Fotografía: foto del griego "phos" (luz) y grafía del griego "graphis" y "graphos" (escribir). Escribir con la luz.

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Una noticia con final feliz

Os presento a Óscar. Tiene algo menos de ocho horas de vida.

Ayer lunes, Óscar llegó al mundo. Y lo hizo de la mano de Juan, Rocío y Juan Antonio. Hasta aquí, todo normal, si no estuviésemos hablando de tres Guardias Civiles.

Eran cerca de las siete de la mañana cuando Olga y Óscar (padre) se acercaron al Cuartel de la Guardia Civil de Daganzo (Madrid) pidiendo ayuda. El pequeño Óscar venía de camino, tres semanas antes de tiempo, y había que llegar cuanto antes al hospital. Dos patrullas intentaron escoltar el coche de Óscar, pero la hora punta hizo de las suyas, y pocos kilómetros después, Olga se puso de parto. Los agentes tuvieron que asistirla en la carretera siendo imposible llegar hasta el hospital.

Afortunadamente, Óscar descansa ahora junto a sus padres en el hospital, ajeno al noticioso parto. Por un día, algo excepcional, y con final feliz, es noticia.

Enhorabuena a Óscar a Olga, felices padres. Y a Juan, a Rocío y a Juan Antonio, felices Guardia Civiles, y «matronas» por un día…

Bajo las alcantarillas

Nos habían advertido con tiempo: ropa de recambio, muda y toalla. Esas eran algunas de las instrucciones previas al reportaje que os presento. La Unidad de Subsuelo de la Guardia Civil.

Al llegar, las primeras instrucciones, mientras nos ponemos el mono interior, el traje ignífugo, las botas, la mascarilla, la botella de oxígeno y la linterna… No me puedo poner guantes – les digo. Sino, no puedo disparar. Pues… ponte estos (de nitrilo).

Preparados entonces, me dispongo a salir por la puerta del Cuartel con mi disfraz de alcantarilla y mi disfraz de fotógrafo. Son incompatibles. Coge sólo no necesario. ¿Vas a bajar con la bolsa del equipo? Miro a Juanma, mientras dejo parte del equipo fotográfico, el móvil y el tabaco en una taquilla. Creo que es la primera vez en años que me separo del teléfono móvil… y de mi cajetilla de tabaco…

Llegamos a la alcantarilla. El calor aprieta. Nunca pensé ver tanta mierda en tan poco espacio… las bolsas de los pipi-canes nos reciben colgando de los escalones del tubo, el que nos lleva a lo oscuro…

Una vez dentro, mi máxima preocupación está en el equipo fotográfico. El agua nos va tapando hasta las rodillas. Y es complicado enfocar… ¡Rata! Exclama el primero de la fila. Una de las instrucciones era no moverse y permanecer en silencio. Pues lo dicho, quietecito y sin decir ni pío, la rata sigue su camino y nosotros el nuestro.

Seguimos caminando por la galería subterránea. El olor es nauseabundo, hasta que de repente encontramos un oasis en mitad del desierto. Un fuerte olor a detergente y algo de espuma nos da aire… algún portero ha terminado de fregar… adivinad dónde va el contenido del cubo…

Sin reloj, sin móvil y sin tabaco… y con muchas dificultades para salvar alguna fotografía. Otra de las instrucciones es la de permanecer a unos metros del siguiente compañero, por si pasa algo. Paso a encabezar la comitiva, para sacar alguna foto, y de repente, mi cabeza es la que limpia el camino de telarañas…

Transcurrido un tiempo inexacto, salimos al exterior. Hemos caminado más de un kilómetro en media hora de galerías sin darnos cuenta. Subo de nuevo los escalones. El Jefe de Unidad coge mi cámara. El sol aprieta. Y nuestros cuerpos están llenos de inimaginables olores y colores.

Me dispongo a quitarme los guantes y buscar un cigarrillo. ¡No te quites los guantes! – me exclaman. ¡Hay que desinfectarse antes! Maldita mi suerte… tenemos que permanecer así un buen rato, hasta que nos rocían con una manguera, mientras otro compañero nos retira cada una de las capas protectoras…

Tras la experiencia de estar oliendo mal, sin móvil y sin tabaco, a pleno sol durante un buen rato… nos damos la ducha más deseada de nuestras vidas… Cojo de nuevo la cámara y respiro aliviado (no tiene demasiada mierda).

Aún con la adrenalina por las nubes, me despido de los componentes de la Unidad con cierta prisa. Tengo curro. Me espera Susana.

¡Alto! Guardia Civil

Mi relación profesional con la Guardia Civil pasa por algún control de alcoholemia en campaña estival, algún viaje en helicóptero, algún reportaje con radares de tráfico… y su compañía en manifestaciones y desalojos.

La semana pasada realizábamos un reportaje a su Escuadrón de Caballería.

No son aún las ocho de la mañana y el movimiento en el cuartel es absoluto. Lejos de despachos y oficinas, los Guardia Civiles se afanan no sólo en las actividades polideportivas, sino en la limpieza exterior e interior de cuadras, herrería, jardines y camiones…

“Aquí no se para, y si el servicio comienza a las siete de la mañana, dos horas antes hay que ponerse en marcha” – nos cuentan. Son caballos, no coches o motocicletas.

Al caballo hay que darle de comer, hay que entrenarle y domarle. El periodo de prueba para que un caballo pueda acabar en el Cuerpo es de dos meses. Ha de ser dócil y tranquilo. Requisito mínimos: 1,60 de altura.

Mientras unos terminan de pintar la fachada de las cuadras, otros se afanan en los herrajes. Esta semana tienen procesión, y hay que poner herraduras de goma a los caballos para no romper las calzadas de mármol y evitar que los caballos se escurran.

Pasan las horas y continúa la actividad. Una unidad va a realizar un servicio de vigilancia.

El caballo está preparado, y el jinete también. Se prepara el camión. Todo listo.

Más de 1.200 servicios por toda España; 46 actuaciones de control de masas y orden público, 153 de seguridad ciudadana, 786 de prevención de incendios y medio ambiente. Misiones a las que hay que sumar unas 50 salidas de protocolo y honores en fiestas y desfiles.

Además, una Unidad Especial de Emergencia preparada en todo momento por si hiciese falta.