Viernes noche en la Gran Vía. Los últimos comercios echan el cierre, las bocas de metro no cesan de sacar gente a las calles. La ciudad late fuerte, intensamente, en uno de los últimos fines de semana veraniegos del año, rondando el mes de noviembre.
Cruzamos la calle. Llegamos a Desengaño, Soledad Torres Acosta… la noche y el día, el blanco y el negro… la cara y la cruz del Madrid del siglo XXI…
Los vecinos observan resignados la degradación de su barrio, de sus parques y plazas, de sus portales, de sus noches sin dormir y sus temores al cruzar la calle.
“Son el último eslabón de la cadena, las víctimas, las que más sufren… “- nos cuentan, mientras observamos cómo las prostitutas, yonkis y chulos ocupan sus puestos según avanza la noche… “y luego dicen que no hay mafias…”
Seguimos caminando… Barco, Ballesta, la Nao… los chinos indican el camino, con sus enormes bolsas de cervezas en la mano… el botellón continúa a escasos metros, en San Ildefonso…
Por el camino, dejamos atrás decenas de indigentes olvidados… unos duermen, otros apuran la litrona, otros preparan el último pico de heroína de la noche…
Finalizamos el reportaje en el mismo lugar donde comenzamos. La madrugada avanza, y el tráfico en Gran Vía perdura… jóvenes y turistas caminan ajenos al desconcierto de las calles paralelas… de repente, alguien sale corriendo con un bolso en la mano…los clientes del hotel se apartan rápido… el joven finaliza el palo en un soportal, y tira lo que no vale… una pequeña agenda y una tarjeta sanitaria…
La noche será eterna en Leganitos… habrá cola en la comisaría de Policía para formalizar la denuncia… y amanecerá en Madrid, un par de horas más tarde…