Juan Carlos Escudier

Archivo de la categoría ‘Juicio 11-M’

Un policía con Alzheimer

Alguien miente. Si lo que ha declarado el comisario general de Seguridad Ciudadana, Santiago Cuadro, es cierto, jamás comunicó al subdirector general Operativo, Pedro Díaz Pintado, que lo que había estallado en los trenes era titadyne con cordón detonante. En conclusión, Díaz Pintado es un mentiroso, porque eso fue lo que testificó bajo juramento al tribunal. Pero si Díaz Pintado ha dicho la verdad y su subordinado le habló primero de titadyne y luego de dinamita sin especificar marca alguna, el que ha mentido generosa y reiteradamente ha sido Cuadro, que ha negado a su ex jefe más veces que San Pedro.

Este comisario tiene un problema: su memoria es frágil como el cristal de Bohemia, pero muy selectiva. Cuadro es capaz de reproducir textualmente sus conversaciones con Díaz Pintado el 11 de marzo pero el resto no lo recuerda o lo ignora, lo que es muy triste en un señor muy joven para sufrir un Alzheimer tan severo. En definitiva, Cuadro ha dicho lo que le ha interesado y ha sembrado interrogantes sobre su grado de colaboración con el tribunal.

Si lo que ha manifestado es cierto, su primer contacto con Díaz Pintado se produjo al mediodía del día 11. El subdirector le metió prisa para que él, como responsable jerárquico de los Tedax, precisara el tipo de explosivo usado en los atentados. Según éste, a Cuadro le sentó mal la urgencia. El comisario no lo recuerda, pero sí sabe que le transmitió que las prisas son malas consejeras.

Según Cuadro, tras recabar la opinión de los técnicos en desactivación, telefoneó a Díaz Pintado poco antes de las 13 horas para comunicarle el primer veredicto: podría tratarse de dinamita, reforzada probablemente con cordón detonante. Díaz Pintado sostuvo, en cambio, que Cuadro fue taxativo al afirmar que se trataba de titadyne y que, al preguntarle si estaba seguro, su respuesta no dejó margen al error: “Seguro”. Hoy el comisario se ha burlado de esta presunta certeza suya: “Si le hubiera dicho seguro que es, habría pensado de mi: éste está loco”.

Siguiendo con su relato, fue las 14,30 de aquel día cuando en la sede del Tedax se le informa que el explosivo podía ser dinamita, es decir, exactamente lo mismo que él ya debía de saber si es que no lo había olvidado como todo lo demás. Con las mismas, comunicó la confirmación a Díaz Pintado, una redundancia porque, si dice verdad, era exactamente lo mismo que le había anunciado poco antes.

A partir de aquí todo se ha borrado en la mente del pobre Cuadro. Ha dicho primero que no tuvo ninguna noticia de qué vías de investigación se estaban siguiendo y el presidente del Tribunal ha tenido que recordarle que participó en una reunión a las 17,00 horas con otros mandos policiales, incluido Díaz Pintado, sobre ese mismo tema. Entonces ha recordado la reunión pero no lo que se había hablado en ella. Lo que sí sabía seguro es que jamás le dijo a Díaz Pintado que no podía ser titadyne al no haber aparecido nitroglicerina entre los componentes, justamente lo que declaró el subdirector general Operativo.

El reino de Cuadro no era de este mundo. No recuerda cuándo supo que los terroristas eran islamistas, no recuerda cuando se enteró de que la dinamita era Goma 2, no recuerda lo que le dijo el Tedax que desactivó la mochila de Vallecas, no recuerda lo que le comunicó el jefe de Tedax, Sánchez Manzano… Lo dicho, una pena lo de este hombre y su memoria. Menos mal que está ya en segunda actividad. De policías olvidadizos empezamos a estar hasta el gorro.

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Había moros en la costa y no etarras

Si no fuera por la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M y por su abogado José María de Pablo, siempre vigilante por si hay etarras en la costa, nos hubiera pasado desapercibido el testimonio de Antonio Beamonde, un probo empleado de la tienda del Real Madrid dedicado a la venta de camisetas de Zidane pero con intuición asombrosa para detectar terroristas.

Beamonde se montó en el metro de Pavones a las 9,30 de la mañana del día 11 de marzo. Dos estaciones más allá, en Artilleros, subieron a su vagón dos músicos ambulantes. Los acordes hirieron la sensibilidad de uno de los pasajeros, que consideró que tras los atentados que acababan de producirse no era el momento más oportuno para la samba. Fue en ese momento cuando intervino una mujer: “¡Vamos, por favor! ¡Qué coño tendrá que ver con esto!”.

Aquello levantó de inmediato las sospechas del vendedor de balones, que escrutó a gusto a la mujer durante cerca de 15 minutos hasta que descendió del vagón en Príncipe de Vergara. Al llegar al trabajo, como hubiera hecho cualquier ciudadano decente impactado por la desconsiderada frase de la señora, abrió su ordenador y repasó las fotos de los etarras más buscados. Sí, allí estaba esa mujer. No tenía dudas: se trataba de Iosune Oña, integrante del comando Vizcaya de ETA.

El avispado Beamonde se dispuso de inmediato a colaborar con la Policía, ante cuyos funcionarios volvió a identificar a la terrorista, una melómana empedernida por lo visto. El abogado De Pablo ha estado incisivo: “¿Ha tenido noticias si se investigó lo que declaró?”. El testigo lo ignoraba. Aunque era bastante improbable que Iosune Oña viajara en ese metro y pidiera más marcha a los músicos, en julio de 2004 se hizo justicia. Fue detenida en compañía de Asier Mardones y está en el trullo.

La declaración del comerciante de camisetas ha sido mucho más interesante que la del Comisario General de la Policía Científica, Miguel Ángel Santano, entonces al frente de la Policía Científica de la Brigada de Madrid. Como nadie le ha mentado el ácido bórico, causa por la que está a la espera de juicio, su declaración ha sido decepcionante.

Lo que sí ha dejado claro Santano es que las relaciones con su antecesor debían de ser manifiestamente mejorables porque “no le informó de nada” en relación a una causa en la que se limitó a “prestar funcionarios”, de manera que el comisario se enteró por la Prensa y por comentarios de café con otros policías que todo apuntaba al islamismo. Había moros en la costa y no etarras, por mucho que algunos se empeñen.

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Unas víctimas muy incómodas para el PP

Ha sido una conjura. En el momento en el que empezaban a declarar Álvaro, cuya hermana Laura quedó en estado vegetativo; Antonio Miguel, al que las bombas dejaron hemipléjico; Francisco Javier, que corrió a buscar desesperadamente a su mujer herida en la estación de El Pozo; Isabel, que perdió a su hijo y a su ex marido; Jesús, con múltiples secuelas y el cuerpo lleno aún de metralla; y Eulogio, el padre de Daniel, cuyo cuerpo pudo velar cinco días después de los atentados; cuando todos ellos explicaban al tribunal su tragedia, la de todos, el cielo de Madrid empezó a llorar con rabia.

Los testimonios han estremecido a todos. Han petrificado a los acusados, que parecían una foto fija en la que faltaba Rafa Zouhier, al que han sentado entre el público en un sillón con la pierna en alto y un calmante en el estómago en el momento más inoportuno. La dignidad sorprende tanto que provoca silencio. Así, muy callados, con el vello erizado y un nudo en la garganta, les hemos escuchado con todo el respeto del que hemos sido capaces.

Antonio Miguel Utrera tiene ahora 23 años. Estudia 3º de Historia. El 11 de marzo de 2004 viajaba en el tren de la calle Téllez y se dirigía a la Universidad. Era un día normal. La explosión le catapultó a la otra punta del vagón. Bajó del tren y miró a su alrededor: “Parecía un baile de sonámbulos. La gente caminaba mirando hacia la nada”.

Las bombas le ocasionaron dos coágulos en el cerebro, a consecuencia de los cuales ha sufrido tres infartos cerebrales que le han producido una hemiplejia en la parte izquierda de su cuerpo. Ha perdido el oído derecho y el tímpano del izquierdo le ha sido reconstruido. Sufre un ligero estrabismo que le hace ver doble. Está en tratamiento psiquiátrico y dice que se ha vuelto un poco “misántropo”. Reclama la máxima pena para los culpables y “responsabilidades políticas para los miembros del anterior Ejecutivo”.

Las víctimas son gente paciente. Es una pena que Luis del Pino, Jiménez Losantos o Pedro J. Ramírez sean tipos muy ocupados y no tengan tiempo para mirarles a los ojos y explicarles esos ‘agujeros negros’ que tanto dinero les reportan. La conspiración les interesa mucho. Álvaro Vega, cuya hermana lleva tres años paralizada, a la que ve sufrir cuando bosteza y la mandíbula se le desencaja y a la que dedica sus fines de semana y sus vacaciones, estaría muy interesado en preguntar al inefable director de El Mundo por qué publicó en el aniversario del 11-M fotos de Laura postrada sin haber pedido el consentimiento de su familia. ¿Contribuía su imagen al conocimiento de la verdad?

De Eulogio Paz dirán que está politizado porque su muerto es Daniel Paz Manjón, su hijo y el de Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo. Dirán que está politizado porque buscó a su hijo en el hospital Gregorio Marañón, y luego en el Doce de Octubre y más tarde en la Estación del Pozo, y después en la Paz y luego en el Niño Jesús y a continuación otra vez en el Marañón. Dirán que está politizado porque esperó una noche entera en un pabellón del Ifema hasta que la Policía Científica le informó de que creía haber identificado el cadáver de Daniel y le pidió una muestra de ADN. Dirán que está politizado porque recogió su cuerpo cinco días después para velarlo y al día siguiente lo incineró. Dirán que está politizado porque pide cadena perpetua para sus asesinos y responsabilidades para Aznar y su Gobierno. Seguro que el gran Federico descubre que le paga el PSOE.

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Las lecciones del ‘capo’

Imad Eddi Barakat Yarkas, alias Abu Dahdah, está considerado por la Justicia el líder de Al Qaeda en España. El presunto ogro, condenado a 12 años por sus implicaciones en el 11-S, se ha puesto para testificar una gruesa piel de cordero. Ha tenido que pasar calor el pobre. Abu Dahdah ha hecho una lectura política de los atentados de Madrid que hubiera sacado de quicio al Gobierno del PP.

Según el terrorista, el 11-M fue consecuencia de la participación española en la guerra de Irak. A él no le extrañó porque la ocupación “generó odio en nuestros países”, aunque para que aquello no se entendiese como una justificación el cordero Abu Dahdah ha repudiado los atentados con un sonoro balido: “Lo que ha pasado es inadmisible”.

El sirio ha aprovechado para darnos una teórica sobre las distintas interpretaciones del Islam y sobre la orientación religiosa de sus presuntos autores. “Si son musulmanes, tienen que ser Takfir”, ha dicho como si fuera un ulema-perito. La doctrina Takfir Wal-Hijra es una rama del salafismo que permite a sus seguidores adoptar las costumbres occidentales para pasar desapercibidos y exterminar mejor a los herejes.

Abu Dahdah ha explicado que no conoce a nadie que practique esta doctrina que, como ocurre con algunas de las sectas antiguas que ha citado ante el tribunal, ejecuta acciones prohibidas por la religión musulmana. “No se puede matar niños, mujeres y ancianos”, ha subrayado. Nada ha dicho de los hombres, por lo que se supone que se les puede dar matarile con todas las bendiciones.

De los acusados, el capo de Al Qaeda ha reconocido haber tenido contactos sólo con dos: Mouhannad Almallah Dabas y Jamal Zougam. Del primero, de su misma nacionalidad, ha asegurado que le ha arreglado la lavadora, un electrodoméstico que ha tenido que darle más de un problema, además de haber coincidido con él en la mezquita de la M-30; a Zougam, le vendía frutas orientales y vasos de té de Turquía para la tienda de alimentación que tuvo antes del locutorio, pero nunca hablaron de religión. Abu Dahdah también ha dicho que lee mucho los periódicos y se ha notado: los vínculos que ha confesado son exactamente los mismos que reconocieron Zougam y su ‘ñapa’ favorito.

Del resto no sabe nada. Con Serhane el Tunecino no cruzó palabra pero su cara le sonaba bastante, suponía que de llevar mañana y tarde durante 10 años seguidos a su hijo a la mezquita. A las excursiones del río Alberche, a las que acudían algunos acusados y suicidas, no fue nunca: para encontrarse con el agua dulce, prefería el Pantano de San Juan. De Abu Dujan el Afgani, en nombre de quien se reivindicaron los atentados de Madrid, ha llegado a bromear: “hay muchos Abu Dujan, incluso un cantante”. «¿Conoció a Jamal Ahmidan en el año 99?», le han preguntado. «Que va».

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La Guardia Civil contra El Corte Inglés

Los ciudadanos decentes, los que se ponen siempre el cinturón de seguridad, los que llaman de usted a los agentes de la autoridad y les hablan con respeto, los que están al corriente en el pago del seguro, los que abonan religiosamente el impuesto de circulación y el del vado, los que colocan siempre la puñetera tarjeta de la ORA en el parabrisas, los que pasan la ITV y los que aceptan con resignación las multas de tráfico son todos ellos unos perfectos imbéciles. Que lo sepan.

Obsérvese si no el testimonio de los dos guardias civiles que en diciembre de 2003, en el kilómetro 88 de la A-1, se toparon de madrugada con el BMW 530 de Jamal Ahmidan, El Chino quien, según han explicado, pretendía que le empujaran porque no le arrancaba el coche, ignorante de que los vehículos automáticos no pueden ponerse en marcha a empujones. A los tocados por el tricornio, El Chino les pareció sospechoso y procedieron a identificarle y a registrar el automóvil, mientras él les llamaba racistas y les amenazaba con un “os vais a enterar”.

En el coche, el susodicho llevaba un par cuchillos de largo porte, una maza “de las que hacen daño” y dos maletas llenas de ropa robada de El Corte Inglés, con el chip antirrobo puesto. Cuando le pidieron la documentación, El Chino tiró de pasaporte belga falso a nombre de Yussef Ben Salah, cuya autenticidad no se pudo confirmar porque cuando se trata de no residentes que no tienen NIE (número de identificación de extranjeros), la base de datos de a Guardia Civil se encoge de hombros.

Los guardias civiles, siempre abnegados en el cumplimiento del deber, le registraron también a él y apreciaron que llevaba un fajo de billetes de 50 euros “del grosor del dedo índice” y comprobaron, además, que les tomaba el pelo cuando les decía que venía de Bilbao de ver a su hermana porque era incapaz de mencionar en qué calle vivía. Para completar su tarea inspectora, constataron que el BMW no era suyo: “nos contó que era de un cuñado o de una hermana, no me acuerdo bien”.

¿Que qué hicieron nuestros pundonorosos guardias civiles con aquel sospechoso que conducía un coche que no era suyo, cuya identidad no se podía acreditar, que llevaba unos cuchillos ilegales y una maza, ropa robada a tutiplén, un grueso fajo de billetes y les insultaba? Pedirle una grúa –el móvil de Ahmidan no tenía saldo- para que a primera hora de la mañana le transportaran a él y al BMW a Lavapiés o a Vallecas, que en eso los agentes no se han puesto de acuerdo. Tanto huella dejó en ellos que, tras los atentados, le reconocieron de inmediato al ver su foto en los periódicos.

A lo más que llegaron aquella madrugada a la altura de Buitrago fue a tramitar denuncia ante la Delegación del Gobierno porque los cuchillos excedían el tamaño permitido. ¿Detenerle? “Por dos camisas con un chip puesto no se le puede detener”, ha dicho uno de los uniformados, aunque luego se le ha leído la declaración y las dos camisas se han convertido en casi una sección de caballeros. El Corte Inglés, Pedro del Hierro y Carolina Herrera ya pueden echarse a temblar.

Del resto de testigos de la mañana, ha sobresalido el de Mohamed Chaoui, “medio hermano” del acusado Jamal Zougam, y uno de sus socios en el locutorio de la calle Tribulete. Como buen “medio hermano” ha ratificado punto por punto la coartada de Zougam para el 11 de marzo de 2004: “Se levantó a las 10, lo habitual y cuando salí yo de la ducha entró él”.

Chaoui ha relatado un par de cosas interesantes: la primera, que la Policía no se interesó por el coche de Zougam hasta bastante días después de ser detenido, hasta el punto de que su hermana se lo llevó con una grúa para que los municipales no lo siguieran acribillando a multas; la segunda, que Hassan, el empleado de la peluquería Paparazzi con el que Zougam jugaba al fútbol, era amigo de un miembro del CNI, “que investigaba por Lavapiés cosas de ETA”. Al parecer, Hassan había tranquilizado a la familia de Zougam diciendo que su amigo estaba hablando bien de él a la Policía, pero a la semana les informó de que el espía había pasado a mejor vida.

Ha sido un día bueno para Zougam pese a que un vecino de la finca que los terroristas tenían en Morata ha creído reconocerle encima del tejado de la casa. Al dueño del locutorio donde se adquirieron los móviles que se usaron en los atentados le reconoce todo el mundo en muchos sitios al mismo tiempo. Puede que eso juegue a su favor.

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Maneras de encubrir

La compra-venta de coches es un negocio bajo sospecha. A este mercado se han dedicado Trashorras, su cuñado Toro, El Chino, Rafa Zouhier y varios de los acusados con quienes comparten banquillo. Cada vez que alguien refiere al tribunal su dedicación a este tipo de comercio se tiende a pensar de manera instintiva que algo oculta. Igual ha ocurrido con los teléfonos móviles: los muy malos cambiaban más de tarjeta que de camisa. No se trata de una tesis científica pero da muchas pistas.

El testigo protegido L-61 trabajó varios años de topógrafo en Hunosa hasta que se dio cuenta de que lo suyo era la venta de coches. Empezó a trabajar con José Ignacio Fernández Díaz, alias Nayo, un narcotraficante huido a Santo Domingo que había sido compinche de Toro y Trashorras, hasta que, tras ser delatado por los cuñados, dio con sus huesos en el talego.

Nayo es un delincuente y está en busca y captura, aunque es innegable su capacidad para hacer amigos. Hace algunos días, otro testigo protegido del que era uña y carne relató cómo el fugado había delatado el tráfico de explosivos al que se dedicaban Toro y Trashorras, en un evidente ejercicio de ‘donde las dan las toman’. El vendecoches L-61 ha contado hoy sus gestiones para que se exculpara a Nayo de la juzgada ‘Operación Pípol’ a cambio de su colaboración en la causa del 11-M.

Sin ser confidente, L-61 es un hombre bien relacionado. Se puso en contacto con un capitán de la Guardia Civil apellidado Marfull y con un inspector especializado en terrorismo islámico, Javier Santaella, para proponerles un trato que diera inmunidad al citado y para conseguir que su hija, “que estaba vegetal”, pudiera regresar a España. Y ha reconocido que a Nayo le mandaba dinero de las matriculaciones que había conseguido en el año y medio de relación comercial que mantuvieron.

Además de ser algo olvidadizo con sus declaraciones previas, lo que le ha perdido ha sido su insistencia en que podía localizar a Nayo en su periplo caribeño. Aquello ha sido bastante para que el juez Gómez Bermúdez considerara que podíamos estar ante un delito de encubrimiento y ordenara a la Policía la apertura de diligencias, además de plantear una eventual deducción de testimonio contra el testigo.

De este encubrimiento con responsabilidades penales hemos pasado a otro más sutil, que es el que han protagonizado el guardia civil que, junto al agente ‘Víctor’, controlaba al acusado Rafa Zouhier y el jefe de unidad de ambos. El testimonio del compañero de ‘Víctor’ –ambos, a lo Pilatos, se lavaron las manos cuando Zouhier les dio un año antes de los atentados una muestra del explosivo que vendían los asturianos- ha sido la moviola de lo declarado por el alférez, una perfecta repetición donde no ha faltado ni una coma. Curiosa retentiva la de ambos guardias civiles.

Debe de ser algo que da el Cuerpo, así en mayúsculas, porque el jefe de la unidad, con 30 años y siete meses de servicio a cuestas, ha hecho otra exhibición de coincidencia. Los tres, según han dicho, se vieron casualmente con Zouhier el 12 de marzo de 2004, pero no para preguntarle por los atentados sino por un tal Josito, implicado en una trama de falsificación de tarjetas de crédito. El tema de los atentados salió, sí, pero porque su confidente les comentó que estarían muy liados tras lo que había pasado y ellos, sólo entonces, le interrogaron por lo que sabía, que aparentemente era nada.

Lo único que ha alterado este relato de disimulada incompetencia policial ha sido la pregunta de una de las acusaciones respecto a si los atentados se hubieran podido evitar con las confidencias de Zouhier. En un descuido, el compañero de ‘Víctor’ ha estado a punto de decir que sí, pero se ha contenido en el último instante. Habría sido muy perjudicial para su propio encubrimiento.

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Una cúpula (de Interior) unida jamás será vencida

Lo que más llama la atención de la cúpula policial del PP es su espíritu de equipo, ese incontenible impulso de ayudarse los unos a los otros si vienen mal dadas, sobre todo si el que está en peligro es Ángel Acebes. El ex subdirector general Operativo de la Policía, Pedro Díaz Pintado, ha dado buena prueba de ello ante el tribunal del 11-M. Tan grande ha sido su ánimo y tantas sus ganas de bruñir la imagen del ex ministro, que no ha habido quien le quitara el sidol de las manos.

Si hasta ahora los esfuerzos de todos ellos, del partido en general y de sus poderosos periodistas afines era demostrar que Acebes no mintió a la opinión pública entre el 11 y el 14 de marzo, Díaz Pintado ha dado una vuelta de tuerca a este empeño. Acebes, según uno de sus principales hombres de confianza, fue el auténtico promotor de la investigación de la pista islamista y si en alguna comparecencia pública no dijo toda la verdad fue porque se lo pidieron sus subordinados para investigar con fundamento y para detener más y mejor.

Díaz Pintado ha relatado cómo fue malinformado acerca del explosivo usado en los atentados y que lo que por la mañana era tytadine por la tarde no lo era, porque lo que había estallado en los trenes no tenía a la nitroglicerina entre sus componentes.

El subdirector cree que fue él quien dio cuenta a Acebes de este “fallo humano”, y que él ministro preguntó cómo era posible semejante metedura de pata. Después de darle cuenta de este hecho y de que otros mandos policiales le pusieran al corriente del hallazgo de la furgoneta de Alcalá con los detonadores, restos de dinamita y la cinta en árabe, la cúpula de Interior pidió al ministro que les mostrara el camino: “¿Seguimos con la línea de ETA o abrimos otra nueva vía?”. Y Acebes, a lo Perry Mason, ordenó que se abriera. ¿Le habrían hecho caso si les hubiera ordenado centrarse exclusivamente en ETA?

Pero hubo más fallos humanos. Según nos ha contado Díaz Pintado, a las 15,15 horas de ese mismo día, el director del Ifema les había invitado a tomar algo en su despacho y allí el comisario general de la Policía Científica, Carlos Corrales, le informó por teléfono del hallazgo de la Renault Kangoo. El subdirector, cerveza en mano, montó en cólera porque la localización del vehículo se había producido horas antes y nadie le había alertado, empezando por el jefe superior de Madrid, que compartía refrigerio con él, y que se excusó diciendo que se le había pasado por completo.

Si hemos de hacer caso al alto cargo del PP, el desfase entre el hallazgo de la furgoneta y su conocimiento de este hecho tampoco fue relevante. Para Díaz Pintado, que se descubra una furgoneta con detonadores, restos de un cartucho de Goma 2 y una cinta en árabe y que un testigo declare que vio salir de ella a varios jóvenes con mochilas no descartaba la pista de ETA. Según el sagaz subdirector, la furgoneta podía haber pertenecido a una red de “delincuencia organizada”, que cada vez posee más medios.

La interpretación de las pistas no era el fuerte de aquella cúpula. El ex comisario general de Información, Jesús de la Morena, que también ha testificado, ha reconocido que esperaba hallar en la cinta en árabe una reivindicación y que, al encontrarse sólo con salmos rebajó su importancia. De la Morena, que ha corrido en auxilio de si mismo y que la primera cara que ha salvado ha sido la suya, ha detallado que fue él quien encargó un informe sobre el peligro islamista, una amenaza que tenía muy en cuenta. Ha añadido que como consecuencia de ello pidió más medios y que éstos se le concedieron hasta en cuatro ocasiones. En resumen, tenían más medios pero para saber qué contenía la cinta de la Kangoo tuvieron que echar mano a un argelino que hacía prácticas en la Policía Científica porque los traductores “debían de estar comiendo”.

La única discrepancia entre Pintado y De la Morena se ha producido al relatar cuándo se decidieron las primeras detenciones. Según el comisario, el día 12 por la noche advirtió de esta posibilidad a sus superiores; Díaz Pintado retrasa esa decisión hasta la mañana del día 13, cuando De la Morena le habla de Jamal Zougam y le pide que no diga nada ni al ministro para no malograr la operación. “Le dije que al ministro se lo tenía que decir y me explicó que al secretario de Estado y se lo había dicho él. Me contestó que bueno pero que no lo fueran a comentar con nadie”.

Las cinco primeras detenciones, entre ellas la de Jamal Zougam –“lo mejor decisión que tomamos en nuestra vida”, en opinión de De la Morena-, se produjeron a eso de las tres de la tarde. A esa misma hora, Acebes comparecía ante la prensa. Ya sabemos por qué dijo lo siguiente: “Que sea Al Qaeda no me ha dicho ningún responsable de las Fuerzas de Seguridad o que en estos momentos tengan una línea preferente respecto a Al Qaeda”. Para no levantar la liebre.

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Las manos del asesino

Las manos de los asesinos siempre ejercieron una atracción fatal. Las de Jamal Ahmidan eran muy finas, algo que, según Rosa, su mujer, tenía una explicación razonable: El Chino había trabajado menos que el ángel de la guarda o, en palabras de su viuda, no había dado un palo al agua en su vida. Los trapicheos con droga, por lo visto, no dejan marcas visibles.

Según ha relatado al tribunal, algunas cosas habían cambiado en Jamal desde que, a finales de julio de 2003, regresó de Marruecos, donde había estado preso. Rosa le notó “rarito”. Él empezó a llamarle la atención por su ropa, dejó de besarla por la calle, comenzó a cumplir con sus oraciones y se empeñó en el que su hijo dejara el colegio de monjas y fuera a la mezquita.

También cambiaron sus manos, que dejaron de estar «supercuidadas» y se tornaron ásperas, se agrietaron y hasta se encallecieron. Su mujer, que lo apreció, le dio una crema tipo Nivea, y él le explicó que las tenía tan castigadas por el contacto con el cemento y por los trabajos que él “y los chicos” estaban efectuando en la finca de Morata, la que había alquilado para colmar su deseo de vivir en el campo y en la que le prometió que pasarían los fines de semana y las vacaciones cuando concluyera las obras y arreglara la piscina.

El Chino casi nunca estaba. A Rosa le decía que había dejado el tráfico de drogas y que se dedicaba a bajar coches de Alemania para venderlos en España. El 10 de marzo de 2004 no pasó la noche en casa. El 11, al mediodía, la llamó desde el teléfono fijo del domicilio para preguntarla si estaban bien ella y el niño. “Éstos de ETA se han pasado” le explicó a su hijo al día siguiente, cuando pasó por la vivienda para decir a mujer que se iba a Francia.

Cuando volvió días después, le contó que, en realidad, había estado en el norte y que se había ido para estar tranquilo, porque sabía que la Policía iba a empezar a ir “a por los moros”. El 19 de marzo celebró con ella y con el niño el Día del Padre en Morata. Cuando los dejó en Madrid, se marchó para no regresar. Al parecer, una vez lo intentó, pero vio un coche rojo sospechoso y pasó de largo. Se lo dijo a Rosa por teléfono y ella confirmó que el coche seguía allí aparcado con dos hombres en su interior.

La Policía estrechó el círculo y empezó a preguntar por él. Su mujer le avisó por teléfono. Cuando fue detenida el 26 de marzo, apagó el móvil y no volvió a encenderlo. El 4 de abril El Chino y “los chicos” se suicidaron en Leganés. En el juzgado, Rosa vio el vídeo donde tres encapuchados se atribuían los atentados del 11-M. El que leía el comunicado era Jamal. Ella lo reconoció por la voz pero también por sus manos.

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Díaz de Mera: Todo por la patria, todo por la pasta

Agustín Díaz de Mera, que sigue sin ser cojo, es un hombre sensible que valora mucho el salario de eurodiputado y que sabe entender una indirecta. Cuando Rajoy le aconsejó colaborar con la Justicia y ofrecer al Tribunal del 11-M el nombre de la supuesta fuente que le advirtió de que el pérfido Gobierno socialista ocultaba un informe que revelaba vínculos entre ETA y los islamistas, el ex director general de la Policía se dispuso a contarnos otro cuento sin final feliz, todo sea por la patria y por la nómina.

Como ser recordará, en un gesto de martirio sólo al alcance de almas tan puras como la suya, Díaz de Mera había arrostrado una multa de 1.000 euros y que se dedujera testimonio para empurarle por desobediencia para mantener a salvo a su fuente, la misma que le había dicho que el informe había sido elaborado por un hombre y una mujer y que Telesforo Rubio, el policía malo, lo había dejado en el cajón porque no le gustaba.

El cuento de ahora, que Díaz de Mera envió en Semana Santa al juez Gómez Bermúdez y que se ha conocido hoy, tiene más protagonistas y deja malparada a la fuente por la que el eurodiputado se había autoinmolado, de la que dice que no ha correspondido a su lealtad.

Pues bien, según esta nueva edición de bolsillo de las obras completas de Perrault, el de Caperucita Roja, el informe no fue elaborado por un hombre y una mujer sino que fue encargado por el ex comisario general de Información, Telesforo Rubio al ex jefe de la UCI, Domingo Pérez Castaño, pero al no encontrarlo a su gusto, Rubio ordenó que pasara a las manos de José Cabanillas, el funcionario que sustituyó a Pérez Castaño en su puesto. Según su fuente –mantiene Díaz de Mera-, Cabanillas lo manipuló con saña y luego lo trasladó al hombre y a la mujer –a los que no identifica para no meterse en otro lío-, se supone que para que pusieran bien las comas y los puntos y aparte.

La narración no concluye con el informe en un cajón, como antes nos había relatado, sino incorporado al sumario del 11-M. “Es importante destacar que en la tarde del 28 de marzo de 2007 y después de mi comparecencia ante el Tribunal, en la primera de las tres o cuatro conversaciones que mantengo con el informante, es cuando me cuenta que el informe así ‘manipulado’ está incorporado al sumario”. Y colorín colorado, el cuento se ha acabado.

En resumen, el pretendido estudio que iba a dar un vuelco a lo que sabíamos del 11-M es un informe, concluido en diciembre de 2005 y entregado al juez Del Olmo en febrero de 2006, en el que se rechaza categóricamente cualquier vínculo entre ETA y Al Qaeda. Díaz de Mera proclama que “es prevalente a cualquier otra circunstancia mi colaboración con la Justicia”. Entre tanto, la fuente, según ha difundido la Cadena Ser, al sentirse aludida, se ha apresurado a comunicar por carta a sus superiores que Díaz de Mera miente más que habla. Por cierto, está citada a declarar. Nos vamos a divertir.

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La familia y uno menos

Los hermanos Ahmidan deben de tener muchas cosas en común, pero la memoria no es una de ellas. Mustafá, el mayor, lo recuerda todo. Dice que, tras el 11-M, El Chino estuvo en dos ocasiones en el bar que regentaba. La primera vez, viendo las noticias sobre los atentados y las fotos de los primeros detenidos, Jamal le dijo que en Irak también morían muchos inocentes y que se estaba cometiendo una injusticia con las detenciones de sospechosos; en la segunda visita fue Mustafá quien le preguntó directamente si estaba implicado: le confesó que sí y que pidiera por él para que no le cogieran vivo, pero al primogénito le pareció tan excesivo que no le creyó. Youssef, el menor, confirma las visitas y su comentario sobre las detenciones injustas pero el resto lo tiene olvidado o lo niega

No es que Mustafá tuviera una intuición fuera de lo común y por eso sospechara. Por entonces, a finales de marzo den 2004, la Policía española y también la marroquí habían empezado a preguntar por Jamal quien, además, ya había dado a su familia signos de haberse convertido al fundamentalismo, les había hablado de su idea de ir a combatir a Irak o a Chechenia, y había dejado de ponerse al teléfono cuando le llamaban.

Los dos hermanos sí han coincidido al explicar cómo supieron que Jamal se encontraba en Leganés con la intención de quitarse la vida. El Chino había telefoneado a su madre a Marruecos para despedirse y su hermana les puso al corriente de inmediato. Lo lógico habría sido que alguno de los dos hubiera tratado de hablar con él directamente para disuadirle, pero lo que hicieron fue avisar a la Policía. Los agentes les llevaron a la comisaría y allí les informaron del suicidio de Jamal y de sus compinches.

A la fiscal Olga Sánchez no le ha gustado que Youssef afirmara no recordar algunas de las cosas que declaró en la instrucción y quiso pasarle factura pidiendo al tribunal que le fuera exhibido el vídeo de la reivindicación de los atentados para que ratificara si la voz del terrorista que se escucha era la de su hermano. Youssef se ha descompuesto. Si ante el juez Del Olmo manifestó que estaba seguro al 80% de que se trataba de la voz de Jamal, hoy ha dicho que no podía confirmarlo. Donde las dan las toman.

TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M