Juan Carlos Escudier

Archivo de la categoría ‘Juicio 11-M’

Los Pilatos del tricornio

En el arte de escurrir el bulto, la experiencia es un grado. Pedro Laguna, el coronel al mando de la Comandancia de Asturias, hoy general, es un hombre experimentadísimo. Se trataba de determinar por qué, teniendo conocimiento desde 2001 de que Suárez Trashorras y su cuñado traficaban con explosivos, la Guardia Civil no lo impidió y, en última instancia, a quién cabía responsabilizar de la incompetencia. Laguna se ha quitado el muerto de encima con marcial elegancia: su misión –ha dicho- era coordinar, controlar y pedir apoyo si es necesario, él no llevó a cabo ninguna investigación y sus jefes operativos tenían muchísimo criterio. O sea, que las quejas al maestro armero que, por supuesto, no era él.

Laguna ha puesto el punto y final a la cadena de lavado de manos a lo Pilatos que iniciaron sus compañeros de la Unidad Central Operativa, trasladando a Asturias la investigación de la confidencia que Rafa Zouhier les había hecho en Madrid sobre el tráfico de explosivos. El chivatazo de Zouhier venía a corroborar otras informaciones sobre Trashorras y Toro que se manejaban en Asturias, proporcionadas tanto por Lavandera –otro confidente- como por un preso de Villabona, hoy en paradero desconocido, apodado Nayo.

Como Nayo era confidente de Oviedo y Lavandera de Gijón, nadie en Asturias fue capaz de determinar a quién correspondía la competencia, así que se formó un grupo de trabajo que hizo bueno aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Obsérvese la milimétrica compenetración del Cuerpo: el responsable de la Comandancia de Oviedo, Fernando Aldea, ha dicho que no se pudo constituir un equipo mixto de investigación porque Laguna, el jefe, no lo consideró y que no se ordenaron intervenciones telefónicas porque no había “teléfonos calientes” y los fiscales de Avilés no lo veían. El responsable de Gijón José Antonio Rodríguez Bolinaga ha acusado a su colega de Oviedo de ocultarle información y de extralimitarse al mandar al capitán Marful a entrevistarse con los fiscales de Avilés, que es demarcación de la Policía Nacional. Laguna, finalmente, ha asegurado que instó a una reunión entre ambas comandancias para fueran ellas las que tomaran la decisión que creyeran conveniente y que “se hicieron registros y cosas” hasta que no se pudo más.

Ser confidente de la Guardia Civil es un trabajo difícil porque nadie te toma en serio. Si a Zouhier no le hicieron caso ni entregando una muestra de dinamita en un bote, es lógico que Laguna opinara de Lavandera que era un mentiroso: “Nos engañaba constantemente. Le dijimos ‘cuando haya explosivos y los veas, vas y nos llamas’”. De Bolinaga casi mejor no hablar, porque fue destituido cuando se supo que había ocultado la grabación de una conversación mantenida con Lavandera por el agente Campillo en la que el soplón hablaba sobre Trashorras y Toro. Bolinaga respira por la herida a grandes bocanadas.

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La indivisible versión de la Guardia Civil

La culpa siempre la tiene el otro o no la tiene nadie, que es lo más normal. Tratándose de la Guardia Civil, lo habitual es que, además de no existir culpables, las versiones de lo sucedido sean como la nación española: una e indivisible. Para entendernos, es posible que alguien haya distraído 200 kilos de Goma 2 de una mina y que, según los responsables del Instituto Armado, sus procedimientos en el control de explosivos hayan sido impecables, o que se conociera por dos vías que Trashorras y Toro vendían dinamita pero que la Benemérita, con arreglo a un impecable procedimiento, decidiera que aquello era mejor no menearlo, no fuera a ser que algo se descubriera. Y para las dudas, el artículo 33 , perfectamente descrito por el capitán Marful, para definir la relación jefes-subordinados: “Ellos disponen y yo, en primer tiempo de saludo”.

Para hablarnos de lo bien que lo hizo la Guardia Civil en la vigilancia de explosivos en Asturias ha declarado el cabo interventor de armas, quien, al menos, ha reconocido que ahora el control es “enormemente más exhaustivo”, con lo que podría deducirse que antes era enormemente menos exhaustivo. Este cabo fue el mismo que realizó en 2003 una inspección a Mina Cochita, el ‘híper del cartucho’, que concluyó con un “sin novedad”, algo lógico para quien afirma como él que “el consumo real de una mina es imposible de saber” y que la mina es un “elemento hostil” al que tienen prohibido acercarse. Esto último ha sido ratificado por el coronel Fernando Aldea, que está seguro de que tienen prohibido entrar a la mina aunque no recuerda quién lo prohibió ni por qué motivo.

Las inspecciones del cabo consistían en contar las cajas que había en los minipolvorines, cuyo número, claro, coincidía con los libros “semioficiosos” que llevaba la empresa porque hay que ser muy tonto para hacerse trampas en el solitario. Según ha explicado, el 98% de las explotaciones sólo consumen números redondos de explosivos porque, al parecer, sumar pares e impares es más difícil. Es decir, que si precisan 17 cartuchos cuentan 20, y los tres que no necesitan los detonan allí mismo o eso les dicen. ¿Que para qué consumen lo que no necesitan? Porque quienes contabilizan la dinamita deben de ser de letras. Lo dicho: “sin novedad”.

De los pasos dados para esclarecer las dos denuncias que implicaban en 2003, un año antes de los atentados, a Suárez Trashorras y a su cuñado en la venta de explosivos han dado cuenta los ya citados Aldea y Marful. Los hechos son los siguientes: la Comandancia de Asturias tenía conocimiento del presunto tráfico de explosivos por las confidencias de Lavandera y por un preso apodado Nayo. Esta información fue corroborada por las manifestaciones de Zouhier, que había llegado a entregar a la Guardia Civil una muestra del explosivo, y cuyo chivatazo fue comunicado a Asturias porque en Madrid se lavaron higiénicamente las manos.

El procedimiento lo tiene claro en estos casos: como la información de Nayo, Lavandera y la enviada desde Madrid habían llegado a dos destinos, Gijón y Oviedo, debía de constituirse un equipo mixto. Previamente, Marful había consultado el asunto con los fiscales de Avilés, unos señores amabilísimos que le invitaron a café y que, si es verdad lo que ha contado, animaron a la Guardia Civil a ahondar en las investigaciones.

La petición de equipo mixto reclamada por la Comandancia de Oviedo llegó al responsable máximo de Asturias, Pedro Laguna, quien la denegó según el procedimiento. No les ordenó dejar de investigar pero, con gran olfato, reorientó las pesquisas hacia el tráfico de drogas. En consecuencia, todo se hizo como Dios manda, o como mandaba Laguna que para este caso es lo mismo. No hubo errores, nadie es culpable. Todo perfecto.

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De ‘Bambi’ al ‘Titanic’

Al más puro estilo de Las Mil y Una Noches, Kamal Ahbar, el islamista que el pasado viernes empezó a contarnos el cuento del pollero de Valencia y el imán del alicate, ha terminado hoy su fábula, que se empezaba a parecer a Bambi hasta que la Sherezade con barba, chilaba caqui y un 46 de sandalia ha eliminado de la historia a Bouchar, el gamo de Leganés, y al quedarnos sin cérvido hemos sido conscientes de que nos estaba tomando el pelo.

El testimonio que iba a revolucionar la vista se ha quedado en una sarta de mentiras, ante las que el mismo cuentista no ha podido reprimir alguna sonrisa. Lo mejor del cuento ha sido la descripción de las horas previas al suicidio de Leganés, en la que ha cobrado un papel estelar Mohamed Afallah, un tipo que fue suicida, sí, pero en Irak y en un coche bomba.

Según el narrador, el día en el que sus compañeros se hicieron saltar por los aires Afallah salió del piso a las 12,30 horas para mandar un fax, sin que pueda precisar si lo iba a enviar al ABC o a la BBC, que al fin y al cabo sólo se diferencian en una letra. Según parece, Afallah vio gente que no le gustó por los alrededores, cogió el coche para ir a Madrid y una vez enviado el documento telefoneó a Leganés para avisar de que había observado cristianos en la costa.

A esas alturas ya había salido de casa Jamal Ahmidan para hacer unas compras y en la misma tienda –tratándose de Ahmidan el comercio sería un chino- hubo un intento frustrado de detenerle. No ha explicado cómo, pero El Chino logró escapar, volver al piso y llamar a sus colegas –se supone que a voces- para que salieran a la ventana e iniciaran una balasera con la policía. Cuando han preguntado a Ahbar por el Gamo, el islamista que puso patas en polvorosa cuando detectó a los agentes y que fue detenido un año después en Serbia una vez que dejó de correr, ha dicho: “No estuvo con ellos”. Bambi se había transformado en Titanic porque la historieta hacía aguas por todos lados.

A partir de ese momento, el interrogatorio se ha centrado en averiguar cuál había sido la fuente de inspiración de este Samaniego de Al Qaeda, que hubiera podido poner su firma a cualquier relato infantil, excepción hecha de Los tres cerditos y por razones obvias. Él mismo ha precisado que coincidió con Bassel Ghayoum en la cárcel gallega de Teixeira y con muchos otros en la de Alcalá Meco. Cuando ha afirmado que la Renault Kangoo fue usada para transportar los explosivos desde Asturias, uno de los abogados se lo ha preguntado directamente: “¿Esto se lo han explicado este fin de semana?”. Su respuesta ha sido esclarecedora: “Sí, así es”.

A última hora de la mañana, ha comparecido un comisario de la División Antiterrorista italiana (DIGOS) para dar cuenta de la vigilancia a la que sometieron a Rabei Osman El Egipcio, a raíz de la cual pudo captarse la conversación entre este acusado y su discípulo, Yahya, en la que él mismo afirma que los atentados de Madrid fueron idea suya. Ha dado numerosos detalles de las aficiones yihaidistas de Rabei y de cómo maestro y aprendiz contemplaron el vídeo del degollamiento de Nicolás Berg, entre expresiones de “mira cómo se mata a este perro” por parte de El Egipcio .

El testimonio ha servido para apreciar las diferencias entre cómo vigila la Policía italiana y cómo lo hace la española. La primera colocó micrófonos en los dos domicilios milaneses en los que residió El Egipcio e intervino sus comunicaciones telefónicas, de las que recibía transcripción con poco más de una hora de diferencia. La segunda vigiló un local de la calle Virgen del Coro de Madrid cada vez que tenía un rato. Por ese local pasaron algunos acusados y varios autores materiales de los atentados. Por supuesto, esta vigilancia a tiempo parcial no dio ningún resultado.

Rabei, a tenor de lo declarado por éste comisario y por otro funcionario de la DIGOS italiana, es un pájaro de cuidado. El Egipcio salpimentaba el adoctrinamiento diario al que sometía a su pupilo -que había decidido inmolarse y había hecho testamento- con planes surrealistas como esparcir veneno en el ambiente con un secador de pelo. La Policía italiana, que no es tonta, sospechaba que lo del secador de pelo era una metáfora y que el veneno en cuestión era cianuro.

Cuando prestó declaración, el acusado se había definido como un analfabeto funcional en materia de Internet. Sin embargo, los agentes italianos le han descrito casi como un hacker, que se bajaba programas de la red para distribuir mensajes y vídeos a varios móviles a la vez, que frecuentaba páginas para fabricar bombas en maletines accionadas por móvil y que estaba enganchado a la propaganda fundamentalista, hasta el punto de que sus compañeros de piso le dieron un toque ante el gasto en impresora que les ocasionaba.

Tras fracasar en su intento de desacreditar la investigación policial de los italianos, el abogado de El Egipcio, Endika Zulueta, ha tratado de presentarlo como un fanfarrón. Crudo lo tiene.

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Aznar lo sabía: el ideólogo fue un pollero de Valencia

Un tal Kamal Ahbar, islamista detenido en la Operación Sello II, ha llegado en zapatillas y ha contado una historia tremebunda que, de ser cierta, constituiría toda una revelación sobre el 11-M. Como si quiera dar la razón al ex presidente Aznar, Ahbar ha declarado que los cerebros de los atentados no estaban, en efecto, en ningún desierto lejano, ni siquiera en Irak, donde, según afirma, les parece muy mal que se pongan bombas en Europa. Los ideólogos de la masacre estaban en Valencia y en Madrid y hasta ha dado sus nombres.

El de Valencia es Safouad Sabbag, un amigo del suicida Allekema Lamari, que regenta una tienda de pollos asados y compareció recientemente ante el tribunal; el de Madrid es un imán, miembro de Al Qaeda, cuyo nombre ha deletreado: Abu Jabar. Instantes después, casi con un redoble de tambores, ha revelado su verdadera identidad: se trataría del conocido como confidente Cartagena, testigo protegido al que, como tal, pagamos entre todos un sueldo. A Cartagena le ha atribuido la preparación de los teléfonos que estallaron en los trenes. En resumen, el ideólogo fue un pollero con el auxilio tecnológico de un confidente de la Policía. Al Qaeda –en eso ha insistido- no tuvo nada que ver.

De Sabbag se sabe que sus números de teléfono fueron encontrados en el interior del Skoda Fabia que se usó en la matanza. Había vivido con Lamari en Valencia cuando éste salió de la cárcel de Pontevedra. El 20 de marzo fue detenido y luego puesto en libertad.

Para hacernos una idea, el relato de Ahbar implica a los asturianos y a los chivatos, atribuye la comisión material a los muertos y exculpa a alguno de los acusados como Rabei Osman El Egipcio, Jamal Zougam o el sirio Bassel Gahyoum, con el que curiosamente comparte patio en la prisión de Valdemoro. Los detalles que aporta le fueron proporcionados por dos autores directos que, según afirma, han muerto –Daouad Ouhnane y Said Berraj- y por Mohamed Afalah, que también habría muerto en un atentado suicida en Irak, tal y como sostiene la Fiscalía.

Su testimonio ha levantado muchas sospechas de fabulación, sobre todo cuando se ha referido a detalles del juicio como el cambio de declaración de una testigo, lo que demuestra que el tal Ahbar se lo sabe de memoria, o cuando ha explicado llamadas entre implicados que no cuadran con la reconstrucción del tráfico telefónico realizado por la Policía.

Ha empezado por contar cómo en su búsqueda de armas, Jamal El Chino contactó con Antonio Toro y Rafa Zouhier, a quienes les manifestó que las quería para realizar atracos. Zouhier, Toro y una tercera persona, Mohamed Oulad Akcha (otro suicida de Leganés), le consiguieron tres kalashnikov. Al parecer, las armas fueron utilizadas contra un grupo mafioso de Europa del Este, al que dieron matarile además de robarle 200 kilos de hachís y 135.000 euros. Ahbar ha asegurado que en la razzia a los mafiosos tuvieron apoyo de un guardia civil, que en algún momento fue detenido y cuya foto salió en los periódicos.

Siguiendo con su historia, la droga y el dinero permitieron a los islamistas comprar a los asturianos 50 kilos de dinamita. Una semana antes del 11-M y con la excusa de revender el explosivo a empresas mineras de Marruecos quisieron hacerse con una cantidad mayor, pero Trashorras se negó a colaborar con ellos. La siguiente puerta a la que llamaron fue a la de Toro, quien les indicó que podían servirse tranquilamente en ‘Hiper Conchita’, la mina de Caolines de Merillés.

El islamista preso ha especificado incluso quienes pusieron las bombas –los suicidas de Leganés, más Mohamed Afalah, Douad Ouhnane –que colocó dos mochilas- y un tal El Harrassi, del que “no ha habido fotos”. El último regalito ha sido para el juez Del Olmo: “Lo que estoy diciendo aquí ya se lo dije a Del Olmo en enero. Le hablé de muchas cosas”. El lunes proseguirá con su deposición.

Hasta ese momento, la noticia del día estaba en Rafa Zouhier, quien además de bocazas, -una cualidad muy apreciada entre los confidentes-, es un ‘nota’, incapaz de pasar desapercibido en un circo. Como ya no tiene a mano al diputado del PP Jaime Ignacio del Burgo para que le haga entrevistas y el juez Gómez Bermúdez le pasa las justas, al musculoso acusado no se le había ocurrido otra que emular a De Juana Chaos y ponerse en huelga de hambre, lo que hubiera causado un daño irreparable a sus bíceps y habría arruinado el ceñido de sus camisetas.

En realidad, Zouhier llevaba unas pocas horas sin meterse nada para el cuerpo, aunque por la mañana había cedido ya ante la tentación del croissant. Durante su ayuno de varios minutos no perdió el tiempo. Dirigió una carta al tribunal en la que advertía que no movería el bigote mientras no se le permitiera hablar su madre, que ha sido operada y precisaba de sus desvelos. Periódicamente, a Zouhier se le permite hablar por teléfono con su familia porque se considera que con las comunicaciones intervenidas el único peligro es que se quede afónico.

Las posibilidades de que Zouhier se transforme en otro De Juana son remotas. Para empezar, el Estado tendría difícil decidir con qué novias le dejaría dar paseos porque por el juicio ya han pasado tres, es verdad que alguna de ellas bastante despechada.

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El incompetente en jefe

Félix Hernando, máximo responsable de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, es el jefe del agente Víctor, el guardia civil que tenía como confidente a Rafa Zouhier, el primero que conoció que unos asturianos ofrecían dinamita al mejor postor y se cruzó de brazos. Hernando es, en consecuencia, el jefe de un incompetente o, mejor dicho, el incompetente en jefe.

Para Hernando, la ‘agujerología’ pedía su lapidación en plaza pública porque había trabajado a las órdenes de Rafael Vera y porque está pendiente de que un juez diga si es culpable o inocente de entregar un par de maletines con 50 millones de pesetas cada uno a las mujeres de Amedo y Domínguez para comprar su silencio en el ‘caso GAL’. En consecuencia, los adoradores de la conspiración le consideran, no un agujero, sino una de las manos negras del proceso.

Ha bastado con oír su testimonio ante el tribunal para comprobar que, delincuente o no, el pecado de Hernando es una peligrosa mezcla de soberbia y estulticia. Igual que ocurriera con sus subordinados, su versión de por qué la Guardia Civil no hizo nada para combatir el tráfico de explosivos del que les informó Zouhier, de por qué se eliminó sin más la muestra de dinamita que les proporcionó o por qué el ya citado Víctor trató de que se destruyera la nota en la que se relataba cómo Toro y Trashorras presumían de poder obtener 150 kilos de explosivos ha sido increíble.

Posiblemente para aliviar su conciencia, el coronel ha afirmado que tenía la duda de que esos 150 kilos hubieran existido alguna vez y que, de haber sido reales, en ningún caso fueron los que estallaron en los trenes porque éstos –en su opinión- se fabricaron a finales de 2003 y las informaciones del confidente databan de principios de aquel año.

Lo que no le falta a Hernando es aplomo, el suficiente para explicar por qué se comprobó la existencia de Suárez Trashorras y de Antonio Toro, pero no se consideró relevante confirmar la identidad del ciudadano uruguayo Martín Rodríguez Ocaña, cuyo nombre, dirección y hasta la marca de su vehículo habían sido facilitados por Zouhier como un eventual comprador de dinamita a los asturianos a cambio de dinero o droga.

Y bastante caradura, la necesaria para justificar que no se considerara necesario analizar la muestra dinamita que les fue entregada o para asegurar que jamás ordenó que se destruyera documento alguno. “Fallaron los controles, claro”, ha tenido que reconocer al explicar cómo pudieron ser distraídos 200 kilos de explosivos del control oficial.

El siguiente en declarar ha sido el responsable de Operación e Información de la Comandancia de Oviedo, Francisco Javier Jambrina, el mando al que Víctor llamó el día antes de su comparecencia ante la comisión de investigación del Congreso el 26 de julio de 2004 para que destruyera la prueba de su incompetencia y de la de su jefe.

“No me dijo por qué tenía que destruirla, posiblemente porque no le di opción. Tuvimos unas palabras. Empecé a rajar y a decirle que la UCO se estaba desentendiendo del asunto y que no me parecía bien”, ha declarado Jambrina, quien ha puesto en evidencia al lacayo y al señor, al teniente y al coronel.: “Le dije que no la iba a destruir”.

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La conspiración se va al dentista

Fernando Huarte, el militante del PSOE y colaborador del CNI que visitó en prisión al dirigente del GIA, Abdelkrim Benesmail, más conocido como el ‘islamista comefolios’ –por su aparente adición a engullir papeles con la fórmula de la cloratita o nombres de etarras-, es el espía perfecto. Es más, ha dado tal imagen de canelo ante el tribunal que cualquiera sospecharía que no es un agente secreto sino un pobre hombre preocupado por la salud dental de los integristas. Algunos periodistas han comenzado a llamarle “el ángel de la ortodoncia”.

Se suponía que Huarte presidía la Asociación Nacional de Amigos del Pueblo Palestino Al Fatah como tapadera para adentrarse en las fauces del fundamentalismo y arrancarle sus secretos. Eso le daba cierta mística. Pero Huarte ha dicho que nones, que no pertenece a ningún cuerpo de seguridad del Estado, que no sabía que Benesmail era del GIA, que ignoraba que estuviera en tratos con el suicida Lamari y que, si lo visitó en el talego, fue porque el preso se dirigió a su ONG para pedirle unas revistas en árabe “porque supongo que querría leer en su idioma”.

Huarte se ha superado a sí mismo al asegurar que creía, incluso, que Benesmail no había cometido ningún delito en España, que es como afirmar que el terrorista está en la cárcel porque le gustan las vistas desde su celda y así se ahorra la hipoteca. Debió de caerle bien el sujeto porque le visitó al menos tres veces y colaboró en pagarle la factura del dentista “como ayuda humanitaria”. El espía perfecto, que ignoraba que sus conversaciones con Benesmail en la cárcel se grababan, ha afirmado que no recuerda haber hablado con él de ETA.

Sobre Huarte reposaba el eje de la gran conjura porque en su porte menudo confluían todas las notas conspiratorias: miembro del PSOE perteneciente a los servicios secretos y que se reúne con un terrorista islamista que tiene una agenda masticable con nombres de etarras. Ha sido una lástima que el letrado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo no haya sacado partido al testigo con su proverbial habilidad

Otros espías, en cambio, se presentan como tales y se explican de maravilla. Ha sido el caso del agente del CNI que, junto a dos policías, se topó en Avilés con Emilio Suárez Trashorras mientras investigaba la pista de los detonadores y el tráfico de una tarjeta telefónica de los islamistas. Santiago Díaz ha contado que el inspector Manolón, el controlador de Trashorras, les recibió a puerta gayola en la comisaría de Avilés, después de que hubieran advertido a los mandos policiales del centro su interés en recabar datos de Carmen Toro, la mujer del ex minero.

El agente del CNI ha relatado que la entrevista/interrogatorio a Trashorras, al que Manolón pidió que acudiera a la comisaría, comenzó a dar sus frutos después de que Carmen Toro se viera a solas con él unos instantes. “Entonces empezó a colaborar”, ha dicho. De ella ha contado que se empeñó desde el primer momento en desvincularse de los negocios de su ex marido, pero que estaba al tanto de sus actividades.

El testimonio más insólito de la mañana ha sido el aportado por un funcionario de la Brigada Provincial de la Policía Científica, encargado teóricamente de fotografiar la famosa mochila de Vallecas en el Parque Azorín mientras estaba siendo desactivada. El policía-fotógrafo ha abierto un agujero negro sideral al afirmar que el comisario general de Seguridad Ciudadana, Santiago Cuadro, le ordenó dar el carrete a un tedax de nombre ignorado. Del carrete y de las fotos nada se sabe.

La historia es peregrina. Él y su nikon llegaron al parque pero el funcionario se negó a hacer el retrato a la bolsa porque sus colegas del tedax no le daban garantías de que el explosivo no reaccionaría a su flash y saltara por los aires al primer click. Con las mismas, dejó la cámara a un artificiero. No sabe si éste hizo fotos pero en lontananza vio destellos.

Después de que la bomba fue desactivada, recuperó la cámara pero ya no le dejaron hacer más fotos si es que se hizo alguna. A continuación, Cuadro le ordenó entregar el carrete, lo cual, según ha dicho, le pareció normal y le vino hasta bien porque la máquina reveladora de fotos de la brigada llevaba rota muchos años y hubiera que tenido que llevar la película a la tienda de la esquina. Todo esto lo contó el 21 de marzo de 2006 en un informe que nadie le había pedido pero que él entregó al juez Del Olmo para que constara su profesionalidad a prueba de bombas.

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«Buenos días, Bruselas». Aquí Bermúdez

Así es la evolución. De Roberto, que es el auxiliar del juez Gómez Bermúdez para enchufar el VGA y que el folio del sumario que se precise pueda ser leído en las pantallas de plasma de la sala, hemos pasado al “buenos días, Bruselas”, con el que el magistrado ha iniciado la videoconferencia que ha hecho posible el interrogatorio de Mourad Chabarou, un amigo de Rabei Osman El Egipcio, al que los tribunales belgas condenaron a cinco de cárcel en 2006 como integrante del Grupo Islámico Combatiente Marroquí.

Chabarou no ha aclarado gran cosa con su deposición pero la exhibición tecnológica ha servido para mostrar a una juez belga muy atractiva, con un perfecto dominio del español, además de las diferencias entre la toga flamenca y la española: la primera presenta como complemento una especie de servilleta blanca que queda muy mona pero que no es nada sufrida, sobre todo si se pretende que siga inmaculada cuando se pica algo entre horas.

Con el preso marroquí, El Egipicio había mantenido una conversación en abril de 2004 en la que le había transmitido que “los hermanos Serhane y Fouad” habían fallecido en los atentados del 11-M. Chabarou ha afirmado que le respondió con la fórmula ritual “que Dios sea clemente con los muertos” y no con “que Dios les recompense con el paraíso” como la traductora había interpretado en un principio. Ha precisado de las dos personas citadas por El Egipcio sólo conocía a Fouad, quien se sienta en el banquillo y, en consecuencia, no fue uno de los suicidas de Leganés.

En cualquier caso, ha demostrado que su memoria es prodigiosa o que el gesto de Fouad le conmovió hasta la médula porque, según ha dicho, sólo le vio una vez en octubre de 2001, cuando acababa de salir de la cárcel, dormía con El Egipcio en el sótano de la mezquita de Estrecho y estaba tieso como la mojama. Fouad le llevó ropa y ambos intercambiaron sus teléfonos. Tres años después, como se aprecia, lo tenía en sus oraciones.

Las explicaciones que ha dado Chabarou a algunas partes de sus conversaciones con El Egipcio han sido sorprendentes. Cuando éste le dijo que Serhane, Fouad y el grupo, “se habían ido” y estaban con Dios no pensó en que hubieran cometido los atentados de Madrid sino que habían fallecido en accidente de tráfico, que ya se sabe que las carreteras españolas son una trampa mortal. Si él le comentó que se iba de viaje y que ya no volvería nunca más no era porque pensara inmolarse sino porque quería marcharse a Londres que, por lo visto, debe de estar en el más allá; si quedaron en no hablar de algunas cosas por teléfono fue porque Chabarou había conseguido un pasaporte francés falso para llegar al Támesis y le habían recomendado no dar cuartos al pregonero, y menos por teléfono. Y si hizo testamento es porque un buen musulmán está obligado a ello si tiene deudas con otras personas.

Por lo demás, Chabarou, cuyo aspecto le hubiera permitido pasar desapercibido en una manifestación de mulás, ha dicho maravillas de Fouad el Morabit, al que casi compara -salvando las distancias- con la madre Teresa de Calcuta. De El Egipcio ha contado que es una bellísima persona. Faltaría más.

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El islamista ‘comefolios’

A Abdelkrim Benesmail, miembro del GIA y amigo de uno de los suicidas de Leganés, Allekema Lamari, se le presume una extraordinaria tolerancia a la celulosa. Según cuenta la leyenda, en uno de los registros de su celda la dirección de la prisión de Villabona le intervino varias notas manuscritas, cuatro de ellas con los nombres de varios etarras y una última con la fórmula de la cloratita. La leyenda dice también que los responsables de la cárcel hicieron fotocopias de los papeles y le devolvieron los originales –que para eso eran muy mirados- y que una vez que los tuvo de nuevo en su poder Benesmail se los comió de una sentada como quien se zampa un bocadillo.

Por la supuesta ingesta de folios del argelino se sigue otro procedimiento judicial, aunque a priori cabe alguna duda razonable respecto al atracón de DIN A4. ¿Por qué no se almorzó los papeles antes de que le fueran incautados y esperó –como se afirma- a que le fueran devueltos? El propio Benesmail ha respondido esta tarde a la gran pregunta: ¿Se merendó usted la fórmula de la cloratita y los nombres y cárceles de Henri Parot, Harriet Iragi, Jorge García Sertucha y Fernando Iracula Albizu? “¡Cómo me lo voy a comer!” ha dicho el integrista visiblemente molesto.

A Benesmail le hemos visto de punta en blanco. Llevaba un traje de esos que aparecen en las pelis de Las Mil y una Noches, corte Aladino, y un gorrito blanco. Así, tan elegante, ha negado que las notas fueran suyas, que en su celda se hubiera encontrado algo o que conociera a ninguno de los etarras cuyos nombres, presuntamente, había anotado de su puño y letra antes de darse el atracón. Ha afirmado, asimismo, que nunca oyó hablar de la cloratita ni de la fórmula que, supuestamente, se metió entre pecho y espalda. “A mi no me han cogido nada”, ha remarcado.

En cambio, ha habido cosas que sí ha reconocido. Ha confirmado que recibía giros periódicos del suicida Lamari de entre 100 y 200 euros, aunque no recordaba que su compatriota los acompañara con notas del estilo “aguanta hermano”. También ha admitido que recibía visitas de Fernando Huarte, dirigente del PSOE de Asturias, presidente de la Asociación Nacional de Amigos del Pueblo Palestino Al Fatah y, sobre todo, confidente del CNI, cuyo trabajo con los islamistas se fue al garete cuando se publicó su nombre. Según su versión, Huarte le ayudó a pagar el dentista, que falta debía de hacerle con la cantidad de porquería que comía.

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La fuente le moja la oreja a Díaz de Mera

Enrique García Castaño tiene más conchas que un galápago. A partir de este juicio, el comisario jefe de la Unidad Central de Apoyo Operativo pasará a la historia como “la fuente”, la garganta profunda que, según el ex director de la Policía Díaz de Mera, le dijo que se había manipulado un informe o se había hecho desaparecer –el eurodiputado ha dado las dos versiones- porque establecía vínculos entre ETA y los islamistas. Pero la fuente tiene muchos tiros dados y no se deja salpicar. Más bien al contrario, le ha mojado a Díaz de Mera desde la oreja hasta el calcáreo, porque para eso es fuente de grifo fácil.

Al policía la declaración le ha partido en dos su luna de miel. Este pasado fin de semana contrajo nupcias en León y, al parecer, terminó cantando rancheras a discreción. Hoy ha cantado la traviata. “Agustín, que no hay ninguna relación ni por asomo entre ETA y el 11-M”, asegura que le transmitió a su amigo del PP después de que éste interviniera en el programa de Jiménez Losantos y casi saliera a hombros al proclamar en antena que el PSOE había hecho desparecer las pruebas de la implicación etarra.

La fuente ha explicado las llamadas a la desesperada que Díaz de Mera realizó después su via crucis ante el juez Gómez Bermudez y, sobre todo, ante Rajoy, quien le dio a elegir entre colaborar con la Justicia o apuntarse al INEM: “Me llamó y me dijo que estaba en una situación muy difícil, que estaba muy presionado políticamente y me pidió que le ayudara dejando que diera mi nombre como fuente”.

A García Castaño le faltó tiempo para ponerse a redactar una carta a sus superiores contando el diálogo que había mantenido con su amigo de tantos años, porque una cosa es la amistad y otra poner en peligro su peculio o hacer oposiciones al ‘apatrullamiento’ ciudadano. En resumen, que lo que le pedía Díaz de Mera era imposible: “Me negué a ser la fuente; no podía entrar en ese juego. No me podía pedir que dijera algo que no era cierto”. Argumentos similares utilizó en la conversación del día siguiente, cuando el eurodiputado le prometió el oro y el moro, valga la redundancia; en definitiva, que estaría protegido por tierra, mar y aire.

Lo que la fuente ha revelado es que sus diálogos con Díaz de Mera habían sido constantes, antes y después de que el político se colgara una medalla ante Losantos, porque siempre le pedía opinión. Según ha dicho, el mismo día 12 de marzo de 2004 habló con él para informarle que aquello olía a islamismo que tiraba para atrás y Díaz de Mera le animó a seguir adelante con sus pesquisas, con independencia de lo que pensaran algunos de sus compañeros.

Respecto al informe, en todas sus charlas sostuvo que había malinterpretado los datos y que existía, aunque no en el sentido que él mantenía. García Castaño espera que todo esto no represente el fin de su amistad con el eurodiputado, pero ya se sabe que los amigos son como los taxis: escasean cuando llueven chuzos de punta.

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Los 15 minutos de ETA en el 11-M

La intervención de ETA en el 11-M ha durado exactamente 15 minutos. Ha sido el tiempo que Gorka Vidal, Irkus Badillo y Henri Parot han tardado en prestar declaración y en negar cualquier relación con el islamismo, los árabes, Al Qaeda, El Chino, Suárez Trashorras y hasta con Almanzor. Los tres han sido correctos: no han gritado ‘Gora ETA’ ni ‘Alá Akbar’ y se han ido rápidamente con los grilletes a otra parte.

A Gorka Vidal e Irkus Badillo los trincó la Policía el 28 de febrero de 2004 en la localidad conquense Cañaveras cuando trasladaban a Madrid, uno como conductor y otro en un coche lanzadera, una furgoneta cargada con 506 kilos de cloratita y 30 de titadyn. Al día siguiente El Chino y sus compinches viajaron desde Asturias a Madrid con los más de 200 kilos de Goma 2 que habían obtenido por indicación de Suárez Trashorras en ese hiper del explosivo llamado Mina Conchita. La agujerología estableció pronto conclusiones: debía de haber conexión entre los islamistas y los etarras. ¿Pruebas? Ya aparecerían. Hasta hoy.

“No conocía a Jamal Ahmidan. No tengo nada que ver con esto ni con los islamistas”, ha dicho Gorka Vidal. “No tengo ninguna relación con ningún islamista (…) No tengo nada que ver con estos hechos”, ha afirmado Badillo. A los dos, que han recibido con alguna que otra carcajada preguntas sobre supuestos viajes suyos a Irak o entrenamientos con Hizbolá en el Líbano, les había advertido el juez que una cosa era no recordar, no autoinculparse o no implicar a otros etarras y otra muy distinta la evasivas reiteradas, que serían consideradas negativas a declarar contra las que procedería a la manera de Díaz de Mera: multa y deducción de testimonio por desobediencia.

El más elocuente ha sido Henri Parot, el asesino en serie de ETA, al que le ha hecho gracia que se le preguntara si había pasado la fórmula de la cloratita a Abdelkrim Benesmail, como quien comparte la receta de la tarta de queso de la abuela. Al tal Benesmail, preso por otra causa de terrorismo islámica, se le había encontrado una nota con su nombre y la cárcel en la que se encontraba. Parot y Benesmail nunca han coincidido en la misma prisión, pero eso es un detalle nimio para los creyentes de la conspiración universal.

Parot ha dicho con su acento gabacho que nunca había tenido -que él supiera- relación con presos por terrorismo islámico, aunque ha aclarado que él se relaciona con todos los internos que Instituciones Penitenciarias le pone a tiro. Se le ha preguntado si sabe algo de árabe por eso de que nació en Argelia, y a Parot no le ha sentado bien. Ha explicado que, cuando él nació, Argelia era Francia, del mismo modo que Ceuta y Melilla son España, en un gesto de confraternización patriótica sin precedentes.

Ni siquiera el testimonio de Carolina Folgueira ha podido apuntalar la implicación de ETA. Carolina, funcionaria, había recibido también un e-mail con el tríptico de los terroristas más buscados. El día 12 de marzo se dirigía a la manifestación cuando creyó reconocer no a uno sino a tres etarras juntos, entre ellos a Iosune Oña y a Harriet Aguire. ¿Qué por qué se fijó en ellos? Porque uno la sonrió al ver el lazo negro en su solapa. A Carolina nada le hizo dudar de que se hallaba en presencia de tres malvados terroristas, ni siquiera el hecho de que quien pensaba que era Oña se acercara a un policía para hacerle una pregunta. Nadie ha tenido la curiosidad de averiguar por qué no alertó en ese momento al incauto policía de que había estado hablando con una terrorista.

También por la mañana ha comparecido el comisario general de la Policía Científica, Carlos Corrales, quien hubiera podido sacar los colores al ex ministro Acebes si el rojo bermellón no tiñiera ya sus abulenses mejillas. Según Corrales, a la vista de la brutalidad de los atentados y de los indicios que ya entonces se tenían, instruyó a los funcionarios a sus órdenes que asistían a las autopsias de las víctimas para que prestaran especial atención a la presencia de terroristas suicidas. En resumen, los agentes de la Policía Científica buscaban ya a las 18.00 horas del 11 de marzo pruebas de la implicación islamista.

El ex comisario ha reconocido que jamás había realizado una advertencia semejante en toda su carrera: “Era la primera vez que nos enfrentábamos con este tipo de terrorismo y con un atentado de esta magnitud”.

Corrales ha explicado que en la noche del 11-M le fue comunicado un informe con el análisis de tres muestras que le había remitido los TEDAX, sin precisar de dónde procedía ninguna de ellas. Se trataba de tres bolsas de plástico con restos de un polvo rosáceo, en el primero de los casos, y de una sustancia apelmazada y blancuzca en los otros dos. El análisis de éstas dos últimas eran coincidentes en su composición: nitrocelulosa, nitroglicol, nitrato amónico… En resumen, Goma 2 ECO, algo que el informe hubiera debido de incluir de no haber sido porque esta dinamita no estaba entonces en el banco de datos de la Policía Científica.

TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M