellos salieron, desde luego, listos para engrosar las filas de partidos y organizaciones políticas de la oposición clandestina a la Dictadura.

Apenas queda rastro oficial de aquellas actividades tan singulares, paternalistas, incluso revolucionarias, protagonizadas por una mezcla incomprensible de falangistas, curas obreros, comunistas, socialistas, democristianos y hasta frailes y monjas.

Había una combinación excitante de pavor y disimulo, de idealismo e ingenuidad. Los sutistas comenzábamos nuestra labor inspirados por la catequesis marxista del padre José María Llanos, fundador del SUT y ex capellán del Frente de Juventudes. Cuentan que el padre Llanos fue confesor de Franco. No lo pude confirmar. Lo que sí está confirmado es que dirigió los ejercicios espirituales del dictador en 1943, y luego acabó en el Partido Comunista. Típica evolución de muchos sutistas. El cura del SUT vivió entre los pobres de El Pozo del Tío Raimundo en Vallecas y participó en la fundación del sindicato ilegal Comisiones Obreras. Nunca fue detenido. Algunas biografías atribuyen a Franco una orden permanente sobre el padre Llanos: “A ese, ni tocarlo”.

La protección que parecía disfrutar el fundador del SUT no se extendía, desde luego, a sus seguidores en los campos de trabajos o campañas de alfabetización. Las actividades veraniegas de los sutistas acababan, a menudo, con huelgas, disturbios y persecuciones de la policía y la Guardia Civil por toda España.

A más de uno, su paso por el SUT, con su eventual ficha policial, le amargó la mili o le perjudicó en su carrera profesional. Para la mayoría, fue una experiencia que, en buena medida, cambió nuestras vidas. Yo creo que nos hizo -perdón por la inmodestia- mejores personas. Desde luego, más antifranquistas.

Varios fundadores del SUT nos recordaron recientemente, con una pequeña mezcla de amargura e ilusión, que los que ganamos, como siempre, fuimos nosotros. Nuestros amigos y anfitriones temporales (obreros y campesinos) siguieron con sus miserias y sus peleas objetivas.

El SUT, embrión de la Transición

 Conocimos la realidad, o sea, la miseria económica, social y cultural de España. Inflados de ingenuidad y buena fe, quisimos cambiarla. Digamos que, con el SUT, al franquismo le salió el tiro por la culata. Un disparo de bajo coste cuyos efectos noté al cabo de mucho tiempo.

Diez años más tarde, viví la Transición como miembro del equipo del vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell. En aquel proceso de reconciliación y cambio, pude reconocer a algunos viejos colegas del SUT que fueron valiosos para la recuperación de las libertades. También recordé los valores del compromiso social que habíamos adquirido conviviendo con obreros y campesinos en los campos de trabajo y las campañas de alfabetización.

Por eso, y esto no lo hago solo por presumir, creo que no vendría mal dejar alguna huella escrita de aquellas aventuras paternalistas/revolucionarias, idealistas/ingenuas, pero -eso sí- honradas y solidarias, para las generaciones venideras. Claro que para eso están los historiadores.

En el verano de 1966, me alisté en la campaña de alfabetización del SUT en la provincia de Jaén. Meses antes, como un mindundi recién llegado, colaboré con el equipo directivo en la organización y en la comunicación externa. O sea: agitación y propaganda para captar estudiantes. Una vez en Jaén, me sorprendieron con una tarea muy singular, incluso divertida. Mi trabajo consistía en ofrecer y comentar documentales cinematográficos sobre temas agrícolas, tratamiento de plagas, cooperativismo, etc., y películas antiguas, a modo de cine fórum, por todos los pueblos, aldeas y pedanías de Sierra Morena que tuvieran luz eléctrica. La pantalla solía ser cualquier pared blanca o desconchada de la Iglesia o de alguna casa de la plaza del pueblo.

Contaba con una furgoneta gris. Venía con conductor incluido, Fernando, empleado del ministerio de Agricultura, que se integró muy bien con los miembros del SUT. Su camioneta estaba equipada con micrófono, cuatro altavoces, focos, proyector de películas y documentación y folletos sobre las charlas de divulgación agraria para repartir entre los campesinos de la región que supieran leer.

Quienes me conocieron de mayor, y me tienen por parlanchín irremediable, no me van a creer. Lo sé. Sin embargo, debéis creerme si os digo que lo primero que tuve que superar fue el pavor que tenía a hablar ante un público desconocido, micrófono en mano, y a provocar debates con los espectadores. Lo superé y estuve mucho tiempo orgulloso de ello. Hablar en público. Otra beca.

El ministerio de Agricultura puso a nuestra disposición su Unidad Móvil nº 1 y todo su material de divulgación y entretenimiento. Me dijeron que aquel armatoste gris oscuro, entre ambulancia y coche fúnebre de los años cincuenta, vino a España dentro del paquete de ayuda del presidente Eisenhower al general Franco, a cambio de utilizar nuestro territorio para sus bombarderos atómicos en la guerra fría contra Rusia.

No era broma. Unos meses antes, en enero de ese mismo año, habían caído sobre Palomares (Almería), muy cerca de mi antigua casa de La Rumina (Mojácar), cuatro bombas atómicas que, sin estallar, contaminaron de plutonio radiactivo las tierras que yo había recorrido de niño para vender nuestros tomates en la alhondiga de Cuevas.

En Almería me alimenté con el queso americano amarillo y la leche en polvo, que se te pegaba irremisiblemente en el cielo de la boca. Con aquel viejo Jeep Willys del ministerio de Agricultura probé otro de los regalos de aquella “Cruzada por la Libertad”, tan hipócrita, de los Estados Unidos.

Para los españoles, no tuvo nada que ver con la libertad. Nada más lejos. EE. UU. predicaba democracia y apoyaba dictaduras. El presidente norteamericano vino a España para abrazar y apoyar al tirano Francisco Franco, viejo aliado de Hitler y Mussolini en la guerra civil y en la segunda guerra mundial. Hizo de traductor en aquella visita el general norteamericano Vernon Walter, ayudante del presidente Eisenhower.

Permitidme ahora un pequeño salto en el tiempo. En 1988, entrevisté al general Walter en Nueva York, donde era embajador de su país ante la ONU. Él hizo de traductor entre Franco y Eisenhower en Madrid. Al apagar la grabadora, le reproché la hipocresía de su país cuando él acompañó a su presidente a ver a “nuestro” dictador. Un debate fuerte. Ya lo creo. Le conté que, de niño, yo llevaba a los marineros de la VI Flota yanqui a Las Perchas, el barrio de putas de Almería. Por dinero. Luego pintábamos “Yanqui go home” cerca del Puerto. El general se refugió en el pragmatismo del mal menor para derrotar al comunismo.

No le quise decir que el Jeep Willys de la ayuda norteamericana a la Dictadura me había venido muy bien en Sierra Morena. De maravilla.

(1) Entre los más ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Xabier Arzallus, Manolo Vázquez Montalbán, Juan Antonio Hormigón y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Pascual Maragall, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Juan Anlló, José Luis Leal, etc.

Mis memorias inéditas de la Transición y el Periodismo, escritas para mis hijos y nietos durante el largo confinamiento de la Covid 19.

 

 

 

 

 

Suárez rompió los cordones sanitarios contra el PCE, CC.OO., UGT y USO

En 1977, tal día como hoy, 28 de abril, el presidente Suárez rompió todos los «cordones sanitarios» contra los sindicatos ilegales Comisiones Obreras, UGT y USO. Unas semanas antes, el 9 de abril, sábado santo, había cortado también el cordón sanitario que el franquismo había impuesto contra el PCE durante 40 años.

Legalización de los sindicatos CC.OO., UGT y USO

La decisión de Suárez, apoyada en un informe confidencial de suma importancia, realizado por mi paisano Andrés Cassinello, su jefe de Información (embrión del CESID), fue la primera piedra imprescindible para poder construir la Democracia y enterrar la Dictadura. El rechazo a la violencia por parte de Santiago Carrillo, líder de los comunistas, y el consenso de las demás fuerzas políticas (salvo las franquistas) permitieron la recuperación de las libertades.

Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno que rompió col «cordón sanitario» contra el PCE y los sindicatos ilegales.

He tenido el privilegio de leer ese informe secreto que el teniente general Cassinello ha incluido en sus memorias (aún inéditas). Es un texto contundente, muy bien razonado, capaz de convencer entonces al pres¡dente Adolfo Suárez de la conveniencia y la utilidad de legalizar al Partido Comunista para poder consolidar la Democracia. La ausencia de violencia era un compromiso fundamental para poder dar ese paso histórico que permitiría la alternancia en el Poder decidida por la soberanía popular.

Charla animada con el teniente general Cassinello (centro derecha, en la foto) y otros dos almerienses.

Ahora se habla mucho de establecer o no un cordón sanitario contra VOX, el partido de extrema derecha populista que no condena claramente las balas de CETME (un arma militar) que han recibido por correo varios políticos españoles como aviso o amenaza de muerte. Bildu es un partido legal porque renunció al uso de la violencia. Los herederos de los terroristas de ETA cambiaron las balas por los votos y están hoy pacíficamente en las instituciones públicas. No hay lugar para cordón sanitario contra Bildu. Tampoco puede haberlo contra VOX siempre que condene explícitamente el uso de la violencia. Frente a las amenazas de muerte recibidas por el ministro del Interior, la directora de la Guardia Civil y el candidato Pablo Iglesias, la candidata de VOX, Rocío Monasterio, ha renunciado claramente a condenarlas. Peor aún, ha hecho burla y mofa de ellas. Supongo que rectificará y condenará explícita y claramente todo uso de la violencia en Democracia. Si no lo hace, VOX se expone no solo a un cordón sanitario, que impida pactar con ellos, sino a ser declarado ilegal por la Justicia.

La base de la Democracia es la alternancia en el poder en ausencia de violencia. Si VOX no acepta esta base esencial, deberá ser prohibido como partido político. Cordón sanitario es una expresión equívoca que no me gusta. La Democracia es el imperio de la Ley igual para todos. Si VOX se coloca fuera de la Ley, al no condenar la violencia, desaparecerá como partido político y se convertirá en una partida de la porra. Creo que es pronto para llamar fascistas a los miembros y votantes de VOX. El fascismo se basa en dos pilares: el uso de la violencia y el cambio de un sistema democrático por otro totalitario. Los de VOX aún no han llegado a eso por mucho que se les vea el plumero. Por eso, sería bueno no llamarles fascistas sino atraerles al campo democrático... si se dejan.