En el arte de escurrir el bulto, la experiencia es un grado. Pedro Laguna, el coronel al mando de la Comandancia de Asturias, hoy general, es un hombre experimentadísimo. Se trataba de determinar por qué, teniendo conocimiento desde 2001 de que Suárez Trashorras y su cuñado traficaban con explosivos, la Guardia Civil no lo impidió y, en última instancia, a quién cabía responsabilizar de la incompetencia. Laguna se ha quitado el muerto de encima con marcial elegancia: su misión –ha dicho- era coordinar, controlar y pedir apoyo si es necesario, él no llevó a cabo ninguna investigación y sus jefes operativos tenían muchísimo criterio. O sea, que las quejas al maestro armero que, por supuesto, no era él.
Laguna ha puesto el punto y final a la cadena de lavado de manos a lo Pilatos que iniciaron sus compañeros de la Unidad Central Operativa, trasladando a Asturias la investigación de la confidencia que Rafa Zouhier les había hecho en Madrid sobre el tráfico de explosivos. El chivatazo de Zouhier venía a corroborar otras informaciones sobre Trashorras y Toro que se manejaban en Asturias, proporcionadas tanto por Lavandera –otro confidente- como por un preso de Villabona, hoy en paradero desconocido, apodado Nayo.
Como Nayo era confidente de Oviedo y Lavandera de Gijón, nadie en Asturias fue capaz de determinar a quién correspondía la competencia, así que se formó un grupo de trabajo que hizo bueno aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Obsérvese la milimétrica compenetración del Cuerpo: el responsable de la Comandancia de Oviedo, Fernando Aldea, ha dicho que no se pudo constituir un equipo mixto de investigación porque Laguna, el jefe, no lo consideró y que no se ordenaron intervenciones telefónicas porque no había “teléfonos calientes” y los fiscales de Avilés no lo veían. El responsable de Gijón José Antonio Rodríguez Bolinaga ha acusado a su colega de Oviedo de ocultarle información y de extralimitarse al mandar al capitán Marful a entrevistarse con los fiscales de Avilés, que es demarcación de la Policía Nacional. Laguna, finalmente, ha asegurado que instó a una reunión entre ambas comandancias para fueran ellas las que tomaran la decisión que creyeran conveniente y que “se hicieron registros y cosas” hasta que no se pudo más.
Ser confidente de la Guardia Civil es un trabajo difícil porque nadie te toma en serio. Si a Zouhier no le hicieron caso ni entregando una muestra de dinamita en un bote, es lógico que Laguna opinara de Lavandera que era un mentiroso: “Nos engañaba constantemente. Le dijimos ‘cuando haya explosivos y los veas, vas y nos llamas’”. De Bolinaga casi mejor no hablar, porque fue destituido cuando se supo que había ocultado la grabación de una conversación mantenida con Lavandera por el agente Campillo en la que el soplón hablaba sobre Trashorras y Toro. Bolinaga respira por la herida a grandes bocanadas.