Quién fue… Matthias Sindelar

Esta historia, que ya había oído yo antes, me la recordó el otro día un artículo de Alfredo Relaño, con motivo del partido que jugaron las selecciones de España y Austria en el Prater de Viena (hoy Ernst Happel). Es una historia parecida en algunos aspectos a la de Eduard Streltsov, que si lo recordáis fue aquel futbolista soviético que se las tuvo que ver con el sistema. Esta es la historia de Matthias Sindelar.

Matjaz Sindelar (luego germanizaría su nombre) nació en Kozlov, Imperio Austrohúngaro (hoy República Checa), el 10 de febrero de 1903, en el seno de una familia judía que cuando Matthias tenía dos años se trasladó al barrio vienés de Favoriten (frecuentado por checos). A los 15 años, Sindelar empezó a jugar en el Hertha de Viena, hasta que seis años después dio el salto a uno de los grandes de su país, el Austria de Viena. Allí se convirtió en uno de los mejores jugadores de su país, ganando muchos trofeos, no sólo en Austria, sino fuera de ella, como la Copa Mitropa (un extinto torneo para equipos del centro de Europa).

A todo esto, Sindelar ya era una de las más destacadas figuras de su selección, que conformó el llamado Wunderteam (equipo maravilla), con jugadores como Josef Smistik o Walter Nausch.. Lograron alcanzar las semifinales del Mundial del 34 en Italia, un Mundial amañado como tantos otros para que los locales ganaran la copa Jules Rimet. Sindelar se ganó el apelativo de el Hombre de Papel, por su velocidad y su forma de moverse en el campo.

Todo era bello hasta que en marzo de 1938, Adolf Hitler anexionó Austria y Alemania, lo que en los libros de historia se llama Anschluss. Esto significaba que los austríacos eran, a partir de ese momento, sólo alemanes. Los nazis organizaron el 3 de abril un derby de despedida, el último partido en el que Austria jugaría como tal. El encuentro, como era tan habitual en los regímenes totalitarios, estaba amañado y debía acabar en empate. Nuestro héroe, antes de que rodara el balón, ya se ganó la antipatía de los jerarcas nazis cuando se negó a realizar el saludo típico del III Reich, es decir, brazo derecho alzado. Una vez rodando el balón, Sindelar jugaba a placer, regateando hasta a su sombra, pero sorprendentemente, cuando llegaba a puerta, disparaba sin peligro y regresaba a su campo frustrado. Pero sólo 70 minutos le duró la trampa a la moral de Sindelar. Fue el minuto en el que se hartó y marcó el 1-0, para total sorpresa de las autoridades nazis, sorpresa que se convirtió en estupefacción cuando vieron cómo Sindelar celebró el tanto con especial rabia e incluso burla, delante del palco. Sus compañeros se soltaron e incluso marcaron otro gol. Por supuesto, las cosas no podían quedar así y hubo un replay, en el que Alemania ganó 9-1.

La actitud de Sindelar en el partido le sentenció. Si ya por ser judío lo iba a pasar muy mal, su desafío a los nacionalsocialistas no quedaría sin castigo. Para más inri, se negó a formar parte de la nueva selección alemana que iría al Mundial del 38. Su compañero del Wunderteam Nausch, que estaba casado con una judía y que no aceptó divorciarse de ella, huyó a Suiza. Sindelar y su mujer, una judía italiana, permanecieron ocultos en la Viena nazi. Las autoridades ofrecieron una recompensa para el que diera su paradero. Y dieron con él, al parecer, merced al chivatazo de uno de los ex miembros del Wunderteam.

Pero los nazis llegaron tarde. El 23 de enero de 1939 encontraron a Matthias Sindelar a su mujer, Camilla, muertos en un apartamento de Viena. Todavía hoy, 70 años después, se desconocen las verdaderas causas del fallecimiento de la pareja. La causa de la muerte fue asfixia por inhalación de monóxido de carbono. Al parecer, se suicidaron agobiados por la persecución de los nazis, pero la versión oficial que se dio en la época fue la del accidente.

El Austria de Viena (club que consiguió mantener su nombre durante la Anexión pese a los intentos de los alemanes por cambiarle la denominación) recibió más de 15.000 telegramas de pésame y al funeral de Sindelar acudieron 40.000 personas, a pesar de los esfuerzos de los nazis por no consentir una ceremonia demasiado ruidosa.

Y así, de esa manera tan triste, acabó la vida del que según la IFFHS fue el mejor jugador austríaco del siglo XX y el 22 del mundo en el mismo período de tiempo.

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